miércoles, 2 de julio de 2014

APUNTES DE MI BARRIO Enrique Posada

El Ingeniero Enrique Posada Restrepo es un reconocido profesional y docente universitario que se ha destacado como empresario, ecologista y autor. Conferencista de trayectoria internacional, es también coautor del libro Algunas cosas nuestras. Aquí recogemos algunos de sus aportes referentes al barrio.



El barrio y el valor de la amistad
El barrio puede ser ese lugar mágico donde los niños aprenden los primeros pasos del caminar de la amistad, con sus amigos en la cuadra, en la esquina, en los parques, en las zonas comunes, pasando esos instantes siempre entretenidos de los primeros años. O ese lugar peligroso, donde los niños están sujetos al miedo y a la inseguridad, al mal ejemplo, al ataque de carros rápidos, conducidos por personas acosadas e indiferentes que los pueden atropellar o atemorizar sin aviso.
El barrio puede ser ese lugar vibrante donde los jóvenes pueden soñar con un mundo mejor, conversando con sus amigos en cualquier esquina o cualquier casa, en interminables coloquios y alegatos juveniles, con energía invencible para la cual todo es posible. O ese lugar oscuro donde se aprenden vicios y se desgastan los sueños con la ociosidad y la negatividad.
El barrio puede ser ese lugar familiar y cercano donde las personas pueden sentir y crear esas fuerzas amorosas y atrevidas que las hacen temblar emocionadas y que las llevan a formar hogares, a unirse en familias, a concebir y a criar hijos, a convivir armoniosamente. O ese lugar donde simplemente se duerme y se soporta impaciente y resignadamente a los demás, en medio de la indiferencia por el otro, en espera de que llegue el turno de la separación familiar, del divorcio y de la repartición de los bienes y de los hijos.
El barrio puede ser ese lugar confiado y tranquilo, donde se viven la edad adulta, la madurez y la vejez, en medio de conversaciones, proyectos comunes, visitas, celebraciones, encuentros, admiración por el otros y acompañamiento solidario en sus necesidades. O ese lugar que se deteriora, que se quiere abandonar, mientras la soledad, la indiferencia colectiva, la agitación, el ruido, la basura y el desorden se apoderan de todo y se vuelven lugares comunes, preparando el terreno para la destrucción de los espacios.
¿Cuál es nuestro ideal de barrio y cómo se construye, quién tiene la misión de hacer de nuestro sitio de vivienda un lugar en el cual valga la pena vivir, un lugar acogedor, culto, solidario, pacífico y desafiante para los espíritus? Pienso que buena parte de ello está en nuestras mentes, en nuestras palabras, en nuestras actividades y en el compromiso con la amistad barrial. Con nuestros vecinos, en nuestros espacios, en nuestras cercanías, podemos aproximarnos al ideal de barrio amistoso que todos merecemos.   

Los lugares sagrados del barrio
En mis viajes por diversos países y ciudades he podido contemplar que a través de los tiempos se van estableciendo puntos de interés, sitios que atraen la atención de las personas y que van adquiriendo una identidad propia, que se vuelven atractivos, que se respetan, que se cuidan, que se vuelven valiosos.
Estos sitios que llamaría sagrados, no en el sentido religioso propiamente, sino en el sentido de su importancia, de su significado especial, adquieren este valor porque se va creando una concentración de atención y de cuidado que los va distinguiendo y que eventualmente los hace únicos. Cuando adquieren este significado, se convierten en hitos, en patrimonios que se conservan, que se protegen, que se mantienen y que dan valor a las zonas de una ciudad.
¿Dónde está la importancia, quién decide que un sitio debe respetarse, conservarse, señalarse, volverse patrimonio, quién decide que algo es valioso?  Pienso que en buena parte eso está en nosotros mismos, los habitantes del barrio, cuando nos enamoramos de los sitios.
¿Posee nuestro barrio sitios sagrados? Claro que sí y puede poseer muchos sitios más en la medida en que nos apasionemos por los que somos, por lo que está a nuestro alrededor, en la medida en que seamos detallistas y observadores. Doy algunos ejemplos:
En el cruce de la avenida Bolivariana con la carrera 76 hay dos enormes árboles de caucho majestuosos, únicos, verdaderos tesoros. En 50, 100 o 200 años podrían ser un tesoro local o nacional. Pero como están en el centro de la vía, como estorban la visibilidad, como sus hojas hacen basura y sus raíces levantan las calles, me temo que eventualmente serán talados y de ellos solo quedará alguna foto, el recuerdo y quizás esta sencilla crónica. ¿Qué tal si desde ya los declaramos sagrados y se emprenden las acciones del caso para que sean protegidos, cuidados, mirando hacia el futuro?
En el barrio Granada está el colegio San Juan Bosco, con una hermosa capilla, con patios frescos y amplios, de construcción generosa y digna, lugar de paso de centenares de jóvenes del Barrio. Ojalá no termine convertido en centro comercial o vendido el terreno para construir bloques de apartamentos. Dios quiera que entre todos ayudemos a que se mantenga su oficio sagrado como centro educativo, cada vez más comunitario. 
Propongo que entre todos señalemos los lugares del barrio que deben ser declarados patrimonios, que se deben proteger: casas bellas, calles humanas e históricas, árboles dignos y vitales, parques y jardines, escuelas, iglesias y capillas, estatuas y monumentos sitios de reunión. Los podríamos distinguir y señalar, fotografiar, enaltecer, dignificar, con nuestra ayuda y compromiso. El estado debe apoyar a los propietarios y a las comunidades para que no se vean presionados por el progreso o por la necesidad o el afán de dinero a destruir nuestro patrimonio.

 

El barrio como un lugar para la práctica de la confianza en los demás


Pienso que los seres humanos hemos ido evolucionando continuamente, desde la guerra hacia la paz y hoy queremos que el aprecio y la tolerancia hacia los demás sean parte de nuestras vidas, en un mundo justo y amoroso.
Pero no lo logramos todavía. Algo que hay en nosotros se atraviesa y de alguna forma sabotea nuestras buenas intenciones. Entonces, ¿Qué ideas tenemos en la mente que arrastran nuestra acción, en forma inesperada, hacia la falta de aprecio por los demás y hacia la intolerancia?
A veces nos sentimos inseguros y con miedos y la intolerancia es una forma de ocultar nuestras debilidades. Otras veces pensamos que nuestras ideas son las únicas verdaderas y que las ideas de los demás son una amenaza. O sentimos que nuestro tiempo es muy importante y tenemos miedo de que los demás nos hagan perder el tiempo.
Pienso que son ideas de miedo las que alimentan la intolerancia. Propongo entonces llenarnos de ideas de confianza.  Declarar que el otro no es amenaza. Declarar que necesitamos del otro para completarnos y que esa es nuestra esperanza de autosuficiencia real. Declarar que las ideas de los demás valen la pena, que son admirables y verdaderas. Que la verdad es construcción colectiva de puntos de vista que se completan. Declarar que la unión es cosa buena y que en el amor y en aprecio está la solución del miedo.
Propongo que veamos nuestro barrio, lleno de gente preciosa de Belén, como el espacio ideal para la práctica de estos contactos cariñosos con el otro, que nos permitan llenarnos de ideas de confianza.

Hacia la construcción de un barrio más amable
Medellín tiene fama de ser una ciudad de gente muy agradable, que trata con apertura y cariño a los visitantes, que orienta a las personas a encontrar direcciones, que atiende muy bien en los almacenes y centros comerciales, que es alegre y sonriente. Pero es mucho lo que se puede mejorar para hacer de nuestro barrio, de Belén, un lugar todavía más amable. Idealmente podríamos llegar a ser conocidos como un lugar ejemplar, muy especial, donde lo normal es el trato cariñoso bajo todas las circunstancias.
Al vivir en el barrio en casas, en apartamentos y unidades cerradas, nos encontramos diariamente con porteros, con vecinos, con personas que traen domicilios, con vigilantes, con vendedores, taxistas y conductores. El saludo, la sonrisa, el gesto abierto, el agradecimiento por los servicios que recibimos, la acogida y la invitación para recibir visitas, para compartir y conversar, son posibilidades que tenemos y que siempre serán más interesantes que la indiferencia, la lejanía y el rechazo.
Cuando conducimos vehículos nos encontramos con otros conductores, con peatones, con ciclistas y motociclistas. El ceder la vía, el respetar los carriles, los semáforos, las señales y los pares, el dar paso preferencial en las calles residenciales a los peatones, el dar espacio a las motos, el evitar acosar, el conducir con calma, con humildad y con atención, harán que en nuestro barrio haya menos estrés, menos congestiones, menos accidentes y menos víctimas.
Muchos trabajamos en lugares o en oficios donde se atiende a la gente: comercios, bancos, tiendas, cafés, restaurantes, colegios. Siempre habrá oportunidad para dar atención exquisita al otro, para hacerlo sentir bien, para  compartir y provocar una sonrisa y un gesto amable.        

El tránsito por las calles del barrio
Las calles se constituyen en un espacio vital para nuestro barrio. Ellas son buena parte del área, arterias vitales de comunicación entre los habitantes, ocupan nuestra atención, son parte de la existencia diaria. Aprender a convivir con la calles es una tarea necesaria para todos. Necesitamos una cultura de las calles, una cultura del paso por las arterias y las avenidas, unos principios de coexistencia que hagan muy amables los tránsitos de todos nosotros por las calles de nuestro barrio.
Hay unas vías principales, como la avenida 80, la calle 30, la carrera 76, la carrera 70, la carrera 83, la calle 33. En ellas es natural que dominen los vehículos, ya que son pasos que usa toda la ciudad, con flujos enormes, repletas de negocios y sitios comerciales. Pero es importante que el peatón pueda encontrase cómodo en ellas, sin que se sienta en riesgo de muerte cuando las tiene que atravesar, cuando camina por ellas. Ello implica puentes peatonales, semáforos que permitan el paso de la gente, señalización adecuada, aceras amplias y separadores entre ellas y los vehículos, sitios para descargar y recibir pasajeros, normas y vigilancia. Cada una de estas vías debe ser designada como tal y ser objeto de diseño, de educación, de vigilancia, de cuidado especial por parte de las autoridades y de parte de todos nosotros.
Hay muchas vías, la mayoría, de bajo tránsito. En ellas, es natural que el dominio sea del peatón, ya que son las calles del barrio, las calles de las señoras, de los señores y de los niños, de la vida diaria. Todo conductor debe transitar por ellas con calma, pendiente del peatón. Deben contar con puntos de paso en los cuales, cuando haya un peatón, los vehículos deben parar de inmediato, ya que el peatón lleva la primacía. 
En nuestro barrio son cada vez más comunes las motos y debieran ser cada vez más comunes las bicicletas. Hay gente que protesta contra la presencia de tantas motos. Pero, ¿Si es razonable protestar? Los que van en moto y en bicicleta son gente buena, son nuestros hijos o amigos, gente del barrio que quiere llegar a trabajar o estudiar, que reparte productos para nosotros. Gente que merece espacios de circulación dignos, que no impliquen grandes riesgos para sus vidas, que nos los obliguen al malabarismo. Está en nuestras mentes de conductores de carros, volquetas y buses, el dar espacios, el no acosar, el aceptar con aprecio al que, como nosotros, utiliza las vías. Está en nuestras mentes de motociclistas y ciclistas, el ser prudentes y respetar las normas, evitando  complicar todavía más la compleja situación de tráfico.     

¿Museos en Belén?
Los museos son establecimientos en los cuales se aprecia la calidad de los conglomerados humanos.  En ellos se conservan y se exhiben los tesoros que la sociedad ha producido y que tienen un claro valor comunitario. Las obras de arte, los objetos históricos, los documentos valiosos, los artefactos singulares que vale la pena conservar, los hitos de la ciencia y de la tecnología, los elementos que identifican la cultura y las costumbres de las comunidades y de los pueblos, las herencias que dejan las personas cuidadosas que son conscientes de la importancia de las tradiciones e hitos que marcan el paso del tiempo.
Los museos permiten que las personas hagan viajes contemplativos por universos distintos al de la vida diaria, constituyen rompimientos de la rutina que despiertan la creatividad y las visiones, que enaltecen el alma. Facilitan el diálogo entre los protagonistas destacados de  la historia, del arte, de la ciencia, de la naturaleza y las personas que llevamos vidas más sencillas. Los Museos contribuyen a la riqueza cultural y a crear valor social.

Belén tiene madurez suficiente para contar con varios museos: Un museo de Artistas del Barrio (al lado del nuevo parque biblioteca); un Museo de Tradiciones Populares (en el sector del Rincón); un Museo de Ecología con énfasis en la riqueza natural de las montañas de Belén (en el Cerro Nutibara); Un Museo de Tradiciones Religiosas (en el parque); Un Museo de Ciencia y Tecnología (en alguna de las  universidades o colegios); un Museo de los Deportes (En la Unidad Deportiva); un Museo Aeronáutico (en el parque Juan Pablo II).    

Hacia un barrio más amigable para las personas   
Las calles del barrio tienen diversas funciones: sirven de medios de transporte para los vehículos y para las personas, son lugares públicos para caminar y visitar, para encontrarse con los demás, son lugares para la comunicación y para el comercio. Pero nuestro barrio se va convirtiendo cada vez más en una agrupación de unidades residenciales, sin mayor atractivo para el caminante, con espacios de circulación diseñados para el conductor impaciente y veloz, sin mayor intención de acoger a las personas transeúntes.   
Un barrio de calidad se construye con calles de calidad. En ellas el caminante cuenta con aceras y zonas peatonales amigables y cómodas, que lo protejan del tráfico, que sean seguras, sin obstáculos, que tengan continuidad, con jardines, con bancas e inclusive con obras de arte. Belén debiera estar abierta a los  caminantes que circulen por las vías del barrio, haciendo ejercicio, visitando con comodidad los lugares públicos, el comercio, los establecimientos educativos, los escenarios deportivos, recorriendo y conociendo. Desafortunadamente esta no es siempre la dirección hacia la cual marcha el barrio. Con frecuencia el caminante debe hacer piruetas para travesar las calles, poner enorme cuidado para no tropezar, competir con los carros por el espacio. Un ejemplo de espacios bien diseñados para caminar que debiera multiplicarse por el barrio es de las amplias aceras que rodean al nuevo parque biblioteca.

Así como es importante que sea amigable caminar por el barrio, es muy importante que sea seguro y cómodo utilizar el transporte público. Los conductores deben ser muy conscientes de que llevan personas en sus vehículos que merecen sentirse protegidas,  tranquilas, bien atendidas. Debería ser muy amable viajar en bus, subirse y bajarse. Es inaceptable que las personas de edad avanzada o los que son lentos o los que están cansados después de un día de trabajo, los fuertes o los débiles, los viejos y los jóvenes, sean hombres o mujeres, se sientan como bultos humanos o como obligados deportistas de alto riesgo sujetos a caídas mortales y a bruscos movimientos amenazantes y humillantes.

La solidaridad comunitaria en Belén   
Los problemas sociales son parte importante del ambiente que rodea la vida de las ciudades y los habitantes de Belén no podemos ser indiferentes a ellos. Estos problemas se manifiestan en las personas que viven en condiciones difíciles en zonas de nuestro barrio, apretujadas en pequeños espacios, sin un empleo digno capaz de generar ingresos para sus necesidades básicas; se manifiestan en las personas que laboran en las calles, suplicando por una moneda a cambio de un pequeño servicio que nos altera la espera en los semáforos; se manifiestan en las personas sujetas a violencia familiar; en los que están esclavos de las drogas y del alcoholismo; en los que gastan su tiempo y sus ingresos limitados en los casinos.
¿Qué podemos hacer, atrapados entre nuestros trabajos y el encierro diario de nuestras unidades residenciales? Salir, salir comunitariamente, descubrir a las entidades del barrio que están trabajando por los demás y contribuir. Destinar una parte de nuestros ingresos y de nuestro tiempo a la solidaridad. Propongo dos cosas: que cada persona y cada unidad residencial se asocien con una obra social en el barrio y que nuestro periódico Gente de Belén haga un inventario de las entidades que trabajan por estas cosas en el barrio, que hable de ellas, para que las podamos conocer y apoyar.  


Los espacios para vivir con calidad de vida.   
Soy una persona casada, con más de 40 años de matrimonio estable. Considero muy importante mi vida de pareja y trato de enriquecer la amistad con mi esposa, de forma que no se agote con el paso del tiempo. Esto lo hemos alcanzado entre los dos, a base de muchas acciones de vida y de una actitud de aprecio y de admiración por el otro. Hemos creado unos espacios regulares para vivir con calidad de vida. Uno de ellos es la asistencia semanal a una película. Sin falta vamos a cine.
Tenemos la fortuna de vivir en Belén y de estar cerca de los cines del centro comercial de  las Américas. Cuando estábamos jóvenes, íbamos al Teatro Libia, en el centro de la ciudad; allí las películas siempre eran buenas y contribuían a enriquecer nuestras vidas. Ahora hemos encontrado algo semejante en las tres salas de cine de nuestro lugar favorito semanal. Cine de buena calidad para dar calidad a nuestras vidas.
¿Qué es calidad de vida en este caso? Saber que gozamos de una buena atención de personas jóvenes y amables, poder tomarnos un café capuchino, con calma, antes de la película; saber que cualquiera de las tres películas va a ser inteligente, entretenida, desafiante, bella. Saber que se trata de un lugar calmado, donde no habrá largas filas ni acosos. Poder compartir y conversar y apreciar cosas nuevas.
Yo quiero señalar el esfuerzo que hacen las personas que seleccionan y presentan las películas en este lugar, manteniendo altos estándares de calidad y de atención, a pesar de que la asistencia es pequeña, a pesar de que las utilidades, si las hay, deben ser pequeñas. Quiero invitar a mis lectores, gente de Belén, a que descubran en nuestro barrio los muchos espacios acogedores y amables que existen, cafés, restaurantes, parque biblioteca, centros comerciales, para que establezcan programas regulares para enriquecer sus vidas familiares, de pareja y de amistad. Eso hará que nuestro barrio sea más amable.        



Agradecidos de vivir en Belén
El expresar sentimientos de agradecimiento es una posibilidad que tenemos para inyectar vitaminas de amabilidad en nuestras vidas y ambientes. Hoy quiero llamar la atención hacia las muchas razones para reconocer que, nosotros, la gente de Belén, somos muy afortunados con el precioso barrio en que vivimos.
Agradezcamos esas bellas montañas, recostadas al occidente, tan cercanas y ondulantes, siempre verdes, altivas y atractivas, llenas de vida, de veredas y casas campesinas. Desde ellas baja el viento fresco y puro en las mañanas, hacia ellas se van en las tardes los aires ya gastados y respirados para ser purificados de nuevo por las humildes plantas que las tapizan. Esas mismas montañas nos regalan, danzando con el sol, los atardeceres de Belén, con nubes misteriosas teñidas de arreboles dorados. Quizás, algún día, debidamente agradecidos por el regalo del agua montañera, seremos capaces de recuperar las preciosas quebradas que bajan de lo alto, para disfrutar de los susurros musicales de sus aguas.  
Agradezcamos nuestro bello parque de Belén, con sus árboles y jardines y con los jubilados que los cuidan y encuentran en ellos paz interior.  Agradezcamos nuestras instituciones educativas, abundantes, bien dotadas, que ofrecen visiones, educación y futuro a nuestros hijos. Sintamos orgullo por nuestro nuevo parque biblioteca, que muy pronto será nueva fuente de sabiduría y cultura para nuestro barrio. Agradezcamos la riqueza de centros de culto que tenemos en el barrio y nuestra apertura hacia las ideas d los demás, que nos permite contar con una mezquita. Agradezcamos las muchas  manifestaciones culturales que vibran en Belén.
Apenas he mencionado unas pocas cosas. Te invito, amigo lector, a mirar a tu alrededor para que veas muchas más razones para dejarte inundar por sentimientos de gratitud y para expresarlos.





El amueblamiento urbano del barrio
En nuestras casas contamos con los muebles para realizar con toda comodidad nuestras actividades diarias: una mesa para sentarnos en familia a comer; una sala para sentarnos a recibir a nuestras amistades y conversar; unos electrodomésticos para hacer más amable el lavado de la ropa y la preparación de los alimentos; unos equipos para comunicarnos, para estudiar, para entretenernos; unos accesorios para cuidar nuestros cuerpos y estar aseados; un rincón, por pequeño o humilde que sea para orar o meditar; unas habitaciones para descansar y para la intimidad. En esa misma forma nuestro barrio debe contar con lo que llamamos el amueblamiento urbano. Es lo que da valor agregado al barrio, es lo que nos da orgullo de ser habitantes de Belén.
Hacen parte del amueblamiento muchos elementos que damos por sentados, quizás ni caemos en cuenta de que existen, que han sido construidos poco a poco, con esfuerzo, con dedicación, con cariño y buena voluntad, como resultado de importantes inversiones comunitarias. Entre estos elementos están las calles, que permiten la movilidad; las aceras, que permiten caminar sin riesgos; la red de teléfonos públicos; las redes de iluminación; los paraderos de buses; los avisos y señalizaciones; los espacios verdes, los jardines y los separadores de vías; las bancas públicas; las barandas de los puentes; los canales que conducen el agua de las lluvias y los desagües; las cubiertas que protegen de la lluvia al caminante; los puentes peatonales; los recipientes de basuras.
Así como en nuestras casas tratamos de cuidar los muebles, de hacerles mantenimiento, de modernizarlos y embellecerlos, de usarlos con cariño, de aprovecharlos para enriquecer la vida, así mismo tiene que ser con los muebles urbanos. Debemos tener conciencia de que nos pertenecen, que son una extensión de nuestra casa, de que los debemos cuidar, embellecer, construir, modernizar.
Es amable un barrio en el cual las personas transitan por las aceras sin miedo a un tropezón y a un accidente, sean adultos mayores o niños, protegidas y guiadas por señales bien diseñadas y amables, iluminadas por jardines y flores en el día y por las luces en las noches, admiradas con el cuidado y el civismo evidente hasta en el más mínimo detalle.

Propuesta para dar nombres a las calles de Belén 
Nuestra ciudad y nuestro barrio cuentan con un sistema de nomenclatura de sus calles que es admirable. Con el número de la calle o carrera y el número de la casa o local (basado en la calle o carrera cercana y su distancia aproximada en metros) es muy fácil dar con las direcciones. Respetando plenamente este admirable sistema, quiero sugerir que a cada calle y carrera de nuestro barrio se le dé además un nombre. Propongo asignar nombres en las siguientes formas, por ejemplo:
·        Nombres de flores (violeta, rosa, clavel, magnolia…).
·        Nombres de árboles (sauce, cedro, guayacán, yarumo…)
·        Nombres de frutas (guayaba, manzana, lima, naranja…)
·        Nombres de esencias y sabores (canela, cardamomo, pimienta…).
·        Nombres de ritmos musicales (cumbia, salsa, bambuco, torbellino…)
·        Nombres de pájaros (azulejo, colibrí, mirlo, gavilán…)
·        Nombres de personajes, ojalá cercanos al barrio.
·        Nombres de regiones según continentes o países (Siria, Libia, Holanda…)
·        Nombres de planetas, constelaciones y estrellas (Aldebarán, Régulo, Sirio…)

Se me ocurre que con dineros de los presupuestos participativos se puede convocar a los artistas del barrio y de la ciudad para que diseñen los motivos que se utilizarían en las placas que se pondrían en cada esquina. Serían bellas placas de cerámica o de metal o de madera, propias para cada sector, con diseños creativos que darían identidad a nuestro barrio. 
Se podrían asignar los nombres por sectores, para dar a la vez una identidad propia, en cierta forma como ocurre ya con los nombres de las unidades residenciales. Para estos nombres se podría también impulsar la idea de que estén asociados a placas bellas y atractivas, de diseño artístico o artesanal.


Para hacer de Belén el barrio de las flores
Medellín tiene uno de los títulos más hermosos que una ciudad puede recibir: es la ciudad de las flores. Este bello nombre se renueva anualmente con la feria de las flores y con el desfile de silleteros. Nuestro barrio de Belén, uno de los más tradicionales de la ciudad, enmarcado en una geografía de altivas montañas, no debería ser inferior a esa fama de ciudad en flor que tiene Medellín. Pero, ¿realmente está Belén a la altura, realmente tenemos en el barrio una cultura de los jardines y de las flores, de las matas florecidas en las ventanas, en los antejardines, en los separadores de las calles, en los parques y zonas verdes? Pienso que hay mucho por hacer y que si decidiéramos colectivamente embellecer nuestro ambiente y colmarlo de flores, se llenaría nuestra vida de color, se enaltecería nuestro entorno y el barrio sería mucho más amable, fresco, valioso y acogedor.
Propongo entonces que demos inicio a una serie de acciones individuales, familiares, empresariales y colectivas para hacer de Belén el barrio de las flores. Individualmente podemos llenar de materas florecidas nuestros balcones y ventanas; cultivar los espacios disponibles en los antejardines con especies atractivas de flores variadas; patrocinar jardines en los parques y en las unidades residenciales; solicitar a las autoridades que además de mantener verdes los separadores de las vías, los mantengan florecidos. Las empresas, comercios, establecimientos, pueden llenar de macetas alegres y atractivas las entradas, los ventanales y los espacios interiores.
Entonces las rosas, los geranios, las siemprevivas, las dalias, las margaritas, las azucenas, los lirios, las orquídeas,  los hibiscos, los claveles, los alelíes, las violetas, las begonias, los anturios, los platanillos, las flores del paraíso, las hortensias, todos esos bellos nombres y seres vivos estarán con nosotros y harán del barrio un paraíso.




Para evitar el deterioro de Belén   
La ciudad tiene aspectos muy interesantes y es por ello que en los países las gentes del campo tienen la tendencia a emigrar hacia las urbes. Es así como se van conformando los barrios como conglomerados cada vez más densos de personas que se agrupan en unidades y en edificios. Mis padres dejaron su pueblo del suroeste y se asentaron en Belén, en aquella época también un pueblo, pero muy cercano al centro de la bella y atractiva Medellín y nos convertimos en gente de Belén, tan ciudadanos de ciudad como cualquier persona. Belén es hoy una ciudad dentro de gran ciudad, con todas las ventajas y sin muchas de las desgracias que afectan a los centros de una ciudad como Medellín.
¿Cómo lograr mantener estas ventajas sin que nos lleguen el deterioro urbano, la indiferencia, la inseguridad, la soledad de las personas, la falta de solidaridad, las congestiones, la invasión de los espacios públicos, la falta de flores y jardines, el abandono de las viviendas y la comercialización absorbente de los espacios? Esta es una tarea que debemos acometer todos los habitantes de nuestro barrio, pensando entre todos formas para ser más solidarios y buenos vecinos, más amables y educados, más amigos de los jardines y las flores y más dispuestos a cuidar y a embellecer las aceras y los límites de nuestras unidades y casas. Si logramos que caminar por las limpias calles de Belén sea un placer, que las personas se conozcan entre sí y se saluden y que las unidades residenciales no sean islas en el mar de la indiferencia, es posible que lo logremos.      

Apoyemos a las personas que limpian nuestro barrio  
La sociedad moderna utiliza grandes cantidades de materiales de empaque para dar una mejor presentación a los productos y para protegerlos. Papel, plástico, cartón, latas, vidrio. Hemos aumentado también nuestros hábitos de consumo, en busca de mayor comodidad y disfrute. Estos dos hechos dan lugar a la generación de cantidades muy grandes de desechos y materiales sobrantes. Es así como cada habitante, en promedio, produce 1 kilo diario de desechos sólidos, es decir casi 400 kilos por año.
Afortunadamente contamos con unos servidores públicos que se encargan de recoger regularmente estos materiales para llevarlos a sitios de disposición final. De lo contrario se acumularían en las calles, en los lotes, en las zonas verdes, creando caos y aspecto sucio y maloliente, como ocurre en lugares del mundo que no están tan bien organizados como nuestro limpio barrio de Belén.
Pero hay un aspecto en el cual podemos colaborar mucho más: el reciclaje. Diariamente recorren nuestro barrio decenas de personas sencillas, que eficaz y calladamente recogen materiales que se pueden reutilizar: papel, cartón, metales, vidrio, envases de PET, plásticos. Ellos lo separan, lo empacan, lo transportan en sus carretas hasta sitios especiales que se encargan de facilitar su uso y contribuir a ahorrar materiales y a evitar que se agoten con rapidez los sitios de disposición final. Nosotros, gente de Belén, podemos separar en nuestras casas, unidades y negocios los productos, evitar que queden revueltos y sucios, tratar de entregarlos a los recicladores para facilitar su tarea y ayudar a que tengan más ingresos. Seamos creativos y ayudemos. Vale la pena. 

Las Montañas y las quebradas de Belén
Vivimos en Antioquia, la tierra de las montañas y en Medellín, la capital de la montaña. Desde pequeño, cuando vivía en Belén Terminal, sentía una enorme atracción por las montañas de Belén. En los fines de semana salíamos con los amigos del barrio, con mucha frecuencia, a subir a las montañas, para contemplar la ciudad a lo lejos, para coger guayabas, moras y mangos, para sentir la libertad que se experimenta en las alturas, para llenarse de aire limpio y saberse lleno de energía y de potencia, para recorrer sus quebradas y llenarse de sus cantos.
Todavía hoy podemos contemplar y apreciar esas bellas montañas. Desde ellas baja el viento fresco y puro en las mañanas, hacia ellas se van en las tardes los aires ya gastados y respirados de la ciudad, para ser purificados de nuevo por las humildes plantas que las tapizan. Nuestras quebradas tutelares, como La Guayabala, La Pabón, El Saladito, Caza Diana, Altavista, Picacha y la Altavista, se desprenden cantarinas desde sus alturas, con permanente inocencia y pureza, sin que importe que sean manchadas con las basuras, con el entubamiento o la canalización forzada, con la indiferencia y con la contaminación. Estoy seguro de que algún día caeremos en cuenta del enorme valor de estas cuencas y las recuperaremos para convertirlas en patrimonio de Belén.
Esa es mi llamada. Los habitantes de Belén debiéramos dar una mirada cariñosa, atenta, acogedora a nuestras montañas y a nuestras quebradas. Podemos pedir a las autoridades ambientales y municipales que establezcan parques lineales a lo largo de todas las quebradas y reservas naturales ecológicas en las cuchillas de las montañas y en las zonas que bordean las quebradas de Belén. Serían zonas para caminar, para meditar, para contemplar, para recibir inspiración, para conocer de las plantas, para descansar, para sentir orgullo y llenarse de belleza. Muchas personas podrían sacar el sustento de estos parques, sirviendo como guías, como guardas naturales, como vigilantes y encargados de los senderos como proveedores de servicios. Belén sería un barrio único, ejemplo de manejo ambiental y de equilibrio. 

Para que florezcan los canales de Belén   
Hace ya bastantes años, cuando vivía en Belén Terminal, nos asombraba la quebrada La Picacha, era un ser mítico que bajaba de la montaña y que visitábamos en nuestras excursiones de niños, entre caminos y barrancos, al son de sus cantarinas aguas. Hoy, ella y casi todas las quebradas de la ciudad y todas las del barrio, están atrapadas en rectos canales de cemento, domadas para que no hagan daños en invierno y encerradas para que no reclamen sus lechos ancestrales, ahora convertidos en vías lineales. Pero todavía cuentan esos canales con zonas verdes que se asoman tímidamente ante nosotros, los habitantes de Belén, con la esperanza de que las cuidemos y las admiremos.
Quisiera proponer que convirtiéramos estas cintas verdes en hermosos jardines, repletos de arbustos y de flores, para que ningún habitante del barrio vuelva a arrojar basuras, a profanar las vetustas aguas con mugrosas ofensas, para que no se conviertan en nidos de ratas y de plagas, para que sean un regalo para la vista, una inspiración de artistas y una admiración de los visitantes. Ese sería un desagravio que pudiéramos hacer a las orgullosas aguas que bajan de nuestras montañas, ahora humildes, sucias y calladas.  

Desafíos para las abundantes unidades residenciales de Belén   
Belén se ha convertido en un barrio de unidades residenciales con edificios de 20 y más pisos, con nombres atractivos que proclaman su naturaleza verde, amigable, casi poética. En algunos casos cuentan con jardines, zonas para caminar y para hacer deporte, amplios accesos para las personas y los vehículos, proporcionados a la cantidad de apartamentos; en otros casos, los constructores y las autoridades que dan los permisos, han sido mezquinas con esta visión y han permitido un cierto hacinamiento, una sensación de urbe neoyorquina, pasada de moda. Lo que ha sucedido ya es realidad inmodificable. Ahora nos toca a todos, construida y habitada la unidad, construir y habitar el barrio, que no es lo mismo.
Para construir el barrio, los habitantes de las unidades deben sentir un enorme respeto por el vecino, que se manifiesta en la forma en que se conducen los vehículos en las calles del barrio, las cuales no son autopistas, sino zonas comunitarias, con gente, con viviendas, que se sienten atropelladas por el nuevo e incesante tráfico, veloz y ruidoso, que pudiera ser calmado y respetuoso. Para construir el barrio hay que conocer al vecino, hay que armar relaciones entre unidades vecinas; hay que sentirse cada vez más como gente de Belén, admirando y compartiendo lo que tiene este barrio tan especial.         

Estas personas tan importantes que hacen la vida más amable
Caminaba por las calles de mi barrio con mi cámara digital, distraído y presuroso, cuando se apareció frente a mí, en uno de los sencillos jardines que tapizan los senderos, un rosal con una única rosa roja.  En un instante de magia sentí el impulso de la rosa y decidí detenerme, observarla, detallarla, verle su belleza y cayendo en cuenta de que tenía conmigo la cámara, le tomé una foto. Entonces me puse a pensar en las manos cariñosas que sembraron el rosal, en los ojos atentos que lo mantienen limpio y bello y caí en la cuenta de esas personas tan  importantes que hacen más amable la vida de mi barrio.
Estoy hablando de los porteros y de los vigilantes de las unidades residenciales que cada vez más inundan a Belén, con edificios altos, de presencia imponente y apabullante, que se suaviza con sus zonas verdes y jardines y con la humanidad vital de estos personajes que las cuidan y las vigilan.  Es posible que en medio de la multitudes que viven en las unidades, sean los porteros y los vigilantes los únicos que nos saludan sin falta, los únicos que nos conocen a todos por nuestros nombres, los únicos que están pendientes, de alguna forma, de los vecinos del edificio, todos tan cercanos y tan lejanos los unos de los otros.
Portero y vigilante, te reconocemos en esas flores que cuidas, en la impieza y en la belleza de los jardines que cultivas, en tu saludo atento, en el cuidado que nos protege, en tu presencia constante, en tu servicio callado y vital. 

El maravilloso sentido de la vida humana    
Belén congrega miles de hombres y mujeres, que conviven y comparten espacios vitales. Nunca debemos perder de vista que toda persona que vive cerca de nosotros, que pasa por las calles del barrio, que trabaja en nuestras unidades residenciales, que enseña o estudia en nuestras escuelas, que nos atiende en los almacenes y en los negocios, es un ser humano especial. Su existencia a nuestro lado ha sido posible luego de miles de años de evolución, en una cadena continua de padres e hijos. Es todo un milagro de supervivencia, hemos superado en esa cadena de vida peligros, azares, pruebas. Es una maravilla estar vivo y ser parte de esa continua red de existencia, la cual  ha sido posible por la solidaridad y el amor de muchas personas.
Estamos acá juntos y a veces nos llegan las noticias de gente del barrio que es asesinada por otros seres humanos. ¿Cómo puede ser posible que en esta época de conocimiento, de cultura, de tantas posibilidades, todavía haya personas que se atrevan a acabar con la vida de estas personas de nuestro barrio? ¿No son conscientes, los que se atreven a matar, de la maravilla que es el ser humano, aún el más humilde y sencillo, sea rico o pobre, distinto o similar? ¿No se dan cuenta que están interrumpiendo una cadena muy antigua de vida y de sabiduría? ¿Caen en cuenta del enorme mal, de la gran injusticia, de la gran ignorancia, del gran desperdicio de oportunidades, de las semillas de tristeza y de desesperanza que así siembran?

Habitantes de un barrio, más allá de los límites del tiempo
En la niñez tenemos proyectos que sobrepasan los límites del tiempo. Sentimos que nuestros sueños son eternos. A medida que pasa el tiempo nos vamos volviendo realistas y existe el riesgo de que, poco a poco, abandonemos tales proyectos eternos.
Imaginemos una siembra que trascienda los límites del tiempo. Una empresa que dure cien años y más. Un poema que vayan a leer nuestros biznietos. Una persona que podemos ayudar a salir adelante para que cree algo valioso y completo. Una amistad para siempre. Renovemos nuestros sueños aunque estemos algo viejos.
Imaginemos que nuestro barrio supera los límites del tiempo. Visualicémoslo con  árboles centenarios, orgullo de las generaciones que vienen; con jardines únicos de fama que trascienda los límites de nuestras mentes; con calles de nombres poéticos y sonoros que serán pronunciados por los años de los años; con parques, andenes y senderos donde se pueda caminar sin afanes y sin miedos; con calles transitadas por conductores respetuosos y amables; con cafés para conversar y oír música bella; con centros de conocimiento y de saber que resuelvan los problemas que nos agobian; con unidades residenciales y casas amables, en las cuales la solidaridad y la amistad, la tranquilidad y la vida sean protagonistas eternos.  

La sabiduría de los mayores     
La sabiduría ancestral nos ha sido comunicada desde siempre, en una cadena interminable de la cual hacen parte nuestros padres, los abuelos, los maestros, los libros, las tradiciones, los buenos amigos y la religión. Un barrio como el nuestro, tradicional, cuenta con muchas personas que pueden decir, como el poeta: “confieso que he vivido”. Es importante que las ricas tradiciones, las historias, las anécdotas, los cuentos de esas  personas de experiencia, no se pierdan y hagan parte del acervo de nuestras vidas y de nuestro barrio. Nuestro periódico Gente de Belén puede servir como medio de expresión y recoger historias y sabiduría de vida. Eso nos enriquecerá. Por eso debemos aplaudir la idea del periódico de hacer crónicas del barrio.
 Para todos llega el momento de apropiarnos de la vida y de revisar el significado que tiene para nosotros. Este significado es propio, como las huellas digitales y encontrarlo merece toda nuestra atención. Hacemos un gran homenaje a nuestros adultos mayores si les permitimos recoger esos textos de sus vidas, quizás escondidos, para que se hagan públicos para ellos y para los que estemos dispuestos a leerlos y a apreciarlos. Es también una enseñanza para las personas más jóvenes, que podrán aprender, disfrutar, soñar y atreverse, viendo lo atrevidos y soñadores que fueron los que ya son adultos mayores de ricas experiencias.

Lo que pensamos de nuestro barrio
Como los seres humanos tenemos una mente tan especial, tan capacitada, tan potente, siempre podemos explorar las posibilidades que tenemos para ponerla al servicio de la vida. Las personas podemos buscar el disfrute de tres calidades muy importante de la mente: que esté despierta y alerta, que esté activa y que esté creativa. Estas formas de pensar se reflejan en pensamientos e ideas, en creencias que tienen una influencia determinante sobre la realidad que vivimos las personas. Nos pueden condicionar la vida o nos pueden liberar; nos pueden ordenar o nos pueden desordenar; nos pueden generar violencia o traer paz.
Según esta forma de ver las cosas, lo que se siente y lo que se experimenta al vivir en un barrio tiene mucho que ver con las ideas que tenemos sobre nuestro barrio: cómo lo vemos, cómo lo nombramos, qué esperamos de él, qué visión tenemos de su futuro y de su historia, qué cosas decimos del barrio, qué planes tenemos con respecto a nuestro barrio, qué relación vemos entre él y nuestras vidas y nuestras familias. En la medida en que nos identifiquemos con una visión amable, favorable y constructiva de nuestro barrio; en la medida en que hablemos bien de él, en la medida en que soñemos con posibilidades y proyectos barriales, sentiremos que en realidad vale la pena vivir en este barrio tan especial. 

Los centros comerciales
Nuestra moderna ciudad se ha ido llenando más y más de decenas de grandes unidades residenciales de uno o más apretujados edificios de más de 20 pisos, en cada uno de los cuales viven fácilmente 200 personas, con sus carros, con sus vidas privadas, con sus afanes y sus tiempos estrechos que apenas si dan espacio para un saludo en el ascensor.
En los pueblos, que de alguna forma son el origen de todos nosotros, existía el parque, al cual acudían las personas a caminar, a conversar, a comprar. Ahora, en las ciudades, no hay muchos parques ni sitios similares y el centro se aleja de las personas y de los barrios. Entonces, ¿qué los reemplaza? Los centros comerciales, que lo tienen todo: la plaza de comidas, el gimnasio, la cancha, el casino, el banco, la ferretería, la tienda, el almacén, la heladería y el café; y aunque no tienen iglesias, no falta en ellos la misa dominical. Y para facilitar las cosas, cuentan con parqueaderos amplios.
Son una nueva realidad cívica importante que debemos acoger y poner al servicio de la convivencia comunitaria, del civismo, de la educación, de la formación de las personas, de la amistad, del empleo digno. Este es un desafío para todos, para sus administradores y para nosotros, los habitantes del barrio.     

Las cuencas de nuestro barrio
Belén posee varias de las quebradas más notables del Valle de Aburrá, lugar único en el mundo por la diversidad de aguas que bajan de las montañas. Entre ellas están la Picacha y la Altavista. Se caracterizan por zonas altas, todavía con cierto nivel de conservación y de vida, y zonas bajas canalizadas, casi muertas y muy urbanizadas. 

Sería un gran golpe de astucia urbana si se tomara la decisión de prestar gran atención a las cuencas del barrio para transformarlas en zonas de interés ambiental, recreativo, ecoturístico y educativo, que además tendrían implicaciones económicas y de empleo favorables. Esto como contraste a seguir canalizando sus aguas y dejando que las invadan los edificios, los asentamientos y las calles, y eventualmente, cubrirlas, para que no quede de ellas sino el recuerdo, algún artículo perdido de prensa de barrio y viejas fotos nostálgicas.  
Propongo crear autoridades para cada cuenca, con la finalidad de realizar proyectos para recuperar y negociar las zonas invadidas; repoblarlas de especies endémicas de anfibios, reptiles, pájaros y peces (como el capitán y la sabaleta); establecer parques lineales y senderos ecológicos; sembrar bosquecillos, arbustos y jardines; embellecer y ampliar las orillas sin canalizarlas; crear centros de estudio e investigación convocando a las universidades y colegios; mantenerlas limpias de basuras y de aguas negras y generar amor y educación colectivos.

La vida comunitaria 
De alguna forma la vida moderna nos ha llevado a la fuerza a compartir con otras personas la propiedad, como sucede en las unidades residenciales de nuestro barrio. Digo que a la fuerza porque esto nos ha tomado de sorpresa, sin que tengamos todavía la mentalidad bien adaptada a este estilo de vida.
En estas unidades compartimos muchas cosas: las zonas comunes, los jardines, los gimnasios, las zonas deportivas, los ascensores, las entradas, el nombre de la unidad, los gastos de embellecimiento y sostenimiento en el tiempo, el manejo de los desechos sólidos, la portería y el manejo de los visitantes, los lugares de estacionamiento. En algunos casos se comparten servicios. Para lograr que todo esto funcione bien, existen normas y reglamentos, consejos de administración, comités de convivencia, cuotas. Pero, al final, lo más importante es nuestra actitud de convivencia, de colaboración, de apertura hacia las personas, sus costumbres y modos de ser.

Quisiera rendir un homenaje a todos nosotros, los que vivimos en comunidad con espíritu comunitario, sirviendo en los comités y juntas; saludando con  amabilidad a los vecinos; pensando positivamente del otro; asistiendo con actitud abierta y creativa, con optimismo, a las asambleas y reuniones; hablando bien de las unidades; imaginándolas cada día más bellas y más valiosas; aportando con generosidad y gusto las cuotas necesarias para que haya mantenimiento y progreso.    


La vida civilizada
Cuando camino por las calles del barrio, aprecio las bondades de la vida civilizada y caigo en cuenta de sus peligros. Agradezco los senderos bien trazados, los recipientes para depositar las basuras, la arborización y los jardines que embellecen mis caminatas. Admiro los letreros que me orientan. Me dejo guiar por los semáforos y me impresiono ante la variedad de negocios que las personas han establecido; contemplo con orgullo las calles que han dejado limpias los incansables servidores públicos y llego a mi casa con sentimientos de optimismo y tranquilidad.
Por otra parte me horrorizo cuando pasan los carros a altas velocidades por las  calles, sembrando ruido y temor; cuando veo arrojar papeles sin conciencia. Siento la angustia de las personas de edad cuando atraviesan las calles congestionadas; me asusto cuando alguien ha sido atracado al salir o venir de su trabajo, cuando hay asesinatos y violencia.
¿Cuál es la esencia de la vida de la ciudad? ¿Qué es accidental o pasajero? Me anima pensar que lo esencial tiene que ver lo creativo, con la energía y la naturaleza pura y bella. La vida civilizada vale la pena en tanto que nos enfoquemos en lo esencial: la solidaridad y el cariño entre las personas, simbolizados por el servicio público y la vida comunitaria. Lo demás son accidentes que iremos superando a medida que caigamos en cuenta de lo que realmente vale la pena.


El colorido de las cosas y sus nombres
Cuando recorremos las calles, salta a la vista el hecho urbano con su variopinta multiplicidad. Casas de todos los colores y formas: algunas de buen diseño, otras injertadas de forma  desordenada en los limitados espacios; otras simples y grises. Negocios de infinita variedad y de nombres inagotables: algunos creativos y sugestivos; otros repetitivos; otros que evocan amores familiares o esperanzas; otros que convocan al comprador. Árboles y jardines que rompen las monotonías del asfalto: algunos majestuosos; otros humildes y solitarios; los hay bien cuidados, otros muestran abandono y desorden. Buses adornados con avisos y colores, unos dejando estelas de humos negros  ácidos en su marcha rauda y ruidosa; otros cariñosos y educados, que pasan con calma sin atropellar ni amenazar  al transeúnte. Motos y bicicletas mil, conducidas por gente paciente y trabajadora que busca espacios de prudencia en medio del tráfico y algunas por personas menos conscientes, egoístas, que  asustan y desafían.
Propongo que desarrollemos el hábito de observar las cosas tal como son. En una primera observación, asignándoles etiquetas y juicios como los que he utilizado en esta nota. Luego  tomamos distancia, y les cambiamos la etiqueta por otras. Repitiendo este juego varias veces, van a aparecer las cosas con una forma más verdadera. Cuando ello ocurra, podremos celebrar y agradecer que nuestros ojos estén despiertos para mirar al barrio más allá de las apariencias.

 

Caminatas de montaña 

Los habitantes de Belén tenemos la fortuna de vivir al pie de bellas montañas, algunas de las cuales son utilizadas para caminatas y paseos por muchas personas. Viví mi niñez en el barrio y las caminé todas intensamente. Las montañas son unos símbolos muy especiales de superación y de crecimiento personal y cada vez que subimos a lo más alto, sentimos una fuerza única y un sentido de dominio. 

Ya que las tenemos tan cerca, podemos acercarnos a una de ellas y dedicarle un cierto tiempo, por ejemplo una hora, subiendo y relacionando los detalles que aparecen en el camino, con distintos aspectos de la vida personal, como forma de meditación contemplativa. Al llegar a la parte alta de la montaña, justifica contemplar el paisaje con emoción, con alegría de vivir, recopilando durante unos minutos lo que se sintió en la subida.
Al bajar, podemos contemplar de nuevo los detalles del paisaje con curiosidad, sin afanes, con la visión animada y renovada del que ha sido capaz de subir. 
Si no se tiene la montaña cercana o si hay dificultades físicas, la podemos subir con la mente o reemplazarla por la de un sendero, por un bosque o por cualquier camino. A la hora de la verdad, todo tiene subidas y bajadas: subir puede asociarse con ir y bajar puede tomarse como regresar.

Contrastes en el recorrido por nuestro barrio
Me sorprende agradablemente la variedad de árboles que crecen en las calles del barrio. Se ven de todas las formas, de todos los verdes, de todos los tamaños. Muchos florecen y alegran con sus colores variados la vista del caminante. Otros se quedan verdes por siempre, como muestra de compromiso permanente con la oxigenación del planeta.
En uno de mis recorridos me detuve en las palmeras, que me atraen especialmente por su altiva gracia, por su flexibilidad vertical, por su ramillete de hojas tan simétrico y tan centrado. Me puse a contarlas en su variedad y encontré 35 distintos tipos de palmeras. Desde las altas palmeras de la Loma de los Bernal hasta las pequeñas que se agrupan al frente de Santa Teresita. Sentí agradecimiento por los que las cuidan y cultivan.
Mientras recorría el barrio me llamó la atención un bus que pasaba y el penacho de humo gris negruzco que dejaba. Entonces decidí contar los buses que pasaban y llevar cuentas de cuántos arrojaban humos oscuros y cuántos no. Mientras contaba palmeras, conté 20 buses que ensuciaban y 18 que no. Esos 20 buses de sucio penacho representan la falta de civismo; esos 18 limpios y los 35 distintos tipos de palmeras dan fe de que hay dueños de buses cívicos y gente comprometida con la belleza.








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