Crónicas de caminantes y caminos
Las trochas, andurriales,
atajos, sendas, senderos, vías, desvíos, camellones, callejones, callizos, ramales,
ramificaciones, rutas, rumbos, rondas, cursos, veredas o bifurcaciones; marcan y
enseñan la historia de todos los espacios, vericuetos y rincones de un
territorio. Son el primer paso en la libertad del caminante. Caminos de servidumbre,
de herradura, de piedra, de ronda, de sirga, serranos, vecinales, carreteables,
trillados o reales; hoy los evocamos, repasamos y recorremos; en la temporalidad de Aburrá de los Yamesíes,
Sitio de Guayabal, San Antonio de Aburrá, Otrabanda y Belén.
Los Caminos y sus Vidas
El primer
sendero que conoció San Antonio de Aburrá lo denominaron Camino de San Lorenzo.
Por este se dirigían al pueblo y resguardo del mismo nombre, que en marzo de
1616, había fundado el visitador don Francisco Herrera y Campuzano. Probablemente, portó este bautizo,
hasta 1646, cuando el poblado es trasladado al ángulo formado por la quebrada
de Aná y el río de los Aburráes y le donan el nombre de Nuestra Señora de la
Candelaria de Aná.
En la
confluencia de las quebradas Guayabala y Altavista con el río Aburrá se formaba
una enorme playa, un playón, y debido al estrecho cauce del agua; este era el paso obligado. Fue
conocido como la Puerta del Guayabal. La canoa y la balsa eran el enlace primitivo
entre las dos bandas del Valle. Después los puentes colgantes, de lianas,
bejucos y de tablas afirmadas con sogas, se utilizarían, sobretodo, entre estas
riberas y a lo largo del afluente.
Cerro Marcela
de la Parra
Muy cerca de la
riba y de la base “de un cerrillo redondo que está en medio del valle” como
describía el gobernador de Popayán, don Pedro Fernández del Busto, en 1575, al
Cerro Nutibara (en el pedimento de tierras que reclamaba don Gaspar de Rodas
sobre el Valle de Aburrá y que le fueron concedidas) estaba situada, a partir
de 1665, la propiedad de doña Marcela de la Parra. Al declive se llegaba por el
desvío, una ramificación de la ruta
principal, mejor llamado Camino del Sitio. En su inicio llano, desde su trazado
in illo tempore, es el mismo que hoy en su existencia deleita como la calle 30a
o calle Céspedes.
Doña Marcela,
era hija de don Juan de la Parra y doña Leonor Márquez. Desde los 21 años tuvo
relaciones con influyente Alonso Velásquez de Obando-Mera y luego legalizó su
unión en 1647. En julio 27 de 1665 murió don Alonso. “la Cacica” como era
apodada, defendiendo para los suyos la herencia y heredad, sostuvo un largo y reñido
pleito con los acreedores de su esposo. Además con dos hijos naturales y
reconocidos, que éste engendró con doña Magdalena Gómez, llamados Francisco y
Margarita. A partir de la última fecha en mención, nuestro cerro símbolo, no
sólo de Belén sino de Medellín y Antioquia pasó a llamarse Cerro de Marcela de la Parra…
El Camino del Cardal
El Camino de
San Lorenzo terminaba su andar en medio de las gigantescas palmas de la
solariega hacienda, de la Familia Toro y Zapata, los iniciales dueños del latifundio.
Expandida entre la Altavista y la Picacha y blindada por los cauces naturales y cárcavas de estas.
Cambiando de
siglos y estructuras arquitectónicas, en los años setentas, el Banco Central
Hipotecario urbaniza en aquel lugar, el barrio La Palma, con generosos espacios
internos y externos para sus compradores, quizás queriendo emular la amplitud
de sus antiguos dueños y recordando con el nuevo nombre, la gran familia de las palmáceas que siempre
adornaron a Otrabanda, que estuvo perpetuamente acompañada de cascos de vaca, pinos,
arrayanes, guayacanes, chaparrales, eucaliptos, guamos y más.
Heredero de la
primera vía nació el Camino Real de San Antonio. Era una de las primeras salidas
al sur del Valle de Aburrá desde Belén. Se conectaba por medio del Camino del
Cardal a la Valeria (Caldas) justamente como al Camino Serrano de la Clarita y luego
esencialmente cañón del río Cauca; desde donde llegaban las grandes manadas de
ganado. Con el tiempo este ramal, lleno de zanjones, se convertiría en las carreras
79 y 80 en salida hacia la posteriormente designada Autopista Sur.
Las Trazas de Cubiletes
Como Cubiletes
se conoció una de las rutas más frecuentadas. Empezaba su agitado y alegre
recorrido en los cañaduzales y el trapiche de don Juan Medina, a orillas de la
Altavista (Sucre), se internaba en los terrenos paneleros y galpones de los
señores Salvador Velásquez y Joaquín Palacio (la Gloria), cruzaba las tierras
de doña Beatriz Saldarriaga de Gallón (la Nubia), se encantaba con los frutales
de don Eliseo Medina (San Carlos), respiraba
en la propiedad de la Familia Arango (las Margaritas), miraba de reojo la finca
de don Pablo Bernal (la Loma), pasaba envolatado por la antigua granja de la
Mota de Leonardo Moreno, saltaba por el Rincón las quebradas el Cangrejito y la
Pavón y se ensimismaba tocando las parcelas de Santiago Cano (el Saladito),
Estrella y Marcos Saldarriaga (Balcones de la Serranía-Ciudadela del Valle),
Pedro Gutiérrez Cruz (Naranjal), Delio Gutiérrez (San Francisco-barrio Bolsa),
Joaquín Restrepo (el Ñeque) y Víctor Estrada (barrios de Jesús). Subía el
Altico y cuando divisaba desde el desfiladero, el torrente de la Guayabala en
la Hondonada, se despedía del Camino al Manzanillo. Seguía de frente por el
frondoso y arbolado sendero que distinguían los dominios de Carlos Correa (Club
el Rodeo), el campo ganadero de Santiago Díaz (Campos de Paz), para terminar en
el cortijo de José Vicente Villa recordado como la Santa Cruz (Betania) y su
explanada de Careperro. Este deambulado, aventurero y nómada Camino, como las
diferentes rutas, rumbos y destinos, fueron el patrimonio donde germinaron sonrientes
y victoriosas las nuevas eclosiones barriales de Belén.
El Bosque de los Perdidos
El Camino del
Manzanillo partía desde el antiguo Bosque de los Perdidos (Este frondoso oasis
compartía las cuitas y secretos de muchos amantes que, incesantemente, lo
visitaban hasta que llegaron las urbanizaciones) en la salida desde el Rincón al
caserío Capilla del Rosario (hoy barrio). Era de suelo empedrado hasta la
entrada de la Ermita de la Virgen de la Piedra (1857). Desde ese punto se
convertía en una trocha incómoda y pantanosa durante el invierno. Jinetes y
cabalgaduras así como sus caminantes añoraban los refrescantes soles del
verano. Los arrieros, con sus recuas de mulas, que pestañeaban por el atajo hacia
San Antonio de Prado y sus veredas camineras, jamás olvidaban en el Pico del
Manzanillo, sus ofrendas, rezos y espermas; a la imagen de la Virgen del
Rosario (1920) que velaba sus rumbos y Soberana extendía su protección.
Cuando se
conforma como vereda un espacio del ulteriormente llamado San José de
Manzanillo; sus habitantes unidos a demás sectores regionales, cada 11 de marzo,
iniciaban la novena y las fiestas patronales. Las verbenas, los bailes populares,
la pólvora y la marranada llenaban de alegría, gozo y regocijo a sus moradores
e invitados. Lo más esperado era la anhelada carrera de caballos. Esta prueba
de galope la realizaban, por la citada senda, hasta donde se encontraba el tramo principal
del nuevo asentamiento.
La gran mayoría
de los habitantes de la vereda trabajaban en los extensos suelos lecheros, del
emplazamiento, que empezaron a surtir a Medellín del preciado líquido lactoso y
sus derivados; a partir de los años treintas del pasado siglo. La familia
Agudelo y los hermanos Enrique y Gustavo González; eran los propietarios de la
Ceiba y la Higuera. Cuando Enrique es nombrado director de la Cárcel Distrital
de la Ladera, en la época de la violencia, le es concedido el permiso para que,
con el trabajo forzado de los reclusos, construya una nueva arteria hacia el
Cerro del Manzanillo.
La Cascada de Altavista
Desde el añejo
villorrio de Sucre (hoy llamado barrio Altavista parte baja) despertaba con
aroma de pan, pandequeso y buñuelo, (sus habitantes eran expertos horneros) el
llamado Camino del Encanto. En su ascenso, al pasar por “Cantarranas”, el
hálito de tabaco fresco aletargaba al transeúnte. Los sombreros de caña y
canastos lo esperaban franqueando Buenavista. El barro rojo, el mismo que
utilizaban en todas las alfareras, tejares y ladrilleras, que se encontraban
amañadas sobre la garganta de la quebrada Altavista, lo acompañaban para llegar
al barriecito-cantina del Encanto. Allí al tope de la loma, se regocijaba con la
cuarteada montaña del Barcino y todos sus vergeles. (Por allí afloraba la ronda
que llevaba al nacimiento de la Quebrada donde sus aguas impolutas, danzarinas
y amistosas; conformaban una cascada, una gentil catarata, oasis predilecto de
paseos escolares y demás). Seguía en su asombro el rumbo de la vereda. Igual se
encontraba con ese tesoro de filigrana, respetado como el Camino de Piedra (que
aun disfrutamos como patrimonio) que milimétricamente construyeron nuestros
antepasados indígenas. Por esta vaguada se llegaba al suroeste y concretamente
a San Rafael de Heliconia. (Bueno es recordar que fue el primer poblado de
Antioquia que pisaron los españoles. Lo llamaron Murgia, por sus maravillosas,
gloriosas y explotadas salinas, y después Guaca debido a la enorme cantidad de
tesoros enterrados por sus nativos Arvíes, Guacos y Titiribíes; encontrados por
los conquistadores hispanos).
Las Ánimas y Susanita
En Patuca,
desde el atrio de la iglesia sentido norte, se extendía el Camino de las Ánimas
que conducía al cementerio y al barrio Cárdenas. Así fue llamado desde la
compañía permanente que recibía Susanita Gómez por las Almas Benditas del
Purgatorio. Se recuerda que su casa habitación jamás fue saqueada y se daba el
lujo de no echarle llave a ninguna cerradura. Siempre el segundo día de
noviembre desde las seis de la tarde y durante doce horas en su domicilio se
rezaban los Padrenuestros y Avemarías por el eterno descanso de los fieles
difuntos. Durante mucho tiempo la vieron acompañada de personas amables, pero
extrañas a todos, que la rodeaban, cuando en altas horas de la noche salía en
busca de su hermano Quico, quien se quedaba dormido en cualquier cantina de
Patuca. Cuando dejó de existir Susanita, lo llamaron de Pilar Londoño, por
algunas propiedades que esta señora había adquirido en el sector.
El barrio Cárdenas
(Miravalle) se convirtió en un exquisito punto donde las familias Morales,
Uribes y Ramírez, elaboraban con delicadeza y refinamiento, bizcochos para
matrimonio, tortas negras envinadas, marialuisas, encarcelados de tres sabores,
pasteles de arequipe y guayaba, merengues, merengones y surtidos pasabocas.
El Camino de Aguas Frías
El Camino de la
Chúcura o de Santa Rita era el mismo, de piedra tajada, que utilizaban los vecinos,
caporales, arrieros, y peones; quienes entraban y salían traspasando los
potreros de Macario Pérez, como bordeando los cañaduzales de Pacho Acevedo y la
cristalina Picacha. Al filo del tiempo lo designarían Camino de Aguas Frías. En
el cenit del monte, donde se despedían o saludaban a Medellín, los esperaban
los anisados del Burro Molina, con los mejores pasantes, como la leche recién
ordeñada en totumas, o la empella de marrano tostada. En aquel estadero
misceláneo encontraban lo que necesitaban. Pólvora y balines para las escopetas
de cacería, anzuelos y plomadas para la pesca, arreos, carrieles, ponchos, ruanas,
zurriagos y sombreros. Arepas de maíz pelao, panela negra y la gruesa de tabaco
sin anillo. Para el aseo personal no podía faltar el jabón de tierra en chuspas
de guasca. También algún caballito trochador y los táparos o zopencos. Si a sus
concurrentes los agarraba la noche, tirando
dados o jugando baraja, sacaba las famosas esteras y de algún lado aparecía la
buena compañía femenina. Molina, el amigo de todo el mundo, no sólo les fiaba,
asimismo les prestaba plata (que algunos le pagaban con Padrenuestros) les
servía de padrino, era como un hermano, además de ser su cómplice y compañero
del alma.
La Bocatoma de Belén
El Callejón de
don Pepe, fue uno de los más importantes y transitados que conoció Belén.
Llamado con el apodo cariñoso que distinguían a José María Velásquez y llegaba
a cercanías de Patuca. (José María y su hermano Ángel eran los poseedores de la
superficie donde se estiraba el barrio Cárdenas-Miravalle). Empezaba en la “Curva”,
en los terrenos alpinos del trapiche de Juan Antonio Ortega Velásquez
(Universidad de Medellín) donde la Picacha hacía alarde de su poder. Los funcionarios,
unidos a vecinos prácticos y presurosos, aprovecharon su furia encañonándola y conformando
con ella la principal bocatoma de agua que surtía la comarca.
El Camino de Calle
Abajo o San Andrés, se alargaba desde la plaza de Patuca y se internaba
cruzando el puente colonial del apóstol mártir, sobre la Altavista, y por la
calle Alvarez del Pino (así llamada constatando el apellido de una de las
primeras familias españolas que poblaron el latifundio) hoy 27. Un ramal se
desprendía buscando el oriente, internándose por la tierras de los Cuartas,
Pérez y Medinas (San Bernardo y Granada), casi naufragando en los terrenos
pantanosos y cenagosos (donde después se levantaría el Campo de Aviación de las
Playas) encontraba su abrazo final con la carretera a Caldas. El otro callizo
continuaba hacia el sur y fue la cuota inicial de conocidísima carrera Bolívar,
mejor llamada ahora carrera 76.
El Camino de Nutibara
…Los
descendientes de doña Marcela vendieron el cerro a la Familia Cadavid y éstos lo
llamaron el Morro de los Cadavides. En la década de 1920, la Sociedad del
Matadero Público y Feria de Medellín adquiere el morro y sobre su base sur, calle
30ª, construye las instalaciones para el sacrificio de ganado vacuno y porcino.
En 1927, por iniciativa del concejal
Joaquín Cano, el municipio de Medellín compra a la Sociedad del Matadero, por $
50.000, sin incluir sus instalaciones, esta maravillosa elevación de 31
hectáreas de extensión, venerable retoño de nuestra Cordillera Central de los
Andes. El sacrificio de ganado continuaría hasta 1955 cuando se da a conocer la
nueva adquisición de la Plaza de Ferias en el barrio Belalcázar.
Para 1929 la
Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín, SPM, le propone al Honorable Concejo
Municipal, hacer el cambio de nombre al cerro, para hacerlo “menos privado y
más público” y que a la vez se identificara con la región. Se aprobó el Acuerdo
y los miembros de la Junta de la SMP fueron encargados para tal efecto. Se
presentaron como candidatos los nombres de Cerro de los Aburráes, Cerro de los
Alcázares, Cerro de Ayacucho, Cerro del Bárbula y Cerro Nutibara. Con la
escogencia de Nutibara se efectúo el mejor homenaje “al más rico y poderoso
Cacique, heroico defensor de los suyos y de sus territorios, cuyos dominios se
extendían por casi todo el occidente, desde la Serranía de Abibe hasta el río
Cauca”.
Para 1939 con
la aprobación del plano Nutibara Futuro se daba vía libre a la construcción de
un camino carreteable externo y la creación de un parque recreativo, kioscos,
siembra de árboles, senderos peatonales, además de un mirador, un parqueadero y
un restaurante en su cima. El primer tanque de agua para surtir de agua al
cerro se inició en 1940.
Los Amigos del Puma
En 1955, el
maestro José Horacio Betancur, realizó la escultura del Cacique Nutibara y su
compañera la Cacica Nutabe y de un puma, a sus pies como símbolo de poder y
arrojo. Magnífica obra que perpetúa su leyenda a través de los siglos y de las
montañas divisadas en su horizonte desde su majestuoso escarpe. Ese mismo año
la Empresa Antioqueña de Energía,
iluminó su entrada principal, por la calle Céspedes.
En 1969 la
Fábrica de Licores de Antioquia realizó una bellísima exposición de flores a la
que llamo “Pueblito en Flor”, cuya escenografía se basó en la construcción de
una réplica de un pueblo antioqueño, con su iglesia, plaza, calles y demás. La
idea de un pueblo típico en la planicie del cerro empezó a germinar y a
caminar.
Pueblito Paisa
En 1975, con
motivo del Tricentenario de Medellín, el dinámico y visionario líder, Pedro
Javier Soto Sierrra, por entonces Gerente General del Instituto de Crédito
Territorial, fue el alma y nervio del proyecto, trasmitiendo sus ideas e
inquietudes al arquitecto Julián Sierra Mejía, quien en adelante se apropiaría
del estudio del mismo y lo llevaría a cabo con sus planos y diseños. En abril
de 1976 iniciaron el anhelado sueño.
Finalmente, en
marzo 3 de 1978, el Alcalde de Medellín para la época, doctor Guillermo Hincapié
Orozco y la señora Mariluz Nichols Vallejo, Directora de Fomento y Turismo,
entregaron a Belén, al Valle de Aburrá y Colombia en especial; uno de los más
preciados bienes del territorio antioqueño, el anhelado, aclamado y visitado
Pueblito Paisa.
Hugo Bustillo
Naranjo.
Montreal,
Canadá.
Septiembre de
2005.
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