sábado, 22 de diciembre de 2018

Muchachas de Belén Óscar Domínguez


Columna sobre las muchachas de Belén

Belén puso primera dama

A raíz de la muerte del presidente Belisario Betancur (cuya hermana, doña Inés vivía en el barrio Granada, al frente del Colegio San Juan Bosco y las eventuales visitas de Bélico eran toda una novedad que sacudía l rutina del barrio),traemos a cuento la nota que  el periodista Óscar Domínguez (ahora jubilado pero no inactivo, vecino de La Mota) publicó hace más de 20 años en el periódico El Colombiano

Las muchachas de Belén se dieron el lujo haberle dado al país primera dama nacida en una casona que quedaba frente a la vieja heladería Morival  en la carrera 76 con calle 32.

Se llamaba Rosa Elena Álvarez Yepes y fue la esposa del fallecido presidente Belisario Betancur el encantador de serpientes que la enamoró cuando ella volvía hilachas corazones en todo Medellín.

A doña Rosa Elena no la amilanó el hecho de que su amagaseño Romeo viviera “pailo”, pelao, con pocas mudas de ropa, y se ganara la vida y el sueño como mecánico, engrasando la prensa del periódico La Defensa, del cual con el tiempo, y por la pica, sería su jefe de redacción.

A la hora del reparto estético, Belisario tampoco era una Adonis pero como Dios aprieta pero no ahorca, le dio una lengua de padre y señor mío.

Poeta de versos propios y ajenos, BB le recitaba a su frágil belenita con su voz que tenía un “no es sí es” arzobispal, metáforas de este tenor: “Estando los dos estamos todos”. O: “Cuando estamos juntos te recuerdo”.

Años antes había hecho versos de sospechosa factura en el seminario de Yarumal. Por uno de ellos fue expulsado, según contó – y recitó- una noche el Nobel García Márquez durante una velada para celebrarle los setenta a Bélico. Su padre le puso el mismo nombre de un  hermano fallecido: “Murió de nombre. Fue una feliz forma de eutanasia”, comentaría.

Leamos el verso de precaria factura que provocó la expulsión del claustro: "Señor, te rogamos sin fin, que caigan rayos de mierda, al profesor de latín".

Con la complicidad de un suegro visionario y acomodado, don Pedro Luis Álvarez Cano, y  de una suegra hecha en Yarumal, doña Evelia Yepes, Betancur hizo el tránsito de novio impetuoso a marido. La pareja se fue a vivir a las lomas de Buenos Aires.

En par patadas estaba encarretado con la dialéctica del cambio de pañales. De la unión  hubo dos mujeres y un varón que fue activista del MOIR, un movimiento antípoda del conservador de su taita.


Cada ocho días, con puntualidad de reloj atómico los cuñados le llevaban el mercado  que a manera de tardía dote les enviaba don Pedro Luis.

El suegro vio lo que venía en ese híbrido de mecánico sin vocación, seminarista frustrado, poeta huérfano de musas, periodista, abogado ducho en incisos y estadista conservador azul de Prusia, que se alimentaba también de la teológica prosa de Theilard de Chardin a quien solía citar desde las alturas del poder.

En Buenos Aires, BB se enroló en la cuerda del profesor y periodista Antonio Panesso Robledo, Pangloss, quien vivía en el mejor de los mundos posibles.

El Voltaire de Sonsón, quien fue director de El Correo, diario liberal, le pagó algunos arriendos en esas épocas de vacas flacas. También lo convenció de que Medellín le quedaba chiquito a su talento y lo hizo emigrar a Bogotá. Pangloss arrancaría después.

En la nevera BB se movió como pez en el agua. El final de sus días lo sorprendió convertido en el mejor entre los “muebles viejos”. La expresión fue patentada por el expresidente López Michelsen para referirse a quienes después de ocupar la presidencia siguen estorbando desde la viudez del poder.

Muchachas de Belén

Las muchachas de Belén que no fueron primeras damas se quedaron disfrutando su barrio hasta que les llegó el momento de merecer. Muchas emigraron a distintos atardeceres dentro y fuera del país. Tenían con qué impactar en cualquier punto de la rosa de los vientos.

Los domingos había ruidosa asistencia femenina a la misa de doce oficiada por el párroco Duque o por el coadjutor Betancur, de nariz quevediana, pluscuamperfecta.

A la salida de misa, las bellas se encontraban con sus tenorios en el kiosco del parque que administraba el locuaz Mario Vaca.

En ese kiosko, ombligo de Belén, los contertulios dedicaban el tiempo al amor, al fútbol y al ciclismo.

El ciclista Conrado Tito Gallo convirtió el lugar en escenario para que sus fans lo idolatraran. El día que se accidentó bajando del Alto de Minas, después de haber dejado atrás el viento, el kiosco de Belén se convirtió en una sola lágrima.

Agotados los rituales de la misa, los encuentros en el kiosco con agarraditas de la mano por debajo de la mesa, venía el almuerzo en sus casas. Las parejas quedaban listas para ir a cine doble en el teatro Mariscal.

Claro, con candelabro a bordo, o sea, una tercera persona de confianza, generalmente el hermanito menor o una tía quedada, para que frenara los ímpetus de los enamorados una vez se apagaba la luz.

Pasaban películas mexicanas con María Félix, Ceja de Lujo, la Tongolele, Tintán y Marcelo, Clavillazo (el de “nunca me hagan eso”), Cantinflas, Joaquín Cordero, Ana Berta Lepe, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, el del copete blanco, Jorge Negrete. O Miroslava, la bella que se suicidó de amor por culpa del torero Luis Miguel Dominguín.

Cuando a las pipiolas no las dejaban salir los hombres de graduaban de varones tomando trago, fumando y escupiendo en el suelo, en los Cafés Central, Pilsen o Chipre, de propiedad de la familia de la actriz María Eugenia Dávila.

El atleta vallecaucano Pedro Grajales entrenaba para los 200 y 400 metros planos bailando rock al ritmo de Bill Halley y sus cometas. Que no falten las canciones de Elvis Presley. Los cocacacolos (muchachos, novios)  imitaban su forma de bailar  para impresionar al hembraje.

Muchachos de Belén fueron en sus quince, el médico Jorge Franco Vélez, Oscar Hernández Monsalve, Alvaro Tirado Mejía, Fabio Rincón Tamayo, Farita, el hijo de doña Luciela y don Hernando, Rodrigo Álvarez, abogado, cuñadísimo de Belisario, Rodrigo Fonnegra, Carlos Lebrún… Siempre faltarán datos.

Hacían nube las bellas como Fabiola, María Elena, Gloria, Elvira y Clara, las cinco hijas casaderas de doña Jael, venidas de Carolina del Príncipe. Con ellas íbamos a Morival a gastarnos la plata que no teníamos. Pero siempre había algo para empeñar en casa de alguno de nosotros... Como eran asediadas a morir se decidían por el noviecito que mejor bailara la música de Lucho Bermúdez o de Pacho Galán.

En fin, muchachas que quitaban el sueño las hubo siempre. Para muestra doña Rosa Elena, la esposa de Belisario.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Parque de Belén, un universo compuesto de mundos entre la ciudad




OPINIÓN  RECOMENDADOS

Parque de Belén, un universo compuesto de mundos entre la ciudad


No niega que muchos de los venezolanos se vienen a hacer el mal, dando una imagen negativa, pero no todos los son. Lo que más pide es paciencia con ellos. En su país si sales a protestar arriesgas tu vida y la de tu familia.
La viscosa, blancuzca y verde rila de paloma cubre cada rincón del parque. Sus plumas rebotan en las ramas de los árboles y en los descascarados bloques de cemento que arman el suelo. El inherente humo de cigarrillo parece ser la medicina que relaja el espíritu de pensionados indefectibles. Un mundo cuadrado zambullido en la particularidad de la vida: gozar.
Parque de Belén, insinúa su significado, bulla, desorden, alboroto, tumulto… El sutil olor a marihuana permea las fosas nasales de las almas del lado. Un prolijo acompañamiento de policías deambulantes en piaras. No importa, igual los relojes robados son producto del mercado del diario vivir de habitantes de calle.
Una máscara sensacionalista cubre los rostros de aquellos que se informan del último muerto de Medellín. “Muere taxista en Las Palmas”, titular del Q´ hubo.
El café, los rellenos y arepas que ofrecen los venezolanos que colonizan el parque reposan en termos y cajas plásticas. No es de extrañarse. Justo pasa una joven de aproximadamente veintitrés años ofreciendo sus empanadas para acompañar con un tinto. Camina dos o tres metros y se detiene ante todo sujeto que habita la plaza. Su ajada blusa color rosa pastel halaga la frase “Oh la la”, pero parece contradecir la emoción de su portadora.
Se acerca y es la oportunidad de hablar. Hace tan solo tres días llegó a Medellín, huyendo de la situación infernal de su país. Como ave desolada que recorre un desierto, esta mujer ha caminado algunas calles de la ciudad. Las imprevisiones la hicieron llegar hasta el Parque de Belén. No sabe ni dónde está parada, pregunta el nombre del lugar.
Su mirada humilde expresa la esperanza que conserva. La necesidad de comer la lleva a ofrecer sus productos. Igual espera que su título de técnica superior universitaria en Informática sea útil para conseguir un empleo. Parece ser que necesita ser escuchada por alguien, quiere contar por qué se vino de Venezuela.
Su cargo como analista junior de procesos no le alcanzaba sino para ganar un sueldo mínimo. Tan solo setecientos cincuenta mil bolívares para pagar pasajes, en los que se gastaba alrededor de quinientos mil bolívares, y la comida. ¡Imposible! Un kilo de carne que cuesta doscientos mil, de pollo trescientos mil, los huevos trescientos mil… Las contadas monedas no daban para nada y menos para dos personas, su novio y ella.
Los estudios, a gatas, que lleva su novio, le impiden trabajar. El poco dinero que ella ganaba tenía que estirarlo hasta más no poder para alcanzar, siquiera, a comer yuca y fríjoles, otras veces solo plátano y cada tres meses una migajita de carne o pollo. El hambre se convirtió en símbolo del país vecino.
Afortunada, así es esta mujer. Al menos tiene su pasaporte que le permitió pasar a Colombia. No tuvo que pagar los cien dólares que miles de venezolanos tienen que dar para poder obtener una firma, una licencia y el pasaporte. Sin contar que un solo dólar puede llegar a costar doscientos treinta mil bolívares, saldo que no alcanzan a ganar. Despavorida, cuenta que hasta hay que pagar por la vacuna contra la fiebre amarilla.
Lo único que queda es comprar el dólar al mercado negro. Para ella era casi imposible vestirse y hasta comer. A duras penas resolvía sus necesidades básicas. Y no es cuento de ficción que hay personas que comen de la calle. En ocasiones, tuvo que ver cómo mientras comía algo se paraban los niños y le decían “¿Me puedes regalar un poquito de comida?”.
La delincuencia se desató, los policías los agarran, pero de nada sirve porque les piden algo para el fresco y los dejan ir.
Recuerda con horror la travesía para cruzar la frontera. El play station que traía una de las compañeras con las que venía quería ser retenido por la guardia. Roto, sucio y sin factura, aun así, no lo podía pasar. “Hay que mandarlo a guardar y no te aseguro que lo puedas recuperar. Te lo pueden romper, le pueden sacar las piezas, pero si me das algo para el fresco, lo puedes pasar. Te cobro diez dólares por pasar el play”, recuerda que dijo el guarda.
Bienaventurada, a ella no la revisaron. Bueno, al fin y al cabo, lo único que traía era ropa, pero no la inspeccionaron ni le quitaron nada.
Suerte que con la que no contó una joven que venía para Cúcuta y traía un mercado bastante grande y la guardia le quitó la mitad. El hambre que tiene que aguantar la autoridad no se esconde. Lo mismo pasó cuando venían en San Antonio de Táchira, uno de los pasajeros del taxi traía tres costalados de aguacate. El taxista le advirtió y sugirió que le diera a los guardias antes de que le quitaran. Esta mujer nunca dejó de preguntarse, “¿por qué? Si ese aguacate tú lo compraste o tú lo sembraste. Eso es tuyo. ¿Por qué tienes que negociar algo con alguien?”. En ese momento ella entendió que los guardias también están pasando una situación difícil.
La autoridad que vive en Táchira es enviada a trabajar a Caracas, allí deben permanecer uno o dos meses, tiempo que se vuelve eternidad. Lo único que alcanzan a comer es arroz o pasta con agua. El Estado ni siquiera es capaz de suministrarles los alimentos. Es verdad que tienen que conseguir dinero en la calle, pero la situación está al borde del colapso.
“No es que yo me quiera quedar aquí. Mucha gente dice, ´Qué fastidio los venezolanos´. Pero mira, si esto se acomoda, yo creo que todo el mundo se devuelve”. Son estas las palabras de aquella mujer que se le aguan los ojos.
Lo que ella menos quiere es molestar a la gente. En vez de sacar a las personas, ¿por qué no ayudarse unos a otros? Está convencida que las ventas en las calles no se deberían hacer, pero se ve obligada a hacerlo para ayudar en los gastos de la habitación en la que duermen, estrechas, tres personas. Sin embargo, no pierda la fe de encontrar un empleo estable.
No niega que muchos de los venezolanos se vienen a hacer el mal, dando una imagen negativa, pero no todos los son. Lo que más pide es paciencia con ellos. En su país si sales a protestar arriesgas tu vida y la de tu familia. Persiguen a tus familiares y amigos. La salida no se ve cerca. Aún muchas, muchas personas los siguen apoyando, dicen, “Yo no como, no importa, pero yo los apoyo”. Situación alarmante. De nuevo se ven los ojos aguados de esta humilde mujer.
Una manera de salir adelante es por el apoyo de la familia. Algunos compran en un lado y comparten un poco con los otros. “No, mira, ven, vamos a reunir para comer”.
Así se desahoga, se despide y continúa ofreciendo sus empanadas en el parque.
Mientras tanto, el lateral de la calle 30 A se viste de lustradores bajo un viejo toldo verde. Un toque de brillo y quedan listos. Los adultos mayores disfrutan el final de la vida, en medio del juego, cuatro mesas se disputan la partida de cartas, a su alrededor un público que suda el juego.
Una curiosa mesa en la que se diligencian documentos se ubica allí y mejor todavía, al lado una en la que se toma la presión arterial. No vaya a ser que a uno de los adultos le de un ataque en la plaza.
Curioso es que la zona del parque con más amplitud, en la carrera 76, sea la menos frecuentada. Correr, brincar y jugar se podría dar, pero no. Lo único que predomina allí es la tranquilidad, el silencio que podría darse se trunca con el ruido de los carros.
Obleas, dulces, tintos y hasta cremas corporales se pueden encontrar. Palomas van y vienen por todos lados. La timidez que las caracteriza desapareció por completo, el miedo no está presente en ellas. Se vuelven amigas de la gente. Picotean los granos de maíz y arroz que reciben de niños y ancianos.
Una fuente cubierta de lama y basura, pero que es la zona de aseo de las aves y de habitantes calle y el suministro para hacer los tintos. Simón Bolívar, desconocido, sin placa y lleno de rila, observa cada detalle del parque. Único testigo fiel del microtráfico de la plaza que es escondido en las cajas eléctricas del parque. Todos los dan por desprovisto o tal vez se hacen los desprovistos, incluida la policía.
Los estrechos palomares son peleados por la multitud de aves. Cocuelo, el árbol que se une a los de edad avanzada espera a más visitantes. Por ahora, cada persona en su mundo, inmersa en el universo del parque y escondida en una ciudad llamada Medellín.

Malibú, el barrio que se construyó en medio de palmeras y aviones


Malibú, el barrio que se construyó en medio de palmeras y aviones


  • Habitantes de Belén Malibú disfrutan del parque de este lugar para conversar y pasear a sus mascotas. FOTORÓBINSON SÁENZ
Habitantes de Belén Malibú disfrutan del parque de este lugar para conversar y pasear a sus mascotas.
 FOTO: RÓBINSON SÁENZ




Tomado de: http://www.elcolombiano.com/antioquia/historia-de-belen-malibu-BF9205322



POR DANIEL QUINTERO MESA | PUBLICADO EL 23 DE AGOSTO DE 2018

Infografía

EN DEFINITIVA
El nombre del barrio Belén Malibú proviene del tipo de palmeras que se encuentran en este lugar. Pese a que el sector se ha vuelto muy comercial aún se pueden ver casas antiguas.



Un grupo de cinco jóvenes conversan y se ríen en una de las esquinas del
parque de Belén Malibú. Las amplias calles de este barrio permanecen vacías
 y pareciera que las antiguas casas que hacen parte de este lugar prestaran
atención a cada una de las palabras que salen de estos muchachos.
En los jardines se elevan altos árboles y palmeras del tipo Malibú, que son las
 que le dan el nombre a este barrio de la ciudad, de casas grandes y muy
antiguas, pintadas de color marrón y tonos pastel, que contrastan con sus
tejas color ladrillo.

El paso constante de los aviones retumba en los cielos 
azules de este punto de la ciudad, Malibú es un 
corredor del aeropuerto Olaya Herrera, la vibración 
de estos aparatos sacude las copas de los árboles 
y hace que estos se balanceen de un lado a otro.
A la par de ese vaivén llegaron los primeros pobladores, entre las décadas
de 1950 y 1970, situación que aprovecharon ingeniosos constructores de
la época, quienes ofertaban las primeras casas de una manera muy singular:
 “Señores, les decían, en esta zona de la ciudad hay tres barrios donde usted
 puede vivir, escojan entre Laureles, que es para ricos, y Belén Rosales y
 Malibú para los intelectuales”.
Muchos, como era de esperar elegían la segunda y tercera opción y más
 aún porque eran hombres y mujeres que trabajaban en la Universidad
 Pontificia Bolivariana, además venían en búsqueda de zonas tranquilas
 que aún conservaran la ruralidad.
Inés Jaramillo, una de las habitantes con más tiempo en este sector recuerda
 con nostalgia aquellos días en los que no había edificios, “las casas no
 eran muy lujosas, eran grandes y habitadas por un gran número de personas,
además la gente siempre ha sido muy amable y con la construcción de la
iglesia de Jesús de la Buena Esperanza nuevos vecinos y pobladores llegaron
a este sector”.
Floreció en inundaciones
Durante los años 50, el lugar se inundaba constantemente por el desbordamiento
 de la quebrada La Picacha, a pesar de esto el barrio ubicado en el sector de
 Otrabanda, como era conocido el occidente de la ciudad, fue creciendo y
 teniendo otros referentes como lo fueron el barrio Rosales y Laureles.
Johny Quintero contó que el desarrollo surgió en medio de los barrios Belén
 Rosales y San Joaquín, el primero recibe ese nombre por los cultivos de flores
 que había a mediados del siglo XX en ese lugar y el segundo por los árboles
 San Joaquín que crecían en esta parte de la ciudad.
La construcción de la calle 30, la carrera 70 y la avenida Bolivariana, entre los
años 1960 y 1970, le dieron forma al sector. Lentamente fueron apareciendo
los negocios comerciales y los habitantes encontraron nuevas maneras de
ganarse la vida.
Las personas del Malibú parecen haber envejecido a la par del sector, casi
 no se ven niños jugando en las aceras y en las calles. Sin embargo, los jóvenes
 que aún comparten en el parque dicen lo contrario, “como puede darse cuenta
aún hay muchachos en las calles de Malibú, somos una generación que ha
heredado de nuestros padres y abuelos las antiguas casonas que fueron
construidas hace más de 40 años”.
Al tiempo, uno de los vigilantes del barrio hace ronda por el lugar. Su nombre
es Rodolfo Chaverra y dijo que “la comunidad es muy unida y respetuosa, nos
tienen mucha confianza, porque algunas familias viajan frecuentemente y nos
dejan las llaves para que nosotros le demos vuelta la casa y entremos a regar
los jardines”.
Los jóvenes finalmente se fueron, uno dijo que debía ir a trabajar, el otro a
visitar a un pariente que estaba enfermo y aquel que se lamentaba por la
discusión con su novia, dijo que nuevamente la buscaría y así uno a uno
se marchó surcando los rincones y cuadras de este barrio que se resiste ante
 el olvido y que lucha como muchos otros de Medellín contra los problemas
 de seguridad, ruido y movilidad.

CONTEXTO DE LA NOTICIA

Diego Orozco, presidente de la Junta Acción Comunal de Belén Rosales aseguró que el barrio
al igual que otros de Medellín enfrenta problemas de seguridad. “Son muchas las dificultades
que tenemos, una de ellas son los robos. Se ha vuelto común que en algunas partes los ladrones
 asaltan a mujeres y a los ancianos. Requerimos mayor presencia de las autoridades, el hecho
 de que el cuadrante sea demasiado grande porque va desde el parque de Belén hasta el cerro
Nutibara dificulta la labor de la Policía, además no contamos con una sede para las reuniones
de la acción comunal. En el momento realizamos todas nuestras labores desde el telecentro
de Belén”.







Daniel Quintero Mesa

Periodista en formación de la Universidad Luis amigó. Me gusta leer, escuchar y redescubrir lugares que el tiempo y las personas han olvidado.

Lo bueno y lo malo de vivir en Belén Granada


Lo bueno y lo malo de vivir en Belén Granada




LO BUENO Y LO MALO DE VIVIR EN BELÉN GRANADA

Por Jessica Serna
jessicas@gente.com.co
http://gente.com.co/lo-bueno-y-lo-malo-de-vivir-en-belen-granada-medellin/
Retomamos los recorridos por los barrios de la comuna 16 (Belén) 
de Medellín, con una visita a Granada. Los vecinos hablan de lo 
bueno y lo malo del sector.

Si hay un barrio de la comuna 16 en el que se evidencie más drásticamente el encuentro de la zona residencial con la industrialy comercial, ese es Belén Granada.
Siga leyendo: Recorrido por La Mota
Basta una caminata por el sector para darse cuenta de que detrás del ruido y la congestión vehicular, que han sido consecuencia inevitable de la llegada de empresas, también están las tiendas típicas, las casas de fachada antigua que se resisten al cambio y los vecinos conversadores y orgullosos de vivir en un sector tradicional y central.



La gente amable de las tiendas tradicionales

Fotos: Camilo Suárez

Fotos: Camilo Suárez

Las tiendas de Granada tienen su encanto, sobre todo por las personas que encontramos en ellas. En la esquina de la carrera 73 con calle 28 encontramos El Yucal, que con casi 80 años de existencia es una de las tiendas más antiguas de Belén. Don Alfonso Naranjo, el dueño, conoció el local cuando tenía apenas 4 años, porque vivía en el segundo piso y bajaba de vez en cuando a robar buñuelos por la ventana. Pasaron los años y después de haber trabajado en empresas, don Alfonso compró esa donde hoy vende unos chorizos famosos. También está la tienda El Mono, Serafín Arboleda, quien asegura que lo mejor del barrio es que es muy sano. Y sobre la calle 30 con la 75, está la reconocida buñuelería La Especial, donde a don José Alberto Granados le hacen fila clientes de toda la ciudad. 

El San Juan Bosco, un referente que permanece

El colegio de las Hermanas Salesianas se estableció hace 82 años en el lote ubicado en la calle 28 con carrera 73, que fue donado por los Posada Posada. La rectora de la institución, Sor Gloria Elena Echeverry, cuenta que el propósito encomendado por la familia era el mismo que hoy mantienen en su visión y misión: “Formar buenas cristianas y honestas ciudadanas”. Este es uno de los referentes que han permanecido en el tiempo, pero lo que sí ha cambiado es el número de alumnas, que “hace 22 años eran 820 y hoy son 510”. La rectora dice que lo mejor del barrio son los vecinos, que se acercan con cariño a la institución, y hace un llamado al control porque en los alrededores del colegio se ven problemas por los desechos de mascotas en andenes y zona verde, consumo de droga y mal parqueo.

El mal parqueo, un problema que crece con los años

Muy lejanos parecen los días en que los niños del barrio Granada salían a jugar a la calle y se conocían entre todos. Muchas casonas del barrio ya se vendieron para dar convertirse en fábricas, empresas y talleres, y otras, para la construcción de edificios. Isaí Avendaño creció allí y en vez de problemática prefiere referirse a los cambios que ha habido como realidades. Por ejemplo, acepta que ahora es más difícil pasar por algunos lugares debido al estacionamiento. “La lógica dice que entre más gente haya en un lugar, más unidos deberíamos estar, ahora somos más, pero hay más desconfianza”, dice el teólogo que es pastor en una iglesia del barrio.El espacio ha sido crucial para la llegada de industrias y comercio, no solo por la amplitud de las calles, sino porque esas casas grandes, donde antes vivía una sola familia, se prestan para esas actividades.
Pero no solo sucede con las casas viejas, también pasa sobre las vías principales, como en la carrera 70, donde hay una urbanización con 30 establecimientos, entre tiendas, locales de comidas y bares. Pese a que prestan un servicio útil, algunos habitantes del sector han mostrado su inquietud por el ruido y los olores que se producen en algunos de los negocios.

El parque de la canalización ya no es para los niños

Tener de vecina una quebrada debería ser un lujo, por la biodiversidad que atrae o por su valor natural, pero la canalización de la quebrada Altavista se ha vuelto un foco de problemáticas. Alfonso Londoño, habitante del sector, dice que el consumo y expendio de drogas se han adueñado del parque para niños —que además está despintado y oxidado— que se encuentra en la calle 27 con carrera 74. En ese lugar, donde hay un puente que comunica con San Bernardo, es común también la mala disposición de basuras, en ocasiones, por parte de recicladores que usan el espacio para separar residuos. Don Alfonso critica los problemas de movilidad que se presentan, por ejemplo, en la carrera 75, por donde pasa el alimentador de metroplús y se encuentra con carros parqueados a ambos lados.
Por otro lado, Patricia Restrepo, otra vecina nacida y criada en Granada, dice que la ubicación sigue siendo el gran atractivo del barrio. Al estar cercano al parque de Belén y a vías principales, no hay que ir muy lejos para comprar cualquier cosa. No obstante, esa misma razón ha traído ocasionalmente problemas de seguridad por hurtos.

El arte y la cultura que no abandonan el barrio

Sus razones habrá tenido el maestro Rodrigo Arenas Betancur para decidir que su taller estuviera ubicado en el barrio Granada. Cuentan los vecinos que en la casa de puerta y ventanas cafés, ubicada en la calle 29 con carrera 72, podían ver al maestro trabajando en sus obras y después a sus hermanas, Elvia y Margarita, que llegaron a vivir al lugar.
En la misma calle, pero una cuadra más arriba, en la carrera 73, se mantiene esa vocación artística y cultural con una casa de paredes verdes y blancas donde hasta el año pasado funcionó el colectivo artístico Por Estos Días. Ese grupo de jóvenes unido por la creatividad ganó reconocimiento entre el público juvenil y adulto del barrio, organizando noches de karaoke, exposiciones de arte, talleres y proyección de películas. Hoy la casa sigue siendo un espacio destinado a la creación, pero ahora bajo el nombre Un Nuevo Error. Allí tienen sus talleres diferentes artistas que también ofrecen programación al público.