martes, 6 de octubre de 2015

Barrio Belén Altavista, parte baja -Altavista, el de nosotros-

 Barrio Belén Altavista, parte baja

 -Altavista, el de nosotros-


Tomado de la revista "Ciudad" en su número 23 de septiembre de 2015.

Por Orlando Ramírez-Casas(1)

“Señor, muy buenos días; señora, buenos días.
Decidme: ¿es esta casa la que fue de Ricard?”(2) 

Humberto García Gómez, Humggo, antiguo habitante del vecindario, me telefoneó a finales del año 2013:

¿Sabés, Orlando, que la parroquia de María Madre Admirable va a cumplir veinte años de erigida, y Altavista medio siglo de fundado?

Haciéndome el despistado, para enfatizar que hay dos Altavistas, le pregunté:

¿Cuál de los dos, la urbanización o el corregimiento? 

El de nosotros. Altavista, parte baja – me respondió. 

Me referí al hecho de que hace una década él hizo el prólogo de “En Altavista se acaba Medellín”, mi libro acerca del barrio “de nosotros”, donde llegamos a vivir cuando éramos adolescentes.

Recordé, entonces, los días en que escribía “Buenos Aires, portón de Medellín”, el libro sobre el barrio donde nací y pasé la niñez, y reflexioné en que esos barrios a la antigua han venido desapareciendo en el urbanismo y han sido reemplazados por urbanizaciones y conjuntos cerrados; edificios con porterías, mallas, y muros, cuya finalidad es separar a los habitantes y protegerlos de los peligros del exterior. A esas unidades residenciales no puede aplicarse el calificativo de barrios en el sentido que conocimos cuando recorríamos las calles de la niñez.

¿Qué es un barrio? Podría pensarse que es un conjunto de casas, con trazado de calles distribuidas en manzanas; lo que me lleva a rememorar los primeros días de la urbanización para trabajadores de estrato tres en Belén, construida por el Instituto de Crédito Territorial en la manga de don Juan Medina y sus hijos, “los Medina”, a un lado de las casas de la Fábrica de Textiles Vicuña, e inaugurada en septiembre de 1963. Los Medina tenían predios de su propiedad desde Belén San Bernardo, incluido su hijo Francisco “Quico”, que en la década de los sesenta ordeñaba vacas en su finca de la carrera 76 con calle 28. Recuerdo la Urbanización Altavista con sus 11 manzanas y sus 308 casas de un solo piso, según diseño y construcción uniforme de los proyectistas del Instituto. Todas con sus grises techos de asbesto menos una, la de mi padre, que tenía losa de hormigón; a pesar de que el ingeniero se oponía a que apareciera ese lunar en las fotografías de prensa. “No iba yo a malgastar plata en tejas de lo que sea, y a tumbar después para construir un segundo piso”, fue el argumento irrebatible de mi padre. Irrebatible sí, como irrebatible fue el argumento que el ingeniero expuso a las directivas del Instituto: “¿Y si a todos les da por hacer lo mismo; qué hacemos, entonces, con las tejas que tenemos compradas?”. La terquedad de mi padre le ganó a la del ingeniero, y fue autorizada esa excepción. Si un barrio fueran sus casas, de ese barrio ya no queda casi nada; puesto que las casas de un piso se fueron convirtiendo en casas de dos y tres, con alturas a criterio de cada reformador, y con fachadas y distribución de espacios según múltiples criterios. 

Del barrio original queda sólo un puñado de casas, camufladas entre la variopinta profusión de diseños y modificaciones que hay por todos lados. Una es la de los fallecidos don Alfonso Uribe y doña Ester López de Uribe, que ocupan sus hijos en la entrada del barrio; otra la de don Sigifredo Echavarría, en la esquina de la iglesia, que al enviudar de doña Mercedes Baena se fue a vivir a otro lado y dejó la casa a los suyos. Alguna más por los lados de la Tienda Gilco de Gilberto Colorado, alguna otra a orillas de la quebrada, y alguna por los lados de la escuela o de la antigua terminal de buses. No son muchas las que conservan la apariencia original.

Es que ya tiene más cara de barrio que de urbanización, hombre Orlando. 

También podría pensarse que un barrio es un nombre. Al Instituto se le ocurrió la idea de bautizar la urbanización con el nombre del corregimiento vecino, que queda en el camino de entrada de los conquistadores españoles al Valle de Aburrá, lo que ha puesto a explicar a los unos que ellos son de los de arriba, y a los otros que ellos son de los de abajo; a la manera de aquellas familias de padre e hijo homónimos que tienen que precisar “¿Cuál de los dos, el grande o el chiquito?”. Un intento de cambiar el nombre de la Urbanización Altavista por Manantiales no prosperó, y sus habitantes siguen sintiendo que viven en el barrio Altavista de Belén; así tengan que aclarar, al dar la dirección a los taxistas, que se trata de Altavista, parte baja.

Un barrio no es una frontera, ni un territorio separado por un muro; y, menos, un territorio dividido por una frontera invisible de las que se trazan a punta de bala. No es fácil decir que las casas de este lado son de un barrio, y las casas del frente son de otro; cosa que hacen, a lo sumo, dos barrios a los que separe una quebrada y dos estilos de construcción, como son nuestro Altavista y La Nubia. A los habitantes de Altos del Poblado y a los de Bajos del Chispero, aunque los distancian miles de pesos, no los separa sino un paso y una malla.(3) No se puede decir, pues, que un barrio es un estilo de vida, ya que “la pobreza no está determinada exclusivamente por el nivel de ingresos”.(4) Hay estudios sociológicos que, aparte la capacidad económica, hablan de pobreza cultural.

Como decía mi abuela, “brutos con plata pican más duro que carangas resucitadas. Podrán tener plata, pero no son gente de bien”.

Un barrio, a la hora de la verdad, es su gente. Así como una casa hecha de adobes no es un hogar, hasta que alguien vive en ella; un sector hecho de casas no es un barrio, mientras no sea habitado por la gente. Un barrio es la gente, y cabe preguntar: ¿Cuál gente? Porque la población de un barrio es dinámica y las personas que lo habitan no son siempre las mismas, sin contar la población flotante de los foráneos que se acercan a la iglesia para los oficios religiosos, o los afuereños que transitan por los lugares de comercio.

Así como la Urbanización Belén Altavista cambió su fisonomía a medida que los propietarios reformaron las casas, los habitantes del barrio fueron cambiando. Con el tiempo algunas familias se fueron a vivir a otros lugares y llegaron otras a ocupar su espacio. O los hijos crecieron, formaron hogares, y tuvieron hijos. Algunos lo hicieron y continuaron viviendo en el barrio, reformando la casa paterna; casa que se llenó de apéndices en el garaje, en un lado de la casa, en el solar de atrás, en el segundo piso, en la terraza del tercer piso. Formaron un fogón familiar. Algunas casas han cambiado dos o tres veces de dueños y de ocupantes. Algunas han sido ocupadas por una sucesión de inquilinos temporales, que han aportado sus vidas y vivencias a la identidad del barrio; y luego se han ido, dejando una huella y un recuerdo. Otros se han ido sin dejar ninguno, o uno muy vago.

No sé cuántas familias habiten en la actualidad, pero hace diez años la parroquia censó más de setecientas ocupando los 308 lotes originales, o sea que el barrio se duplicó con creces.

Si determinamos que un barrio es la gente, de la gente original del barrio Belén Altavista queda mucha que uno encuentra en el recorrido por las calles. Los muchachos, que otrora jugaban pelota en la cancha, ya son abuelos; y se les ve sentados en la acera con sus nietos. Los que eran hijos supeditados a la autoridad de sus padres, son ahora cabezas de familia; convertidos, a su vez, en patriarcas. Pero sus padres, los adjudicatarios originales, han ido desapareciendo. Se han marchado con la “señora muerte, que se lleva /todo lo bueno que en nosotros topa”.(5)

Don Hugo Restrepo, el de la casa frente a la Escuela Ramón Giraldo Ceballos, asistió a la reunión del comité de celebraciones en que presenté el borrador de mi libro hace diez años. A finales de año, cuando salió publicado, don Hugo ya se había ido. Ahora me entero de que doña Elena Casas de Restrepo, su viuda, se fue a hacerle compañía sin esperar a que celebráramos las bodas de oro de la urbanización. Esos son unos, entre los muchos que se fueron, hombre Humberto.

Elena Casas Restrepo es el nombre de tu madre, que aún vive.

Eran  homónimas, pero mi madre ahora vive en otro barrio; y de otra Elena Casas, ya fallecida, que vivía por los lados de la quebrada.

¿Por qué no escribís un artículo en homenaje a los que se fueron, Orlando?

No acabaría. Los que han muerto, son ya más que los que viven; y los que se han ido, van siendo más que los que quedan.

Entonces hacé homenaje a los que quedan.

Un inventario de nombres sería largo e insustancial, pero nos podemos limitar a los adjudicatarios fundadores cabeza de familia, o sus viudas. Hagamos una lista de los que viven y aún permanecen en el barrio.

De los fundadores que conocimos los niños y jóvenes llegados al barrio en 1963, quedan muy pocos. Los demás están en el mapa de los recuerdos. 

Vos tenés razón. Un barrio, para serlo, tiene que ir más allá de su construcción material y es el resultado de que la gente se apropie de él, tenga sentido de pertenencia, sienta amor por su patria chica. El barrio de nuestra juventud ya va quedando sólo en la memoria.

Dicen que “La verdadera patria del hombre es la infancia”,(6) amigo Humggo.

Para las nuevas generaciones, que nacieron y se criaron en él, el barrio es la patria. Es el territorio donde se reúnen los recuerdos y los afectos que el hombre guarda en el corazón. Cada generación vive los suyos y los cultiva. Los de nuestra generación, ya respiramos el aire de la nostalgia porque el barrio nuestro prácticamente agoniza. El aire de ahora lo respiran otras generaciones y el barrio que ellos viven, podría decirse, es otro barrio. 

Ya no vive nadie en ella, 
y a la orilla del camino silenciosa está la casa. 
Se marcharon. Unos, muertos; 
y otros, vivos que tenían muerta el alma”.(7) 

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Notas

(1) Orlando Ramírez Casas, autor de “En Altavista se acaba Medellín” y “Buenos Aires, portón de Medellín”.
(Este artículo fue escrito para un impreso que se publicará próximamente con motivo de los 50 años de fundado el barrio Altavista –parte baja– de la comuna 16 (Belén) en la ciudad de Medellín).

(2) Parábola del retorno”, poema de Porfirio Barba Jacob.

(3) La chispa de El Poblado”, artículo publicado en la edición 439 del periódico “Vivir en El Poblado”:



(4) Alcaldía de Medellín, Plan de Desarrollo formulado por la Asamblea del Corregimiento de Altavista”, capítulo 2 “Componente metodológico”, aparte 2.1 “Enfoque de desarrollo en escalas humanas”:


(5) Señora muerte”, poema de León de Greiff.

(6) Frases de Rainer Maria Rilke:


(7) Las Acacias”, pasillo de Vicente Medina Tomás (L) y Jorge Molina Cano (M).