Columna sobre las muchachas de Belén
Belén puso primera dama
A raíz de la muerte del presidente Belisario Betancur (cuya hermana, doña Inés vivía en el barrio Granada, al frente del Colegio San Juan Bosco y las eventuales visitas de Bélico eran toda una novedad que sacudía l rutina del barrio),traemos a cuento la nota que el periodista Óscar Domínguez (ahora jubilado pero no inactivo, vecino de La Mota) publicó hace más de 20 años en el periódico El Colombiano
Las muchachas de Belén se dieron el lujo haberle dado
al país primera dama nacida en una casona que quedaba frente a la vieja
heladería Morival en la carrera 76 con
calle 32.
Se llamaba Rosa Elena Álvarez Yepes y fue la esposa
del fallecido presidente Belisario Betancur el encantador de serpientes que la
enamoró cuando ella volvía hilachas corazones en todo Medellín.
A doña Rosa Elena no la amilanó el hecho de que su
amagaseño Romeo viviera “pailo”, pelao, con pocas mudas de ropa, y se ganara la
vida y el sueño como mecánico, engrasando la prensa del periódico La Defensa,
del cual con el tiempo, y por la pica, sería su jefe de redacción.
A la hora del reparto estético, Belisario tampoco era
una Adonis pero como Dios aprieta pero no ahorca, le dio una lengua de padre y
señor mío.
Poeta de versos propios y ajenos, BB le recitaba a su
frágil belenita con su voz que tenía un “no es sí es” arzobispal, metáforas de
este tenor: “Estando los dos estamos todos”. O: “Cuando estamos juntos te
recuerdo”.
Años antes había hecho versos de sospechosa factura en
el seminario de Yarumal. Por uno de ellos fue expulsado, según contó – y
recitó- una noche el Nobel García Márquez durante una velada para celebrarle
los setenta a Bélico. Su padre le puso el mismo nombre de un hermano fallecido: “Murió de nombre. Fue una
feliz forma de eutanasia”, comentaría.
Leamos el verso de precaria factura que provocó la
expulsión del claustro: "Señor, te rogamos sin fin, que caigan rayos de
mierda, al profesor de latín".
Con la complicidad de un suegro visionario y
acomodado, don Pedro Luis Álvarez Cano, y
de una suegra hecha en Yarumal, doña Evelia Yepes, Betancur hizo el
tránsito de novio impetuoso a marido. La pareja se fue a vivir a las lomas de
Buenos Aires.
En par patadas estaba encarretado con la dialéctica
del cambio de pañales. De la unión hubo
dos mujeres y un varón que fue activista del MOIR, un movimiento antípoda del
conservador de su taita.
Cada ocho días, con puntualidad de reloj atómico los
cuñados le llevaban el mercado que a
manera de tardía dote les enviaba don Pedro Luis.
El suegro vio lo que venía en ese híbrido de mecánico
sin vocación, seminarista frustrado, poeta huérfano de musas, periodista,
abogado ducho en incisos y estadista conservador azul de Prusia, que se
alimentaba también de la teológica prosa de Theilard de Chardin a quien solía
citar desde las alturas del poder.
En Buenos Aires, BB se enroló en la cuerda del
profesor y periodista Antonio Panesso Robledo, Pangloss, quien vivía en el
mejor de los mundos posibles.
El Voltaire de Sonsón, quien fue director de El
Correo, diario liberal, le pagó algunos arriendos en esas épocas de vacas
flacas. También lo convenció de que Medellín le quedaba chiquito a su talento y
lo hizo emigrar a Bogotá. Pangloss arrancaría después.
En la nevera BB se movió como pez en el agua. El final
de sus días lo sorprendió convertido en el mejor entre los “muebles viejos”. La
expresión fue patentada por el expresidente López Michelsen para referirse a
quienes después de ocupar la presidencia siguen estorbando desde la viudez del
poder.
Muchachas
de Belén
Las muchachas de Belén que no fueron primeras damas se
quedaron disfrutando su barrio hasta que les llegó el momento de merecer.
Muchas emigraron a distintos atardeceres dentro y fuera del país. Tenían con
qué impactar en cualquier punto de la rosa de los vientos.
Los domingos había ruidosa asistencia femenina a la
misa de doce oficiada por el párroco Duque o por el coadjutor Betancur, de
nariz quevediana, pluscuamperfecta.
A la salida de misa, las bellas se encontraban con sus
tenorios en el kiosco del parque que administraba el locuaz Mario Vaca.
En ese kiosko, ombligo de Belén, los contertulios
dedicaban el tiempo al amor, al fútbol y al ciclismo.
El ciclista Conrado Tito Gallo convirtió el lugar en
escenario para que sus fans lo idolatraran. El día que se accidentó bajando del
Alto de Minas, después de haber dejado atrás el viento, el kiosco de Belén se
convirtió en una sola lágrima.
Agotados los rituales de la misa, los encuentros en el
kiosco con agarraditas de la mano por debajo de la mesa, venía el almuerzo en
sus casas. Las parejas quedaban listas para ir a cine doble en el teatro
Mariscal.
Claro, con candelabro a bordo, o sea, una tercera
persona de confianza, generalmente el hermanito menor o una tía quedada, para
que frenara los ímpetus de los enamorados una vez se apagaba la luz.
Pasaban películas mexicanas con María Félix, Ceja de
Lujo, la Tongolele, Tintán y Marcelo, Clavillazo (el de “nunca me hagan eso”),
Cantinflas, Joaquín Cordero, Ana Berta Lepe, Pedro Infante, Miguel Aceves
Mejía, el del copete blanco, Jorge Negrete. O Miroslava, la bella que se
suicidó de amor por culpa del torero Luis Miguel Dominguín.
Cuando a las pipiolas no las dejaban salir los hombres
de graduaban de varones tomando trago, fumando y escupiendo en el suelo, en los
Cafés Central, Pilsen o Chipre, de propiedad de la familia de la actriz María
Eugenia Dávila.
El atleta vallecaucano Pedro Grajales entrenaba para
los 200 y 400 metros planos bailando rock al ritmo de Bill Halley y sus
cometas. Que no falten las canciones de Elvis Presley. Los cocacacolos
(muchachos, novios) imitaban su forma de
bailar para impresionar al hembraje.
Muchachos de Belén fueron en sus quince, el médico
Jorge Franco Vélez, Oscar Hernández Monsalve, Alvaro Tirado Mejía, Fabio Rincón
Tamayo, Farita, el hijo de doña Luciela y don Hernando, Rodrigo Álvarez,
abogado, cuñadísimo de Belisario, Rodrigo Fonnegra, Carlos Lebrún… Siempre
faltarán datos.
Hacían nube las bellas como Fabiola, María Elena,
Gloria, Elvira y Clara, las cinco hijas casaderas de doña Jael, venidas de
Carolina del Príncipe. Con ellas íbamos a Morival a gastarnos la plata que no
teníamos. Pero siempre había algo para empeñar en casa de alguno de nosotros...
Como eran asediadas a morir se decidían por el noviecito que mejor bailara la
música de Lucho Bermúdez o de Pacho Galán.
En fin, muchachas que quitaban el sueño las hubo
siempre. Para muestra doña Rosa Elena, la esposa de Belisario.
Excelente! muchas gracias por compartir
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