jueves, 6 de septiembre de 2018

MEMORIAS DE MI INFANCIA EN BELEN - Maria Cecilia Toro Londoño


MEMORIAS DE MI INFANCIA EN BELEN
Después de algunos años recorrí de nuevo mi barrio, llegaron a mi memoria gratos momentos de mi infancia, reconocí la iglesia donde tantas veces oré. Sus fiestas patronales y la Semana Santa. No podíamos faltar a la celebración del domingo de ramos y al sermón de las 7 palabras. Las procesiones con sus estaciones, cuyos frentes eran adornadas con altares florecidos. Un paso obligado era la calle 30ª con la carrera 82, donde hoy se encuentra el centro comercial Los Molinos. Las cantinas y bares cerraban en señal de respeto.
Las fiestas de la patrona eran financiadas por los conductores de la flota; la programación incluía la temida “vaca loca” que consistía en rellenar una caja en forma de vaca, con toda clase de pólvora; era carreteada por los alrededores del parque, esto creaba una gran confusión, los niños corríamos disfrutando del peligro y las mamás desconcertadas nos llamaban a gritos.
Un personaje recordado de Belén, fue el padre Cadavid , quien estableció el día lunes para venerar al Señor de la Misericordia y también es recordado por incluir en los sermones injurias contra el dueño del teatro Mariscal, por proyectar películas que para él eran inmorales y contra las mujeres de todas las edades que entraran a la iglesia sin mangas, a las jóvenes no las llamaba como era costumbre “ coca colas” sino “colas cocas, había que verlo sacar de las orejas a mas de una señora y negarle la comunión a otras tantas, por andar mal vestidas.
Tengo en mi memoria, la mujer de vestido largo y cabello cano, dicen que tiene locura mística, cuando en algunas ocasiones visito el parque, veo su figura todavía intacta como un espíritu, entrando a la iglesia.
A un costado del parque había un hermoso laurel y bajo su sombra, un Kiosco, ambos fueron testigo de bromas juveniles, encuentros pasajeros, de grandes amores y profundas decepciones, de estas últimas doy fe, ya que fue en este espacio embrujador conocí personas que marcaron mi vida.
Recuerdo cuando estaba niña, que los cerros cercanos a nuestra casa, eran los toboganes por donde bajábamos sobre cartones hacia la hondonada. El dueño de estos predios se quedó en la memoria del barrio, no por la filantropía como muchos paisas ricos de su época, sino por sus pantalones que amarraba con una cabuya, los chicos le hacían burla y gritaban…Ahí viene Kiko jalémosle la cabuya. En estas mangas jugaban futbol mis hermanos y sus amigos, un día Kiko decidió dañar todo el terreno con una pala, para que no pudieran jugar en el.
En la carrera 76 con la calle 30, a un costado de la estación del tranvía, vivió Jorge Franco, médico cirujano, quien escribió la historia de Hildebrando (su propia historia), fue médico de la familia y en una ocasión en que sufrí un desmayo, fue él quien me atendió y cuando volví de mi inconsciencia, me preguntó cómo me sentía, bien padre-respondí- todos soltaron la carcajada cuando él dijo, ” Yo no soy San Pedro soy el médico”.
Cuando llegaban al barrio los juegos mecánicos, nos escapábamos y corríamos a subirnos a la rueda, a veces con tan mala suerte que se iba la energía y nos quedábamos suspendidos, cuando llegábamos a casa teníamos nuestro consabido regaño.
En mi recorrido pasé por el lugar donde quedaba la fábrica de cigarrillos llamados Ciento Uno, que mi abuela nombraba todo el tiempo.
Eran famosos los campesinos que bajaban de Aguas Frías y de AltaVista a vender azucenas al parque, ellos suministraban las flores para las fiestas de María Auxiliadora patrona del colegio San Juan Bosco dirigido por las hermanas salesianas. No puedo dejar pasar esta oportunidad sin mencionar una de las muchas anécdotas que viví en dicho colegio; además de todas las veces que me bajaron el ruedo del uniforme porque las normas no permitían mostrar las piernas, pero que a mí me encantaba, también recuerdo con horror el día en que me encerraron en un salón donde una imagen del diablo colgaba de la pared y mis esfínteres no soportaron la amenaza del tenedor y lo cachos que apuntaban hacia mí. Cuando tocaba la clase de manualidades, me aburría y para pasar el tiempo decidí hacer 25 barcos de papel, a cada uno le puse el nombre de cada una de las compañeras, los metí en el talego donde guardábamos la costura, la monja se dio cuenta y fueron a dar al bote de la basura.
Nuestra casa tenía un solar con arboles de manzanas y de granadillas, nos encantaba cuando llovía pues se desprendían por montones y esperábamos a que escampara para poder comerlas.
En el cerro Nutibara donde hoy es el Pueblito Paisa solo había un estadero con pista de baile y una rock ola, que para nosotros era un instrumento mágico ya que por una moneda, acomodaba en su sitio el disco que uno quería escuchar para bailar con nuestro novio de turno, en aquel cerro, en medio de bosque nativo y árboles que jugaban con las nubes, estaba la Madre Monte, su rostro casi oculto en la maraña, sus ojos amenazantes y alertas a cualquier depredador, asustaba a grandes y chicos desprevenidos.
En la carrera 77 y entre la calle 30 y 30ª, estaba foto Cruz, donde los padres orgullosos, llevaban a sus hijos a tomarles la foto del recuerdo de la primera comunión o de algún cumpleaños. Cuentan que si la persona prefería la foto a color, el fotógrafo no tenía inconveniente de sacar algunas pinturas y las coloreaba.
En la calle 30 con la 77, estaba el centro de comercio dirigido por Doña Sofía, allí iban las señoritas del barrio a estudiar mecanografía, taquigrafía y contabilidad y como allí daba clases de Ortografía un chico que me gustaba mucho, decidí acudir a dicha asignatura, este joven mas tarde fue mi primer novio.
También existía el kínder de chavita, donde estudiaban los niños antes de pasar a la primaria, recuerdo a mi hermano Alberto, mi madre lo enviaba a estudiar y en más de una ocasión lo encontró sentado en la acera de la farmacia Caribe, sin asistir a clases.
En la 76 con la 28 estaba el café amarillo donde los jóvenes iban a escuchar tangos. Allí cerca había un puesto donde alquilaban revistas y mis hermanos por unos pocos centavos, leían al Santo (El enmascarado de Plata) El Llanero Solitario y alguna revista de Corín Tellado.
Cuando tengo la oportunidad de recorrer sus calles, siento una gran alegría por los recuerdos que me transportan a esos tiempos y a la vez un gran regocijo al ver que su parque se ha conservado como pocos a través de los años y que no ha perdido su esencia


Maria Cecilia Toro Londoño