Ponemos a consideración de los lectores este libro, ya agotado.
AUTOR. ORLANDO RAMIREZ CASAS | (ORCASAS) |
El Autor nació en Medellín el 2 de octubre de 1945. Casado con Consuelo Gallego, es padre de dos hijos y ha trabajado en la empresa privada hasta su retiro laboral. En los últimos tres años se ha dedicado a escribir algunas de sus vivencias y con ese propósito asistió a los Talleres de Escritura Literaria que orienta el profesor Mario Escobar Velásquez en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. “En Altavista se acaba Medellín” fue su primera publicación, como parte de la celebración en diciembre 8 de 2003 de los cuarenta años de fundación del barrio Belén Altavista y los diez de la erección como parroquia de María Madre Admirable; y la segunda fue “Buenos Aires, portón de Medellín” presentada en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín en el año 2009 con el patrocinio de la Alcaldía de la ciudad. Escribe sobre temas variados para su blog “Postigo de Orcasas” (postigodeorcasas.blogspot.com).
Orlando Ramírez-Casas (Orcasas)
Teléfono 492 78 79 Medellín
Email:
postigovision@gmail.com
DEDICATORIA
ORLANDO
RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
PRÓLOGO
Orlando
Ramírez-Casas, el mayor de catorce hijos, es hombre de ciudad que
vive y comprende la urbe. Pero no olvida –más aún– muestra
respeto y apego por la cultura rural heredada de sus ancestros.
En su vida profesional
se ha desempeñado en el campo de la empresa privada en las áreas
contable y de comercio. Y en las relaciones públicas que le son
connaturales. Su ejercicio profesional no le ha impedido dedicarse a
la literatura como afición, habiéndose mostrado crítico y
conocedor de autores y obras, de estilos y escuelas. No nos
sorprende que su afición lo haya llevado a escribir, mostrando un
estilo elegante, pulido, estético. Confiesa, con timidez, haber
escrito varias obras, aún inéditas. De ahí que se considere un
aficionado y no un profesional de la palabra, que escribe por
vocación, por afición. Que escribe y lee para deleitarse, para
recrear su espíritu, para ejercitarse en la crítica.
A petición de su
padre, como él señala, escribió estas crónicas para contarnos las
vivencias de su progenitor a través del tiempo, hasta llevarnos a su
contacto con los que hemos sido sus vecinos y amigos en el barrio que
nos es común. No todo lo que escribe fue vivido por él
directamente, reconoce. Como los hermanos Grimm en Alemania, recibió
de otros, se apropió de los contenidos y aportó su impronta para
escribir las vivencias de muchos.
En su obra se tejen, en
un estilo que recuerda a veces a Macondo, algunas anécdotas unidas
por un hilo conductor para conformar un solo relato de la vida en
esta parcela situada en un extremo de la ciudad. Relato que a pesar
de su parroquialismo alcanza cierto grado de universalidad. Las
historias de Altavista han ocurrido en cualquier sector urbano de
nuestros países. Sin embargo, quienes hemos sido testigos
presenciales o protagonistas de las mismas, nos reconocemos
plenamente en ellas y entonces, con la lectura, acuden a nosotros los
recuerdos nostálgicos y la añoranza de tiempos pasados,
arrancándonos sonrisas por sucesos graciosos que estaban dormidos en
algún rincón de la memoria.
La historia, contada a
parches, tiene unidad y arranca con la vida de su padre en el campo,
llevándonos de su mano a sentir el choque con la civilización
industrial que a nosotros nos llegó en el segundo tercio del siglo
XX. A su lado caminamos y sentimos... revivimos, su percepción del
contexto del nuevo barrio en el cual éramos protagonistas jóvenes
los que hoy nos damos el gusto de evocar lo vivido.
Quienes
lean esta crónica, con asomos de cuento, podrán seguir el camino de
su relato como quien contempla un paisaje. Paisaje doblemente
gratificante para los que lo acompañamos en sus vivencias y
encontramos en el otro camino, según el juego propuesto por el
autor, una profusión de nombres y comentarios que también tuvimos
el agrado de compartir. Ambos caminos muy gratos para nosotros,
estando seguros de que el lector disfrutará por lo menos uno que
llega a un sector muy amplio: La historia del barrio, historia de
Altavista. ¡Qué momento más propicio para la publicación de En
Altavista se acaba Medellín! Coincide con
la celebración de los cuarenta años de fundado el barrio y de los
diez de haber sido erigido como Parroquia de María Madre Admirable.
Felicitémonos con estas celebraciones que son de todos, como lo dice
el autor en el relato.
HUMBERTO GARCÍA G.
(HUMGGO)
ALTAVISTA
DE MIS RECUERDOS (AÑO 2003)
Ni
siquiera lo que hemos vivido nosotros mismos es una certeza. Puede
haber pasado hace tres minutos, pero si tratamos de recordar las
palabras exactas que dijimos o escuchamos… ¡dudamos![1].
En algún momento, este trabajo pretendió ser una
crónica apegada a la realidad de los sucesos, para registrar la
memoria colectiva. No lo fue, porque cada quien desea ver no sólo
lo sucedido, sino la forma como él mismo lo recuerda. Muchas veces
sus recuerdos no coinciden con los míos. Entonces resolví escribir
en forma un poco novelada sobre mi Altavista, que no es
necesariamente el que recuerdan las personas de mi generación. Ni
el de los que llegaron después. Ni el de los que viven en el otro
Altavista que cubre todo el territorio de la vereda, ahora llamada
corregimiento, que se conoce con el mismo nombre. Sobre mi
Urbanización de Altavista he escrito esta crónica. Con nombres
sacados como hebras del ovillo de mis recuerdos y tejidos para formar
cuadritos de crochet que luego conformen otra de mis colchas de
retazos, que parecen ser una característica de lo que escribo. En
ella se menciona a personas que participaron en algunos grupos o
reuniones, pero no a sus padres, hermanos o vecinos que estaban
cerca. No es propósito ignorarlos, sino tratar de que la lectura no
sea difícil, más difícil de lo que ya es con la cantidad de
nombres que contiene y que para la mayoría de los habitantes de
ahora no dicen nada. Pido excusas por los nombres omitidos, lo que
no significa que no estén en mis recuerdos. Y en mis afectos. Y
excusas si mis recuerdos de algunos no coinciden con los suyos o con
lo que quisieran leer sobre sí mismos. Como también su comprensión
por el hecho de que, habiendo tratado de darle al escrito una
presentación literaria, algunos sucesos no estén relatados con
rigor histórico como decir que tal o cual persona fue Tesorero en
alguna de las primeras juntas de la Acción Comunal y él sepa que su
cargo fue el de Secretario, lo que no desvirtúa su participación.
O que no se trató de Acción Comunal, sino de un Centro Cívico. O
que las primeras casas fueron ocupadas antes de junio y algunas
después de diciembre, para establecer que el aniversario de la
fundación se celebre en fecha distinta de la que hemos escogido, por
encontrarse para diciembre de 1963 ocupadas la mayoría de las casas.Buscando facilidad en la lectura, he escrito algunos textos con letra en negrilla. Espero que los más tenues capten su atención de lectores que, de no hacerlo, no vale la pena que lean el otro texto. El de negrilla, que es prescindible de leer para aquellos que no estuvieron directamente relacionados con esas vivencias, de quienes espero que esta lectura paralela no les sea incómoda. El año que aparece en cada título es una ayuda para ubicar al lector en la época a la que se refiere el capítulo.
He dedicado este escrito a mi padre, en primer lugar, pues gracias a él nosotros llegamos a vivir a este barrio. Pero todos llegamos a él, gracias a Dios. ¡Gracias a Dios!, a quien debemos todo. Empezando por el milagro absoluto de la vida y por el misterio insondable de la muerte que nos espera a todos, pero que sirve de pretexto para recordar a tantos de los nuestros que la muerte se ha llevado y que compartieron con nosotros sus alegrías. En segundo lugar, a Gildardo Vélez, quien me acompañó desde el primer momento de mi llegada al barrio y fue testigo, a mi lado, de sus comienzos. Es por lo tanto el interlocutor natural de estos relatos a quien atribuyo diálogos que pude sostener con otras personas o que pude imaginar, guardando consistencia con lo que han sido nuestras conversaciones de toda una vida de estar haciéndonos relatos. Relatos en los que los protagonistas, en uno o dos casos, han sufrido cambios de nombre, para no comprometerlos. En aquellos que no he cambiado, espero no haberme equivocado. Finalmente, doy gracias a Ignacio García por haberme aportado su ayuda para la revisión del contenido, en su doble carácter de compañero de recorrido y de conocedor de los trajines del idioma, así como a su hermano Humberto que acogió este trabajo con entusiasmo y contribuyó a enriquecerlo con muchos aportes, en especial el de sacar a la luz de esta crónica las denominaciones vox populi de las calles de nuestro rincón de ciudad. Finalmente, debo advertir que he hallado 45 personas con mi nombre y apellido en el directorio telefónico de Medellín, dos de ellos viviendo por años en este mismo barrio de Altavista, sin que yo me diera cuenta hasta ahora. Hay por lo tanto la posibilidad de que algún nombre mencionado o alguno de los que me inventé para respetar la intimidad, coincida con algún homónimo. En este escrito, me refiero a los que habitamos esta urbanización en sus comienzos.
CROQUIS DE LA URBANIZACION ALTAVISTA
NOMENCLATURA
LOCAL
MANZANAS
A De
la Terminal
B Del
Ñato Sánchez
C De
las Piolas
D De
la Gilco
E De
Faciolince
F De
Jairo Villa
G De
la Escuela
H Del
Jabonero
I De
don Jairo
J De
Lorenzo
K De
la Ina
CALLES
Y CARRERAS
- Clle Raquel de Betancur (de La Escuela) Clle 21
- Clle Lorenzo Quintero Clle 20 B
- Clle Manuel Sierra (Principal) Clle 20 A
- Clle José García (del Jabonero) Clle 20
- Clle de Los Educadores (la Gilco) Clle 19 C
- Clle Faciolince (circunv de La Quebrada) Clle 19 y Cra. 81 B
- Cra Carmen de Fernández (del Morocho) Cra 82
- Cra Silvia Díaz (recta de la entrada) Cra 82 A
- Cra Pedro Pablo Zapata Cra 82 B
- Cra Gilberto Colorado-detrás de la Gilco-Cra 82 C
- Cra Julio Hernández (de la Ina) Cra 82 D
- Cra Luz Arenas (de la terminal) Cra 83
CASAS VIEJAS
(AÑO 2000)
La calle recta, como una larga flecha que señala a la quebrada de Altavista, conduce de lo que fue la antigua fábrica textilera de Vicuña, pasando por las casas que fueron de sus trabajadores, y por los edificios de apartamentos en donde fue su vieja escuela. El salón que fue de los billares del viejo Carlos. Lo que fueron mangas y ahora edificios de apartamentos, a lado y lado de la vía. Y las casas de la Urbanización La Palma que era nueva, y ya no. Por la época en que el barrio era nuevo, que ya no. Andando –o desandando– esa vía, que ya Orlando no sabe si lo uno o si lo otro, vio venir, también con paso vacilante como el suyo, al amigo que lo ha sido de toda su vida. Por lo menos en la etapa que comenzó hace cuarenta años, que es como decir lo mismo para unos que eran muchachos apenas de dieciocho. Y ahora se van acercando a los sesenta, no tan muchachos.
¡Gildardo!, alegría de verte. Porque ahora no nos parecemos encontrar sino en las curvas del camino. Pero te vi venir en la distancia y sentí alegría.
- No es para menos, Orlando. Igual siento yo. Nunca hemos dejado de ser amigos, pero ahora vives en otro lugar y estás casado. Y tus hijos crecidos. Y los míos. Ya nos vemos poco. Toparnos es acudir a un encuentro con el pasado. Pasado que es una piel hecha con risas y alegrías y sólo unas pocas pecas de tristeza, para dar un punto de contraste a nuestra vida.
- Has hablado “Breve, claro y sustancioso”, como en el Brindis del bohemio, aunque yo solía ser el poeta y tú el hombre práctico. Y se nos han cambiado los papeles.
- La nostalgia, que es contagiosa. ¡Cuántos recuerdos en estas calles y qué cambiadas están!
- Irreconocibles. En eso también pensaba... ¿Recuerdas los primeros tiempos?
- Hombre, ¡Cómo no hacerlo!
Gildardo:
¿Cómo harás para contar la historia, hombre Orlando? Porque el
problema de las fotos es que todos quieren quedar en ellas y lo
primero que van a preguntar es ¿En dónde estoy yo?
Orlando: Eso
es cierto. El fotógrafo Jorge Obando lo solucionaba con un lente
gran angular que abarcaba a todos los médicos de una promoción, y
eran muchos. Pero aquí ni con un recurso de esos se lograría. El
otro problema de las fotos es que muchos dicen: “¡Ay! No muestren
esa foto que salí muy feo”
Gildardo:
Vuelvo a repetirte la pregunta ¿Cómo harás?
Orlando: La
verdad es que contar verdades es muy aburridor. En primer lugar,
para el que escribe. Pero en segundo lugar, para el que lee. Fotos
de pose que no le llegan a los tobillos a las fotos espontáneas en
las que el personaje es sorprendido de manera desprevenida, tal como
es. Creo que tendré que recurrir a contar verdades con apariencia
de mentira, mediante el cambio de nombres. Mentiras con apariencia
de verdad, acomodándolas a nombres reales. Y verdades traspuestas
de lugar, para ayudarme a formar el decorado.
Gildardo:
¿Y por dónde piensas arrancar?
Orlando:
Aún no sé. Una opción es recordando el primer evento oficial en
que participé, al que fui invitado por Humberto Escalante. Me pidió
que le colaborara como recolector de datos para el censo de comienzos
del año 1964. Creo que desde entonces no ha vuelto a hacerse otro
censo nacional en esa forma, casa por casa y con toque de queda,
puesto que los demás los ha hecho el Dane por muestreo. Quizás
comience por presentar un croquis del barrio. Dicen los muchachos
que se subían al cerro a divisar, que desde allí el contorno del
barrio semeja la chapuza o estuche de guardar un revólver en
bandolera bajo el sobaco. Tú y yo nunca subimos al cerro a divisar,
que yo recuerde.
- Orlando Ramírez. Gildardo Vélez. Humberto Escalante.
AL CAER DE LA TARDE
(AÑO 2003)
Sentados en el balcón. Con esa
conversación pausada, entrecortada, de las personas que ya se han
dicho todo, el padre, la madre y dos de sus hijos. Los que viven con
ellos. De pies, un tercero que pasa subrepticiamente un escrito a su
madre. Un borrador. Proyecto para poner aviso en los clasificados
de prensa:
“SE
VENDE EN EL BARRIO ALTAVISTA DE BELÉN”
“Casa
unifamiliar, de dos pisos. En el primero: garaje de entrada, dos
habitaciones, cocina, sala de recibo, baño social, baño con ducha,
patio trasero. En el segundo: cuatro habitaciones, baño,
biblioteca, sala de recibo y balcón. Instalación de gas y teléfono
Nº 9318023. Llamar en horas de la noche”.
La casa es la segunda, desde la
esquina. En la calle principal del barrio. Así llamada, por tener
ancho de tres carriles. Fluyen vehículos hacia otros barrios. Las
demás calles, estrechas. Algunas con un solo carril.
El balcón, con tres sillones para
dar cabida a cuatro o cinco personas sentadas, mirando hacia la
calle. La madre da al hijo una mirada de comprensión y resuelve
abordar el tema, dirigiéndose al esposo:
- Deberíamos vender esta casa tan grande. Tan difícil de asear. Parece finca llanera. Ahora, que la mayor parte de los hijos están casados y viven en sus casas, no la necesitamos. A mi edad ya no estoy para esos trotes de limpiar dos pisos o lidiar con personas extrañas, que tengo que vigilar para que hagan bien sus tareas.
- ¡Cómo se le ocurre decir tal cosa! Es como vender el alma. –Dijo el padre– ¿Acaso puede uno empacar en cajas los recuerdos y montarlos en carros de trasteo? Tenemos catorce hijos vivos. Nueve casados, con sus cónyuges y sus hijos. Y los solteros. Cuando se reúnan, ¿En dónde los vamos a recibir?
- ¿Una o dos veces en el año? –Se empecinó ella – Alquilamos un estadio... Si nos cuesta tanto desprendernos de la casa, podemos dividirla y sacarle dos o tres apartamentos pequeños, para que por lo menos produzca entradas de dinero. ¡Qué bobada estar apegada una a las cosas!
- Apegado a lo mío, sí. Por ser mío. Por lo mucho que me costó. Porque no me gusta vivir en espacios mal distribuidos. Porque no me gusta vivir estrecho.
El tema, enervante, no podía
tocarse. Su sola mención, los ponía de mal humor. Se podría
llamar “álgido” en el sentido de que, en cada vez que se
hablaba, quedaban fríos y sin entusiasmo. Su quemadura helada
dejaba huella sobre la piel, que tardaba días en desaparecer. Es
que las cosas no significan lo mismo para todas las personas. Ni
todas tienen las mismas experiencias. Ni una experiencia deja los
mismos recuerdos en todos los que la viven. Ella hubiera querido
vivir, en su vejez, en un apartamento pequeño y seguro. Cercano a
la iglesia. A él la iglesia lo tenía sin cuidado, siempre y cuando
el lugar fuera amplio. Pero no cualquier lugar. Éste. El suyo.
Se paró, enfurruscado, y se retiró a su habitación. Poco después
entró al balcón Orlando, el hijo mayor.
- Su papá se puso como una mapaná o una tatacoa, cuando le propusimos vender la casa – Dijo la madre.
- Es que Delio es y será terco, hasta la muerte. “Genio y figura, que van juntos hasta la misma sepultura” Ustedes ya saben que, mientras él viva, ésa es una posibilidad que no debemos mirar. ¿Para qué amargarle sus últimos años? No tendría paz él en vida, ni después de muerto. Y no nos la dejaría tener a nosotros. No siento deseos de desvelarme bajo las cobijas, en los años siguientes, por culpa de sábanas blancas paseadas por los corredores a media noche. – Respondió el hijo– Eso es como tratar de que mi mamá salga de todos los trebejos que mantiene en la última pieza.
- ¿Y por qué voy a salir de ellos? Son las cosas de Iván. Y otras de su papá. Y otras mías que alguna vez puedo necesitar. O que ya necesité, pero no quiero desprenderme. Déjenme a mí con mis trebejos. Cuando me muera, hagan lo que quieran con ellos.
- Lo dicho. Ahí está pintada Elena. Cada quien se apega a sus cosas y en dejárselas consiste parte de su tranquilidad. Y de la de uno. Tanto si viven, como si mueren.
- Preste, mamá, el borrador del aviso –Pidió el que lo había redactado–
- Al aviso le falta claridad –Dijo Orlando– No precisa a cuál Altavista se refiere.
- ¡Pues a éste! ¿A cuál otro?
- Para nosotros es éste. Para el que viva por la ladrillera de Buenavista, es el Altavista de ellos. Sólo para hablar de dos lugares urbanos que tienen el mismo nombre. Y eso lo sabe cualquiera que haya tomado un taxi. Casi siempre hay que explicarle al taxista para cual va uno. Pero es que Altavistas hay muchos. Eso lo digo en el tema que estoy escribiendo en estos días.
- ¿Y de cuál Altavista escribes?
- Del de mis recuerdos. Que no es el mismo que recuerda mi papá. O cualquiera de ustedes. O cualquiera de los que vivimos en dos kilómetros a la redonda. U otro cualquiera de mi generación. O de la generación que nació en este barrio, y es posterior a la de los que llegamos. Cada quien puede escribir su historia de Altavista, y con seguridad le sale diferente. Suprimiendo muchos nombres, agregando otros. Contando sus anécdotas, que pueden ser desconocidas para mí.
- ¿Y cuentas acerca del accidente de Evelio en el que se mató Ismael?
- No se trata de contarlo todo, que es casi imposible; ni de hacer una lista de difuntos, que habría que encargarla a los editores del directorio telefónico. Sé que todos quieren salir en la foto del equipo, pero mil seiscientas personas son mucha gente y cuarenta años es mucho tiempo.
Gildardo:
Yo considero a tu papá tan serio, Orlando, que no he podido verlo
como amigo, por infundirme respeto. Tú, en cambio, fuiste amigo de
mi padre. Casi tanto como de nosotros, sus hijos. A pesar de las
edades diferentes.
Orlando: Diferentes,
sí, Gildardo. Y muy serio también el tuyo. Pero pudimos encontrar
afinidades, que son las que hacen amigos, que fuimos hasta su muerte.
O lo somos, porque la muerte no destruye la amistad.
- Delio Ramírez Toro. Elena Casas Restrepo (de Ramírez). Iván Ramírez Casas. Hernán Vélez. Evelio Velásquez. Ismael Posada.
“EL CAMINO DE LA VIDA”,
ENTRE LA BRUMA
(AÑO 2003)
El anciano se recostó en su cama,
sin sueño, sólo con el fin de poner barrera en la comunicación con
los demás. Quería dejar sentado que el tema de la venta de la casa
no le interesaba. Quiso poner su mente en blanco, pero no pudo. Su
estado de ánimo no lo permitió. Rememoró su niñez. En el campo.
Padre de catorce hijos, era a su vez el menor en una familia de
catorce. Familias numerosas, por tradición. En su casa del campo,
el canto de los gallos, kikirikoso, le anunciaba que era hora de
levantarse. No le pidieran que se bañara en ese momento. No
hubiera sido capaz de dejar caer a esa hora, por su cuerpo, las
heladas aguas que venían por una canoa de guadua desde la fuente de
la finca, baño que penetraba en su piel como bombardeo de agujas.
No en medio de esa neblina visible que cobijaba todo a su alrededor.
No desde ese manto invisible de frío que tenía penetrado hasta los
huesos. No con las bocanadas de vaho que salían de su boca con la
respiración y empañaban sus ojos en la fumarola. Había nacido
cercano a esas breñas por donde tenía que buscar animales
vagabundos para llevarlos a ordeñar en los corrales. Pero detestaba
las púas que rayaban su piel, los guijarros que maltrataban las
plantas de sus pies, y ese frío calador que se aferraba de sus poros
como una araña. Se bañaba al mediodía, sabedor de que el agua
corría igual de fría, pero podía estirarse en una piedra a recibir
el sol que le recuperaba en su cuerpo el calor que había abandonado
entre la ruana. Vestirse, y vuelta a enruanar. Y en las noches,
bañarse para quitar el sudor del día antes de acostarse. En el
patio, con agua tibia que le calentaba su abuela en el fogón de leña
que botaba arepas “de mote” recién hechas, durante todo el día.
Las madrugadas frías, en medio de neblina, para salir enruanado a
ordeñar vacas eran un mal recuerdo. Llamar a la vaca de turno
esperando a que viniera y no tener que ir a buscarla, entre la lluvia
de agujitas frías que calaban en los huesos. “El sereno”, rocío
reparador para los sembrados y cruel para los sembradores.
“¡Deméeetriaaa!” gritaba, y cada sonido era un vaho que salía
de su boca, como una fumarolita formando en el aire las palabras.
Como si tuviera un cigarrillo en su garganta. Tantos recuerdos. Las
caminadas, descalzo, para ir a la escuela. Seis kilómetros por
terreno pedregoso, lleno de distractores. Florecitas, escarabajos,
manchas de aceite liberando su arco iris.
- ¿En dónde se quedó? Usted sabe que debe llegar a tiempo –Le reñía su maestra–
Los castigos, en la escuela, por
llegar tarde o por faltar algunas veces. Los castigos, en casa, por
bajo rendimiento escolar.
- ...Y si sabía ¿por qué contestó mal? Por distraído. Fue por eso –Le reñía su madre–
Vuelta a la escuela. El regreso.
Otros seis kilómetros, hambriento. Almuerzo.
- Lleve el almuerzo a su papá y a los trabajadores que están en la roza. Al regreso, limpie la pesebrera y después póngase a hacer sus tareas. ¡Ah!, y lleve el almuerzo al gato que trajimos al pueblo y se devolvió para la casa vieja porque no quería quedarse de gato ciudadano y prefería serlo montaraz y cazador de sabandijas.
- Y si es montaraz, ¿Por qué tengo que llevarle almuerzo?, mamá. Que cace lo que pueda que para eso tiene sus instintos de felino. El día en que se muera yo voy a descansar.
- No desee su muerte, que ese animalito ha estado con nosotros mucho tiempo y nos ha tenido librados de ratones. Justificando su nombre desde pequeño, el Zaperoco. Hay que ser agradecidos, y yo no lo voy a dejar morir de hambre. Ya está acostumbrado a que le mande su comida. ¿No ve cómo lo recibe de mimoso cuando usted llega con el paquete? ¿No nos ha contado que lo espera desde el morro y le hace fiestas, por llevarle su comida?
- Interesado que es, el porquería. Pero esa caminada tan larga de ida y vuelta, no me hace ninguna gracia.
La pelea fue de alquilar balcón: En
esta esquina, señoras y señores, “Zaperoco”, el gran enterrador
de la comarca... Y en esta otra, el retador que llega a disputar el
título... Hagan sus apuestas, a ver quién gana.
Delio llegó con el almuerzo y el gato no aparecía por más que lo
llamara y lo buscara por todos los rincones adentro y afuera de la
casa. Espulgó en uno y otro lado, pero nada. De pronto halló
huellas. En el centro del galpón cubierto, que en alguna vez estuvo
cacareado de gallinas, la sangre reciente y coagulada por el piso,
revoloteada de moscas, lo condujo adonde estaba el cadáver del
felino, maltratado, caído en plena lucha. Y, un poco más allá, el
cuerpo de su oponente que, era de suponerse, tenía que hallarse en
el estómago del primero. Pero no, también se había revestido de
tigre y enfrentado de igual a igual. En esa esquina se hallaban los
despojos de la rata de mayor tamaño que él hubiera visto y que
luchó, eso se vio por todas partes, igualada de fiereza. Sin las
garras de su oponente, pero con dientecitos afilados que clavó con
furia en una y otra vez, por donde pudo. Delio sintió asco y
respeto por esta última, y pesar por el caído que encontró un
contendiente a la altura de sus fuerzas. Los dos cayeron y no hubo
vencedor. Muerto Zaperoco,
él descansó de su tarea. Pero no de las otras labores de la finca.
Cada seis meses debía acompañar a dos trabajadores para arrear
reses a la Feria de Ganados de Medellín. A pie, por carretera, los
cincuenta kilómetros desde su vereda de la Guaira, en La Ceja del
Tambo. Pies con ampollas en un lado, callos en otro.
En su último viaje llegó más
cansado que de costumbre. Tuvo que cargar al hombro con el ternerito
de una vaca recién parida. Propuso a su hermano mayor, radicado en
la ciudad, que por su edad podría ser su padre y casi ser su abuelo:
- Déjeme vivir con usted. En el campo no veo futuro para mí.
El hermano habló con sus padres:
- El muchacho está maltratado. Ve en la ciudad una oportunidad. Dejemos que la aproveche, y yo cuido de él.
Mucho se debatió, hasta llegar a la
conclusión. Era mejor tenerlo en la ciudad, a gusto, que frustrado
en el campo.
El carro de “tipo escalera” para
transporte de pasajeros era característico. “Chiva”, que lo
llamaban en muchas partes. “Guagua”, en otras. Sus bancas
largas, todas con acceso por un solo lado, daban cabida a seis
pasajeros, a veces siete: “acomodemos al niño que es delgado, para
que no viaje tan incómodo”, decía su padre. Entonces incomodaba
a los demás, por el trayecto. Los campesinos, desde sus parcelas,
veían aparecer en una curva de la carretera, y desaparecer en otra,
el vehículo que había salido del pueblo con “el capacete o
corralito” sobre el techo, atiborrado de productos agrícolas,
gallinas y tal cual cerdito. Y cosas de trasteo. Y tres o cuatro
pasajeros, o una docena, con sombreros y ruanas, que accedieron a
treparse sobre las cosas. Para no tener que esperar el próximo
viaje, que era demorado. La parte trasera del vehículo había sido
cuidadosamente pintada por “Pupema”, un pintor local intuitivo...
primitivista. “Pipero”, que le decían al que no se emborrachaba
con aguardiente sino con “pipo” preparado por él mismo con
alcohol antiséptico. Tenía que tomarse un trago de alcohol medio
bautizado con agua, para afinar el pulso y poder pintar ese paisaje
que le habían encargado. Mostraba un campo, o una imagen del
Corazón de Jesús o unas aves en vuelo, o una plaza de pueblo
pintada con mucho desconocimiento de la perspectiva. Podía uno ver
hombres grandes ensillando caballos pequeños, desproporcionados. O
iglesias pequeñas al comienzo de una calle, y casas grandes al
final. Pero no importaba, su colorido estaba lleno de contrastes de
amarillos y rojos y azules “eléctricos”, así llamados por el
impacto visual que producían esos colores primarios. Estos
paisajes, pintados para verse, no se veían. Venían tapados por un
racimo de hombres precariamente parados sobre la defensa trasera del
vehículo y sostenidos de las dos o tres varillas de seguridad con
que protegían los vidrios de atajar el polvo y el agua por detrás.
Por los lados, los elementos entraban solos, aprovechando los rotos
que tenían, en su deterioro, las cortinas de lona que dejaban caer
cuando aparecían las primeras gotas de lluvia. En tiempo seco las
tenían enrolladas a la altura de las cabezas, sostenidas por cintas
de cuero con ojales, que enganchaban en clavos. El carro hacía su
viaje por carretera “destapada”, que le decían a la vía sin
pavimentar. Llena de polvo todo el viaje. Con duración de varias
horas, varias, desde La Ceja hasta Medellín, pasando por Rionegro,
ya que aún no había carretera directa a la ciudad. Muy demorado no
sólo por el trayecto, sino porque a ese transporte se le denominaba
“el lechero” por tener como tarea detenerse a la entrada de cada
finca y recoger las cantinas metálicas con tapa hermética y
contenido de leche acabada de ordeñar. Después de descargar a sus
pasajeros, el carro se dirigía a entregar en la planta
pasteurizadora para su proceso y distribución en los hogares de
Medellín.
Delio viajó con sus cosas a un lado,
estrechándose para no dañarlas, y maltratadas sus costillas por un
racimo de plátanos que traían amarrado a su lado. Llegó con la
cabeza, las cejas, las pestañas y la piel; rucias del polvo
levantado por las llantas delanteras del vehículo y atrapado en
pleno vuelo por los poros de los pasajeros. Y por sus pulmones.
- Si quiere puede seguir estudiando, Delio, y yo lo patrocino. De lo contrario, tendrá que ayudarme en las labores de la finca de Sabaneta que yo cuido para los patronos. –Dijo su hermano mayor–
- No me vine a la ciudad para seguir rastrillando azadones. Pero tampoco quiero estudiar. Hablaré con nuestro hermano para pedirle que hable por mí en la fábrica de textiles en donde él trabaja. Puede que por ser hermanos, y él muy apreciado, me den esa oportunidad.
Se colocó. Saboreó los primeros
pesos ganados en su vida independiente.
Gildardo:
Mis padres también venían de pueblo. No del campo, que mi padre
no fue agricultor o campesino, sino del pueblo. Pero al llegar a la
ciudad trabajó en el ramo de transportes como despachador. En eso
fue encarrilado por un primo.
Orlando: El
destino del mío, encarrilado por sus hermanos, fue de obrero textil,
que en eso trabajó toda su vida. Alcanzó a jubilarse, a pesar de
todos los contratiempos y de haber trabajado en tantas fábricas.
- José María y Ernesto Ramírez Toro, hermanos de Delio. Fanny González, esposa de Ernesto, bisnieta de Joaquín, el patriarca familiar que dio su nombre a la loma de Los González en el Poblado.
DESTINO, LA CIUDAD
(AÑO 1936)
El reloj de mesa, redondo, con
paticas delgadas, agarraderas como orejas y una campana como un moño
en su cabeza, tenía en sus espaldas una llave que Delio debía girar
todas las noches, antes de acostarse, para darle cuerda. Y debía
poner las agujas en punto para que la campana sonara a la hora
indicada. A las cuatro de la mañana, no sentía el kikirikí de los
gallos, como en el campo. Primero uno, luego otro, luego otro más,
que le anunciaran paulatinamente que la hora de levantarse se
acercaba. No. De golpe, y sin previo aviso, era sacado de su sueño
profundo por un reloj cuya campana se agitaba, desaforada y
bulliciosa, poniéndose a caminar convulsionante por toda la mesita
de noche. Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing. Entonces él
sacaba una mano de entre sus cobijas y la estiraba, buscando la pieza
vibradora para hundirle de un manotazo el botón que la acallara. La
veía como un loro al que tuviera que retorcerle el pescuezo en todas
las mañanas para obligarlo a silenciar. Las madrugadas frías para
ir a la fábrica, no hacían diferencia con las madrugadas en el
campo. Era cierto que la ciudad tenía un clima más benigno que el
de su finca, pero igual sentía un frío tremendo que lo hacía
desear poder permanecer entre cobijas. Pero que tuviera que cumplir
turno de trabajo, le era ineludible. Se bañaba a esa hora con el
agua fría que salía del grifo. Agua limpia, del acueducto de
Medellín, pero fría. Por Dios que también es fría, como si se la
estuviera ordeñando a la montaña de 2000 metros de altura sobre el
nivel del mar. Su cuerpo no hacía diferencia. Dos kilómetros de
distancia, a pie, hasta el sitio por donde pasaba el carro que
transportaba a los trabajadores. Los zapatos maltratando a unos pies
acostumbrados a caminar descalzos por el campo. Las jornadas de
trabajo, de pies, junto a las máquinas. La atención a los hilos
para vigilar si llegaban a romperse. Empatar el hilo, con rapidez, o
detener la cadena para evitar un daño en la producción. Deseos de
orinar. “Espere a que llegue su compañero y lo releve”. La
producción no podía pararse. El almuerzo de fiambre, en hojas de
plátano. En los primeros tiempos no había restaurantes
industriales. Comprar en la vecindad, salía costoso. La hora de
salida. Ansias de llegar temprano a casa y descansar. Mañana sería
otro día de trabajo.
- Vamos, Delio, a jugar una partida de billar –Propusieron sus compañeros de turno–
- Ahora no. Estoy cansado. Tenemos mucho trabajo.
- Mañana será otro día, juguemos hoy.
Ganó el primer juego.
- Vean a Delio, superando a sus maestros. Suerte de principiante –Comentó un observador, en voz baja, a su vecino–
- Suerte no, lo están endulzando para poder “comer marrano”. Esperarán a verlo engolosinado, y le propondrán apuesta –Respondió el vecino–
Perdió lo que tenía.
Sólo le quedó lo de sus pasajes hasta el día de pago. Tendría
que abstenerse de cualquier antojo. ¿Quién lo manda? Se propuso
aprender a jugar bien. La próxima vez en que hubiera apuestas, él
estaría parado del lado de los expertos. La próxima, o la
siguiente. Pero pronto.
Gildardo:
Los comienzos de un campesino en ciudad son difíciles, mientras se
adapta.
Orlando: Y
los de cualquier billarista de apuestas, que a todos nos correspondió
jugar con un “jugador perro” que se diera gusto “comiendo
marrano” frente a un jugador inexperto. Mi padre aprendió a jugar
bien y, años después, fue mi hermano Hernán el que dijo:
-
Con razón salí con gusto de billarista. Lo heredé de
él,
y salí bueno. Lo demostré en el billar de Carlos, en Vicuña,
ganando apuestas con mis compañeros de estudio. Allá quemábamos
taco y nos paraban bolas.
- Siendo ustedes tan
vagabundos, muy meritorio que
hubieran podido graduarse
en sus estudios.
- Es que no éramos tanto.
Separábamos espacio para
todo y éramos consagrados
a las tareas.
Gildardo:
Billaristas. En eso no fuimos diferentes, ni lo fueron nuestros
padres, que el mío también solía jugar billar. Vino a dejarlo
cuando le amputaron su pierna y le prohibieron el licor.
Orlando: De
ser billaristas ellos, nada digo, pero ni tú ni yo nos destacamos en
ese juego. Lo hicimos ocasionalmente por vivir esa experiencia,
aunque no nos enviciamos. Es que los vicios quieren acompañarlo a
uno hasta la tumba. Unos pocos vencen el vicio del cigarrillo o el
del licor o cualquiera otro vicio. En sus últimos días, tu padre
me pedía que le llevara un aguardiente doble en un frasquito. Lo
mezclaba con soda, para hacerlo rendir y lo degustaba a sorbos, muy
espaciados, saboreándolo. Lo guardaba debajo de la cama, para
evitar regaños de los hijos. “¿Qué me gano con cuidarme a estas
alturas, si ya la muerte me ronda de todos modos?”, me decía.
“Mucho mejor morir pronto y feliz, que tarde y anhelando las cosas
que uno ha tenido”.
Gildardo:
No fue buena tu idea de alcahuetearle. Pudo causar su muerte, o
asfixiarlo. Pero es que él era amigo de llevar la contraria a sus
médicos. Uno hubo, de esos coloquiales e informales, que nos dijo:
“Déjenlo que fume y que tome todo lo que quiera, para que se
sienta a gusto. Eso lo mantendrá vivo de alegría de vivir. Y
cuando muera, morirá a gusto” Al salir del consultorio, mi padre
se enfurruscó: “¿Si ven las de ese Médico? Lo que quiere es
matarme antes de tiempo”.
Orlando: Dejé
de hacerlo por temor de que mis tolerancias me metieran en problemas
con los demás, que con él no, porque se mostraba agradecido. Pero
es que la muerte no le llega a uno ni antes ni después, sino en el
día que es. Eso lo descubrió papá con su amigo billarista, “El
Payino González”, hermano de Fanny su cuñada. De humor festivo,
era una alegría jugar con él. Solía jugar a dos parejas, cuatro
tacos, hasta la medianoche. No hacía pausa sino para ir al baño,
que buscaba el de su casa porque no quería poner su humanidad en el
mismo asiento íntimo, sucio y público, en donde la ponían sabe
Dios quienes. Así lo hizo en el último día de su vida.
- ¿Qué tal, Payino, aliviadito?
- ¿Cuándo no? Tú sabes que a mí no me duele ni una muela.
- Entonces juguemos una partida de billar a ocho manos.
Habiendo
ensartado una serie de varias carambolas, el Payino, iba camino de
seguirla por tener a la vista una que le era fácil de hacer. Sintió
un espasmo en el pecho que no dejó reflejar, cubriéndose con un
pañuelo como si fuera a estornudar, y dijo al compañero:
- Ahí te dejo ésa, ya armada, que salgo para mi casa. Voy con intenciones de morir allá.
- ¿Es que te piensas morir?
- Pues tengo un presentimiento porque acaba de sacudirme en el pecho un estornudo.
Sacudió
su mano para despedirse, desde la puerta y, dirigiéndose a su casa,
murió. Poco faltó para morir con el taco entre sus manos e
ignorante de su tacada, pero lo hizo alejado del billar y
presintiendo el resultado.
- Hernán Ramírez Casas, con Federico Velásquez, Frank Chavarriaga, Mario Colorado y Julio Márquez. Luis Eduardo González, “El Payino”
“Y EMPIEZA EL CORAZÓN,
MUY PRONTO,
A CULTIVAR UN SUEÑO”
(AÑO 1933)
Como dice el compositor Héctor Ochoa
en El camino de la vida,
“el corazón empieza muy pronto a cultivar un sueño”. En el
campo, es posible mirar a la hija de los padrinos de su hermano, los
que tienen compadrazgo con papá y mamá, y sentir en el erizamiento
de su cuerpo que esa muchacha es agraciada y que qué bueno sería
verla bañándose. Qué bueno perderse con ella entre las breñas.
O encontrarla desprevenida en la pesebrera si ella, ya cercana a los
dieciocho y habituada a menstruaciones, se fijara en un niño de
trece años que la mira con mirada de ternero huérfano, deseoso de
probar si de esas ubres que se adivinan en el fondo de un corpiño
salen chorros de leche tibia y sabrosa que le bañen a uno la cara
como cuando se agacha a poner su boca frente a una teta de esas de
“La Demetria”. Y las muchachas del pueblo tan pretensiosas y
despreciativas con los del campo, pero tan bonitas ¡Ay!, tan
bonitas, qué bueno que lo miraran a uno y que aceptaran dar una
vuelta por el parque. Que lo miraran a uno como miran a esos
muchachos del pueblo. ¿Qué tienen ellos que no tenga uno? Qué
bueno estar con ellas en el atrio de la iglesia para salir a
procesión y uno con ellas y todos mirándole la pareja con envidia.
Y ahora que se ha venido a vivir a la ciudad. Tantas muchachas
ciudadanas y tan bellas. Tan bellas. Tan bellas...
Hubo una actividad que logró
desprenderlo de los billares.
- Delio, vamos a visitar a esas muchachas que viven cerca de la escuela de las Hermanas Salesianas de Buenos Aires, y a conversar con ellas. Tal vez hasta nos inviten a bailar. O acepten invitación –Le propusieron–
- ¿Y qué me gano? Yo no sé bailar.
- Aprende. Todo se aprende. Es más difícil dominar el billar.
No pudo enseñarles a bailar a sus
pies maltratados. No lo dejaron las risas de las muchachas. No le
gustaba ver que se rieran de él. No las muchachas. No era bueno
para conversar. No para enamorar.
- No importa, Delio, no se preocupe –Dijo una amiga de ésas generosas, que nunca faltan para enseñar a los muchachos primerizos– Conmigo aprende.
Aprendió. Con ella. Y con la amiga
de ella. Y con la vecina del frente. Aprendió. A enamorar. A
bailar, no pudieron enseñarle.
- Este Delio sí es picaflor. ¿Cuántas novias tienes? Muchas te hemos conocido.
- No son tantas. No exageren.
- Marta, la que llegó del pueblo de occidente, sí te tiene trastornado. Esa te va a cazar.
- No me caso todavía. Quiero vivir mi vida, primero.
Sus amigos bajaban por el bar “El
Sol de Oriente”, en Buenos Aires. Rumbo a los billares que había
en la calle de Ayacucho, abajo de la iglesia, contiguo a la
“Panadería La Marquesa”.
- Vamos, Delio, acompáñanos.
En el atrio de la iglesia, esperando
para salir a procesión con el padre Lope, un ramillete de
jovencitas. A cual más bella.
- Muy juiciosas las veo, y con intenciones de rezar. ¿Por qué no rezan por nosotros? –Se atrevió a decir Fernando–
- Si no piden ustedes por sus almas, nosotras nada podemos conseguir – Respondió Nelly, la más osada–
Acompañaron la procesión, no porque
les interesaran los rezos a la Virgen, sino porque les
correspondieron las muchachas, con sus miradas.
- ¿Y tú, con cual te quedas, Pablo?
- No preguntes que es difícil escoger. Las quiero a todas. Pero ya que ustedes están que atacan, déjenme a mí con Nelly. Ésa es la mía.
- Pues yo visitaré a Angélica –Dijo Fernando– Ella es callada, pero ha querido volver a verme. A Alfonso ni se le pregunta, no ha habido forma de despegarlo de Ester. ¿Y tú, Delio?
- Ahí bonita-bonita, como reina, Ligia. Es una artista de cine. Pero yo me quedo con Elena. La más joven. Su belleza tampoco desmerece. ¿O no, Alfredo?
- Yo como que no me comprometo con ninguna. Ya tengo otras, que tampoco me interesa desposar. Estoy citado al servicio militar. Tal vez me lleven.
- No te las des de sano, que tú eres más picaflor que todos nosotros juntos. ¿Qué tiene de malo estar citado? Todos lo estamos. Vamos, y apuesto a que no nos llevan.
Fueron. No los llevaron. No a la
mayoría. Solamente a Alfredo. Dos años después, regresó.
Soltero. Encontró a sus compañeros, ya casados.
- Si pudiera matarlos con mis ojos, ya estarían en puñales. Me mandaron para el servicio y se quedaron ustedes con la caza. ¿Qué dejaron para mí?
- No te preocupes que presa regalada no satisface. Sal y aguza tus sentidos. Caza hay mucha. Ya hemos de verte a ti casado de pies y manos. “Matrimonio y mortaja del cielo bajan” Ése es un destino ineludible.
Gildardo:
No recuerdo que tú y yo hubiéramos sido novieros ni que hubiéramos
enamorado juntos, con excepción tal vez, de las Callejas que
visitábamos en compañía, sin ser novias. Tan solo amigas.
Orlando: Más
bien fue con tu hermano que yo viví esa experiencia. Llegando él
al matrimonio por esos días, que yo tardé otro poco. Pero tienes
razón, no fui noviero. No un hombre enamorado, como muchos. Aunque
al hacer el inventario, tampoco es que queden renglones por llenar en
la libreta.
- Los amigos de Delio: Alfredo Valencia, Alfonso Uribe, Fernando Gil y Pablo Ibarbo.
- Las novias de ellos: Nelly Delgado. Ligia Builes. Ester López. Angélica Ramírez. Elena Casas. Feliza y Laura Betancur.
- Gildardo Vélez, John Vélez. Padre Lope Duque Villegas. Las Callejas.
POR LO QUE SE VE, DESCABEZADO
(AÑO 1945)
Encontrar un espacio entre los demás.
Ser reconocido y aceptado. Respetado. Es difícil. Es todo un
proceso. Y conservar, además, independencia. Porque uno es uno y
no lo que quieran los demás. Es una lucha contra todos. A esa
lucha debe ser a lo que llaman madurez. Que la brecha de las
generaciones. Que las relaciones con los demás. Que la autoridad
del patrono. Que la del Cura. Que la del maestro. Que la del
doctor. Todos sintiéndose con derecho a juzgarlo a uno. Hasta que
llega un día en que se descubre que es uno quien juzga a los demás.
Cruzó la línea y no supo cuando.
Se reunieron sus hermanos y no
encontraron otra materia de conversación. Se la dedicaron,
enterita.
- Ese Delio es un descabezado. No quiso ayudar a papá con los cultivos y ganado. No quiso estudiar. No ha comprado una cama, para él. Y ahora resuelve casarse cuando tiene todavía los calzones cortos, de cintas cargaderas o tirantes, en el ropero. Y con una muchachita que aún juega con muñecas. ¿Serán capaces de responder por una familia?
- Como dijo alguno, creo que Ñito Restrepo:
“¿Que
se casan? Yo no sé.
¿Para
qué? No se me esconde.
¿Pero
esa muchacha por dónde?
¿Y ese
muchacho con qué?”
- Madrugó mucho a echarse cargas. ¡Ojalá sepa cumplirlas!
- ¡Qué va a saber, si aún no ha asentado cabeza! Va a quedarse a vivir con su suegra y su cuñada. No tendrá ninguna independencia.
- No creas, el matrimonio asienta. A lo mejor nos sorprende con un buen desempeño. Las dos mujeres lo ayudarán a organizar.
- ¿Tú sí crees? Porque dicen que “El que se casa, quiere casa”, y Delio va a empezar de arrimado.
Inició su matrimonio con un bajo
nivel de auspicios. Como si fuera un juego. Pero no fue un juego.
Gildardo:
De tu papá desconfiaban por joven. Del mío por ser aficionado al
aguardiente. Veo que con el tuyo se equivocaron al juzgarlo. Con el
mío también. Enterró a mi mamá, y siguió fiel a su recuerdo,
hasta la muerte.
Orlando: Dicen
que “caras se ven, pero corazones no”. No se puede juzgar por
apariencias. La copla parece ser de Ñito, pero es del rionegrero
Francisco Mejía.
CON LA CRUZ A CUESTAS
(AÑO 1953)
La cruz del matrimonio. Se le
asimila esta etapa a un viacrucis, lleno de caídas y levantadas y
azotes dolorosos. Por todo el Calvario hasta la muerte. No se habla
de las mieles del matrimonio. Cuando se habla de mieles se refiere
únicamente a “la luna de miel”, que brilla sólo durante tres
días y se acaba. Luna menguante. La otra cara de la luna. Fue
difícil. Primer año de casado, primer hijo. Segundo año, ya van
dos. Tercer año, tres.
- Le rinde el batido a este Delio. Un hijo en cada año. A ese paso se va a llenar –(Sus hermanos)–
Se llenó. Quince tuvo. Uno murió,
pequeño.
- Tiene que aprender a dedicar más dinero a la casa que al billar –(Sus parientes)–
Aprendió.
- Con la cantidad de hijos que tiene, el salario de obrero no le es suficiente para vivir –(Sus vecinos)–
No lo era.
- Doctor, ¿Por qué no me da la oportunidad de trabajar en el turno de la noche, para complementar con los recargos? –Propuso Delio–
- Hágalo, que usted tiene muchos hijos. Si se ocupa en las noches, tal vez tenga menos –Le respondió su jefe–
Mejoraron los ingresos. Trabajando
de noche, durmiendo de día. Por un tiempo.
- Elena, me quedé sin trabajo. Tendré que buscar otro. Mientras tanto, pasaremos trabajos para vivir.
Los pasaron.
- He vuelto a colocarme. Me aceptaron en otra factoría de textiles.
Otra vez en el turno de la noche.
Dormir de día.
- Despierte, Delio, lo solicita el dueño de la casa –Lo sacudió Elena–
- Lo siento, pero debe entregarla. Asunto de sucesiones –Le informó el dueño–
Quiso volver a conciliar el sueño,
pero no pudo. Su esposa lo sintió rebullirse entre cobijas y
mesarse el mechón de pelo que le caía sobre la frente y se acercó
a la cama.
- Si tuviéramos casa propia, Elena, no tendríamos que mudar en tantas veces. Pero he resuelto no construir en el lote que compramos en ese descampado recostado a las montañas nororientales. No por lejos, que los buses acercan hacia el centro, sino por retirado de escuelas. No quiero que los hijos estudien a distancias porque se aperezan.
- Y también porque queda muy retirado de la fábrica de Vicuña, a distancias de su trabajo.
- Es que ese lote queda en donde se acaba Medellín, por el oriente. Y yo trabajo en donde se acaba Medellín, por occidente. En Vicuña se acaba Medellín. Lo que sigue son mangas, por ambos lados.
- Tiene razón, Delio, es preferible no invertir dinero en ese lote que está, para nosotros, mal ubicado.
- Tratemos de quedar más cerca. Es mejor comprar punto que casa.
- ¿Y la solicitud de préstamo al Instituto de Crédito Territorial?
- Espero que resulte. Sería una oportunidad.
Gildardo:
En eso, historias paralelas. Muchos hijos y casa tomada en
arrendamiento. La necesidad de tener vivienda propia era común en
las familias de nosotros.
Orlando: Sí
que lo era. Cargar con esa cantidad de muchachos encima de un
trasteo era para llenar de angustia al más osado. Y el que vive en
casa alquilada se somete a esa tortura de los cambios intempestivos.
LA OPORTUNIDAD DE DAR EL PASO
(AÑO 1962)
Se regó la noticia, como pólvora.
El Instituto de Crédito construiría otra urbanización para los
menos acariciados por la fortuna. Cada quien creía serlo. En la
ciudad de ese momento, solamente se identificaban cuatro clases
sociales: Los ricos. Los de clase media (acomodados). Los pobres.
Los mendigos. Y no había más. Tiempo después, pero mucho
después, se empezaron a identificar otros estratos: Estrato 1,
estrato 2, estrato 3, estrato 4, estrato 5, estrato 6. Estratos que
iban desde los muy pobres pobres, indigentes; a los muy ricos ricos,
los magnates. Pasando por las clases media, media alta, media baja.
Obreros, desempleados, desplazados. Aparecieron supermercados de
clase alta, comisariatos y tiendas. Se encontraron alimentos
concentrados para animales de cualquier clase, alimentos para
mascotas y alimentos para perros de clase alta. Se organizaron
bouffets para convencionistas en hoteles de cinco estrellas y para
turistas del “todo incluido” en Decamerones de toda clase. Se
ofreció bienest-harina de hacer coladas para niños pobres y leches
en polvo del segundo semestre, vitaminizadas, para los que pudieran
pagarlas. Se crearon asociaciones de repartidores de aguadepanela
para brindar a medianoche a indigentes y aspiradores de pegantes
químicos tragahambres. En esa gama de gente con diferentes
necesidades, cualquiera cosa que se repartiera gratis o a bajo costo,
generaba una fila larga de aspirantes. Desde los compradores de
ofertas en los supermercados, hasta los reclamadores de formularios
para adquirir préstamo de vivienda con el Instituto. Las
solicitudes siempre superaron a las ofertas.
- ¿Cómo hiciste para conseguir el formulario, Delio?
- Eso fue cosa de Elena que tuvo que sufrir una madrugada y una fila de casi una cuadra. Y eso antes de que abrieran las oficinas. Después llegó más gente.
Los funcionarios del Instituto
adjudicaban por puntaje. Clasificando necesidades. Cada hijo,
sumaba un punto a los otros factores. Muchos hijos, muchos puntos
adicionales. Los adjudicatarios resultaron ser padres prolíficos y
la urbanización prometía estar llena de muchachos. Fueron citados
a reunión. Hablaba el Ingeniero:
- ...Gracias a los proyectos de vivienda que ha venido construyendo el Instituto, a costos y plazos favorables. Ustedes son afortunados. Seleccionados todos de clase trabajadora y necesidad sentida. La Urbanización Altavista, Vereda del mismo nombre, se construirá en el lote llamado “Manga del totumo”, contiguo a las casas de los trabajadores de la fábrica de paños Vicuña en el barrio de Belén, hasta llegar a la finca de la loma de Los Bernal. Limita la quebrada de Altavista. Hacia arriba, hay una iglesia abandonada en media manga, en terrenos que son de los tejares. Será habilitada en el futuro. Hacia abajo, pasando la quebrada, el Barrio de la Gloria cuya iglesia más cercana es la de San Bernardo. Creo que la más cercana para ustedes sea la de Los Alpes, a un lado, y la del Parque de Belén unas cuadras hacia abajo.
- Habla mucho de iglesias, Ingeniero. ¿Qué hay del Barrio de Sucre, que queda a un lado?
- Bueno, se verá transformado. Pasará a lo largo una avenida que ocupará el espacio de muchas de esas casas. La experiencia nos dice que estas obras transforman el urbanismo de todo, alrededor. Hay la tendencia a progresar estimulada por el mejoramiento del vecindario.
- ¿Y qué nos dice del transporte?
- En principio tendremos la línea de buses municipales, de color gris. De los llamados “ñatos” por no tener la trompa que lo cubre, sino tener el motor en otro lado, al lado del conductor. Con el tiempo, vendrán otras. Los invito a pasar para mirar las 308 viviendas proyectadas en 11 manzanas, en la maqueta que hemos puesto a la entrada. Construiremos una casa modelo, para que ustedes puedan ver la distribución de los espacios, tal como van a quedar.
- Ya hemos visto la maqueta y se ve muy bonita en la artesanía de los arquitectos, pero yo conozco esa manga y queda en un extramuro, lejos de la ciudad. No hay vías de pavimento. La ciudad llega hasta Vicuña. Lo demás es rural.
- Esa es tarea del Instituto. Las vías que están trazadas, sobre planos, las verán pavimentadas antes de ocupar sus viviendas. Ya está previsto.
Delio llegó entusiasmado a la casa.
Al domingo, viajó con su mujer y su rosario de hijos para conocer el
lugar. Debían bajar de un bus y tomar otro. De un lado al otro de
la ciudad. Viaje largo. Terminal frente a la fábrica de Vicuña.
Camino, por vía destapada, equivalente a ocho o diez cuadras. A un
lado el caserío.
- Éste es Sucre. Arriba queda Zafra. Los Alpes, hacia allá. La Gloria al otro lado, pasando las casas de Vicuña. Allí será la escuela.
- Y esta quebrada ¿No se crece? ¿No es criadero de zancudos?
- Crecerse, sí. Y zancudos debe haber. Pero en un futuro será canalizada. Ambas cosas se podrán controlar.
- No sé, Delio, yo sí creo que esto está muy lejos.
- Lejos está, Elena, porque estamos acostumbrados a vivir al pie del centro, arriba del parque de Berrío. Pero es nuestra oportunidad de tener un techo propio.
- Esto es muy rico, papá, es como vivir en una selva.
- La selva es ahora, porque no han construido. Después será un barrio como todos. Dijo el Ingeniero que se calculan no menos de 1600 habitantes. Un 60% serán niños.
- Entonces vamos a tener amigos y vamos a encontrar mucho con quien jugar.
Gildardo:
Muchas desconfianzas tuvimos, en principio, pero también muchas
esperanzas. Las unas se vieron aclaradas, las otras cumplidas.
Orlando: Era
lógico. Aunque el término no se hubiera acuñado en esa época, no
podíamos esperar viviendas de “interés social” en pleno centro.
Por eso las hacían en los extramuros de entonces, que hoy nos
parecen tan cercanos. Tan lejos parecía Altavista en ese entonces,
que los que hicieron el proyecto fueron los de Urbanizadora Nacional,
pero sus clientes no se interesaron. Lo adquirió el Instituto, ya
montado, y la Urbanizadora se comprometió a entregarle con calles ya
trazadas y pavimentadas.
- Ingeniero Domínguez y Arquitecto Álvaro Ramírez, del Instituto de Crédito Territorial.
ADIOS A LAS RATAS
(AÑO 1956)
Orlando era el mayor de los hijos.
Él y los dos que lo seguían, nacieron en casa, con partera. Los
demás en una clínica, con médicos. La casa en que nació era la
casa de la abuela desde tres o cuatro años atrás del matrimonio de
sus padres. Por alguna razón desconocida, que no se molestaba en
indagar y que no hubiera podido explicar con su lengua que aún no
articulaba las ideas con palabras, el primer cuarto de la calle, el
que debería ser la sala de recibo, estaba clausurado. Era un
depósito de escombros. Refugio de ratas. Lo malo es que las ratas
no saben de fronteras. Entonces su padre se la pasaba poniendo
trampas de alambres enresortados, con trocitos de queso en una punta,
armados para atrapar las bestezuelas. Y tapas de botella con
venenos. En lugares fuera del alcance del niño gateador que
recorría toda la casa barriendo con su piyama el piso de ladrillo de
barro.
- Las ratas aprenden a eludir trampas, Delio. Son un peligro para el niño. ¿Por qué no te consigues un gato?
- También son un peligro. De arañazos y de suciedades. Y de pelos infecciosos en los ojos. Uno tuve en mi niñez, a Zaperoco, que me dejó hasta la coronilla. Fue muerto precisamente por una rata que resultó más fiera que él.
Cada que llegaba el
propietario de la casa a cobrar arrendamiento, le insistía para que
hiciera limpieza de escombros y recuperara la utilidad del cuarto.
- Un día de éstos, don Delio, porque cuesta su dinero y no hay con qué.
Esperando a que
hubiera, se crecieron los pequeños, que ya eran siete, y caminaron y
fueron a la escuela. Ya no podrían ser sorprendidos por una rata.
Ni siquiera de las de la invasión que cayó como plaga en ese
barrio, venida entre cajas con maquinaria de importación para una
fábrica textil de los alrededores de la Plaza de Flórez, así
llamada por el apellido de don Rafael, su constructor. Pero también
Plaza de flores, porque allí llegaban con sus ramos los cultivadores
silleteros de Santa Elena. Llegó la maquinaria desde Alemania
transportada en barcos. Metida en huacales de madera y embadurnada
con grasa, para protegerla de la salinidad. Esos barcos atrapaban en
las bodegas de bastimento para la tripulación, hordas de ratas de
las que proliferan en los puertos. Al abrir los huacales para
instalar la maquinaria, las ratas grises salieron huyendo por las
alcantarillas hasta la quebrada de Santa Helena. Subieron, quebrada
arriba, para acceder a los colectores cloacales de los barrios
vecinos y por allí a los desagües de las casas. Se multiplicaron.
Queriendo combatirlas, la empresa importó ratas blancas que se sabía
se comían a las grises. Sólo machos, para evitar procreación.
Pero “cuando no hay solomo, de todo como”. Les pudo más el sexo
que la fiereza y se cruzaron con las grises, produciendo ratones
“emparchados” como colchas de retazos, de manchas entreveradas y
ojos rojizos. Tuvieron que combatirlas con venenos poderosos y
recoger los cadáveres en las calles, por paladas, echándolas en
carretillas. Eran un espectáculo para los chicos que crecieron con
el temor natural que producen esos bichos, pero familiarizados al
mismo tiempo con su presencia, que consideraron uno más de los
elementos del paisaje. Fue necesario desocupar la casa, pedida por
cuestiones de repartición de herencias, y trasladarse a otra, por
corto tiempo. No fue de su gusto. Volvieron a mudarse. Para un
sector de terrenos dispuestos a manera de terrazas. Los pisos de una
hilera de manzanas de casas, se elevaban por encima de los techos de
la otra. La manzana de enfrente de la casa de Delio, justamente,
quedaba por debajo de su nivel y era un lote que no estaba
construído. Un remedo de parque lleno de escombros botados por
personas irresponsables. Amparados en la oscuridad de la noche y en
la débil luz proyectada por la única luminaria que continuaba en
buen estado en ese parque. Las otras las habían dañado. Luminaria
que quedaba a nivel del piso de las casas de la manzana del frente, y
se colaba por debajo de sus puertas proyectando su luz sobre los
objetos dejados en el piso de las casas, aunque las luces de los
cuartos se hubieran apagado. Podría decirse que era una iluminación
fantasmagórica. Lo era en las sombras de la noche.
Siendo una familia numerosa, habían
habilitado la sala de recibo con una cama. En ella dormían dos de
los chicos varones, que ponían sus ropas en un taburete al lado de
la cama. La sala iluminada por un bombillo empotrado en la parte de
abajo de un “benjamín”. Así llamado el elemento eléctrico de
transición que tomaba la corriente y la transmitía a ese “foco”
por la punta. El benjamín permitía, por los lados, enchufar dos
elementos que podían ser una radio y una plancha, permitiendo la
conexión múltiple. De un lado salía una cadena con un pequeño
rosario de bolitas ensartadas y detenidas por una campanuela, para
evitar su desparrame. Halando esta cadena, la corriente pasaba o se
interrumpía, permitiendo prender o apagar el bombillo.
Los jóvenes, en edad de pubertad,
halaron la cadena para cortar la corriente y se metieron bajo de sus
cobijas. El piso iluminado por la luz que entraba bajo la puerta.
Puerta cuyo marco no quedaba a ras de piso, sino dejando un
resquicio. Eran las once de la noche y la calle se sentía
solitaria. En la manga del frente, la del parque en donde solían
botar escombros, las ratas seguramente hacían fiesta por la ausencia
de personas. Orlando, acostado del lado exterior, miró a su hermano
que ya roncaba volteado hacia la pared. Él no podía conciliar el
sueño y se entretenía viendo cómo los insectos, que volaban sobre
el farol del parque, proyectaban sombras pasajeras al interior del
cuarto. De pronto ingresó un tropel de ratas, una manada. Dos de
ellas, dos machos, chillando y luchando fieramente entre sí por
ganar la supremacía. Las otras haciendo rueda. Hizo palmas con sus
manos, para espantarlas, pero no lo escucharon de tan entretenidas
que estaban esperando cuál resultaría vencedor. Estaba
aterrorizado y sin atreverse a poner pie en tierra para halar la
cuerda y encender la luz. Quiso articular palabra para mostrar a su
hermano, pero no le salió la voz. Corrió el taburete hasta el
centro para hacer puente y apoyarse, hasta alcanzar la cadena que,
por fin, trajo la luz. Las ratas salieron entropeladas. Nadie iba a
creer su pesadilla. Irían a pensar que la soñó. Pero las manchas
de sangre sobre el piso le permitieron mostrar que no fue un sueño
sino una pesadilla real, con los ojos muy abiertos. Cuando su padre
habló de la adjudicación de una vivienda por parte del Instituto de
Crédito, la recibió con alivio. Iban a tener su casa propia en un
lugar alejado de las ratas.
Gildardo:
Aquí no estamos exentos de tener esos animales, pero la verdad es
que no he vuelto a verlos. La canalización de la quebrada, la
urbanización de las mangas vecinas, el control en la botada de
escombros y de basuras, las han alejado.
Orlando: Claro,
Gildardo, el urbanismo y el progreso tienen ventajas. Con el uso
generalizado del calzado no se han vuelto a ver las niguas. Los
pisos embaldosados con cerámica, en vez de los pisos en tierra o con
baldosas de ladrillo, han desterrado las pulgas y los chinches que
solía ver en el campo. Y si se ven piojos con sus liendres en las
cabezas de algunos niños, es por la promiscuidad con compañeritos
de todas las procedencias. Pero el orden y el aseo alejan a los
parásitos. Y eso ganamos al venir a vivir a este barrio.
Gildardo:
Sí. Y tal vez que se ve poca cantidad de mascotas. Perros, gatos
y similares. Las mascotas mal cuidadas son focos infecciosos y no sé
si por consecuencia natural o por coincidencia, proliferan en las
proximidades de basureros y botaderos de escombros.
- Delio Ramírez Toro. Jairo Ramírez Casas. Orlando Ramírez Casas.
TODO ERA GRIS, EN LOS COMIENZOS
(AÑO 1962)
La cinta gris del pavimento conducía
a la caseta vendedora de bebidas gaseosas para los obreros. Desde su
ventanuca se veía un arrume de bloques de cemento, grises,
dispuestos para la futura construcción. Y otro de tejas de asbesto
color gris, para su techo. Cuando uno se sienta en una ventana,
frente a un paisaje compuesto por árboles, ve el paisaje igual de un
día para otro. No lo ve cambiar. Pero, con el tiempo, descubre que
algunos elementos del paisaje que antes eran visibles, ahora están
tapados de la vista por el follaje. Entonces se percata uno de que
los árboles crecen. Y tiene la sensación de haberlos visto crecer.
No sucede lo mismo en donde hay construcciones. El paisaje cambia
continuamente. De un día para otro desaparecen las plantas.
Aparece un tierrero. Desaparece. Aparece un hueco. Unas columnas.
Un piso. Una losa de cemento. Otro piso. Y así, sucesivamente.
El paisaje se transforma a ojos vistos.
Los adjudicatarios habían ido a ver
el lote agreste en donde iba a estar la urbanización. En la
siguiente vez, fueron a ver y la selva había desaparecido. Una
valla de aviso, grande, anunciando que “Aquí se construye la
Urbanización Altavista, por parte del Instituto de Crédito
Territorial, con el patrocinio del gobierno de los Estados Unidos, a
través de la Alianza para el Progreso”. Una vía sin pavimento,
con trazado recto, de acceso de volquetes y excavadoras. El trazado
de las otras vías, también sin pavimento, pero con bordes señalando
el curso de las aceras. Una bodega construida en material, para
oficina del Ingeniero residente y depósito de herramientas y
materiales. Una caseta metálica, pequeña, con aviso de bebidas
gaseosas, para ventorrillo de comestibles a los trabajadores. Su
propietario, don Manuel.
- Buenos días, don Manuel, ¿Es cierto que usted también obtuvo adjudicación de su vivienda?
- Buenos días, don... ¿Delio se llama usted? Pues, sí. Gracias a Dios me han cambiado puntos de tener pocos hijos, por trabajo para la comodidad de los obreros. Así podré tener también mi techo propio.
- Lo felicito. ¿Ya se conocen los resultados del sorteo?
- Así es. El Ingeniero tiene la lista. Ya he visto que a usted le ha correspondido el lote que está allí, al frente mío. A mí me han dejado el que ocupa mi caseta.
Delio, con su familia, pasaron la
calle hasta el lado del frente.
- Papá, ¿Y en ese cuadrito tan pequeño que señalan los mojones, sí cabe una casa?
- Grande como las casas en las que hemos vivido, no. Pero suficiente, según muestran las maquetas, sí. Lo que pasa es que tienen posibilidades de ampliación y, en un futuro, podremos agrandarla. De salida arrimaremos a la casa modelo para que puedan ver cómo van a quedar las otras casas
Gildardo:
Hombre, llegamos los favorecidos en el sorteo, pero muchos
aspirantes se quedaron por fuera. Fue como ganar la lotería.
Orlando: Buena
tu comparación, con una diferencia. Muchos se ganan la lotería,
sin saber administrarla, y la pierden en corto tiempo. La lotería
de estas viviendas ha sido permanente, y aún son ocupadas por
nosotros, o sirvieron de base para poder adquirir otras mejores.
Fueron en verdad unas loterías, estas casas.
- Don Manuel Sierra. Delio Ramírez Toro.
LA IDEA CUAJA
(AÑO 1963)
La transformación del paisaje era
patente. En la siguiente visita, ya había aceras. Y cepas de
emparrillados de hierro, cubiertas de hormigón. Y dos líneas de
ladrillos, señalando la distribución de las dos piezas previstas.
La sala. La cocina. El baño. El solar.
- ¿Y vamos a caber en las dos piezas, papá? Somos doce hijos. Usted y mi mamá. La abuela Valentina. La prima Nelly.
- Estaremos estrechos, en un principio, pero me propongo ampliar pronto, para tener comodidad.
Se vieron las casas a punto de techo.
- Don Delio, pase por la orden para retirar las tejas de asbesto. En esta semana empezaremos a techar –Dijo el Ingeniero–
- Lo que pasa es que no voy a poner techo, Ingeniero. Pondré losa de concreto para segundo piso.
- Las tejas son obligación, don Delio.
- No pueden obligarme a poner tejas que luego tengo que quitar. En dos piezas no cabemos. Necesito el segundo piso para luego.
- ¿Tiene con qué poner losa de cemento? Porque para eso no presta el Instituto.
- Sí tengo.
- Si puede hacerlo antes del lunes, hágalo. Si no, ya no autorizo.
Pasó a donde su vecino del frente.
- ¿Qué voy a hacer, don Manuel? Hoy es viernes.
- Consiga los materiales y $700.oo para vaciarla. Yo lo hago. Tengo las maderas de soporte y ayudantes.
Llegó al café Bristol, en el
centro, en donde sabía que estaban sus amigos. Víctor, Aristóbulo,
Posada.
- ¿Por qué la cara triste, hombre Delio?
- Tengo que vaciar losa de cemento y me dan plazo hasta el lunes. Debo conseguir materiales y $700.oo de los que no dispongo.
- Para eso son los amigos –Dijo Aristóbulo– Toma esta autorización, y reclama materiales en la Cooperativa de la fábrica. Yo los pago por nómina y tú me pagas cuando puedas.
- Yo ayudo –Dijo Víctor– ¿Recibes un cheque por $500.oo?
- Yo pongo lo restante –Dijo Posada–
- ¿Y, cómo hago para pagarles? –Preguntó Delio, con lágrimas aflorando–
- Lo harás cuando puedas. No hay afanes.
El lunes, cuando llegó
el Ingeniero, la losa de cemento estaba sostenida por pilotes y
secaba, fraguando.
- No se preocupe, don Delio, que yo la riego, para que afirme bien. Y gracias por pagarme a tiempo, usted es una plata que vale lo que pesa –Afirmó don Manuel–
- Plata no tengo. Tengo amigos. Ellos son los que valen su peso en oro. Este dinero, deberé pagarlo pronto. Pero el favor nunca tendré con qué pagarlo.
- Es que es mejor tener créditos, que tener dinero, don Delio.
- Y mucho mejor tener amigos. Son un tesoro.
Gildardo:
Ahí está pintado tu papá que siempre ha sido llevado de su
parecer. Pero tenía toda la razón. La prueba es que mira todos
los techos iniciales convertidos en segundos, terceros y hasta
cuartos pisos, con sus buhardillas.
Orlando: Hombre,
sí. Y ahora están haciendo apartamentos en edificios de estratos
cuatro y cinco, sin acabados, para que cada quien los adapte a sus
gustos. Entendieron que cada necesidad es diferente. ¡Quién sabe
cuántos tuvieron que pelear para que se entendiera de este modo!
- Los amigos de Delio: Víctor Suárez, Aristóbulo Valderrama, Posada “Posadita”.
- Delio Ramírez Toro y Elena Casas de Ramírez. Valentina Restrepo de Casas. Nelly Casas. Manuel Sierra. Álvaro Ramírez.
TRASLADO AL PARAÍSO
(AÑO 1963)
A medida que las construcciones
avanzaban, las expectativas crecían. Las ilusiones se alimentaban
de sí mismas. Las familias no veían cuándo ocupar sus viviendas.
No veían la hora de hacerlo. Hasta que llegó el día. Septiembre
de 1963. Por esos días, fueron ocupadas las casas. Se señaló el
terreno en donde iba a quedar la Escuela Ramón Giraldo Ceballos.
Por el momento, arrancaría la escuela en el lugar ocupado por la
caseta de materiales, que ya no necesitaría el Instituto.
- Si no lo hubieran hecho, no me habría mudado. Yo necesitaba asegurar primero el estudio de los hijos en el año que sigue.
- ¿Por qué la escuela con ese nombre?
- En memoria del señor que donó los dineros para su construcción. Quería perpetuarse y dejar huella con una obra que sirviera para dar estudio a los más pobres.
Orlando había abandonado sus
estudios, y definido el servicio militar. Ya trabajaba, como
mensajero. Su hermana mayor estudiaba enfermería. Los demás en el
bachillerato y la primaria. Dos hermanas faltaban por nacer, las dos
menores.
- El agua está instalada, pero la energía no. Cocinaremos con leña y nos alumbraremos con velas. Así haremos.
- No, don Delio –Dijo don Jairo, su vecino contiguo, el de la esquina– Yo he instalado mi tienda de abarrotes en la sala. Aún no tengo mostrador, pero estoy utilizando la nevera de la casa. Para eso necesito energía. Me han invitado a costear una línea de contrabando y a beneficiarme mientras llega la instalación oficial y ponen los contadores. Si usted quiere, lo incluimos.
- Hágalo, yo participo. Espero que no demoren con las instalaciones de energía. Ni con las de agua que faltan por dar también al servicio. He tenido que cargar agua en canecas montadas sobre carromatos de madera improvisados con rodachines de balineras, desde la Fábrica de Vicuña, para que mi señora pueda lavar la ropa. He visto que las hijas de Juan de la Cruz y otras se pelean los mejores sitios para lavar en la quebrada. Por una o dos veces, pase, pero es una incomodidad que no veo la hora de que se supere.
En los comienzos,
faltaba hasta la iluminación de las calles. Había incomodidades al
dormir en colchonetas regadas por todos lados de los dos cuartos y la
sala. De la sala partía una escalera de cemento que conducía al
cielo, al aire libre.
- Pero es lo mío. Las escrituras figuran a mi nombre y ya no volveré a sentirme en techo ajeno.
Se encontró con su
vecino.
- ¡Bernardo! Qué bueno tenerte de vecino al frente. ¿Sabes en qué paró la casa modelo?
- Ya fue sorteada. Se la ganó doña Elvira, la señora que asiste a reuniones en compañía de doña Leonila. Podrá ocuparla, cuando todas las casas estén entregadas.
- A doña Leonila la conozco. Es la esposa de Elías, nuestro excompañero de trabajo en la fábrica de Vicuña. Pero a doña Elvira no. ¿Quién será ella?
- Quién es, ya lo sabrás, hombre Delio, cuando tengas oportunidad de conocerla. Quién será, habría que preguntarlo a un adivino. Al que te sorprenderás de encontrar en reuniones, no vino hoy.
- ¿De quién hablas?
- Alfonso, casado con doña Ester. Tengo entendido que él la enamoraba, cuando tú enamorabas a doña Elena. También adjudicaron casa a su cuñada Tina, la que interpretaba música con el mono Rivillas, tu concuñado.
- Razón tienen los que dicen que este mundo es un pañuelo. Mi esposa Elena y su madre vivieron en casa de doña Zoraida, la madre de ellas. Era casa alquilada, y allí pagaban pieza de inquilinato. Por los días en que nos hicimos novios. Alfonso y yo enamorábamos, por esa época, junto con otros. Yo no pude aprender a bailar. Pero Alfonso se hizo maestro de baile. Bailaba tango y pasodoble con soltura. Era de concursar.
- He hablado con él porque hemos conformado la primera Junta de Acción Comunal y me han nombrado su presidente. ¿Tú nos acompañas?
- En lo que pueda, con mucho gusto, pero no soy bueno para las actividades de reuniones y cosas de ésas que dejo a los buenos políticos como tú. Ya que estás tan metido, ¿Qué se sabe sobre la escuela?
- Don Lorenzo, nuestro vecino, habló con su pariente adinerado Don Ramón Giraldo Ceballos para pedirle que nos regale el dinero para hacerla. Aceptó, siempre y cuando encontremos el lote adecuado. He hablado con mis superiores en la Fábrica de Vicuña y han accedido a vendernos el lote que linda con las primeras casas, que es de su propiedad. Nos lo venden a buen precio por tener esa finalidad de ser escuela, pero depende en este momento de la aprobación de algún comité, que espero no nos la niegue.
- El lugar es apropiado. ¿Quién es esa pareja gringa que vive en una de las casas al frente de ese lote?
- Susan y Ellen. Dos estadinenses integrantes de los “Cuerpos de Paz”. Estos cuerpos han sido integrados por el Presidente John F. Kennedy con el fin de apoyar los programas de la “Alianza para el Progreso” en los países del tercer mundo. Este barrio se financió con sus fondos y esas personas están en función de promover el desarrollo comunitario mediante la capacitación de líderes. Es una obra muy bonita que ojalá perdure, si Dios le da vida y licencia al Presidente Kennedy, porque cuando los presidentes se mueren, las obras las descuidan sus sucesores.
- Hombre, eso he leído en la valla que tienen instalada a la entrada de la urbanización. Lo de la Alianza para el Progreso.
Gildardo:
Pues que el mundo da vueltas, no lo he dicho yo. Pero las da. Doña
Elvira llegaría a ser tu suegra. Y al Presidente Kennedy lo
matarían en ese mismo año.
Orlando: En
ese momento, ni soñar que sería su yerno. Su hija con nueve años,
y yo con dieciocho, es una diferencia abismal. Con el tiempo ya no
fue tanto. A la final, podremos celebrar cumpleaños el mismo día,
de hacernos tan afines. Caso curioso el de Humberto García que
cuando llegó al barrio la que es su esposa aún no había nacido.
Le lleva dieciocho años. Pero el hecho que marcó los comienzos del
barrio hace 40 años, en noviembre de 1963, es el que tú mencionas.
El asesinato del Presidente Kennedy. Después de él no duró mucho
la “Alianza para el Progreso”, de la cual nosotros fuimos
beneficiados. A poco de los comienzos instalaron la luz y el agua y
ya todo fue más fácil. Tanto que las familias que habían hecho
pozos para extraer agua del subsuelo resolvieron taparlos porque ya
no los necesitaban. Con excepción, que yo sepa, de la casa de doña
Lastenia Bernal de Uribe. Aunque los padres ya fallecieron, Alcides
y Margarita resolvieron conservar el pozo que queda como un recuerdo
y como un recurso, para cuando el agua llegue a fallar.
Gildardo:
La caseta ofició como kínder o primera escuela con las Hermanas
del Sagrado Corazón que tienen su casa al lado de la iglesia de la
Gloria. Recuerdo a la Madre Carmen Navas, que ya falleció. A la
Hermana Amparo. A la Hermana María Jesús Parra. Y después en la
escuela estuvieron don Pedro Montes, Don Rafael Giraldo, Don Álvaro
Rave, don Jairo Díaz y don Humberto Ramírez; doña Elva Zapata,
doña Dione Isaza, Doña Teresa Restrepo, vecina de don Andrés
Villada; doña Rosalba Zapata, doña Luz Arenas.
Orlando: Muchas
generaciones de muchachos han bebido de sus enseñanzas. Merecerían
capítulo aparte que, si no lo incluyo, es porque corresponde a
etapas posteriores a la inicial. Como hay muchos en la sombra. Don
Gilberto Escobar era el escribiente del Padre Javier. Se encargó de
asentar incontables partidas de bautismo, de matrimonio y de
defunción a lo largo de los años. O don Amador Estrada que también
le era muy asiduo en la colaboración parroquial. Pero el de las
Hermanas no fue el único kínder de los comienzos. También estuvo
el de la Gilco, perteneciente a Lucero Colorado. Ése arrancó muy
pronto.
- Jairo Ortega, Bernardo Paniagua, Elvira Gallego de Gallego, Leonila Osorio de Chavarriaga, Elías Chavarriaga. Juan de la Cruz Sepúlveda. Luz Elena, Marta y Patricia Ramírez Casas. Lorenzo Quintero. Ramón Giraldo Ceballos.
- Madre Carmen Navas. Hermana Amparo. Hermana María Jesús Parra. Pedro Montes. Rafael Giraldo. Álvaro Rave. Jairo Díaz y Humberto Ramírez. Elva Zapata. Dione Isaza. Teresa Restrepo, vecina de don Andrés Villada. Rosalba Zapata. Luz Arenas. Gilberto Escobar. Amador Estrada. Lucero Colorado.
- Alfonso Uribe, Ester López de Uribe, Ernestina (Tina) López Tejada, Zoraida Tejada de López, Elena Casas de Ramírez, Jesús Amador “el mono” Rivillas. Humberto García. Lastenia Bernal de Uribe. Alcides Uribe. Margarita Uribe.
PROCEDENCIA.
NO IMPORTA DE DONDE SE PARTE,
SINO ADONDE SE LLEGA
(AÑO 1963)
Hay una mezcla mágica de
desconfianza y curiosidad en la relación que se establece entre dos
personas que no han sido presentadas, pero que comparten un espacio
de tiempo en el mismo lugar. En un ascensor o en la sala de espera
de odontología, por ejemplo. En el primer momento, el recién
llegado saluda: “Buenos días”, y se sienta callado. Es
respondido con un cortés “Buenos días”, por personas que
callan. Transcurridos unos minutos, alguien toma la iniciativa de
hablar, haciendo un comentario. Sobre el trueno que acaba de sonar,
por ejemplo, y sus presagios de lluvia. Lo lluviosos que han estado
los días. Al momento, todos participan de conversaciones animadas
sobre diversos temas.
Los muchachos empezaron a pararse en
las esquinas y a mirarse con desconfianza. Algún comentario,
suelto. Luego un tema. ¿Cuál es tu nombre? ¿Y tú que haces? Se
fueron tejiendo los hilos de una amistad. Y de otra. De muchas.
Los muchachos reunidos, conversando en una esquina.
- ¿Ustedes cómo se hicieron a la casa? –Preguntó Orlando–
- Pagábamos arrendamiento –Dijo Gildardo– Nos la pedían con frecuencia. Los trasteos nos tenían aburridos. Papá hizo solicitud, y nos la dieron.
- Nosotros teníamos casa allá en el pueblo – Comentó el negro– Y finca con cultivos y ganado. Y una tienda de abarrotes, bien surtida. Vivíamos bien. Pero nos hizo desplazar fue la violencia. Papá había sido alcalde. Eso no les gustaba. Le pusieron precio a su cabeza y tuvimos que dejar todo en abandono. Mi tía, la funcionaria del Instituto, le consiguió casa y puesto de conductor en la ciudad. Nos fue mejor que a muchos, pero a mi papá lo atosiga a veces la nostalgia.
- En general, veo caras alegres, pero tus hermanas me parecen estar siempre con la tristeza derramada, hombre Willy.
- Nuestro caso fue diferente. Ustedes mejoraron calidad de vida, nosotros no. Éramos ricos. Papá ganaba buenos sueldos, y tenía ingresos de rentas. Vivíamos en barrio de ricos y en casa con piscina. Ellas estudiaban en Colegios de monjas, de los caros. Se codeaban con chicas de clase alta. Yo también. Pero papá quebró y un amigo quiso ayudarlo consiguiéndole esta casa. Él vive triste y refugiado en el alcohol. Mi madre cose y calla, resignada. Mis hermanas lloran. Yo me he adaptado a lo que tengo. Hoy uno es, mañana no. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.
- A mí me ha costado mucho dejar a los amigos de antes –Volvió a opinar Gildardo– Decirle adiós a los “muchachos compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos” que trato de visitar los fines de semana pero que me quedan muy lejos por la distancia. Y por el costo de los pasajes. Porque además tenía una noviecita a la que quisiera seguir viendo. Y sin saber ahora con quien vaya a conversar y a olvidarse de mí. Eso me cuesta.
- Eso te pasa por venir de otro barrio –Aclaró el flaco– Yo dejé a los amigos en el pueblo. ¡Quién sabe cuándo pueda volver a verlos! Aunque tuviera dinero para pasajes no podría. Si nos ven por allá a los de mi apellido, nos machetean los políticos y machetean a todo lo que huela a mi papá.
- Yo por aquí he visto muchachas bonitas. Son muy queridas con uno. Lo saludan y aceptan conversación. A lo mejor resulta uno enamorándose. ¿O no les parecen muy bonitas las zarcas con esos ojos verdes y ese uniforme granate de estudiantes de las Hermanas Mercedarias? ¿O Fanny con sus ojos y sus pestañas negras encima del uniforme azul de cielo de las estudiantes del Cefa? ¿O Nubia con sus piernas torneadas y sus cachetes rosados también en uniforme del Cefa? Muchachas bonitas sí hay.
- Y ¿Qué se gana uno? Bonitas sí son. Pero todas están revoloteadas por Rodrigo, que es el tumbalocas de la barra.
- A mí me consta. Puse los ojos en Olguita, pero ella no tenía los suyos sino para él.
- Y yo en Marleny. Lo mismo.
- Yo en Cielo. Me pasó igual.
- Y con Patricia, también. Como ella y Nidia siempre andan juntas, entonces de paso también la monopoliza a ella y no deja espacio de arrimada.
- Será esperar a que Rodrigo se defina, a ver qué nos deja a nosotros.
- Tampoco exageren –Dijo Rodrigo– Que ellas son sólo amigas. Lo que pasa es que a cada una le gusta soñar con que es la novia. Y mi deber es el de alimentar sus sueños. Lo mismo hacen ustedes. Calientan sus oídos con la esperanza de que les den el sí. Pero a la hora de la verdad, los he de ver casados con otras que viven en barrios diferentes. Ustedes tendrían novias en los barrios que dejaron, pero no estaban enamorados. Un hombre enamorado se atraviesa la ciudad todas las noches, cuéstele lo que le cueste, y le va acumulando deudas al sueño, con tal de estarla viendo de seguido a su enamorada y no dejar que otro gallo se arrime al gallinero.
- Quien le discute a este don Juan que sí sabe de mujeres. Eso se nota.
Gildardo:
Mencionas a una Marleny, que yo no recuerdo. ¿Marleny qué?
Orlando: Marleny
Álvarez, la del medio. Nelly Álvarez era la mayor y Ester Álvarez
la menor.
Gildardo:
Quedo en las mismas. No sé de quienes se trata.
Orlando: De
“las piolas”. Tan conocidas por ese apelativo, que hasta el
carro de trasteos de su padre, que heredó su hija, carga un aviso
que lo anuncia: Trasteos Piola. Y así figura en el directorio
telefónico.
Gildardo:
Con ese dato sí no hay forma de perderse. En cuanto a la ocupación
de las casas cada caso fue particular. Muy diferente.
Orlando: Con
diferencia, sí, pero algo en común: la necesidad. No recuerdo que
hubiera casas desocupadas o familias lentas para ocuparlas. Todos
nos precipitamos a entrar, aún sin servicios, algunos, que faltaban.
- Orlando Ramírez. Gildardo Vélez. Rodrigo Ramírez. Olga y Lesby Tobón. Nelly, Marleny y Ester Álvarez. Cielo Muriel. Patricia Arrubla. Nidia Arango. Nelly y Marina Londoño. Fanny Obando. Nubia Acevedo.
APARECEN LAS PRIMERAS TIENDAS
(AÑO 1963)
En los comienzos las casas se veían
uniformes, de frentes parecidos. Pero algunas más grandes estaban
en esquina. No fueron adjudicadas por sorteo, las de esquina.
Fueron seleccionados los propietarios por su vocación de
comerciantes. Para propiciar la formación de sus negocios. Las
demás fueron adjudicadas al azar, por sorteo. Alguno hubo que tenía
influencias y pudo mover sus hilos para “ganarse” el punto de
ubicación que le gustaba. Pero en general fueron sorteadas. La
casa nuestra, la segunda de la esquina, que nos correspondió por
nuestra suerte, era una. La casa amplia de la esquina, otra. Su
sala. Sus dos piezas. Y un patio atrás, para futuras ampliaciones.
En el centro de la sala, un bulto de papas. Otro de maíz. Sin
mostradores, sin estanterías. Sin enfriadores ni neveras.
- A usted es al único que se le ocurre poner una tienda para competirle a don Manuel, que ya tiene la suya adelantada. El que pega primero, pega dos veces. Hay otras dos muy bien montadas: la de Gilberto en “La esquina Gilco” y “La Ina” que puso el Instituto Nacional de Abastecimientos en la cuadra de “Manuel Hambre” y de Marina, la de Raúl.
- No es locura –Dijo don Jairo– Es que conozco del negocio, que lo he tenido toda la vida. Sé comprar y sé vender. El negocio es mi cabeza y no las tablas que yo arrime a las paredes. Yo puedo competir. Primero se acaba el Ina, que yo ver acabar mi tienda. Las competencias antes ayudan porque la gente puede comparar precios y servicios y escoger el que más le convenga. Estuve en la Gilco y me pareció más una miscelánea que un granero. Va más en camino de convertirse en Heladería que en abastecedora.
Su negocio fue
creciendo, hasta hacerse la tienda más surtida del barrio, con anexo
de carnicería. El Ina se acabó, para convertirse en Idema, que
también se fue acabando.
- No alcanzo a manejarlo todo, don Antonio – Propuso don Jairo– ¿Por qué no me toma en arriendo la carnicería, que veo que el local que ocupa en donde Manuel le queda estrecho?
- Es buena su idea. Siempre y cuando pueda más tarde comprar la parte que yo ocupo. ¿El local incluye la venta de productos agrícolas revueltos que hay en la esquina?
- No lo incluye, porque tengo compromiso con él y no pongo en venta los locales, pero en un futuro no dejamos de negociar.
Con la heladería de
Joaquín, la ferretería de Nazareno, la farmacia de Agustín, las
peluquerías de don José y de Oscar, el salón eléctrico de
Humberto, la panadería de Carlos y el montallantas de “El Oso”,
los servicios para los habitantes se iban cubriendo.
Con los años, los
negocios crecieron y cambiaron de dueños. Y las cadenas de
almacenes los montaron en las cercanías: Comfama y Ley, en Belén.
Cooperativa de Consumo de la Palma, casi en la entrada del barrio
Gildardo:
Una de las cosas que molestaba a algunos era tener que desplazarse
largas distancias para adquirir sus provisiones, pero la necesidad
dio pie para que muchos pusieran sus negocios.
Orlando: Claro,
encontraron la forma de ganarse la vida, solucionando problemas a sus
vecinos. Después apareció una papelería. Un salón de venta de
artículos eléctricos, la sastrería, la marquetería, los salones
de belleza y otros. Aparecieron hasta maquinitas de video para jugar
con fichas.
Gildardo:
Aparte del de don Manuel, y del kínder de Lucero Colorado en la
Gilco, creo que el primer negocio fue el de don José García...
Orlando: El
padre de Ignacio y Humberto. Puso peluquería.
Gildardo:
Hablo del otro José García, el que vivía frente a Hernando
Arbeláez, a la familia Cruz, y a Abelardo “El zapatero”.
¿Recuerdas? Le decían “el jabonero” porque transportaba
productos de la Jabonería La Jirafa. Hasta tenía aviso de esa
empresa.
Orlando: Hombre,
lo olvidaba con su carruaje de carga tirado por un caballo. Se le
veía pasar con su animal para la pesebrera todas las tardes.
Pesebrera que quedaba en donde hoy en día está la urbanización
Aliadas. Yo creo que transportó arena y materiales para todas las
casas del barrio, cuando estaba en construcción. Él transportó
los materiales y creo que la mayoría de las losas las hizo un
albañil excelente que era don Julio Hernández. Me parece ver su
cara seria y redonda, su caminar pausado, su modo de ser amable. Don
Julio era el padre del profesor Fernando y de Jorge. ¡Cómo se
defendía de fácil con el muñón que le quedaba en vez de mano!
Porque le faltaban dedos en una. Yendo don Julio por La Gloria se
encuentra con el jabonero, que tiene su carro atrancado en un hueco
de la vía. Don Julio le pregunta “si le puede dar una mano”.
El jabonero le responde que le agradece, pero que mejor le ayude a
empujar “porque esa es la única que le queda”. Don Julio lo
mira y se sonríe, tomándolo deportivamente.
Gildardo:
A pesar de ser tan serio, y sin perder su compostura, tenía sus
rasgos de buen humor.
Orlando:
Don José García “El jabonero” no fue el único carrero. Hubo
otro muy conocido, pero que no vivía en nuestras casas sino al
frente, pasando la quebrada: Don Gonzalo Restrepo, “El carrero”.
Gildardo:
Claro que sí. También me acuerdo de que en esos años se hablaba
“del monito que compone”.
Orlando:
Don Luis Herrera, peluquero, pero también ex enfermero del
ejército. Allí enseñó a sus dedos a conocer la posición de cada
hueso y de cada tendón y a sobar, componiéndolas, esas piezas
dislocadas. Creo que todos los futbolistas del barrio pasaron por su
peluquería, que si fuera hoy tendría un aviso de “taller de
kinesiología” y que llegó a ser tan conocida por nosotros como la
silla de Ritica Osorio, la señora que sobaba y componía los
tendones lesionados de los futbolistas de Belén Miravalle y era tía
del poeta Miguel Ángel Osorio conocido como Porfirio Barba Jacob.
Es curioso que cada que uno habla de don José, se refiere a él como
“El jabonero”, cada que habla de este muchacho que era camionero
se refiere a él como “maleza” y cada que habla de estas
muchachas que vivieron por la Gilco se refiere a ellas como “las
piolas”. O los “tomates” de apellido Arango que todavía se
ven en su almacén de venta de repuestos para carros en “barrio
triste”, como todo el mundo llama al barrio del Sagrado Corazón.
Los nombres o apellidos se refunden. Creo que hasta el mismo
“guayaco” se ha olvidado de cuál es su apellido, y muchos no
recordarán el de “semana”. Pocos saben que Cardona es el de los
“Carepalas”. Pero es que si yo te hablo de don José García, lo
primero que me vas a preguntar es ¿Cuál de los dos? O quizás,
como muchos, empieces por preguntar ¿Cuál José García?, ignorante
de que hubo no solo uno, sino dos en los comienzos del barrio. En
muchos casos el sobrenombre sustituye al nombre. Hasta en los casos
en que se habla de “cañabrava”, de “caregotera”, o
“maravilla”; muchas personas saben a quienes se refieren esos
nombres, sin que signifique faltarle al respeto a sus padecedores,
que son personajes de mucho cariño para nosotros.
- Jairo Ortega, Manuel Sierra, Gilberto Colorado, Manuel Ramírez, Raúl Hincapié, Marina de Hincapié, Antonio Carmona, Manuel Palacio. Julio Cardona. Los Arango.
- Joaquín Posada, tendero y licorero. Bernardo Posada, su hermano, taxista. Nazareno Ceballos, su cuñado, ferretero. Agustín Jaramillo, farmacéutico. Carlos Villa, panadero. Rogelio Quirós, El “Oso”, montallantas. El sastre Alzate. Rafael Puerta, encuadernador. Humberto García, electricista. Ignacio, su hermano, docente. José García, padre de ambos, peluquero. José García, “El jabonero”, transportador en carro de caballo. Su hijo Hernando, comerciante. Fernando Hernández, profesor. Jorge Hernández, ciclista. Julio Hernández, padre de ambos, albañil. Abelardo Grisales, zapatero. Oscar Uribe, peluquero. Luis Herrera, kinesiólogo. Lucero Colorado, educadora. Gonzalo Restrepo, carrero.
EN EL JUEGO DE LA VIDA
(AÑO 1963)
Si fuera a pensarse en el tipo de
negocios que necesita una urbanización, los bares estarían
descartados. Su existencia está asociada al consumo de licor.
Licor es vicio. Es malgastar los dineros destinados al hogar. Es
fuente de conflicto entre borrachos, de peleas, de bullas, de
escándalos, de irrespeto. Las sociedades moralistas los excluirían
de su pliego de necesidades. Pero son necesarios. Evitan la
posibilidad de que los hombres del barrio se vayan a otros sitios
para encontrarlos. Corriendo riesgos lejos de sus familias.
Preferible tenerlos aquí cerca, al alcance. Para ver lo que hacen y
para poderlos llamar, en caso necesario.
Otra casa en esquina. Situación
apropiada para negocio. Los hermanos Posada, muy unidos.
- La casa es tuya, Emilia, pero ¿Qué negocio podríamos poner en ella?
- Ni lo preguntes, Joaquín. Lo de ustedes, y lo saben hacer, es el negocio de las fuentes de soda. Póngase de acuerdo con Eduardo y con Bernardo. Yo no puedo, por atender mi joyería, pero sí ustedes. Pongan ustedes el trabajo, y yo el montaje. Me pagan arrendamiento y me van abonando dinero al préstamo de instalación. Inviten a Nazareno. El cuñado, tal vez, quiera poner negocio. El espacio se presta.
Pusieron el negocio:
HELADERÍA
LAS COCACOLAS
- ¿Por qué “Las Cocacolas”, hombre Joaquín?
- Porque así les decimos a las chicas quinceañeras por tomar principalmente de esa bebida. Sabemos que ahí no está la utilidad. Pero esperamos que tras ellas lleguen ustedes, los que trabajan y ganan. Y a ustedes les gusta el licor que deja más.
- Eso podríamos hacer, si tú nos vendes de fiado hasta la prima navideña. Porque en el diario, no nos queda dinero.
- No se preocupen que a la gente buena, yo le sé fiar. Y a la gente mala, le sé cobrar. Éste ha sido mi negocio y yo sé como funciona.
Abrió una hoja en
su libreta para cada muchacho trabajador. Les anotaba los consumos
del día a día. Ellos se acercaban a pagar en las quincenas. A
veces, sólo alcanzaban a abonar de entrada, y a firmar otra cuenta,
de salida. Entonces se nivelaban con los dineros de diciembre.
- Esos muchachos sólo ganan para beber. ¿Cómo van a hacer para comprar ropa? –Comentó Doña Lastenia–
- ¿Crees que eso les preocupa? Por ahora están ocupados en hacer amigos. Pero he visto que no son irresponsables. No sólo pagan sus cuentas, sino que ayudan bastante a sus familias. Los de ese grupo son todos trabajadores –Respondió Ester, su pariente– Déjalos a ellos con sus vicios, que nosotros nos entretenemos jugando tute con Gabriela, mi hija, y con doña Valentina, que le gusta.
- Es que cada quien critica a los demás. Orlando, el nieto de Valentina, toma sin decir nada. Pero no puede ver que ella juegue cartas, porque se enoja.
El comentario llegó a
sus oídos.
- ¿Eso dijo, abuelita? –Comentó Orlando a Valentina– Vea: yo no me opongo a que usted juegue por entretenerse. Pero me duele ver que doña Gabriela pierda libras de arroz y de papas del mercado que le cuesta tanto trabajo ganar a don Abel, su esposo. Y él fue el que me dio la oportunidad de mi primer trabajo y se ha convertido en mi amigo, a pesar de nuestra diferencia de edades. Hasta me ha propuesto ser su compadre, bautizándole a su última niña. Es por él, que no me gusta. Por usted no me preocupo, porque es de buenas suertes y gana casi siempre.
Gildardo:
Lo que no hubo en los comienzos, fue estanquillo de licores.
Orlando: No
hacía falta. Joaquín vendía a precios favorables para llevar a la
casa. Y creo recordar que sus precios eran accesibles para consumo
en el establecimiento. Cuando dejó el negocio de heladería,
entonces sí lo volvieron estanquillo. Luego, las costumbres se
cambiaron. Ya no se ven cafés ni heladerías en los barrios. Hay
zonas rosa, en la ciudad, especializadas para la vida nocturna. Y la
gente gusta de tomar, pero en sus casas. Por la inseguridad que se
agazapa entre la noche.
- Posadas: Emilia, Joaquín, Bernardo, Eduardo. Nazareno Ceballos, su cuñado. Lastenia Bernal de Uribe. Abel Vélez. Gabriela Uribe Jaramillo. Ester Jaramillo de Uribe, Valentina Restrepo, Orlando Ramírez, su nieto.
HAY QUE CUIDAR DEL NOMBRE
(AÑO 1964)
La lluvia caía, abundante. Orlando,
escampado bajo el alero de su casa, esperaba bus para transportarse
al centro de la ciudad. Vio venir el Mercedes Benz 180 modelo 55,
color verde militar, que bajaba todas las mañanas desde la parte
alta del barrio. Era raro ver un vehículo tan elegante por estos
lugares. El señor debía ser su conductor y sus patronos
posiblemente permitían que llevara el vehículo a su casa por las
noches. Caso raro en una ciudad en donde la mayoría de patronos
obligaba a dejar el vehículo disponible en la suya y a los
conductores a tomar buses para llegar a sus hogares. Orlando agitó
su mano, para tratar de detener al bus que pasaba impulsado, por
tener su cupo lleno. El señor de piel canela vio a Orlando y
adivinó su necesidad. Detuvo el Mercedes Benz, invitándolo a
abordar.
- Gracias por acercarme hasta el centro, ya que los buses están demorándose y tengo urgencia de llegar. Me presento. Mi nombre, Orlando.
- El mío, Luis. Vi su urgencia y sentí el impulso de invitarlo.
- Cosa que le agradezco. Espero que sus patronos no le disgusten por cargar pasajeros en su vehículo particular.
- No pueden hacerlo, porque el carro es mío.
- Más me asombra. Lo usual es ver vehículos de este precio entre ricos. A menos que usted sea rico, y prefiera vivir entre nosotros.
- No. El carro tiene su historia. Yo trabajo hace quince años en el Hospital. Conduzco y hago trabajos para su Director, que no tiene carro. El hospital me paga sueldo, de conductor. Y el doctor me paga carreras, para costear los gastos del vehículo. El arreglo nos conviene porque yo ocupo mi carro y libro gastos. Y el doctor obtiene carreras más económicas que las de un vehículo de servicio público, y las ventajas de tenerlo siempre disponible. Ahora bien, mi carro era un Oldsmobile muy viejo, que ponía problemas, y tuve que venderlo. Éste Mercedes fue importado por su dueño, que era paciente del Hospital, entrado en fase terminal. El Dr. Santamaría. Como era soltero, sin herederos, y estaba agradecido por los cuidados dispensados en muchos años, resolvió que, ya que no podía estrenar el vehículo que había encargado, lo dejaba en donación. Trataron de venderlo, pero los postores no pagaban su precio. El Director me dijo:
- Si tenemos que regalarlo, que sea a usted, que ha sido servidor fiel por muchos años.
- Y ¿Cómo puedo pagarlo, doctor?
- Dele al Hospital, como cuota inicial, sus cesantías acumuladas a la fecha. El saldo lo paga con las carreras, que seguiré cancelando a precios normales de plaza. La mitad de su importe, la deja para gastos, y la otra la abona hasta cubrir la deuda, que pactamos con muy bajos intereses.
- Doctor, creo que éste es un regalo que me ha caído del cielo, gracias a usted que es como un ángel para mí. Y al doctor Santamaría que fue un ángel para el Hospital. Lo cuidaré como una joya. Creo que alcanzo a pagarle antes de que me jubile cuando cumpla el tiempo, en el 78, si ustedes me permiten llegar hasta allá, doctor.
- Mientras yo esté, cuidaré del bienestar de trabajadores fieles, como usted, don Luis.
Orlando había escuchado con
atención.
- La historia de su carro me parece muy curiosa – Dijo Orlando– ¿Lleva mucho tiempo viviendo en Buenavista?
- Desde 1926. Yo nací allá. Allá vivió mi padre, y también mi abuelo. Como suele decirse, toda una vida. Pero Buenavista es un tejar. La vereda tiene el nombre de Altavista, que siempre lo ha tenido. Los del Instituto resolvieron ponerle el mismo nombre a su urbanización, y eso ha causado confusiones. Los taxistas pactan el valor de sus carreras, pensando que llegarán sólo hasta abajo. Cuando ven que tienen que seguir, cobran recargo. Algunos hasta se niegan a subir y nos dejan tirados a mitad de camino. Preferible abordar y que no haya confusiones. Así el pasajero está seguro sobre el precio de la carrera y el conductor sabe hasta donde debe llegar. No debieron bautizar así a su barrio.
- Bueno, eso no lo sabía. Y ¿Por qué le pusieron “Altavista” a nuestra urbanización?
- Buscan nombres que sean sonoros, y por lo general, que no se repitan. Aunque uno encuentra “San José” en Envigado, y también en Itagüí. “Sucre” en los dos extremos. O pudieran existir dos “Santa Cruz”, dos “Buenos Aires”, Dos “Santa Mónica” o duplicarse el nombre de cualquiera otro. Eso no es raro. Al fin y al cabo hay un edificio que se llama “La Floresta”, por quedar en ese sector. Y a su lado no se aprecia ni una hojita, ni una flor, ni el más mísero chamizo. Los nombres urbanos no tienen consistencia. Belén es de los barrios más antiguos de Medellín, y no es uno sino muchos barrios. En sus comienzos era un caserío. Después vereda. Luego corregimiento. Situado en la vía o camino de herradura que conducía, por donde hoy está “La Última Copa”, más allá de los tejares de “Buenavista”, hacia el suroeste antioqueño. San Antonio de Prado, Armenia “Mantequilla”, Heliconia o “Guaca”. Que fue camino de indios, y después de arrieros. Por ahí llegaron los conquistadores al Valle de Aburrá. Jerónimo Luis Tejelo con sus hombres. A propósito, Murgia era llamado por los indígenas, Guaca por los primeros colonizadores. Todavía llamado por algunos. Pero han tenido éxito en cambiarlo a Heliconia, que es el nombre de una flor evocadora del lugar de las musas bañadas por el sol, en el Olímpo mitológico. Pues ese camino de herradura bajaba bordeando y es la misma carretera que conocemos y que pasa por Sucre hasta Vicuña. Más allá de la fonda La Última Copa, todavía se ven empedrados de apoyo para recuas de mulas de las de los arrieros. Al sector de los tejares, vereda en donde yo vivo, lo denominaron Altavista desde antiguo, y así mismo a la quebrada que pasa por allí. El lugar desde donde, tras largas jornadas de camino, subiendo al cerro de El Barcino en el sitio de Buga, se avistaba el Valle de Aburrá. La quebrada dio nombre a mi vereda y a su barrio, lugares por donde pasa. Es la misma quebrada que desemboca al río, enfrente de donde está el puente de Guayaquil.
- Y esa iglesia que se ve abandonada, en medio de un potrero, ¿Quién la hizo?
- Don Adriano, dueño de la manzana en donde está la iglesia del Parque de Belén, hombre muy rico. Compró la finca que lindaba con los Bernal. Y se propuso urbanizarla. La iglesia la construyó su hijo sacerdote, con materiales que traía de unos tejares no sé si suyos o de sus parientes. Pero Planeación Municipal no dejó urbanizar, a menos que hicieran calles y redes de servicio. Dejaron en suspenso ese proyecto, por los sobrecostos. Quedó la iglesia como elefante blanco en media manga.
- ¿Ese señor no es de los mismos que tenían tejares en Belén? De bajada vamos a pasar por el cerro Nutibara. Se llamaba cerro de los Cadavides, por la familia que tenía tejares, antes de que la Sociedad de Mejoras Públicas le pusiera su nuevo nombre. Yo recuerdo sus laderas sin casas y empradizadas con pasto que producía una espiga morada. La espiga de Yaraguá. El viento presionaba la multitud de espigas y la hacía formar olas moradas de gran belleza, como fanáticos de fútbol moviéndose y cantando al unísono en un estadio.
- No sabría decirle si son los mismos, porque en tejares hay Cadavides y hay Medinas y hay Cuartas y muchos otros apellidos. ¿Ve ese señor que está ordeñando vacas? Ése es Quico Medina, de los de los tejares. Son ricos, y él se empeña en no dejarse atropellar por la ciudad.
Pasábamos en ese momento por la
carrera 76 de Belén, entre calles 28 y 30, de San Bernardo al
parque. A mano izquierda, bordeando la orilla norte de la quebrada
Altavista, una finca ocupando el terreno de una o dos manzanas. Casa
campesina, vacas pastando. Cerdos, gallinas y caballos. Al cuidado
de un viejo de sombrero y carriel. Con alpargatas y ruana. Que
ordeña, por las mañanas, sentado en su banquito. A sus
alrededores, por los cuatro costados, casas viejas que fueron
construidas cuando ya él era dueño de la finca. Casas nuevas,
recién construidas. Edificios de apartamentos. En lo que eran
fincas de su familia y de otras, en predios rurales del Medellín que
hubo antes de antes. En este momento su propiedad se ve como “una
mosca en la leche”, como una “piedra en el zapato”, para los
urbanizadores de toda clase que consideran que este parche afea el
urbanismo de la ciudad, y que este terreno está que ni pintado para
construir edificios de apartamentos y sucursales de los almacenes Ley
y de otros almacenes de cadena. Y plazas de mercado, y centros de
salud. Y tantas otras cosas que necesita la ciudad. Lo ven como si
fuera un bien mostrenco.
- Bien mostrenco no es. Este terreno es mío. Construyan ustedes en donde quieran, pero no se metan con mi finca que es todo lo que quiero para vivir mis últimos años –Dijo el viejo Quico–
Años después, Orlando volvió a
encontrarse con don Luis.
- Hombre, don Luis, ¿Qué pasó con el viejo Quico? Veo que lograron convencerlo. Han urbanizado lo que antes eran sus terrenos.
- No sé cómo pudieron hacerse a su firma para poder moverlo de ahí. Pero cualquiera cosa que hubiera obtenido a cambio, no lo satisfizo. A poco, murió de pena moral. Puede que su espíritu todavía se aparezca para reclamar a los vivos el despojo de lo que era el mayor de sus apegos.
La Heladería Las Cocacolas. El
grupo que se reunió en la heladería, era grande. Juntaron dos
mesas, para disponer las copas con comodidad. Joaquín, su dueño,
acercó una botella de aguardiente y una jarra con agua helada. La
botella prometía no durar sobre la mesa de los doce muchachos.
- Bueno saber, Orlando, lo que nos contaste sobre la procedencia del nombre Altavista para nuestro barrio –Dijo don Pedro Pablo–
- Pues lo oí de labios de don Luis, que lleva años viviendo en la vía que conduce a la Última Copa.
- Es que los nombres tienen importancia. Hay una obra de Oscar Wilde que algunos traducen como “La importancia de llamarse Ernesto” y otros “La importancia de ser formal”. Es un juego de palabras que él mismo se propuso, aprovechando los significados de “To be” y de “Ernest” en su idioma. No eres el único que te las sabes todas, hombre Orlando.
- Hay algo coincidencial. No siendo el nombre de mi madre el más común, han llegado a vivir tres con su nombre y apellido en los alrededores. Pero veo algo más curioso. En el barrio deben vivir muchos más, creo, pero sólo en esta mesa hay nueve Orlandos. Parece que hubiéramos tenido una epidemia.
- Es por nuestra costumbre de seguir modas. Muchas Luz Marinas hay, por culpa de la Zuluaga que fue reina de Belleza. Muchos John, por culpa del Presidente Kennedy. Muchos Laureanos hay, por Gómez. Y muchos Alfonsos son, por López. Y también muchos Jorge Eliécer, por Gaitán.
- Pero el Orlando, ¿De dónde viene?
- Que yo sepa es un nombre muy antiguo, Or Land, que significa “Tierra áurea”. Tierra del oro. De hecho hay una obra literaria de la edad media que se llamó Orlando, El Furioso (Ludovico Ariosto). Una ciudad llamada Orlando en Estados Unidos. Un apellido ducal en Europa, el de Orleans. Y he leído referencias a la espada y a La canción de Roland que se refiere a un cortesano de Carlomagno, y puede ser una variación del mismo nombre. Pero en nuestro caso, parece que hubo un periodista originario de Pamplona en Norte de Santader, que tuvo ese nombre. Orlando Perdomo. Lo mataron en Bogotá y su muerte fue muy sonada, por los años del cuarenta, en que nacimos. Tal vez a él debemos nuestro nombre.
- Que a mí no me gusta. Hubiera preferido uno distinto.
- A mí me es indiferente, tanto da el uno como el otro.
- Yo vivo contento con el mío. No hubiera querido ni el nombre de mi padre, ni el de mi padrino, que los dos forcejearon por descargar en mí sus inris. Pero los nombres son de temporada. Uno hay que considero muy feo, aunque adoro a la persona que lo lleva: el de mi abuela Valentina.
- Pues es nombre que está en uso. Lo llevan las niñas que van naciendo. ¿Quién sabe hasta cuando dure esta moda? Ellas lo llevan por Valentina Tereshkova, la astronauta rusa.
- Es que entre gustos no hay disgustos. Algunos se inventan nombres increíbles, con tal de que suenen a la norteamericana. Jayson Arley, mi primo, o Shirley Karina, mi sobrina, son un ejemplo. El asunto es que combinen con sus apellidos de Zapata y de Gutiérrez.
- Esos por lo menos dejaron descansar al santoral. Yo no me habría soportado un San Expedito ni un Ecce Homo precediendo a mi apellido.
- El santoral, las mitologías griega y romana y hasta la simple inventiva. Doña Glomar debió tener su nombre debido a que sus abuelas se llamaran Gloria y Maruja. Y mi amigo Ernester, de que sus padres se llamaran Ernesto y Ester. Aquí hemos tenido a doña Librada, doña Nefer, doña Praxedes, doña Lastenia y doña Grimanesa. ¡Ah!, y Orvilia. Unas con tocayo y otras sin él. Y estos nombres no creo que hayan salido del santoral.
- Pues Nefer parece ser Egipcio, Grimanesa parece ser gitano y Orvilia parece estar inspirado en George Orwell, el escritor inglés; o en Orville Wright, el aviador norteamericano. Nombres que aunque no son del santoral, parecería que lo fueran. Gracias a Dios que nos inspiró derogar la costumbre de espulgar el santoral para bautizar a nuestros hijos, aunque a muchos les corresponde ir por la vida cargando con la cruz de nombres extraños.
- Debió ser el cielo el que inspiró a María de la Perseverancia, mi vecina, para que se hiciera cambiar el suyo en notaría, cansada de insistir en que la llamasen “Persy”
- ¿Y logró su objetivo?
- Lo logró en la notaría. En el barrio, cuando se habla de Yolima, todos preguntan ¿Cuál Yolima? Hasta sus parientes se ven obligados a responder: Pues, ¿Cuál va a ser? ¡Perseverancia! Pero cuando se fue a casar cambiaron los papeles. El cura preguntó: ¿Acepta usted a Perseverancia por esposa? El novio replicó: ¿Perseverancia? Y su padrino lo tuvo que codear, hablándole al oído: (¡esa es Yolima!)
- Igual pasa con el Barrio Antioquia. Ahora quieren llamarlo Trinidad, pero así se conoce sólo en avisos. No sólo lo siguen llamando como antes, sino que hasta lo abrevian simplemente como “El barrio”.
- También Barrio Caycedo han querido llamar al de la Toma. No han podido cambiarlo y para eso han ayudado los taxistas: “Lléveme al barrio de Caycedo. ¿Y ése en dónde queda? ¡Pues en la Toma!”
Años más tarde, el
Párroco de la nueva iglesia de Altavista propuso cambiar el nombre
del barrio, para distinguirlo del sector que queda más arriba. Hizo
una encuesta. Seleccionaron el nombre “Manantiales”, que es muy
bello y hace alusión a las fuentes que adornan en el templo.
- Ojalá que el Padre se salga con la suya – Comentó Orlando– Pero eso sólo el tiempo lo dirá. Habría que esperar a ver que pasa en la mente de las gentes que, cuando se les mete una cosa en la cabeza, es más fácil quitarles la cabeza que la cosa y ésta no se la saca sino el verraco de Guaca. Aunque ya he visto un “Manantial de los colores”. Eso indica que no hay nombres irrepetibles. Acabo de leer en Memoria del fuego, del uruguayo Eduardo Galeano, una historia simpática sobre los gringos que viven en un pueblito perdido en el mapa de los Estados Unidos. Los gringos, que se consideran los únicos americanos y a los demás simplemente latinos o sudacas, bautizaron a ese pueblo Moscú, como la capital de Rusia. Pues el Concejo del Ayuntamiento se ha reunido y aprobado una proposición para pedirles a los rusos que cambien de nombre a su capital, “porque se presta a confusiones”.
Pero eso fue en años
más tarde. En ese entonces de los comienzos del barrio
conversábamos hasta las cuatro de la mañana. Por fuera de la
heladería, ya en la calle. El barrio era seguro. Nada pasaba. No
había asomos de violencia. Joaquín iba a cerrar las puertas del
negocio.
- Ésa no es una heladería, ése es un bar –Decía la vecina que brujeaba por entre las persianas– Tiene más de antro de borrachos que de venta de helados.
- Joaquín, mejor que cierres. Es la hora permitida y la vecina se ha asomado ya en tres veces. No demora en llamar la policía.
- Si quieren cierro con ustedes adentro, que al fin y al cabo ustedes no hacen bulla...
- No es la bulla lo que molesta a la vecina. Es el rumor. Media noche lleva sin dormir y no ha podido entender qué es lo que hablamos.
- En ese caso, hablémosle durito para que entienda y nos deje tranquilos. Pero sí, mejor buscar el desayuno y la cama. Después será otro día. Ya pasaron vendiendo el periódico “El Colombiano” de mañana y la noche de ayer no se termina.
Gildardo:
Claro que recuerdo ese carro bonito, que bajaba. Y al viejo Quico,
ordeñando sus vacas. Y la reunión de los Orlandos. Yo estuve
allí, con otros. Y con el viejo Pedro Pablo.
Orlando: Son
cosas que, en su momento, no parecen llamarnos la atención, pero que
con el tiempo adquieren un valor anecdótico.
- Orlando Ramírez. Luis González. Dr. Luciano Santamaría. Don Adriano Cadavid. Pbro. Carlos Cadavid. Don Quico Medina. Joaquín Posada. Librada Posada de Ceballos. Praxedes Zapata de Velásquez. Nefer Arteaga. Lastenia Bernal de Uribe. Grimanesa Escobar de Vargas. Orvilia García. Orlando Perdomo. Pbro. Carlos Mario Hincapié.
- Nueve Orlandos: Ortega, Mejía, Sánchez, Castro, Castaño, Velásquez, Orrego, Estrada y Ramírez.
LA ANTIGUA IGLESIA
(AÑO 1965)
Primero se
construyó la iglesia de San Francisco Javier en la Gloria, con la
idea de que los dos barrios conformaran una sola parroquia. Aunque
en Altavista se celebraron las primeras misas, en la caseta, no fue
posible que se escogiera allí su ubicación por falta de terreno, a
pesar del arduo trabajo de los comités Pro-culto y Pro-templo que
estaban conformados. Del otro lado de la quebrada, en La Gloria, la
Urbanizadora Veracruz donó un terreno y ése fue el factor que
decidió. Una vez construida la iglesia, el atrio se atiborraba con
caras de ambos lados. Muchas caras de Altavista veía el Padre
Javier desde la sacristía, mientras revestía sus ornamentos. Caras
que había visto desfilar en romería desde el barrio reciente.
Romería casi tan numerosa como la del lado del barrio más antiguo.
Había visto a las señoras con sus familias saltar de piedra en
piedra la quebrada, para acudir al llamado de la misa. Estos
habitantes, que también engrosaban su feligresía, eran acogidos con
cariño. Al fin y al cabo hacían parte del rebaño. Pero algunos
empezaron a alejarse por las incomodidades. El padre se propuso
atraerlos al redil. Lideró las gestiones para la canalización de
la quebrada y la construcción de un puente de acceso. Solicitó
ayuda a sus personas cercanas. Se conformaron grupos de trabajo. Se
organizaron reinados para recoger fondos. Sonia fue la princesa.
Reina: María Victoria, elegida en sana lid. Después se hizo
maromera de un circo. Muy bonita. Al siguiente año se conformó un
grupo de Acción Católica Juvenil, compuesto por muchachos de entre
dieciocho y veinticinco años. William, de los más entusiastas.
Don Ernesto le preguntó:
- William, ¿Será que doña Gilma, tu mamá, deja que Bertica sea la candidata por el sector de Altavista? Es una niña muy admirada.
- Ya lo había pensado. Se lo propusimos y está de acuerdo. Cuenten con eso. ¿Cuál sería la candidata por el sector de La Gloria?
- Una de estas niñas Callejas –Respondió don Ernesto– Son muy bellas. Cualquiera de ellas podría. Hablaré con don Gustavo y doña Rosalba para pedirles autorización, si alguna acepta.
- Ojalá dejen que alguna sea, pues no es fácil. Implica mucho trabajo. Mucho sacrificio. Muchas trasnochadas. Mucha paciencia para lidiar con borrachos y con muchachos atrevidos.
- Para eso están los comités. La candidata no estará sola. Siempre deberá estar acompañada y rodeada por nosotros. Sin aislarla y sin que se note la barrera, deberemos estar atentos para rescatarla de situaciones incómodas y trasladarla a otro lugar. Para la gente el reinado es una diversión, para nosotros será un trabajo que comience en la primera hora de la mañana y termine en la última de la noche. El éxito consistirá en que trabajemos mucho, pero que no se note la presencia.
Gildardo:
Ese reinado sirvió de pretexto para nuestra integración.
Orlando: ¡Cómo
trabajamos! Los bailes, las colectas, las serenatas, las empanadas,
las insignias, el bazar, todo era un sacudir y sacudir de los
bolsillos para allegarle dinero a la parroquia. Pero no fue un
trabajo, sino una diversión. Una oportunidad de compartir con las
muchachas y de afianzar amistad con los muchachos. Los estibadores,
o cargadores de fardos, compraban de unas camisetas baratas, de
algodón ordinario, rosadas y moradas, muy propias para entraparles
sus sudores. “Camisetas de bulteador” que los distinguían del
resto de la población. Resolvimos comprar tres docenas de ésas y
uniformarnos con las camisetas. Nos sentíamos los reyes de la
fiesta, usándolas en los bailes y señalando nuestra pertenencia a
un grupo que nos enorgullecía representar.
Gildardo:
El grupo que trabajó mucho fue el de los catequistas. Tú
estuviste con él.
Orlando: No
estuve porque me dediqué contigo al de Acción Católica Juvenil.
Pero ese grupo lo dirigía un seminarista de nombre Fabio Carmona y a
él pertenecían Edgar y Rodrigo Arrubla. Rafael Puerta. Humberto e
Ignacio García. Uno de los Pereira, no recuerdo si Jorge. Y don
Lorenzo Quintero, que era el tesorero. Una obra quedó de esos días:
el puente metálico sobre la quebrada que limita el barrio, a mitad
de camino entre las casas de don Jorge Restrepo y de don Bernardo
Faciolince. Ese puente tiene nombre propio por el que fue su
principal gestor.
Gildardo:
¿De quién hablas?
Orlando: Don
Neftalí Vargas. El padre Javier le dio la idea, pero él se dedicó
en cuerpo y alma a conseguirlo y no descansó hasta que lo vio
instalado. Sin desconocer el apoyo de la Junta de Acción Comunal y
de otros grupos de vecinos.
- Padre Javier Cadavid y sus personas cercanas: Ernesto Callejas. Gilma Acosta de Velásquez. William y Berta Velásquez. Bernardo Faciolince. Amparo Uribe de Faciolince. Olga Cecilia, María Victoria y Gloria Lucía Faciolince. Silvia Díaz. Jorge Restrepo. Neftalí Vargas. Las Callejas: Alba, Marta Luz, Beatriz. Las López. Emilse Ramírez, Luz Elena Sánchez. María Victoria Yepes y Sonia Grisales. Fabio Carmona. Humberto García. Jorge Pereira. Rafael Puerta. Lorenzo Quintero. Neftalí Vargas.
NO SE PUEDE TORCER AL DESTINO
(AÑO 1966)
La inseguridad es
un problema. Por doquiera. En los comienzos del barrio, la quebrada
no estaba canalizada. No había puente hacia la Gloria, que allí se
estaba construyendo la iglesia más cercana. Había que saltar por
entre piedras, para pasar al otro lado. Las señoras de edad no
podían hacer eso. Tenían que ir hasta la iglesia de Los Alpes, y
quedaba distante. La quebrada llegó a salirse de madre en una tarde
de lluvia torrencial y arrastró todos los muebles y utensilios de
una casa de la terminal de los buses. Era un peligro. Los buses
municipales prestaban servicio solamente hasta las ocho de la noche.
Los borrachitos terminaban sus libaciones en el centro y se veían
obligados, gastados sus últimos centavos, a transportarse en los
buses de la Cra. 76. El último corría a media noche. Entonces
caminaban hacia sus casas y pasaban la quebrada en precario
equilibrio. Alguno hubo que bañó su borrachera en aguas sucias.
Al llegar a la calle, por su paso obligado, los esperaba una barra de
muchachos de malas costumbres, que los atracaban. En alguna vez
coincidieron en la heladería las dos barras. La de los borrachitos
que vivían en Altavista. La de los otros, que vivían en Sucre.
Alguno tomó la iniciativa de extender el brindis a la otra mesa y
terminaron siendo amigos. Formaron equipo de fútbol, compartieron.
Por comparación, los unos vieron que había ventajas en llevar una
vida sana como la de los otros. Encontraron satisfacciones. Se
sintieron reconocidos. Vieron en las miradas confiadas de la gente
diferencia con las miradas desconfiadas de antes. Sintieron el
placer de ser gente. Paladearon el gusto de ser tratados como gente.
- ¿Sabe qué?, Orlando, hemos resuelto enderezarnos y no volver a manejarnos mal– Dijo Octavio. Le decían Guayaco. Por ser bravo para la pelea y para conseguirse sus pesos, a como diera lugar. Igual que los habitantes del sector de Guayaquil–
- Me parece excelente, Octavio, cuenta con nuestra ayuda, ¿Sí o no muchachos?
- ¡Claro! Cuenten con ella.
Quiso superarse. Quiso
superar su destino. Pero no pudo. No lo dejó la vida.
- Tengo un problema, Orlando. Lo que hace que dejé el vicio y boté el arma, a muchos se les ha vuelto fácil provocarme. A cada nada me ponen disgustos por nimiedades.
- No importa, Octavio, persevera. Vamos a seguir nuestro objetivo.
No pudieron ayudarlo a
conseguir trabajo. Nadie quiso ocuparlo. Por sus antecedentes. Lo
llevaron a bailes, para socializar. No fue aceptado.
- No me pidan que baile con él, que yo no quiero. No baila bien. Es que ni puede llamarse baile a sus pisadas. Y quiero dedicarme al que me gusta. No me distraigan que tampoco estoy para hacer obras de caridad con mi reputación.
- Déjame, Orlando, no insistas. Déjame seguir solo mi camino.
- A ese paso, llegarás a indigente.
- Entonces cantemos el vals: “No se puede torcer al destino, como débil varilla de estaño”.
Gildardo:
Recuerdo que su padre era celador y tenía los mismos nombres y
apellidos del Presidente Marco Fidel Suárez. Como Guayaco podría
ser muy Morales, pero era su hijo y era ladronzuelo, él lo perseguía
con un machete y lo “aplanchaba”, antes de entregarlo a la
policía para que lo detuviera. “Será mi hijo, pero que se
compone, se compone”, decía. El caso de Guayaco sí me dejó muy
triste. ¡Qué bueno haber podido culminar la labor, integrándolo a
la comunidad! Fue el primer desmovilizado que conocí, y el primer
reinsertado a la sociedad.
Orlando: Y
el primer desengañado. Quisimos que se le recibiera sin prejuicios,
eso quisimos. Eso quiso él. Pero no fue posible. Entregó mucho y
recibió poco. Mas, no todo fue perdido. En su indigencia, es
persona que no le hace mal a nadie. Sufre con paciencia los
desprecios. Hace la vista gorda ante las humillaciones. Pide con
humildad. No te olvides que en alguna vez fue atracador y consumidor
de drogas fuertes. Que era violento y peleador en su momento. Y
logró dominar esos instintos. No habrá ascendido en la escala
social, más bien ha sido lo contrario. Pero no lo considero
“antisocial”, que para eso se necesita de ser también un
pernicioso. “En el juego de la vida, / juega el pobre y juega el
rico, / juega el blanco y juega el negro, / juega el grande y juega
el chico. / Cuatro puertas hay abiertas / pa´l que no tiene dinero /
el hospital y la cárcel / la iglesia y el cementerio...”. De las
cuatro, ya cruzó tres, pero al paso que va, nos va a ver a nosotros
cruzar la cuarta, y él ahí.
Gildardo:
Como “Nacho, el borracho”, reciclador, también de Sucre. Ya
era bachiller cuando lo conocimos y se casó con muchacha de buena
familia. Pero le pudo su mala suerte y anda por ahí viviendo de
reciclajes. Sin embargo se conserva en la pelea y con seguridad nos
va a enterrar a muchos.
Gildardo:
Sobre la desmadrada de la quebrada, que fue en 1965, hay
antecedentes. Cuenta Jesús “Chucho” Tuberquia (que vivía del
otro lado antes de que se construyera el barrio) que en 1956 también
se creció e inundó los terrenos de lo que entonces se conocía como
“La manga de los Medina”, a los pies de “La loma de los
Bernal”. Al bajar la riada, las depresiones quedaron formando
pequeñas lagunas, y en ellas se podía encontrar gran cantidad de
peces (algunos de buen tamaño, para la especie que vive allí) que
hicieron las delicias de su fritanga de muchachos.
Orlando: Eso
sería en 1956. Porque en la actualidad, con la contaminación que
le cae, yo creo que de peces pocón-pocón. La especie debe estar en
vías de extinción o estará extinguida en esas aguas. Lo más que
podrá uno ver son gusarapos. No creo que pueda salirse de casillas
la quebrada con tal intensidad, después de haber sido canalizada,
aunque reciba los sedimentos de todas las casas que se han construído
de la terminal para arriba.
- Octavio Morales “Guayaco”. Marco Fidel Suárez, su padre. “Nacho, el borracho”. Jesús “Chucho” Tuberquia.
GESTO AMISTOSO
(AÑO 1980)
Un domingo, como casi siempre,
Orlando amaneció con su cabeza metida dentro de un balde. Los
sonidos le llegaron como ecos repetidos en el interior de una caverna
y una espada pareció atravesar sus sienes sosteniéndolo en lo alto
de un muro, los pies chapaleados, el cuerpo apaleado, como
escarmiento para que los demás vieran en lo que podría convertirse
un hombre que dedicara la noche anterior a la bebida. La bilis le
afloró a los labios en tres o cuatro veces con su viscoso tono
verdeamarillo. Sintió que su hígado había salido a pedazos por la
boca y que ya no quedaban vestigios de ese órgano, en su interior.
Lo único que pidió, ya avanzada la mañana, fueron los santos
óleos. El alma le remordía y un temblor en el cuerpo lo hacía
sentir como si ya estuviera llegando a las profundidades del
infierno, si no fuera por el sudor frío que lo estremecía. Por
fin, ya iniciada la tarde, logró recuperarse. Convaleciente, como
recién salido de un ataque de tifo o paludismo, pudo recibir un
pocillo de caldo, y retenerlo. Entonces su cuerpo le pidió una copa
de helado, para tonificar el estómago, y se duchó lentamente con
agua fría, para salir a buscarla, sintiéndose como un alma en pena
en busca de su resurrección. Saludó, ojeroso, a dos o tres
personas y se encontró con Pedro Pablo en una esquina.
- Orlando, vi que Guayaco y Mechas se acercaron. Pero no te pidieron dinero, más bien te dieron.
- Sí, me pagaron. Uno me debía cinco y el otro diez.
- Cómo así, ¿Tú les prestas y ellos te pagan? Eso son como lo mismo en dólares.
- Lo hago. Nunca me han quedado a deber. Son cumplidos.
- Ésa sí es una sorpresa.
- Es que las personas le pagan a uno con la misma moneda con la que uno las trata. Si usted observa bien, yo los trato de Octavio y Jorge, aunque todos les digan sus apodos. Prefiero darles sus nombres de personas, para que se sientan personas. Creo que si ellos se sienten señores, me darán a mí trato de señor.
- Tienes toda la razón, Orlando. Yo podría ser tu padre, pero me acabas de dar una lección.
- Ha de saber que cuando ellos se hacían en la quebrada, a un lado del sendero de piedras, para esperar borrachos y sacudirles los bolsillos, tenían hambre y tomaban bebida gaseosa a pico de botella. Con salchichón y pan. Y me ofrecían. Yo recibía, sin mostrar ascos, como si yo también tuviera “la comilona” que les da a los fumadores de marihuana. Eso los hacía sentir bien y verme como a un igual. Pero no me perdían el respeto. Nunca se les ocurrió ofrecerme una fumada. Me acompañaban hasta mi casa, para cuidar de que no me fuera a pasar nada.
Años después, hablaban de nuevo
Orlando y Pedro Pablo.
- Tantos años, don Pedro Pablo, de vivir en estas calles.
- Es cierto, Orlando, pero tú alardeabas de no haber sido robado y de que te cuidaban. He sabido que te emborrachaste alguna noche y te quedaste dormido en una tienda. Te robaron el reloj.
- Me lo robaron. Tres días más tarde salía de almorzar, rumbo al trabajo, y me esperaban en la acera:
- Orlando, fue un hecho bochornoso el robo de tu reloj –Dijo el muchacho–
- A mí me dejó muy malherido, pero qué se ha de hacer, ya no se recupera –Contesté–.
- Sí, aquí está. El hombre cayó en la cuenta de que había sido un error. Él no se atreve a dar la cara, pero me ha pedido que te lo entregue y te dé excusas. Considera que una cosa de ésas no se le hace a un amigo.
- Bueno, gracias por considerarme su amigo, y los errores son para corregirlos.
- Hombre Orlando –Dijo don Pedro Pablo– Es que emborracharte y quedarte dormido con el brazo extendido fue una oportunidad que no se pudo despreciar. “La ocasión hace al ladrón”. O, como dicen, “no se puede dar papaya”.
- Es cierto. Aunque ignoro quién fue, a él le dio la oportunidad de demostrarme su aprecio de manera muy singular. Y a mí, de vivir una experiencia que muy pocos pueden contar. Fue un gesto muy amistoso.
- ¿El del robo?
- No, el de la restitución.
Gildardo:
Ese caso, no lo cuentas sino tú.
Orlando: Sí
es muy curioso. Pero además, por cuánto tiempo recorrimos tú y
yo los bares de Guayaquil. Y nunca fuimos robados ni nos pasó nada
lamentable. Claro que eran otros tiempos.
Gildardo:
Sí que lo eran. El cambio de pesos por dólares no estoy seguro de
que fuera a la par en esa época, pero en todo caso el peso
colombiano no valía lo mismo que ahora en términos de poder
adquisitivo.
Orlando: No
valía. Mucha gente dice: “Este lote nos lo adjudicaron con una
cuota inicial de $1.200 y nos prestaron $10.000 para construir. En
los comienzos pagábamos cuotas de $79 mensuales”. A nuestros
oídos esas cantidades se oyen irrisorias, pero era suficiente dinero
para hacer sudar al que tuviera que conseguirlo. Familias hubo a las
que les cobraron por vía judicial, por atrasarse en más de tres
cuotas que no tenían, y era mucho. Yo creo que su costo habría que
traerlo a valor presente, para entender que equivalía al de una
vivienda de interés social de las de hoy o al de una casa de estrato
tres, aproximadamente.
- Darío, Anselmo y Jorge Isaza. Octavio Morales “Guayaco”. Pedro Pablo Zapata.
PORTE DE REINA
(AÑO 1968)
En lo que fueron
terrenos de la urbanizadora Veracruz, y ahora estaban en camino de
convertirse en iglesia para la parroquia de San Francisco Javier, don
Ernesto y el Padre Javier, parados sobre una cinta de cascajo, veían
con los ojos de la imaginación lo que luego sería el atrio, en el
barrio de la Gloria; pero proyectada para la parroquia que abarcaba
también el barrio de Altavista. Veían las paredes con sus nichos y
sus imágenes de santos. Veían el altar y lo que sería la
sacristía. Hacían conversión de las imágenes de planos y
proyección de espacios para imaginar lo que ese terreno llegaría a
ser en el futuro.
- Pero hace falta dinero, Ernesto, ¿Cómo haremos para conseguirlo?
- ¿Por qué no hacemos un reinado, padre? Podríamos organizarlo con tiempo para hacer coincidir la coronación con el bazar y ahí rematamos la campaña. Eso tiene que darnos buenos fondos, si logramos entusiasmar a la comunidad para que colabore.
Para todo se necesita
vocación. Don Ernesto, la tenía de líder. “La matrona doña
Carmen”, su vecina, paciencia para admitir a un grupo de muchachos,
amigos de sus hijos, para hacer bailes de beneficio y dar serenatas
para recoger fondos.
- Si Luz Dary, Oscar, Iván Darío, Fernando, Fabio. y mis otros muchachos los aceptan, yo también. Los prefiero en casa que quién sabe en cuales otros lugares. Pueden reunirse aquí en cuantas veces quieran. –Autorizó su madre–.
- O en mi casa –Dijo Gabriel– Al fin y al cabo Fanny, Nubia e Isabel, también son del grupo. Mauro y Samuel son sus amigos.
Orlando y Gildardo
recordaban esos tiempos.
- La campaña fue intensa, Gildardo, lo que no recuerdo es quién quedó de reina en aquellos años. Trabajamos muy duro por la candidata de Altavista.
- ¡Qué vas a recordarlo!, Orlando. Si en esa época no tenías ojos más que para mirar a Martha Luz. Y ella fue la candidata del otro barrio.
- Ojos para mirarla, si tenía. Y para escribirle versos, que en esa época yo escribía. Lo que no tuve fue valor para acercarme a ella, siendo su amigo. Mi corazón la veía inaccesible.
- Me gustaría leer esos versos y devolverme a aquellos tiempos. Pero no te afanes que la vida lo casa a uno con la que le tiene destinada y no con aquella en quien uno pone sus miras.
- Tienes razón. Afortunadamente esos versos están rotos hace años. No porque me avergüence de haber puesto mis ojos en una mujer bella, sino porque los versos eran tan malos que me daría pena conmigo mismo el permitir que alguien más los viera. Duraron lo que dura un reinado de los nuestros. Un año. Un cuarto de hora.
- No eres el único. “Todos cantamos en la edad primera”, dijo Gutiérrez González.
Gildardo:
Si tuvieras oportunidad, ¿volverías a vivir la misma vida?.
Orlando: No
lo dudes. Cada vivencia contribuye a la madurez de uno. Y hasta a
la inmadurez, que no me arrepiento de haber tenido y haber vivido.
Gracias a eso, aprecio lo que tengo y lo que soy.
- Ernesto Callejas. Carmen de Fernández. Gabriel Acevedo. Marta Luz Callejas. Padre Javier Cadavid. Familia Fernández. Familia Acevedo.
SACANDO LA CARA POR EL EQUIPO
(AÑO 1968)
De las actividades
sociales generadas por la interacción de los muchachos, empezó a
desprenderse la integración de otros elementos de personas ajenas al
barrio, pero llegaban hasta él para hacer amigos y compartir. Y se
generó una corriente migratoria en ambos sentidos. Ellos llegaban
hasta nosotros y nosotros íbamos hasta sus barrios. A bailes, a
reinados, a bazares. A competencias deportivas.
- ¿Por qué no conforman un equipo de fútbol que represente al barrio en torneos y lo inscriben en la liga? Todos los barrios tienen el suyo.
La idea cayó bien, y
empezaron a trabajar en ese sentido. Ya había algunos que jugaban
con los nuestros en equipos informales y en partidos fuera de liga.
Federico y Eduardo no eran del barrio. Llegaron arrastrados por los
ojos de Beatriz y Dora. Eladio tampoco. Lo atraían los aromas de
Lucía, la hermana de Jorge.
- Es que era muy bonita. Y lo que llamábamos en esa época “muy espiritual”, Orlando, ¿Célebre, también se dice?
- Claro que sí. A Eladio se le ocurrió presidir un equipo de fútbol. Y conseguir los implementos. Y nombrar una junta directiva. E incorporar refuerzos con buenos jugadores, importados desde Zafra.
- Tú eras el tesorero del equipo, sin haberte visto jamás poner tus pies en un balón.
- “Zapatero a tus zapatos”, hombre Gildardo. Lo mío ha sido el manejo de dineros. Le pedí a Eladio que cambiáramos algunos jugadores, para mejorar las apariencias.
- ¿Y qué te respondió?
- Que no lo hiciéramos. Que todo equipo necesita dos o tres caras amenazantes, para disuadir a los peleadores del contrario. Eso se confirmó en un partido en que los del otro equipo, los hinchas, y hasta el árbitro, se pusieron de acuerdo para apabullarnos. Eladio tenía razón, pero no por las caras sino por los puños demoledores de los jugadores que queríamos sacar.
- Como decía don Pedro Pablo: “Es mejor tener cara azoradora, que ser bravo” Porque con una cara amenazante, los demás se disuaden de pelear.
- Cuando la avenida ochenta se encontraba en construcción, una pareja de próximos a casarse parqueó su Volkswagen escarabajo al lado de unos escombros y después los encontraron muertos.
- Eso se lo atribuyeron a uno de nuestros jugadores, mas en realidad no sabemos que pasó.
- Pues en esas ya habíamos cancelado lo del equipo.
Gildardo:
Unos vinieron de afuera a buscar sus amores al barrio. Otros nos
fuimos a buscar los nuestros por fuera. Pero muchos, como tú, los
encontraron en el vecindario.
Orlando: “Al
que le han de dar le guardan, y si está frío le calientan”. Uno
va llevado por su propio destino.
- Federico Velásquez. Beatriz Chavarriaga. Eladio Molina. Lucía Pereira. Pedro Pablo Zapata. Dora Chavarriaga. Eduardo Cardona. Jorge Pereira.
EN EL PRINCIPIO ERA EL HOMBRE
(AÑO 1973)
El paisaje de un
bosque parece estacionarse. Se diría que no cambia, o que lo hace
muy poco. No se percibe el caer de una hoja ni de dos. Poco se
aprecia el desprendimiento de una rama. Tal cual montículo aparece,
casi sin darnos cuenta, hasta que un día hay instalado un hormiguero
que ha venido haciéndose parte del paisaje. No supimos cuándo se
dio ese cambio a los ojos, entre su ausencia y su presencia. Así
con las personas, así con sus entornos. De ser asiduos y verse a
diario y no descansar ni siquiera los domingos, y compartir
principalmente los domingos, Orlando y Gildardo habían dejado de
verse por unos días. Tenían tiempo de no verse. Se encontraron.
A rememorar tiempos pasados.
- Hombre Orlando, no fue fácil en los comienzos. Hubo que vencer dificultades.
- Claro, muchas. No creo haber sido el único que haya tenido que dormir con un paraguas.
- Ésa no te la creo.
- Bueno. Con el tiempo, la lluvia empezó a filtrarse por la losa de cemento. El único sitio seco era el comedor. Y tenía mantel de plástico, a cuadros. Yo dormía en la primera pieza y debía correr la cama hasta el centro de la habitación, para eludir goteras. Y poner baldes para atajarlas. A veces llegaba de madrugada y despertaba a los durmientes. Entonces opté por poner el mantel encima de mi cobija, y dejar que las gotas resbalaran por los lados. Al levantarme, lo primero que hacía era orinar y secar los charcos con un trapero.
- ¿Y eso cuánto duró?
- Después del accidente con la motocicleta, y de andar enyesado y con muletas, resolví venderla e invertir el dinero en poner por lo menos un techo sobre el segundo piso. Mi hermana Luz Elena se entusiasmó y solicitó préstamo para ponerle divisiones y hacer piezas. Y vinieron “los yaques”: Ya que hicimos las piezas, consigamos con qué forrarlas. Ya que tenemos el piso, pongámosle baldosa. Ya que hicimos escalera, pongamos pasamanos. Ya que tenemos el balcón, pongamos reja. Ya que forramos la cocina, compremos estufa metálica integral. Creo que en todas las casas pasó igual.
- Cierto. Muy pocas estarán casi como fueron entregadas. La del frente, diagonal. La de la parte de atrás. Alguna otra.
Gildardo:
¿Recuerdas a quienes fuimos los pioneros?
Orlando:
A ver, Gildardo, había varios grupos. Gabriel Acevedo, William
Velásquez, Fabio Diosa. Johel Gallego. Los Vélez: Gildardo, Jairo
y John. Orlando Ramírez. Orlando Sánchez “Nana Pancha”.
William
Vargas. Jorge, su hermano. Los
Castro: Orlando y Marta. Los Lopera: Jairo, Jáder y Dalmiro. Y
Adalgisa. Ah, y Rodrigo su otro hermano. Jorge y Fanny Peña.
Bienvenida o Yolanda, su otra hermana. Juan Márquez y Gilberto
Mejía, su cuñado. Rafael Puerta. Los Villegas: Orlando, Silvio,
Francisco (Pacho), Mario, Aracelly, Ofelia y Gloria María. Las
Ochoa: Gloria y Cristina. William
Betancur. William y Edgar Lopera. Javier
López. Fabio Patiño. Los Fernández de doña Carmen, los
Trujillo. Piedad y Alonso Jaramillo, en la farmacia. Humberto
Alzate. Eduardo Lopera, Lindsay Ramírez, Humberto Gutiérrez, Edgar
Arrubla. Ignacio y Humberto García. Nohelia, Orvilia y Flor
María, sus hermanas. Alfonso, Oscar y William Uribe. Jorge y Lucía
Pereira, Silvio Cardona, Dagoberto Sepúlveda. Humberto Escalante.
Laureano Velásquez. Carlos Piedrahíta. Y los Ramírez: Rodrigo,
Iván y Alberto.
Gildardo:
¿Estos eran hermanos?
Orlando:
Los dos primeros, sí. El otro, su vecino.
Gildardo:
Ya recuerdo. Los Soto: William y John. Orlando Mejía y sus
hermanos. Y mi hermano, John Vélez, que lo llamaban John chiquito,
para distinguirlo de Johnsoto.
Orlando:
Así le decían. Y “bangosú, aeh, aeh”
Gildardo:
Hombre, por la canción cubana. Y tus hermanos: Los majancas.
Orlando:
Que eran “camajanes”, al revés. De tanto ver películas del
oeste, los vagos, salían machacando inglés: “Come in” por decir
“Vamos”. Esa voz dio origen también a la expresión “gamín”
para un pelafustán. Como “guachimanes” salió de “watch man”
para designar a los vigilantes. Los muchachos imitaban el modo de
hablar de los vagos.
Gildardo:
En esa época íbamos a cine al teatro Mariscal, en el parque de
Belén. A gastar plata en entradas y en crispetas o palomitas de
maíz. Ahora van allá, pero a guardarla en las cuentas de ahorros
de Conavi.
Orlando:
Éramos muchos. Había más, que se me escapan. Los Colorado. Los
Arango. Los Londoño. Israel el peletero, Rubén Darío... los
Manrique. Los Uribe, que eran primos. De los grupos de muchachos,
que éramos sanos, salió la primera Junta de Acción Comunal.
También había mujeres. Marta y Ana María Villa, que eran
hermanas. Luz Dary y Gloria Fernández, que no lo eran. Las
Álvarez. Las Agudelo.
Gildardo:
Marta, mi cuñada. Julia. Omaira, la de Héctor Echeverri, “el
morocho”. Fe, Esperanza y Caridad. También estaban sus hermanos.
¿De cuales más te acuerdas, hombre Orlando?
Orlando:
Cielo Muriel, la hermana de Humberto y Pedro. Nidia Arango, hermana
de Roberto y Eugenio. Patricia Arrubla, hermana de Edgar y Rodrigo.
Fanny Obando, hermana de John Jairo y Duván. Las Callejas, las
López, Luz Montoya, Emilse Ramírez, Luz Elena Sánchez, Isabel
Vélez (Chabela), Fátima Castrillón. A Cayetano, su hermano, le
dispararon con escopeta por adentrarse a jugar en finca ajena
contigua a su barrio, a rodar con un carrito de rodillos, a comer
frutas, a elevar cometas. Los dueños consideraban que dañaba el
pasto y le habían advertido, pero un muchacho de doce años no hace
caso de advertencias y para muchas personas un intruso es un intruso,
sin importar su edad. Su muerte pagó los daños que habíamos hecho
todos. Bueno, hacer un inventario o censo sería engorroso y esto ya
se parece al capítulo décimo del Génesis, en el Antiguo
Testamento. El problema no es con los que se mencionan, es con los
que se olvidan. Que también aportaron. Y mucho.
Gildardo:
Creo que todo el barrio desfiló por esos palos de la Loma de los
Bernal asolándoles sus ramas. Muy bonita era Fátima y las otras
que mencionas. ¿Es que sólo te quieres acordar de las bonitas?
Orlando:
No es eso porque para mí todas eran bonitas. Ningún pobre
estiraba su mano, que yo dejara ir sin su moneda. Ni ninguna mujer
estiraba su mirada, que yo dejara alejar sin su piropo. Mas, no era
líder, que para eso se necesita tener carisma. Líder era doña
Raquel de Betancur.
Gildardo:
Sí era. Líderes, don Ernesto Callejas y don Jorge Restrepo...
Orlando:
Hombre, lo fueron. Y don Fabio Benítez, que llegó a costear
estudios a muchachos pobres. Sacó hasta profesionales, de su
bolsillo de Contador.
Gildardo:
Y lo fueron Eladio Molina, y el padre Javier...
Orlando:
Claro, lo fueron.
Gildardo:
Y Eduardo Lopera, casi abogado, pero después se alcoholizó.
Orlando:
Fue uno de los primeros presidentes de la Acción Comunal. También
don Ramón Serna.
Gildardo:
¡Ajá!
Orlando:
Y don Abelardo Grisales que fue líder deportivo. Él organizó dos
o tres equipos de muchachos quinceañeros y les programó campeonato.
Iba para todos lados con Jesús Tuberquia, el atleta y con Israel
Gallón y su hermano Guemba, los ciclistas.
Gildardo:
Eso es cierto porque también dirigió el equipo de ciclismo
Estrella Roja, no porque fuera comunista, sino que era muy hincha del
Deportivo Independiente Medellín. De su cuerda fue Jorge Hernández.
Mucho hizo por el deporte. Uno que se vio mucho en reuniones fue
don Gabriel Álvarez, el otro zapatero y Su vecino José López.
Orlando:
Sí, y don Lorenzo Quintero que organizaba procesiones en el barrio,
en Sucre y Zafra, con la Santa Cruz. Yo, que lo conozco desde antes,
fui testigo de todo lo que trabajó para hacer la iglesia y conseguir
que formaran la parroquia de El Salvador. Aquí no fue tan
protagonista como allá, pero si fue muy luchador. Es, porque no ha
muerto, pero ya los años lo tienen un poco apagado. Aunque hasta no
hace mucho todavía salía con su familia en los desfiles de
silleteros, desempeñando el papel costumbrista de “La familia
Castañeda” y lo hacía con mucha gracia y con mucho entusiasmo.
Gildardo:
Pero el verdadero líder sí fue don Pedro Pablo...
Orlando:
Don Pedro Pablo Zapata dejó huella. Fue un personaje.
- LÍDER EN LAS SOMBRAS
(AÑO
1963)
Nunca oí que lo
llamaran “El atiza fuegos”, a don Pedro Pablo. Pero lo era. En
el término de tres meses, a finales de 1963, mil seiscientos
habitantes habían ocupado las 308 casas del barrio y no menos de mil
eran muchachos de todas las edades. Empezaron a reunirse en las
esquinas. A conocerse. A conversar. Un grupo, compuesto por
muchachos entre 18 y 25 años. Entre ellos, un hombre maduro de unos
50 años. Tez morena, cabellos canos. Modesto, callado. Empezó a
sentirse más a gusto entre jóvenes que entre los de su edad.
- Usted se está embobando, Pedro Pablo, en las esquinas con muchachos, en vez de estar con los de su edad –Lo recriminó su señora–.
- Es que se aprende más con ellos que con los viejos. Transmiten energías, en vez de restarlas.
- Hombre, Pedro Pablo, tu mujer tiene razón. ¿No será que quiere tenerte más tiempo en casa con tus energías?
- Un hombre en casa estorba mucho. Cuando la mujer empieza a barrer y a pasar el trapero por los pies de uno, pero le advierte que no los ponga sobre la mesita del florero, es hora de irse para la calle y dejar de perder tiempo con el crucigrama.
Hablaba poco. Le
gustaba escuchar a los muchachos que creían saberlo todo y tener
descubierto el universo en todos sus confines. Él sonreía,
socarronamente, sin hacer alarde de que sabía lo que sabía. Porque
sabía. Aunque solamente asistió a escuela en los primeros años de
primaria. Aprendió la ebanistería e hizo de ella su oficio. El
que le permitió levantar a su familia.
- Me encargan, en la fábrica, los trabajos más pulidos. Ningún otro se toma el trabajo de lijar los cajones de los escritorios, por debajo.
- Es cierto. ¿Y por qué lo hace? Allí no se ve. Nadie va a saber que también están pulidos por ahí.
- Lo sabré yo. Y me gusta saber que lo que yo hago queda bien hecho.
Fumaba, pero poco. No
echaba volutas de humo, ni tomaba el cigarrillo entre el vértice de
los dedos índice y cordal, con aire displicente. Como los fumadores
de los anuncios. Lo tomaba con aspecto de aprendiz, con la punta de
los dedos índice y pulgar, vuelto hacia la palma de su mano. Daba
chupadas de aprendiz. Parecía que ya iba a ahogarse con el humo.
No tomaba licor. No
tenía otros vicios. Pero después de aprender a leer, se volvió
lector empedernido. Sólo que ése no es un vicio, sino una virtud.
Por eso amplió su cultura general.
Llegaba del trabajo con
el periódico del día, bajo el brazo, y un aguacate “tipo pera”
entre sus manos.
- Ésos me gustan. Pero hoy me han regalado este redondo que tiene la piel rugosa y aspecto feo. No quise comprarlo y el vendedor me lo regaló, alabándolo de ser un híbrido de la variedad “Hass”.
- ¿Qué tal le salió el aguacate, don Pedro Pablo?
- Increíble. Bajo esa apariencia fea, una pulpa que es pura mantequilla, del sabor más exquisito.
Así era él. No
hubiera podido concursar para láminas de almanaque, con su “cara
azoradora”, pero tenía un alma buena hasta el límite de lo
humano. De ahí en adelante sigue la santidad, y a tanto no llegaba.
Su ceño: fruncido y adusto. Su piel: curtida por el color de la
raza negra. Sus facciones: bruscas. Aprovechaba su conjunto para
conturbar al contrario y eludir confrontaciones. Entonces ponía a
su alma bonachona a hacer lo que verdaderamente le gustaba. A
conciliar. Porque era conciliador y diplomático, por naturaleza.
No tardó en ser designado árbitro ineludible de toda disputa.
Garitero confiable de toda apuesta. Porque ya habían descubierto
que era honesto, honrado, insobornable a toda prueba. Después del
primer mes de estar recogiendo y administrando dineros de un fondo
común. Fondo que organizó para canalizar los ahorros destinados a
costear la natilla y demás platos en las celebraciones navideñas.
Esa natillera fue su bautizo como líder cívico de la comunidad y le
permitió ganar aprecio.
- Claro, Orlando, es que tenía lo que los viejos llaman “don de gentes”. Esa facilidad para tratar con las personas.
- Así es, Gildardo, se hacía querer. No a torrentes, sino como esas humedades que se van apareciendo y, cuando menos se piensa, lo impregnan todo.
Se convirtió en la
última instancia. La última palabra. El que remataba o concluía
cualquier tema que se estuviera discutiendo. Sólo la última
palabra. Porque en la agitación del debate, dejaba que los otros se
explicaran a sus anchas. Sólo participaba por dos razones: para
rematar un tema, cuando llegaba a su final. O para removerlo, cuando
se estaba estancando sin salida. Porque era un agitador inteligente
y un movedor de masas silencioso, nada anárquico. Al llegar al
barrio y empezar a rotar su presencia por los diferentes grupos de
muchachos y observarlos, detectó a tres o cuatro líderes. Hizo la
forma de reunirlos y entonces, como quien no quiere la cosa, les
propuso una idea.
- ¿Qué tal, si en el barrio se formara una Junta de Acción Cívica Comunal?
“¡Fabuloso!”,
dijeron. Emprendieron acciones. Los dejó hacer. Los orientó.
Los acompañó en las gestiones. Los ayudó a coordinar la primera
asamblea... Y se coló en la junta, como vocal. Un cargo menos
representativo que Presidente, Vicepresidente, Secretario, o
Tesorero.
- Es que no era vitrinero, hombre Orlando.
- No lo era, Gildardo. Le gustaba vigilar las acciones, sin estar en vitrina como protagonista.
Un día, también
como quien no quiere la cosa, en público, frente a un auditorio muy
representativo, aparecía elogiando “La verraquera de muchachos que
tenía el barrio, su espíritu emprendedor, y la
excelente idea que
habían tenido de organizar la Acción Comunal”. Y él, en la
sombra. Otros días le decía al muchacho que fue nombrado
Presidente de la Junta:
- ¿Por qué no propone la hechura de un puente para cruzar la quebrada? ¿Y su canalización? ¿Una escuela en donde está la caseta que fue del Ingeniero residente, allí en donde nos reunimos? ¿Una cancha polideportiva al lado de la escuela Ramón Giraldo Ceballos?
Las ideas eran
propuestas por el Presidente, debatidas por la Junta, aprobadas en
las Asambleas y llevadas adelante. Con un empujoncito aquí, y otro
allá, por parte del Vocal silencioso, oscuro como una sombra, que
estaba en todas y no se veía en ninguna. Si alguna de sus ideas
hubiera tenido la suficiente envergadura, habríamos visto el
descubrimiento de una placa diciendo que “Esta obra se terminó de
construir siendo Alcalde el doctor Fulano y Presidente de la Junta el
señor Perencejo”, sin que apareciera por ninguna parte su
verdadero padre vergonzante, que sabría que la obra era hija suya,
aunque él no le hubiera dado el apellido.
- Venga, Secretario. Estos muchachos de catorce y quince años que no están en la Acción Comunal y andan por ahí, ¿Por qué no le propone al padre Javier que organice un grupo de Acción Juvenil Parroquial?
El Secretario se
convirtió en emisario. El padre, en organizador. Don Pedro Pablo
en miembro de la Junta, como apoyo. Observador con derecho a voz,
pero no a voto.
- Eso es de ustedes, muchachos. Ustedes son los que lo tienen que sacar adelante.
No se desentendió de
los adultos. Se acercaba a ellos callado, serio, observador, con
mirada inquisidora. De pronto, alguno mencionaba la muerte de un ser
querido y las dificultades para organizar lo referente a su sepelio.
Todos le manifestaban su condolencia y consideración. Entonces don
Pedro Pablo, con aire distraído, hablaba aparentemente de otra cosa:
- ¿Ustedes conocen la Sociedad Mutual Funeraria que tienen en el barrio Enciso?
Dejaba que esa primera
puntada se afirmara. Una semana más tarde, la idea iba prosperando,
con suficientes adeptos, y él estaba en la sombra, colado, como
Vocal de la Junta enterradora.
Era un atiza fuegos, sin
lugar a dudas, y un amedrantador sicológico, maestro en el arte de
azorar. Si había una polémica deportiva en que los partidarios del
equipo Blanquiverde decían que ése era el mejor equipo del mundo y
los del equipo Rojiazul decían que el de ellos era el más poderoso,
él los dejaba discutir. Argumentos van, argumentos vienen.
Hablaban de alineaciones. De técnicos inolvidables. De las veces
en que hemos sido campeones. De las veces en que casi hemos sido
campeones. De cuando les metimos cuatro cero. De los criollos, de
los extranjeros. Ya estaba dicho todo y parecía que no iba más.
- A mí sí me parece –Decía don Pedro Pablo, con su nadadito de perro– Que el Rojiazul ha sido mejor equipo que el Blanquiverde.
Y volvía a encender la
polémica.
- ¿Cómo así, don Pedro Pablo? Yo creí que usted era hincha del otro equipo –Preguntaba alguno, en voz baja–.
- Yo soy hincha del equipo que va perdiendo, para que tengan de qué hablar. Siempre llevo la contraria.
Los muchachos reunidos
en el billar de Carlos, en Vicuña. La contienda, interesante. La
apuesta, jugosa. Las barras, calladas, observando. Los contendores,
concentrados. Don Pedro Pablo, pensativo, en una esquina de la mesa.
La carambola, fácil, de recorrido elemental. En medio del silencio
y del taco dispuesto a golpear, se escucha la voz, baja pero audible,
de don Pedro Pablo:
- No la hace... Apuesto a que no la hace... La bota...
Todos oímos. Los
billaristas también. El de turno le lanza una mirada furiosa... Y
dispara. No la hizo. Al rato, le toca el turno al otro y sufre el
mismo desequilibrio. Para nivelar las cargas. Y arrancar más
risas. Igual en ajedrez. Cuando el jugador iba a hacer la jugada
obvia, escuchaba el fatídico “No la ve... Seguro que no la ve...”
Y se veía obligado a repensar la jugada que creía tener lista.
Los comentarios de don Pedro Pablo ponían el toque picante que daba
sabor a la salsa. Esa cualidad le permitió parar más de una pelea.
Los muchachos listos para irse a las manos. Uno de ellos, a punto
de tomar una botella y agredir al otro con el cuello despicado. Don
Pedro Pablo se le acerca y le dice al oído:
- No le pare bolas que eso no vale la pena.
Logra contenerlo lo
suficiente para detener la agresión y tomar un respiro. Entonces se
acerca al otro:
- Cálmese, hermano. A usted tampoco le gustaría que le hicieran esa.
Al rato, consigue
acercarlos y hacer las paces.
- Podríamos decir, Orlando, que el calificativo que mejor le encuadraba era el de “líder Cívico”.
- Para mí había otro más valioso, Gildardo: Era un amigo. De amistad leal y desinteresada. Incondicional. Se ofendería a su memoria si se revelara a cuantas personas ayudó, callado, sin que se notara. Fue protector de pobres vergonzantes, que los había. Y redentor de causas perdidas, que también las había.
Gildardo:
Esa labor callada de don Pedro Pablo dejó huella. Hay gente que
trabaja, y eso se nota. Pero hay gente que trabaja y no se nota. O
por lo menos no se ve su foto en la vitrina.
Orlando:
Muchas veces no se nota, por ser callada. Pero en otras es que nos
juega una mala pasada la memoria. Por falta de quién deje un
registro para el recuerdo. Ignacio Duque Salazar fue uno. ¿Quién
lo recuerda?
Gildardo:
Quién lo recuerda, no, ¿Con qué se come, de dónde lo sacaste?
- Pedro Pablo Zapata. Monseñor Ignacio Duque Salazar.
- LÍDER EN EL OLVIDO
(AÑO
1985)
Sembrar un árbol, tener
un hijo, escribir un libro. ¿Quién resumió en una frase los
objetivos de la vida? Aparte las creencias religiosas, todo hombre
tiene el deber de restituir a la humanidad parte de lo que recibió.
Y está en la obligación de perpetuar la especie, conservando el don
maravilloso de la vida. Y está en la obligación de cuidar de la
naturaleza, representada en ese árbol que garantiza que la tierra no
se convertirá en un desierto. Y está en la obligación de dejar su
pensamiento perpetuado, para que se beneficie la generación que le
sucede. Las comunidades aborígenes, a falta de la imprenta, dejaron
monumentos e inscripciones y confiaron a la tradición oral la
preservación de sus culturas.
Sentado en el sobrio
saloncito que hace las veces de despacho alterno en el interior de la
casa cural, Orlando espera ser atendido por el Párroco. Se
entretiene mirando la pequeña biblioteca que contiene los libros que
el sacerdote ha venido acumulando en los años de su vida. Mirados a
distancia, por no sentirse autorizado para curiosear los títulos
impresos en sus lomos. Muchos serán de temas eclesiásticos, es
lógico. Y otros profanos. Dice mucho sobre la cultura de un hombre
los libros que escoge para leer. Y más aquellos que escoge para
comprar. El joven sacerdote hace su aparición vestido a la usanza
del momento. Pantalón gris, camisa blanca. Zapatos negros. Su
cabeza sin tonsura. El cuello de la camisa recogido por una cinta
dura de color blanco, el alzacuello. Atuendo universalmente conocido
con la expresión inglesa “Clergy man”, hombre del clero.
- Estaba pensando padre –Dijo Orlando– en la transformación que ha dado la Iglesia desde el Concilio Vaticano II que convocó el Papa Juan XXIII. Hace poco visité con mi señora la población de Jericó y fuimos a casa de su tío, Monseñor Pompilio Gallego, que ya casi marca los noventa años. Su figura imponente y respetable transmite la imagen de sencillez, de santidad, de una vida de comportamiento ejemplar. La sobriedad en que vive, y su pobreza, dan a entender lo alejado que estuvo siempre de los bienes materiales y lo desprendido que fue en su vida activa. Aún preside las reuniones de los miembros del Museo de Historia Religiosa, que él fundó, y aún se ve con su cabeza tonsurada y con su sotana negra a la antigua, roída y deslucida. Camina erguido, con su piel sin arrugas que muestra las huellas de una vida sana, hacia el altar de la iglesia catedral. Se propone revestirse y celebrar la misa que es costumbre, aunque ahora se encuentre retirado de su cargo de Párroco de la Catedral. Catedral que él fue el encargado de construir por designación que le hizo su Obispo, recabando dineros, revisando planos, vigilando trabajadores y, en fin, todo aquel trabajo necesario para culminar una obra comenzada desde varios años atrás. Cuando se muera, y seguramente a su edad la muerte está más cerca que lejos, la Catedral y el Museo de Historia Religiosa estarán ahí, como hijos suyos, aunque no lleven su apellido. Ahí estarán recordándolo, más que el título de Monseñor con que el Papa Paulo VI le reconoció su vida de trabajo abnegado. Título que él lleva con orgullo, por venir de donde viene, pero que las gentes le niegan, no porque no lo merezca, sino porque están acostumbradas de toda una vida a nombrarlo con el sencillo apelativo de “Padre Pompilio” con que lo han conocido. Y su imagen se parece más a la de San Francisco que a la de algún pomposo Cardenal de la edad media.
- Personajes hay en la sombra, hombre Orlando – Dijo el Padre– No es muy conocida, y tiende a olvidarse, la labor de Monseñor Ignacio Duque Salazar. Ya murió. En este año cumpliría el centenario de su nacimiento.
- Pues debo confesar que no sé de quién me habla, y bien pueda imponerme penitencia, padre.
- La parroquia de Belén, arrancaba desde sus límites con la de la América hasta los límites con la de Guayabal. Y desde el Cerro Nutibara hasta los límites con San Antonio de Prado por la vía de El Barcino. La parroquia de Belén... Ignoro por qué se escogió el nombre para este territorio, puesto que Belén fue el lugar en donde nació Jesús y significa “Casa del pan” o sea “lugar en donde el pan es compartido”. Todo el territorio que se conoce como Barrio de Belén, está compuesto en realidad por muchos barrios, según la división que hoy conocemos.
- Entonces, padre, Monseñor Duque Salazar fue su Párroco...
- Lo fue por casi treinta años y quien obtuvo de don Adriano Cadavid el permiso para construir en sus terrenos una iglesia, la que hoy se conoce como de Jesús, María y José de los sacerdotes del Padre Manyanet, pero que en otra época se conoció como de San Antonio. La hizo con contribuciones de la feligresía de esa zona hacia arriba, constituida principalmente por trabajadores de las ladrilleras. Allí se acercaba a celebrar misa cada quince días. Otros días se acercaba a los límites con Guayabal. Otros a otros lugares de su parroquia. Él fue el pionero en promover la creación de otras parroquias en su territorio, para facilitar la atención a una feligresía muy dispersa. De allí nació la Vicaría de Belén y de ahí su título de Monseñor, puesto que fue el primer Vicario.
- Hombre, padre, yo había oído otra versión con respecto a la existencia de esa iglesia fantasma.
- Claro, Orlando, es que la iglesia pasó a hacer parte de una leyenda. Se habló de espantos y de entierros. Y de niños muertos. Depredaciones y otras cosas en su interior. Eso impidió que se mantuviera vigente para los oficios religiosos, pero en los años activos de Monseñor Ignacio fue sede para sus labores y desde allí coordinó la creación de la Cooperativa de Belén, que allí fueron sus comienzos.
- ¿Por qué allí si, por lo que me cuenta, en esa época era prácticamente una zona rural?
- Pues, Orlando, por ser el centro de reunión de muchos trabajadores de las ladrilleras que precisaban de un liderazgo y una persona que los ayudara a organizar su sistema de vida y a promover las virtudes del ahorro.
- Esas dos obras ya marcan la huella del paso por la tierra de Monseñor Duque Salazar, padre.
- Hombre sencillo, que también fue, tuvo el presentimiento de su muerte. Supo cuando se iba a morir. Tomó una hoja de papel arrancada de un cuaderno y, con mano temblorosa y lápiz a medio afilar, escribió su testamento que creo que aún conservan en la iglesia de Belén, más o menos en estos términos:
“Debo
$7.oo a Fulano. Páguenlos de mis haberes.
Me
deben más de $100.oo varios deudores, séanles perdonados, a mi
muerte.
Dejo
$180.oo para los pobres.
Pido
perdón a Dios por lo que lo he ofendido. Que me dé su bendición y
que me acoja en su regazo.”
Murió
Monseñor a los 85 años en los alrededores del año 1970.
- Sencillo el testamento, como el mío, Padre: “No tengo nada. No debo nada. Y lo demás para los pobres” Pero su historia es la segunda versión que escucho sobre la iglesia abandonada en media manga. Esa premonición sobre la muerte me recuerda algo que leí en la novela Muy Caribe está (Mario Escobar Velásquez): “Francisco de Pizarro decía que los indios del Darién morían de tristeza, pero no, se suicidaban por el único deseo de morir, a voluntad. No requerían de arma, ni de ponzoña, ni de tósigo, ni de hondas aguas azules para ahogarse. Se fijaban el día y caían suavemente a la muerte, como cayendo al sueño por su única arma empleada: la voluntad de morir.”
- Esos caribes así hacían, Orlando. Y los aburraes que habitaban nuestro valle y caminaban precisamente por donde están las ladrilleras y la antigua iglesia de San Antonio, se ahorcaban con las faldas que ellos mismos tejían para cubrirse. Tampoco podían soportar la tiranía de los españoles. Eso leí en Medellín, ciudad tricentenaria (Sociedad de Mejoras Públicas).
- A ver, Padre, el primero que pensó en la descentralización de las parroquias, por estos lados, fue Monseñor Duque Salazar. Fue el primero y dio ejemplo. Después vinieron otras adecuaciones a la sobrepoblación. La parroquia de San Francisco Javier fue desmembrada de la de San Bernardo, cuando aumentó la feligresía. De la de San Francisco salió la de María, Madre Admirable. Ese nombre, ¿Sabe de dónde salió?
- Mucho tenemos que agradecer al Padre Javier por haber tenido esa visión de proyectar la parroquia y acoger el pedido de los muchos feligreses que la pedían. Él tuvo el privilegio de escogerle nombre y lo hizo en consideración a las Hermanas del Sagrado Corazón que montaron casa en la parroquia y atendían el kínder que funcionó en la caseta, antes de que se construyera la iglesia. Esas hermanas, de origen francés, tienen a la Virgen como patrona. Cuenta la leyenda que la novicia Paulina Perdreau, de su casa de la iglesia de la Trinidad del Monte en Roma, tenía habilidades artísticas. Se le ocurrió pintar a la Virgen como una madre de las de la época, tejiendo en su regazo. A ese convento llegó la hermana Macrina, expulsada de la Cortina de Hierro, quien soñó un nombre para el cuadro. Cuando la visitó su amigo el Papa Pío IX (nono), que ha sido beatificado, exclamó: “¡Qué belleza de imagen de una Madre Admirable!” Y resultó ser el mismo nombre que ella había soñado, lo que fue tomado como una señal. Las Hermanas la adoptaron con esa advocación. De Roma nos llegó una copia del cuadro para entronizar en nuestra iglesia.
- Es que en la caseta, Padre, de este lado de la quebrada, se celebraron las primeras misas parroquiales de lo que sería la Parroquia de San Francisco Javier. Con distintos sacerdotes, inicialmente, y después con el padre Javier. La primera iglesia se construyó en terrenos donados por la constructora Veracruz del barrio de La Gloria, al otro lado, solamente porque los intereses de esa constructora hicieron que presionara a la Curia amenazando con retirar su oferta de escritura de donación si la iglesia no se construía prontamente. Pero el Padre Javier sabe que muchísimos ladrillos, muchas tejas y muchos bultos de cemento salieron de los bazares, los reinados y las empanadas del sector de la feligresía que vivía de este lado de la quebrada, o sea en Altavista. Después vino la separación en dos parroquias.
- Estás muy enterado, Orlando. Aunque no se sepa, Monseñor Tiberio Berrío, como encargado de la comisión de límites y proyectos de la Arquidiócesis, ayudó mucho a las señoras que formaron junta para hacer la solicitud de nuestra parroquia de María, Madre Admirable. Pero hubo un prelado que tuvo decisión para que los trámites hicieran carrera en tiempo récord, por tener autoridad para hacerlo.
- ¿A quién se refiere, Padre?
- Al entonces Arzobispo, Monseñor Héctor Rueda Hernández. Fue una figura definitiva. El Padre Javier facilitó que las señoras comisionadas le hablaran, y él dio respuesta rápida a su solicitud. Merece gratitud, como la merecen, aunque desconozcamos sus nombres, los funcionarios de la fábrica Vicuña.
- ¿Y por qué ellos?
- Porque se interesaron en facilitar los terrenos aledaños a la escuela para la construcción de la nueva iglesia. Si sus abogados no hubieran tenido tan adelantadas las negociaciones con una constructora y ya firmados documentos, habrían retrocedido ese negocio puesto que, al fin y al cabo, la nueva iglesia prestaría servicios a sus trabajadores residentes en la Urbanización de Altavista y a los residentes en las casas de Vicuña, también sus trabajadores.
- Tiene razón, Padre, el que no se hubieran conseguido los propósitos no resta méritos al esfuerzo que ellos hicieron. Lo que vale es la intención.
Gildardo:
A la hora de dar gracias, nunca son suficientes. Nunca alcanzan a
todos los que las merecen. Esas Hermanas, por ejemplo. La Madre
Carmen Navas ya murió. La Hermana Jesús María Parra todavía vive
en la casa cercana a la iglesia de La Gloria. Pero otras que
estuvieron allí ya fallecieron o se fueron a vivir a otras ciudades
y sus nombres no los tiene uno en la memoria. Hubo una Hermana de
apellido Salazar, prima del entonces Arzobispo Tulio Botero Salazar,
que creo fue la primera Madre de ellas en esta parroquia.
Orlando:
Es natural. Uno habla de una institución, pero no de los
trabajadores que participan en las decisiones. O en los trabajos.
Cuántos maestros de obra, cuántos obreros, areneros, cementeros,
ladrilleros, volqueteros, dejaron regadas gotas de sudor en los
cimientos de nuestras casas. O en las paredes de nuestra iglesia.
- Monseñor Ignacio Duque Salazar. Monseñor Pompilio Gallego. Monseñor Tiberio Berrío. Arzobispo Héctor Rueda Hernández. Arzobispo Tulio Botero Salazar. Madre Carmen Navas. Hermana María Jesús Parra. Padre Javier Cadavid. Don Adriano Cadavid.
LA PROPIA IGLESIA
(AÑO 1993)
La comunidad fue
progresando. Reclamaba ya su propia iglesia, pero, ¿En dónde? No
parecía haber lugar posible. Había una, ya lista, en medio de la
manga de los tejares. Pero más lejos que la actual. Y también más
allá de la quebrada.
- Queremos una que sea de nosotros. Así sea enseguida de la escuela, en donde está la cancha de fútbol.
- Podría ser. ¿Y qué tal en donde queda la caseta?
- ¿Ese espacio tan pequeño? Ahí no cabe nada. Ni una simple capillita.
La Curia designó al
Padre Carlos Mario como primer Párroco. Un cura joven. Con
experiencia en levantar otras iglesias. La comunidad aspiraba a que
le designaran al Padre Javier, que ya lo conocían. El padre
Jiménez, el padre Néstor, o alguno de los que ya habían estado.
Hasta el hoy Monseñor Herrera, que fue el primer pastor en acercarse
a este rebaño, cuando apenas se ocupaban las primeras casas y él
era el cura de la parroquia de Los Alpes. Pero a este cura nuevo no,
no lo conocían. Tuvo que revestirse de humildad y empezar a
labrarse un espacio, poco a poco, en la comunidad. A ganarse sus
afectos. Empezó a exprimir su cerebro buscándole salidas al
espacio que ocupaba la caseta. Y a orientar al Arquitecto. A medir.
A calcular explanaciones. A sacarle partido al poco terreno del que
disponía. A soñar una construcción que fuera novedosa, que se
saliera de lo tradicional. Se encontraron el pragmático del
Arquitecto, con el Cura soñador.
- No Padre, eso no se puede.
- Sí se puede. Hágalo, que sí se puede.
- ¿Cómo se va a poder en ese espacio, de atrás hacia adelante?
- Búsquele de lado. Con mínimo de paredes, para dar la sensación de amplitud. Rejas en vez de muros. Pocas columnas.
- Tal vez. Pero entonces, no cabría una casa cural.
- También la haremos. De dos pisos, en la parte de atrás. Diséñela, sencilla, que yo le iré sugiriendo modificaciones.
Volvía el Arquitecto,
después de trasladar al papel las instrucciones.
- Padre, quiero que revise estos planos. Atrás está el altar. A los lados los nichos en donde irán las imágenes de santos.
- Pocos tendremos. A Jesucristo. Y a la Madre Admirable, que es nuestra patrona. A Jesucristo, lo pondremos pequeño, para que su tamaño no desentone con la construcción. Y a la Virgen pintada en un cuadro, para ocupar poco espacio.
- ¿Y en los nichos, qué vamos a poner?
- No habrá nichos. Los reemplazaremos por fuentes y cascadas. Tendremos agua corriendo por entre piedras. Y peceras. Para dar frescura. Tener naturaleza incorporada. Sembrar vida. Un lugar que agrade y que invite a permanecer en él. En donde entre la luz por todos lados.
- Así no son las iglesias que conozco.
- Es que esta iglesia no será igual a otras. Tendrá un sabor y un color propios.
- Pero es que la gente viene a rezar, y no a mirar peceras.
- Las peceras son un recordatorio de la creación y de su Creador. Y del permanente milagro de la vida. La oración, trataré de fomentarla poniendo mi entusiasmo y mi calor en la transmisión de la palabra. Procuraré que los servicios religiosos no sean sombríos ni amedranten, sino que inviten a venir. Trataré de sembrar alegría y entusiasmo, para poner calor en la vida de los fieles. Traeré música. Música viva, no cantos Gregorianos. Viviremos nuestra religión conjugada en tiempos modernos y no anquilosada en el pasado.
- Eso asustará a muchos, que querrán irse a rezar a otras parroquias.
- Es posible, pero atraerá a otros, que querrán venir a ésta. Precisamente por ser sencilla y por tener sabor a pueblo. Es que los feligreses que hay alrededor, y mire bien Arquitecto, son puro pueblo. Pero no se extrañe de que en un futuro también llegue gente de otras partes. A muchos les gusta hablar con Dios al abrigo de los rezos sencillos.
Se salió con la suya.
La iglesia, que habría de convertirse en símbolo de su comunidad,
fue orgullo de los habitantes de su barrio que vieron un líder en el
Cura. Líder no es el que sigue los dictados de su pueblo, sino el
que lo dirige.
- Le ha quedado muy bonita la iglesia, Padre Carlos Mario, lo felicito.
- Sí, le he puesto todo mi entusiasmo y tratado de hacerla construir con gusto. Pero no es mía. Si lo fuera, sería pasajera. Es de ustedes que son mi comunidad. Ayúdenme a cuidarla y a mantenerla bonita. Para que en ella se facilite amar a Dios, que ése debe ser nuestro único objetivo.
- Debe de sentirse muy satisfecho.
- Estos años han tenido un sabor agridulce. De una parte he recibido amenazas de muerte, anónimos, cartas apócrifas usurpando firmas reales, jugadas sucias para sacarme del medio...
- Su estilo franco y directo, al predicar en sus sermones y hacer denuncias, debe causar muchos escozores.
- Los ha causado. Pero eso me ha permitido conocer la solidaridad y el apoyo de otras gentes que me han hecho sentir su aprecio.
- He sabido que los vecinos hicieron plebiscito pidiéndole a la Curia que no lo cambie, padre, no todos los votos se han perdido. Es que no es fácil, para muchos, entender que usted es un hombre. Y que, como hombre, debemos aceptarlo con sus virtudes y sus defectos.
- Eso les digo en mis sermones. Al momento de confesarse, mejor un hombre que un ángel. Los ángeles no tienen defectos y no los tolerarían en esos seres inferiores que somos nosotros. Pero Dios es misericordioso y perdona. Y este servidor, como hombre, está preparado para entender a otros hombres. Y para pedir su comprensión por los altibajos emocionales que dan las tensiones diarias. En otras profesiones también existen, y simplemente cancelan las citas de sus pacientes. O las aplazan para las próximas semanas. Pero en la mía una indisposición o un dolor de cabeza se vuelven del dominio público.
- Dese por bien servido, Padre, que todos reconocemos que en usted hay predicador, y hay Iglesia.
- Gracias, Orlando, pero ahora que has vuelto, ¿Cómo encuentras al barrio?
- Del barrio nunca me he ido. He vivido, por años, fuera de la ciudad. Pero aquí he vuelto en todas mis vacaciones y cada que tengo la oportunidad. No olvide que aquí viven mis padres y también la familia de mi esposa. Lo nuevo que he encontrado es la iglesia, que como digo, me parece muy bonita.
- Este barrio es especial. Ha podido mantenerse al margen de conflictos que, como sabe, han invadido muchos sectores de la ciudad. No digo que en un 100%, puesto que en algunos momentos nos han llegado malas influencias foráneas y han encontrado un poco de eco en nuestros jóvenes, pero sí en un alto porcentaje. ¿A qué lo atribuirías?
- Partamos de la base, padre, de que el nuestro es un barrio de pobres, con construcciones pobres. Entonces no fue meta para el arribismo de los que se llenaron de dineros que no sabían en qué invertir. Otros barrios se modificaron por esas mismas personas que no querían abandonar los lugares de su niñez, y resolvieron convertir sus casas humildes en construcciones suntuosas. Como consecuencia de sus actividades que les reportaban esas platas.
- ¿Y en éste, qué pasó?
- Que desde sus comienzos fue un barrio homogéneo habitado por gentes pobres y trabajadoras. No había ricos ricos, ni pobres pobres. No había lugar para la vagancia. El hábito del trabajo se hereda de padres a hijos. No estando exentos del desempleo, las gentes encontraban maneras de hacerle quite a la pobreza y quiebres al ocio. Nuestra vocación es de trabajo. Por eso las influencias foráneas han sido pasajeras y podría asegurar que no prosperan. Hasta nuestros borrachitos de esquina, que los tenemos, muestran un temperamento que es pacífico. No estamos exentos de conflictos. Pero Dios quiera que sigamos así, por mucho tiempo.
- Yo he sido beneficiado de la ayuda de muchos colaboradores. Sin ellos, mi labor sería no sólo difícil, sino imposible. Como tú dices, Dios quiera que sigamos así.
Gildardo:
Es que a la hora de la verdad, hay mucha gente para mencionar. Hay
sacerdotes que pasaron por la parroquia de La Gloria y tú no
mencionas.
Orlando:
Porque no los viví tan de cerca, puesto que ya estaba viviendo en
otras ciudades. Mucha gente se queda por fuera de mis recuerdos. Es
difícil hacer un listado. Piensa no más en cuántos maestros
había. Cuántos policías. Cuántos empleados bancarios. Después
vinieron monjas, sacerdotes, militares, confeccionistas, abarroteros,
periodistas, políticos, músicos, etc. La sola mención de los
oficios podría ser numerosa.
Gildardo:
Yo creo que muchos del barrio han combatido el desempleo con el
subempleo y creo que otros han dado trabajo a los vecinos.
Orlando:
Estamos de acuerdo. Recuerdo a las Agudelo empacando gasas en
cajitas, para surtir farmacias. Recuerdo a Alberto Suárez enseñando
a tallar madera y dando empleo a muchos de los nuestros. León
Cardona y su familia en el negocio de tipografía. Alberto Cruz en
su taller de mecánica. Federico Velásquez en su distribuidora.
Los Hermanos Muriel con su orquesta. Rogelio Palacio en su
carnicería. Jairo Velásquez, el de Marta Sierra, con sus
confecciones. Muchos otros. Todos, en algún momento, dando empleo
a los del barrio. Y hablo de los hombres de mi generación. Con
seguridad hay más.
Gildardo:
El Padre habla de sus colaboradores. Es cierto. Desde mi balcón
se les ve trabajando como hormigas todo el tiempo, cuidando de que
las cosas salgan bien. He visto a don Oscar Martínez. A don Luis
Eduardo Ospina, el policía. A Rafael Muñoz. A Frank López. A
Alcides Uribe. A Dorian Restrepo. A tu hermana, Celina Ramírez. A
Libia Vargas y Libia Sepúlveda. Otras personas, hombres y mujeres,
cuyos nombres no conozco pero que entran y salen constantemente.
Orlando:
Estamos de acuerdo. No olvidemos a las señoras de las empanadas:
Mi madre Elena Casas de Ramírez. La otra Celina: Celina Ramírez de
Upegui. Ester López de Arenas, la otra Ester, puesto que no es la
madre de los Uribe. Trinidad González. Aleida Valencia. Danohra
Castaño de Chica. Libia Vargas. Blasina Carvalho. ¡Cuántos
otros! Sacerdotes, como el padre Nelson Montoya. El padre John
Jairo Castañeda. El padre Julio Martínez que se hizo en la
parroquia. El padre Mauricio Vélez, también de nuestro barrio. El
padre Guillermo Piedrahíta, que falleció y era también del barrio.
- Padre Carlos Mario Hincapié. Padre Javier Cadavid. Padre Iván Jiménez. Padre Néstor Londoño. Monseñor Tulio Herrera. Alberto Suárez. Fanny Suárez. Inés Suárez. Betty, Álvaro y Gonzalo Rave. León Cardona. Bernardo Cardona. Alberto Cruz. Federico Velásquez. Pedro y Humberto Muriel. Rogelio Palacio. Oscar Martínez. Dorian Restrepo. Rafael Muñoz. Libia Sepúlveda. Frank López. Celina Ramírez. Luis Eduardo Ospina. Maruja de Ospina. Jairo Velásquez.
AL RITMO DE LA MÚSICA (AÑO1998)
Todas las artes
tienen la propiedad de sacudir el alma, de ser acicate para el
espíritu. Momentos hay en que la observación de un cuadro, de una
escultura, nos estremece y nos hace entrar en éxtasis contemplativo.
Desde antiguo, en tiempos en que el hombre vivía en las cavernas,
así ha sido con las artes. Pero hay una que es común a todas las
culturas y abarca desde los tambores africanos, las cítaras hindúes
y sus mantras, los cantos ceremoniales en las selvas, los coros
polifónicos en las ciudades: La música. Ese elevador de la
espiritualidad, por excelencia. Consciente de ello, la religión
–cualquiera religión– apoya sus rituales en la música. En
otros siglos, su ejecución estaba limitada a las catedrales que
podían disponer de un órgano inmenso. En iglesias pequeñas, como
la nuestra, debía acudirse a un armonio, a un acordeón, a una
flauta. Debían ajustarse a sus recursos. Pero la electrónica en
el siglo XX ha acudido en nuestra ayuda y las organetas electrónicas
han reemplazado los grandes órganos y las campanas inmensas de
bronce. La invitación a misa ya viene grabada en sonido digital.
En nuestra iglesia suena
una tonada alegre. Tonada que habla de Dios y de los hombres. Los
altoparlantes la expanden por el barrio. Sale de la voz alegre y
entonada de William, el corista, y su organeta.
- Le gusta la música alegre a este Cura. Y también dar serenatas.
- Sí. Es enemigo de la música acartonada. Serenatas dábamos en otra época para recaudar fondos para los reinados. ¿Recuerdas, Orlando, en este mismo lugar de la caseta, al otro William, el guitarrista, tratando de zurrunguear su instrumento con un constante “te tumbo-te tumbo-y te vuelvo a parar”, hasta que aprendió a tocar?
- Claro que lo recuerdo, Gildardo, en la época de Los Beatles. No olvides que fue él quien nos llevó al festival de Ancón, nuestro Woodstock criollo.
- Eran tiempos de serenata al ritmo bambuquero de “En esta noche clara de inquietos luceros”. Pero William empezó a dar serenatas con música irreverente de los Beatles: “Sabes cuanto yooo, te quiero, aiwanahold yuur haend, eeh” y cosas de ésas.
- Fue un escándalo. El papá de Gloria nos correteó con un machete.
- Y la chica judía, por el estadio, a cuyo padre estropeamos el piecito sembrado de un cedro del Líbano, pino de Alepo, o algo así, que había traído de Israel. No nos volvió a dejar entrar en su casa.
- O la serenata que llevamos a Amparito y tuvimos que interrumpir porque en ese día habían enterrado a la abuelita.
- Y la que dimos por complacer a un borracho. Y tuvimos que repetir tres puertas más abajo porque se equivocó de dirección.
- Y la chica que se tuvo que esconder en la casa vecina porque se bajó de un taxi cuando la serenata ya iba por la mitad.
- Hicieron historia las serenatas de William. Pero aprendió y se convirtió en profesor de música. Creo que aún da clases de guitarra, hombre Gildardo, pero no es por eso por lo que más yo lo recuerdo, sino por la paciencia que tuvo para escuchar mis versos y animarme, haciéndome creer que yo podía ser la reencarnación de Cervantes y Quevedo. De Lope de Vega y Shakespeare.
- Que te perdonen sus almas, y en paz descansen, por haberle creído a William sus adulaciones. Pero de seguro les costó una revolcada en la tumba.
- Ahora lo sé. En ese entonces, lo dudaba. Otra cosa le debemos a William y fue que nos hizo creer nadaístas. Aún admiro los escritos de Gonzalo Arango, y gusto de oír las charlas irreverentes de Jotamario Arbeláez, que William nos hizo descubrir.
- Nada de raro tiene que los recuerdes. Lo que se ha vivido, ya no se borra. O, como dicen, “nadie nos quita lo bailado”.
- William Cano, el organista. William Vargas, el guitarrista. Amparito López. Gloria Fernández.
EL COCTEL DE LOS MILAGROS
(AÑO 1968)
Poco a poco las casas se
fueron modificando. Los techos fueron dando paso a las losas de
cemento, o placas, a las que llamábamos “planchas”, y éstas a
los segundos pisos. Y a los terceros. Era paulatino. Lo uno,
primero. Lo otro, meses después, años después, dependía de cada
presupuesto.
- ¿Recuerdas, Orlando, cuando en mi casa vaciamos losa de cemento?
- No lo recuerdo, Gildardo. En realidad no estuve allí. Nunca fui bueno para cargar latas con hormigón. Pero sí recuerdo cuando los Peña vaciaron la del tercero, para hacer segundo piso.
- Claro, una Semana Santa. Habíamos venido de pesquería. Sólo pescamos una borrachera de tres días.
- Nos quedaban dos botellones de cinco litros con un coctel que era mezcla de alcohol con leche, malta, menta y no sé que otras cosas que preparaba don Agustín en la farmacia y subimos a la losa de cemento, recién vaciada y sostenida en tacos, a tomar y a hacer sancocho.
- Fabio se había accidentado y caminaba sostenido por muletas. Desde su puerta, sus miradas de ojos tristes nos decían: Qué bueno estar allá.
- Lo subimos entre todos por la escalera de barrotes malpegados con alambre, y luego subimos sus muletas.
- Cada quien fue emborrachándose y bajando hacia su casa.
- Quedó Fabio. Borracho y sin quien lo descendiera.
- Apareció en su casa, caminando sin muletas.
- Desde eso lo bautizamos “el milagroso” a ese coctel. Deberíamos tomarlo a ver si nos cura de vejez, viejo Orlando.
- Se toma de lo que hay. Don Gabriel no cambiaba su “aguardientico del Señor” por nada. Recuerdo la vez en que me lo encontré con cara de pocos amigos. ¿Qué pasa, don Gabriel, por qué esa cara?
- Esos hijos míos, Orlando. Todos los días llegando a la una y dos de la mañana, una y dos de la mañana. Eso no lo aguanta nadie.
- Perdone, don Gabriel, pero hay dos razones que me autorizan para decirle lo que quiero. La una, que considero que soy su amigo...
- Lo eres, Orlando.
- La otra, que creo que a usted le gusta demasiado el trago. Porque le gusta. ¿Con qué autoridad moral va a decirle algo a sus hijos?
- Es que a mí no me molesta que lleguen a la hora que sea, borrachos. ¿Pero frescos? ¿Qué hace un hombre fresco a esa hora por la calle?
- Fabio Diosa. Gabriel Mejía. Orlando, Alonso y Álvaro Mejía. Agustín Jaramillo.
COSAS DEL DESTINO
(AÑO 1997)
Hay veces en que uno se
para en una acera con el propósito de esperar su bus, que
posiblemente no demora en aparecer. En esos dos o tres minutos, o a
veces cinco, pasan varios taxis que desde antes empiezan a hacer
guiños con sus farolas. A dar dos o tres toques rápidos a su
bocina preguntando ¿Necesita taxi? En ese código de señales, no
escrito, una mirada indiferente hacia otro lado es suficiente
respuesta (No. Muchas gracias). Un “no” expresado con la boca o
la mirada puede ser malinterpretado como “sí” por un vehículo
que reduce su velocidad y aplica el freno. Ese diálogo sin palabras
se repite por la profusión de la oferta, la llamada ola amarilla por
el color característico de los vehículos de servicio público. No
cuando llueve. Con la lluvia parecen deshacerse y los pocos que se
ven transitan ocupados. Justo en ese momento, cuando uno está
dispuesto a no abordar el bus sino a invertir unos pesos en aras de
la comodidad.
Orlando, en el centro de
la ciudad, parado en una acera, bajo el alero y con lluvia pertinaz,
trataba de abordar un taxi. Pasaban ocupados y ya iban varios. De
pronto alguno se acercó a descargar un pasajero. Rápidamente se
introdujo y lo ocupó. Lo conducía Jorge, su amigo.
- ¡Jorge! ¡Qué sorpresa! ¡Qué milagro, tu taxi desocupado! Es el Cielo quien te ha enviado. Muchas cosas vivimos y muchas compartimos en otros tiempos.
- A mí también me alegra verte, Orlando. Poco nos vemos desde que te casaste con Consuelo. Yo también me casé. Con Flor María.
- Nada tiene de raro que uno encuentre su otra mitad entre vecinos. Al fin y al cabo la convivencia llena espacios y genera afinidades. Muchos han encontrado entre las calles del barrio a sus parejas.
- Como Marta con uno de los Arrubla, o la otra Marta con uno de los Lopera. Aunque me parece que el primer matrimonio que hubo en el barrio fue el de Blanca, una de “las zarcas”, de dieciseis años, con Jaime el que era su vecino en el barrio de donde venían.
- Sí, pero el novio era de otro barrio. El primer matrimonio que se formó, que yo recuerde, fue el de Anselmo y Marta. Un año después de haber llegado se perdieron en una noche de no poder esperar más. El papá de Marta, machete en mano, los buscó por todos los rincones porque a las once de la noche la chica no había aparecido en casa y no era cosa de que una niña de dieciseis años anduviera a esas horas en la calle con un muchacho de diecisiete, y menos si era su hija. Pero la pareja, con sus ropas envueltas en una sábana (liar bártulos, se le debe llamar a eso) estaba en las instalaciones de la Flota Magdalena de Abejorral con Los Huesos esperando a que saliera el bus con rumbo a Bogotá. Sus pasajes en mano les habían servido para conseguir que, a las diez de la noche, un Sacerdote Franciscano de los que viven en el convento contiguo a la iglesia de San Antonio en pleno centro, accediera a casarlos en la sacristía y sin testigos. “Usted verá si nos quiere casar, padre, pero nosotros ya salimos fugados con rumbo a la capital y nuestra decisión no tiene reversa”. Algún otro matrimonio sería el primero que se celebrara en la iglesia de la Gloria a la que pertenecíamos los habitantes de Altavista. Y Alguno más el primero que se celebrara en la nueva iglesia, cuando se construyó. Jaime dejó viuda a Blanca y huérfanos a sus hijos, que ya habían crecido. El de Marta y Anselmo fue el primero que nació, se gestó en el barrio, y todavía dura. Mencionaste a Lopera. Días tengo de no verlo a él ni a sus hermanos.
- A su hermana la he visto. ¿Recuerdas a esa muchacha que se fue de la casa para trabajar en un bar y terminó de prostituta?
- Sí. No era fea. Pero quién sabe qué cosas la pusieron en ese camino.
- Iba borracha. Un taxista, mi compañero, la atropelló. Creo que ella se lanzó, buscando morir. Yo venía detrás y fui testigo. Tuve que presentarme ante la Juez. Y la Juez era Adalgisa, la abogada.
- Que destinos tan contrapuestos. El de nuestra vecina que no estudió y el de Adalgisa, que sí lo hizo. Dalmiro estudió. En el Seminario. Iba ya para Cura y lo recuerdo de sotana y con órdenes menores. Pero era enamorado y terminó casado y ejerciendo la docencia.
- Hizo muy bien, para no errar la vocación. Que en cuestión de vocaciones nunca se sabe. Por culpa de esos escarceos, vistos o sufridos, algunos hay que cambian de religión y se vuelven pastores de otros rebaños, Orlando, como la hermana Eliza.
- Pues en el caso de ella yo tengo la sensación de que, más que desengañarse de su religión, tomó otro camino por motivos económicos. Como le dice el buhonero a Alias Grace, en la novela de la canadiense Margaret Atwood, “a la gente le encanta sufrir ataques, adquirir el don de lenguas y ser salvada una vez cada verano, o más si se presenta la ocasión. Y como los demás están dispuestos a expresar su gratitud por medio de generosas dádivas, es una línea de actuación muy prometedora que, si se hace bien, resulta mucho más rentable de lo que hacían antes”.
- En asuntos religiosos, más que diferencias conceptuales, lo que hay es diferencias en la administración de los bienes terrenales. Eso aprendí de mi viaje a los Estados Unidos donde hay sectas de todos los colores. En todas partes se cuecen habas y en todas se trata de lo mismo: de ver a qué manos llegan las contribuciones de los diezmos. Así que no debe uno engañarse, sino entender que lo importante es actuar bien en la vida. No andarse cambiando del camino por donde uno se inició, para encontrarse en iguales o parecidas circunstancias en los otros caminos. Menos, olvidarse del propio comportamiento, por andar reprochando el comportamiento de los demás, que no pasan de ser compañeros de viaje a los que uno está en libertad de imitar o no imitar. Uno nunca sabe qué le depara el destino. En mis planes no estaba, pero he venido a parar manejando este taxi y de él derivo ahora mi sustento.
- Como Jader, tu cuñado. Me sorprendió conduciendo uno con aditamentos especiales. Ya había perdido la primera de sus piernas e iba camino de perder la otra, por lo de su accidente.
- Sí. Ponerse a desvarar su taxi, sin señales, y dejando sus piernas por fuera de la vía, fue una imprudencia que pagó cara.
- Yo perdí una motocicleta y me trepé en muletas, por haber olvidado que no debía conducir y tomar licor al mismo tiempo. Y olvidé que debía reducir velocidad al llegar a las rotondas. Es que el licor no solamente hace olvidar las penas, también hace olvidar las precauciones. Uno debería aprenderle al boxeador, que no toma.
- Jairo sí toma.
- Me refiero a Gamboa, que es abstemio... De veras que Jairo fue boxeador. Ése sí toma.
- Jairo toma, pero no conduce. De dos errores sólo comete uno. Me dicen que se ha propuesto hacerse abogado, cuando ya va en edad de ser abuelo.
- Y lo consigue, porque ha sido tenaz con sus propósitos. Jairo fue boxeador. Hay niños que aprenden a hacer “la treinta y una” cabeceando un balón y no pierden oportunidad de lucirse. Otros aprenden a tocar el “cumpleaños feliz” en un pianito, y también se lucen. Jairo se lucía apropiándose de peleas ajenas, por centavos.
- ¿Cómo así?
- En alguna ocasión estaba yo con un amigo frente al restaurante Ambrosia de Belén, tratando de abordar un taxi, pero pasaban llenos. Nos repartimos, él por una acera, yo por la otra. Cada que veíamos alguno que parecía estar vacío, le gritaba o me gritaba: Ponle la mano a ése, ponle la mano a ése. En esas se arma una pelea en el billar de la esquina y salen Jairo y otro blandiendo tacos por culpa de una carambola. En el momento en que pasa un taxi sin pasajeros y mi amigo grita: Ponle la mano a ése. Jairo la tomó para sí:
- ¡Póngamela usted, si es tan bravo, póngamela usted!
- Ahí estaba pintado, Orlando. Pero se calmó. El matrimonio lo calmó. Y los años que fueron transformando al fortachón de los años juveniles. Su cuerpo de boxeador, bien cuidado, y su fortaleza hicieron que lo fueran a buscar para “deshipnotizar” a mi cuñada que se quedó pegada al piso, porque no pudo despegarse. Jairo tampoco pudo despegarla.
- Yo sí oí esa historia. ¿Cómo fue?
Hubo un programa de un
Profesor Magakan que hipnotizaba por radio. Nohelia y Marco Tulio,
lo sintonizaron y se concentraron en seguir sus instrucciones:
- Mire fijamente una lámpara encendida... Sus ojos penetran en la luz... Usted viaja a través de ella... Siente sueño... Mucho sueño... Cuando yo cuente tres, usted se levanta de la silla... Se para firme... Siente sus pies que se adhieren al piso... Sus pies están pegados a la baldosa... Usted no puede desprenderse... Por más que intenta, no puede desprenderse... Sus amigos tratan de desprenderle, pero no pueden, usted está firmemente adherido... Voy a hacer un chasquido en el micrófono con mis dedos... Cuando usted lo escuche, despertará sin recordar lo sucedido... Atento, está próximo a ser liberado... Vamos: uno, dos, tres, chask. Repito: uno, dos, tres, chask.
Por alguna razón
ignorada, ni Nohelia ni Marco Tulio reaccionaron al chasquido.
Siguieron hipnotizados. No hubo forma de despertarlos de su trance
con las voces y las sacudidas en cada vez más nerviosas de sus
amigos que llegaron hasta a darles un toque de alambre cargado con la
corriente eléctrica, para ver si reaccionaban. No lo sintieron.
Llamaron a Jairo, por su fortaleza, para pedirle que tratara de
desprenderlos del piso. No pudo. Hizo fuerza, insistió, pero no
pudo. Tuvieron que ir hasta las cercanías de la fábrica de Vicuña
para llamar a la emisora. En el barrio no había teléfonos. El
profesor Magakan estaba ocupado. Aún no había abandonado los
estudios de sonido. Trató de dar nuevas instrucciones por radio,
sin resultado. Tuvo que venir hasta la casa a deshacer el hechizo de
su hipnosis.
- Hombre Jorge, está bien que la persona se sugestione y se crea incapaz de mover sus músculos para desplazarse, pero me extraña que ni Jairo, ni ningún otro, hayan podido moverlos. De veras que ese caso me parece muy extraño.
- Pues es fama que se quedaron pegados al piso, hasta que vino el profesor a despegarlos. Aseguran que más fácil se desprendía la baldosa del piso. Los escépticos no creen, pero hay un médico Escudero en el sur de España que opera con “noesiterapia”, sin necesidad de anestesiar. Sus pacientes se autosugestionan para no sentir dolor. Muchos médicos operan, mediante hipnosis, sin que nadie se sorprenda y en la India muchos se perforan con agujas o caminan sobre el fuego, sin que se quemen las plantas de sus pies. Y no es prestidigitación. Aquel que dude, sólo debe tomar un avión y viajar hasta Calcuta, para que vea que muchas cosas extrañas pueden suceder sin necesidad de que uno las vea con sus propios ojos, amigo Orlando.
- Este oficio tuyo de taxista enseña muchas cosas. ¿No es muy peligroso con tantos atracos y tantos choferes enmaletados?
- Lo es, pero yo me cuido. Solamente trabajo en el día, y selecciono pasajeros. No voy a todos los lugares. Si me van a robar, yo entrego. No es cosa de hacerse uno matar por centavos y por defender sus cuatro hierros.
Lo mataron. A los pocos
días lo encontraron muerto. En un lugar adonde no iba. A una hora
en que no se movilizaba. Lo encontraron desangrado y aferrado a su
cabrilla.
A pocos días de su
muerte Orlando y Gildardo comentaban:
- Dicen que todo muerto es bueno, Orlando, pero Jorge sí era un señor. En todo el sentido de la palabra.
- Lo era, hombre Gildardo. Pude hablar con él, dos semanas antes de morir, y de él siempre recuerdo el señorío.
Gildardo:
Marta y Estela Vargas llegaron al barrio luciendo las primeras
minifaldas que veíamos con nuestros propios ojos. Igual que en las
películas. Con unas piernas que hacían suspirar. El primero en
suspirar fue Anselmo Isaza y no demoró en estar de novio con Marta y
en pasear su peinado de copete engominado a lo Elvis Presley por la
puerta de ella, cada cinco minutos. Como no había luz y nos
iluminábamos con velas, la de la casa de ella estaba en un muro
entre la sala y la cocina. En el oscuro, ellos se daban besos. Don
Argemiro empezó a sospechar, lo que lo hacía enfurecer. Una noche
en que Marta estaba en la ventana, Anselmo pasó y le lanzó un beso
con la punta de los labios diciéndole “Adios, mamita linda”.
Don Argemiro la tomó del pelo y la hizo entrar y se paró en la
ventana a lanzar miradas de fuego al “mocosito ése, impertinente”.
Anselmo me pidió que lo acompañara a pasar de nuevo, pero no se
dio cuenta de que el papá era el que estaba en la ventana y lanzó
el beso y el “Adiós, mamita linda”. Don Argemiro sacó el
machete que tenía detrás de la puerta y nos persiguió como dos
cuadras: “¡No me gusta que le eche piropos a mi hija, pero más me
enverraca que me lance besitos a mí!”
Orlando:
Don Argemiro los correteó a ustedes con un machete, pero después
fueron su hijo William y su guitarra los que tuvieron que correr con
el machete de don Germán Fernández rozándoles las cuerdas, por
andar llevando serenatas a su hija Gloria. En los comienzos el
problema era con muchachas como potrancas finas paseando frente a
muchachos con ímpetus desbocados y con los padres preocupados por
ver repetidas en sus hijas las escenas de sus propios recuerdos.
- Orlando Ramírez y Consuelo Gallego. Anselmo Isaza y Marta Vargas. Jorge Peña y Flor María García. Jairo Lopera y Marta Castro. Edgar Arrubla y Marta Villa. John Vélez y Marta Agudelo. Héctor Echeverri y Omaira Agudelo. Héctor Vélez y Elizabeth Hincapié. Jader Lopera y Fanny Peña. Dorian Restrepo y María Elena Mejía. Juan Márquez y Esperanza Mejía. Ignacio Márquez y Luz Elena Ortega. Julio Márquez y Liliam Chavarriaga. Bernardo Posada y Rosita Alzate. John Paniagua y Amparito López. Rafael Paniagua y Marina Velásquez. Gabriel Acevedo y Alicia Cardona. Leonardo Peláez y Erlinda Palacio. Miguel Uribe y Cecilia Vélez. Roberto Arango y Olga Restrepo. José Luis Ramírez y Yolanda Paniagua. Eduardo Posada y Clara Fernández. Dagoberto Sepúlveda y Luz Elena Acevedo. Fabio Patiño y Sonia Grisales. Omar Buitrago y Marina Londoño. Fernando Fernández y Luz Dary Salinas. Abelardo Gallego y Danidia Ardila, de catorce años. Hay otras parejas, pero menos vinculadas al grupo de los que estuvimos construyendo los comienzos. Entre ellos algunas de las Ramírez, hermanas de Orlando, que encontraron su pareja en el barrio.
- Jairo Lopera y Marta Castro de Lopera. Los otros Lopera: Héctor Rodrigo, Jader, Adalgisa, Dalmiro. Las Agudelos: Fe, Esperanza, Caridad, Marta, Omaira, Julia. Sus hermanos. Gilberto Mejía. Nohelia García. Marco Tulio Ruano, de la casa de don Félix Tepud. Eduardo Gamboa, el boxeador. Las Londoño “Las zarcas”. Jaime Monsalve y Blanca Londoño. Estela Vargas. Argemiro Vargas.
MUCHOS CREEN SÓLO EN LO QUE VEN
(AÑO 2003)
El barrio cumple
cuarenta años. La iglesia, tan bonita (no se cansa uno de
admirarla), se prepara para celebrar los diez años de fundada la
parroquia. Fundación que se produjo cuando llegó el Padre Carlos
Mario a celebrar la primera misa en este lugar que en sus comienzos
era una caseta para guardar materiales, luego fue sitio de reunión
para juntas de Acción Comunal y luego fue improvisada como escuela
mientras se construía la Ramón Giraldo Ceballos. La comunidad
estaba citada a reunión para programar las dos celebraciones. La
novedad: se estrenaría una imagen de la Virgen Madre Admirable, de
cerámica vaciada en molde, para reemplazar el cuadro que había
estado expuesto desde que se terminó la construcción de la nueva
iglesia. Orlando la contempla admirado, a la imagen de cerámica.
Ignacio se acerca:
- Ha quedado muy bella la nueva imagen, ¿No te parece, Orlando? Es la misma imagen del cuadro, de donde está copiada.
- Parecérmelo sí, Ignacio, pero acabo de escuchar a una señora al salir, que opina que la imagen no hace mérito a la Madre de Dios, Madre Admirable. Dizque tiene los hombros caídos, como de derrota, y la Madre de Dios no puede ser una derrotada.
- Buscándole pelo negro a un gato blanco. Es solamente una muestra de las dificultades por las que ha tenido que pasar el Padre Carlos Mario en estos diez años, con más de mil seiscientas personas opinando sobre todo lo habido y por haber. Yo he escuchado a algunos que no les gusta venir a las misas porque les parecen “muy bulliciosas”. Y he escuchado a otros que vienen desde otros barrios porque las de allá les parecen “muy dormidas”. A la gente no se le tiene contenta. Siempre hay diferencias. Algunos son muy influenciables.
- Las misas con palmas y cánticos “bailables” son muy diferentes a las misas cantadas con cantos gregorianos que celebraban antes del Concilio Vaticano II. Es uno de los grandes cambios que inspiró el Papa Juan XXIII, con la sustitución del latín por el idioma de cada país. Bajó la Divina Eucaristía del pedestal y la puso en contacto con la gente. Hizo que la gente rezara y supiera lo que estaba rezando.
- Acercó mucho los rituales a la gente del pueblo, aunque a muchos les pareció y les sigue pareciendo irreverente. Todavía quedan señoras que entran a la iglesia con mantón en la cabeza y quisieran ver a los curas de sotana y con tonsura. ¿Cuántos de esos cambios se gestarían en el Instituto Litúrgico del Barrio de la Gloria, en donde ahora están las instalaciones del D.A.S.? De allí salió el Encuentro de la conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam) en Medellín, preparatorio del Concilio.
- En ese Instituto vivió por más de un año el Padre Javier, mientras se construía la iglesia de La Gloria. Después del Concilio vino el cambio. Hay mucha resistencia al cambio en todos los aspectos de la vida. Lo que sí es muy de nuestra parroquia es que en los sermones del Padre Carlos Mario se oigan aplausos como si fueran discursos.
- El aplauso es una manifestación espontánea de aceptación entre el público o feligresía, del mensaje escuchado. Con seguridad que este sermón permanece más en el corazón de los fieles y en sus intenciones de seguirlo, que en el de otros auditorios más apergaminados.
- El mensaje es el mismo en todas las parroquias. Es el mismo en las iglesias de Sopetrán y en las de San Jerónimo. Pero esa reacción se debe al estilo del Padre que le pone mucho histrionismo y entusiasmo a la forma de decirlo.
- Cada uno tiene su estilo. El del Padre John Jairo es coloquial y costumbrista. Acostumbra hacer preguntas a las señoras que tiene más cercanas, para ver que su sermón se haya entendido.
- Eso hace. Algunos de sus comentarios despiertan risas. Hace poco celebró misa el día de San Jerónimo. Explicó que fue un hombre rico y descreído, pero después se convirtió. Y aclaró que su mayor aporte a la Iglesia fue una traducción de la biblia al idioma local. Entonces preguntó: “¿Qué es lo mejor de San Jerónimo?” Y una señora distraída le respondió: “El hotel que hay a la salida para Sopetrán”
- Lo confundió con ese pueblo de occidente. Distraída sí es, pero conoce.
- A propósito de influenciables, Ignacio, me han recordado para mis escritos el incidente de la hipnosis de tu hermana Nohelia, que hoy es una de las misioneras de la comunidad de la Madre Laura; y del difunto Ruano, tu vecino, cuando fueron hipnotizados. Cada quien me lo cuenta de manera diferente y le pone o le quita, según su percepción. Y hablo de testigos presenciales.
- “Las cosas no son como sucedieron, sino como uno las recuerda”, dice García Márquez.
- El hecho principal, está muy claro. Cambia es la casa en donde sucedió que, para algunos, fue la tuya y para otros la del frente. La emisora transmisora del programa, que las dos o tres que me mencionan ya han desaparecido, por fortuna, para evitar protagonismos. El piso, que en algunos casos es baldosa y en otros es piso de cemento. Hay quien asegura que vio combarse el piso, como una gelatina, para no permitir que los hipnotizados se despegaran.
- ¿Y tú, a que conclusión llegas?
- Que esas circunstancias no son demostrables. Pero que la hipnosis radial fue tan profunda, que tuvo que venir el hipnotizador en persona a despegarlos. Cada quien es libre de creer, pero hay testigos. Me cuentan de dos imágenes de Virgen a las que consideran milagrosas y les hacen romerías. Las dos son llamadas “La Virgen de la Piedra” y hay una en las profundidades del Rincón de Belén y otra en lo más alejado de “La última copa” en Buenavista. Pero alguien me dijo que era la misma imagen y que se vio primero en el cerro del Barcino en Buenavista. Que trataron de llevarla para El Rincón, pero que al ir a atravesar una cañada la imagen se puso tan pesada que no fue posible moverla y tuvieron que regresarla a su lugar.
- He, ahí, a una madre que se amaña en casa de alguno de sus hijos, pero no quiere ir a visitar la de los otros. Y una historia que le han inventado a las vírgenes de todos los pueblos que conozco.
- Yo no creo que la Virgen se ponga en esas cosas.
- Cuenta Eduardo Galeano en Memoria del fuego, de dos imágenes, dos advocaciones de la Virgen, nombradas oficiales de sus respectivos ejércitos durante la guerra de independencia y presidiendo la batalla. Las dos a la espera de ver cuál salía vencedora.
- Hay gente que lleva sus creencias religiosas hasta un fanatismo irracional. Y quieren involucrar a la Virgen en todo lo que les sucede. Como esos sicarios que le rezan a la suya para que no les deje fallar la puntería.
- En las creencias de la gente hay mucha fantasía, montada alrededor de algún hecho real. Pero yo sí viví una experiencia de la que quiero dar fe, sin ningún interés por inventarla. Viajé a una vereda al entierro de una tía que vivía en el campo, alejada del pueblo. Su casa, en una hondonada y con un camino de difícil acceso a la carretera. Yo parecía ser el sobrino más compungido por tener los ojos enrojecidos, y no me atreví a aclararles que estaba atacado por una conjuntivitis. Entonces me designaron, con otros campesinos de la vereda, para cargar el ataúd. Primero tuvimos que soportarlo en unos palos para facilitar la cargada sobre los hombros, como imagen de procesión. Mi tía, en vida, había tenido un disgusto que la distanció de una vecina. Al pasar frente a su casa, el ataúd se puso tan pesado que no fuimos capaces de moverlo. Pensábamos que estábamos muy cansados y reposamos. Pero tampoco. Hasta que alguien dijo que era que la vecina “le tenía velorio arreglado” a la difunta, y sugirió que la acercáramos hasta la casa. En efecto, la sala estaba alumbrada con cuatro cirios y había flores. La vecina nos pidió que la acompañáramos en el rezo de un rosario. Hizo abrir la caja y la contempló, y pudimos seguir nuestro camino con el ataúd tan liviano como cuando empezamos el ascenso. Si yo no hubiera estado cargándolo, no me creería la historia y me causaría risas. Pero allí estaba.
- Por haber nacido en ciudad, soy muy escéptico. Pero en el campo se cuentan historias que sorprenden. El libro “La bruja” del escritor Germán Castro Caicedo tiene más de testimonio que de invento.
- Toda la vida he oído decir que no hay que creer en brujas, pero previamente aclaran “de que las hay, las hay”. De hecho la misma Iglesia recomienda “no creer en agüeros, no hacer uso de hechicerías, ni de cosas supersticiosas”. Pero designa a sus exorcistas y les asigna la compleja tarea de lidiar con personas aquejadas de comportamientos muy extraños a los cuales nosotros no les hallamos explicación. ¿Tú has oído decir algo de espantos en este territorio de Altavista?
- Hombre, no. Y he caminado por sus calles a cualquier hora del día, o de la noche. Muchas veces sobrio, muchas con tragos. Nunca he oído decir nada de eso. Con la sola excepción de la que ahora es iglesia de Jesús, María y José y que por muchos años estuvo abandonada en medio de una manga. La “manga plana”, adonde íbamos a jugar fútbol. De pronto alguna pareja se quedaba a fumar marihuana o a buscar caricias escondidas entre la hierba y los sorprendía la oscuridad de la noche. No falta quien afirme que sintió espantos en ese lugar. Luces y ruidos inexplicables.
- Les faltó fue valor para buscar, porque dicen que en donde hay espantos hay entierros. Y los entierros son fortuna. Pues, fíjate que yo oí de un espanto que le mortificaba la vida a los cuidadores de la casa que hubo enfrente de la escuela. En donde hoy están los edificios de Tierralta y las casas de Belén La Palma, parte occidental. Ese lote era de la Cooperativa de Vicuña y estaba cultivado desde la casa de Faciolince hasta la calle 30. Afirmaban sentir ruidos y ver sombras luminosas de medianoche, en especial al pasar frente a un limonero. Cuando las explanaciones para urbanizar ese sector, encontraron un “entierro” que llamamos a esos tesoros enterrados. El difunto descansó de sus apegos y los que lo encontraron descansaron de sus penurias económicas.
- El que se enfrenta a los espantos recibe su premio y el que no, no. Porque, como dicen, “hombre cobarde no goza de mujer bonita”.
- Orlando Ramírez e Ignacio García. Padre Carlos Mario Hincapié. Padre John Jairo Castañeda. Nohelia García. Marco Tulio Ruano. Amparo Uribe de Faciolince.
EL TIEMPO NO PERDONA
(AÑO 1997)
Parece haber unos
tópicos o lugares comunes en las conversaciones de las personas. Y
cosas que las marcan de por vida. Orlando trabajó en bancos durante
un período de tres años. De eso hace más de treinta. Pero aún
es recordado por ese hecho:
- ¿Qué hay del banco, hombre Orlando?
- Hace mucho que dejé de trabajar en él. He estado en otras partes y trabajado incluso fuera de la ciudad. Pero es una actividad que me dejó marcado y en la que hice escuela. Mucho aprendí y mucho me ha servido. Todo lo que uno hace le deja una enseñanza en la universidad sin diplomas de la vida.
La dama caminaba por la
acera, en sentido contrario, y se iban a cruzar. Entonces Orlando
recordó que, con ella, el tema eran las muchachas de servicio que le
colaboraban en los oficios de la casa.
- Mucho me alegra encontrarme contigo, Chava, tengo días de no verte.
- Que alegría, Orlando. La salud, que no me marcha. Y los hijos, que aún debo velar por ellos, aunque ya tienen más de crecidos que de niños. ¿Qué te trae por el barrio entre semana? Estoy acostumbrada a verte los sábados o domingos.
- El barrio cumple cuarenta años de fundado, y la parroquia diez. Son celebraciones que no pueden pasar desapercibidas y me han invitado a formar parte de la programación de los festejos.
- ¿Cuarenta años? ¡Qué horror querido! Cuando llegamos a vivir aquí yo era una niña. Y a ese paso ya voy estando más del grupo de los abuelos. La salud se deteriora.
- No sólo la tuya, la mía también. Los años pasan y el tiempo no perdona. Afortunadamente la vida nos da de todo un poco. Cuando llegamos yo era un muchacho de dieciocho años y tú una niña, por lo tanto recuerdo más a tu papá que a la migaja que tú eras. Pero poco después te hiciste mujer. ¡Y qué mujer! Tenías que espantar admiradores como moscas.
- ¡Ay! No me lo recuerdes. Si veo una fotografía de esos días y afloran lágrimas. Dos fotografías hay que yo detesto. La de mi cédula y la que me tomaron últimamente. Por mí, sacaría copias de la de los dieciocho y las pegaría hasta en documentos.
- Es que somos mortales, como el Papa o la Reina de Inglaterra, o como el más humilde de sus súbditos. La vida pasa, para todos. En estos días miraba unas revistas de los años cuarenta y una fotografía ilustrando la historia de la Princesa Isabel, que no era reina, y de las responsabilidades que le esperaban en caso de fallecer su padre. Su cara fresca y lozana, diferente de la imagen que muestra la televisión en estos días. Su salud aparente está muy bien, pero es diferente su aspecto al que tenía en sus dieciocho. Eso es lógico. Sin embargo he visto una estampilla con la cual su país le conmemoró los veinticinco años de ser reina, y vi que el artista hizo muchos esfuerzos para remozarla y quitarle algunos años de encima en el dibujo y plancharle las arrugas. Si hubieran puesto una fotografía de su imagen del momento, honor a la verdad, no se vería tan joven. Y eso es algo que el interés de estado no podía permitir.
- Es cierto. Una quisiera permanecer todo el tiempo en los dieciocho, pero los dieciocho se le vienen a una encima en varias veces. Es la acumulación la que nos mata.
- Los tiempos corren. Años atrás hablábamos y ya estabas casada. Yo también, con tu mejor amiga. Tenías una chica de servicio que te daba dificultades y tuviste que despedirla. Entonces tenías que cargar con niños todos los días para buscar quien te los cuidara y poder ir a tu trabajo.
- ¡Ay!, querido, ése era un sacrificio.
- Días después te pregunté: ¿Solucionaste tu problema?
- Sí recuerdo. Te contesté: Ahora tengo una chica de lo más juiciosa. Es bachiller y ayuda a los hijos con tareas escolares. Como es joven, juega con ellos y la adoran. Cocina rico y mantiene la casa en orden. ¿Qué más puedo pedir? El único problema es que es bonita, y está como parando bolas a los requiebros de mi esposo. Pero tal como están las cosas, lo reemplazo más fácil a él. Maridos se consiguen, pero buenas muchachas de servicio no.
- Esa frase me dio risa. El tema de las muchachas de servicio se volvió recurrente en cada vez que nos veíamos. Ésa también se fue y fue como si te quebrara un hueso.
- La que me quebró un hueso no fue ésa. Fue la otra. Una señora ya madura y puesta en orden. Un encanto de señora. De clase. Tocaba el piano. No se sabía su procedencia. Pero enseñó a mis hijos a “hablar de tú”. A comer en la mesa y comportarse. Era tan educada que no permitía que mi marido pusiera los pies sobre las sillas. No lo dejaba sentar en la sala, sin camisa. Lo hacía calzar para pasar hasta la mesa de comedor. Hoy comeremos champiñones al gratín. Y páguenme ustedes lo que puedan que yo lo que necesito es un techo con calor de hogar. Cuando se arregló con su familia y nos dejó, sí fue un problema. ¿Cómo reemplazarla con muchachas campesinas, que son mayoría de las que se consiguen?
- Es que las muchachas son las que, a la hora de la verdad, educan a los hijos de las mujeres que trabajan por fuera de la casa. En eso hay una falencia que muchos no ven. Ni ellas son buenas para educar o sea dar de lo que no tienen, ni los abuelos para criar nietos a los que dan más bien de “mala crianza”.
- Labor dura, la de las que trabajan en casas de familia. Me dolió en el alma ver a Lucrecia vivir bien en vida de su esposo que ganaba buen dinero, y tuvo que ocuparse en esas labores al fallecer él, dejándola sin seguro. Difícil ser mandada, estando acostumbrada a dar las órdenes.
- A la pobre Lucrecia le fue mal. Pero a su vecina de la casa que queda al voltear la esquina le fue mejor. Al enviudar su patrono, que era rico, se casó con ella. Dijo que los hijos la querían tanto que se sentirían mejor con ella que con cualquiera otra. Luego él murió y ella heredó fortuna. Que los hijos no le disputaron, porque la consideran su madre sustituta. Ya han crecido, y aún le dan regalos. Joyas, viajes por Europa, cosas así. A ella nunca le faltarán ni el dinero que no tenía, ni los hijos que no tuvo. Ni los nietos que son ahora suyos.
- Esa son veleidades de la suerte. “Al que le han de dar, le guardan...”.
- “... Y si está frío, le calientan”. Eso no es tuyo. Eso lo decía el viejo Alirio.
- A él no lo recuerdo. Pero a ti sí por esa época. Coincidíamos en los buses. Te sentabas erguido, mirando por la ventanilla y con gafas oscuras. Creía una que estabas contemplando el panorama de la ciudad con sus luces. Y me extrañaba que no me saludaras. Pero iba a indagar por tu silencio y te veía dormido. Se me volvió rutina sentarme a tu lado para velarte el sueño.
- Así era. Aprendí a descabezar siestas hasta caminando. Una vez coincidimos antes de abordar el bus y nos vinimos conversando durante el recorrido. Siempre fuiste buena para conversar, y yo no lo hacía mal. Me hizo gracia lo que me dijiste ya casi al descender.
- No recuerdo. ¿Qué dije?
- ¡Ay!, qué pena contigo, Orlando. Lo que es hoy te tengo desvelado. No te extrañe. Habrás oído decir que “se duerme cuidando a la novia”. Me pasaba. La novia empezaba a contarme historias y, cuando iba a ver, yo andaba en sueños. Se podía morir de la ira, hasta que, con el matrimonio, aprendió a aceptarme con los sueños trocados como los de esos niños que duermen de día y lloran de noche.
- No entiendo tu comparación.
- El cansancio del trabajo del día me vencía de sueño en las primeras horas de la noche, pero me despertaba relajado a la una o dos de la mañana para irme a la sala a leer, escribir u oír la radio. Cuando estiraba su mano, entre dormida, descubría el vacío en mi lado de la cama. Afortunadamente sabía en donde estaba. Porque maridos hay que se escapan en la noche y vaya uno a saber en donde paran.
- No, querido, yo no habría podido aguantar que fueras mi marido. Mis relojes biológicos marchan a otros ritmos.
- Bueno, por eso dicen: Dios los cría, ellos se juntan. A cada cual le llega su “cadacuala”. O cada oveja, con su pareja. Es el destino. ¿Has vuelto a ver a los demás amigos de nuestro tiempo?
- Algunos, pero ya más bien poco. Nos hemos ido a vivir a otros barrios y a duras penas sacamos un momento los fines de semana para visitar a nuestros padres.
- Es cierto. Ya rara vez nos vemos. Le digo a mi señora: ¿Sabes negra? me encontré con fulano y está muy viejo... Vi a mengano, está muy viejo... Hablé con zutano, está muy viejo... Ella se ríe y me dice: “¿Y es que tú no te miras al espejo?”,
- ¡Muy chistoso! Los años pasan, pero una no ve en el espejo sino lo que quiere ver. A lo demás le hace la vista gorda.
- A la que te sorprenderías de ver es a Gloria. No cambia. Parece detenida eternamente en la edad que le conocimos de sus primeros años, y eso es admirable en una persona que no usa maquillaje, ni acude a las ayudas de siliconas y cirugías.
- No es la única. Angelina se conserva muy bien. Es otro ejemplo.
- Pasando a otro tema, mencionaste a un Alirio que con seguridad es diferente de Víctor Alirio Pérez. ¿Qué ha sido de la vida de él?
- Que ya no es Alirio, ni tampoco es Pérez. Era bueno para las matemáticas. Estudioso. Andaba con un libro de Ingeniería bajo el brazo, cuidando de que la solapa quedara al exterior. Se leía: Teoría de Vectores, o algo así. Como si se tratara de aprender Ingeniería por ósmosis axilar. Inició la carrera, pero no la terminó. Entonces encontró unos papeles y una tarjeta profesional de Ingeniero a nombre de Víctor Pereda. En el sitio en donde había ocurrido un accidente con muerto a bordo. Asumió esa identidad y se colocó a trabajar como jefe de mantenimiento en minas.
- Es muy difícil suplantar un nombre y presentar un título.
- Es más difícil sostenerlo. Y él lo sostuvo. Ha sido el mejor jefe de mantenimiento que han tenido. Porque tenía don de gentes. Cuando se presentaba algún problema en dragas, se hacía acompañar de un viejo que llevaba muchos años de mecánico, para hacer una inspección, y preguntaba:
- ¿Qué opina usted de eso, viejo Juan?
- Yo creo que cambiando bujes y adicionando una arandela, se ajustan bandas y se recupera el equilibrio –Respondía el Viejo–
- La solución funcionaba. El Ingeniero ponía a andar la máquina y se ganaba aplausos. Cada que hablaban de jubilar al viejo Juan, él se oponía.
- ¿Viejo Juan, cuando te piensas jubilar? –Le preguntaban–
- ¿Qué voy a hacer en casa? Me muero de tristeza. Ésta es mi vida. Mientras el Ingeniero Víctor sea el jefe, no dejará que me causen tal daño.
- Es que el Ingeniero te cuida como a la niña de sus ojos. Y en la empresa hacen lo que él dice, porque es el técnico más hábil que han tenido.
Se quedaron pensativos
en el amigo que pudo meter esa caña y sostenerla.
- Alirio Ortega. Marta Chavarriaga. Gloria Upegui. Angelina de Chica.
ES QUE LA VIDA ES UN CUENTO
(AÑO 2003)
Lo que empezó siendo
una crónica personal, para dar cumplimiento a un pedido familiar, ha
venido transformándose en tema de dominio público por el hecho de
haber llegado borradores al alcance de amigos del vecindario. Y por
las celebraciones del barrio y la parroquia que han coincidido con su
aparición, sin que aún se publique, sin que su autor crea que deba
publicarla. Pero algunos han resuelto aportar informaciones para
enriquecerla, o datos para modificarla. Muchos se acercan con ese
fin.
Orlando, citado a
reunión, se bajó del vehículo con la carpeta bajo el brazo. En su
interior, documentos para aportar al tema de las celebraciones y el
borrador de su crónica. Se dirigió al lugar de la cita, aún
temprano, y fue abordado por un hombre de edad indeterminada, que
podría ser su contemporáneo o quizás menor.
- Orlando: está escribiendo un libro...
No fue una pregunta,
sino una afirmación, que abrió el interrogante sobre lo que diría
a continuación.
- Me han contado que allí aparecemos, pero no me agrada lo que cuenta de nosotros.
- En verdad, Hernán, voy a cambiar algunas cosas, porque ya otras personas me han hablado de lo mismo. Creo que tendré que cambiar algunos nombres, modificar algunos sucesos, maquillar un poco. Si lo dicho no corresponde a su gusto, no se preocupe, será cambiado. No es mi propósito incomodar.
- Eso se lo agradezco. Pero no crea que me molesta que escriba sobre el barrio. Todo lo contrario, me agrada. Creo que puedo aportarle algunas anécdotas que no aparecen en su borrador original.
- Hombre, esos aportes serán bienvenidos.
Su casa, bien situada,
ocupaba un lugar estratégico. A medida que la concurrencia atraída
por la iglesia se hizo numerosa, lo fue más. La calle había venido
convirtiéndose en lugar apropiado para negocios de distinta índole.
Más de uno miraba hacia su casa con el deseo de convertirla en un
negocio para atraer feligreses que salieran de misa o de las
procesiones.
- Pero no la vendo, ¿Sabe? Para mí, más que una casa, es un cofre de recuerdos. Y, ¿Cómo puede uno renunciar a sus recuerdos, hombre Orlando?
- Lo mismo dicen mis padres de la casa en donde ellos han vivido en los últimos cuarenta años.
- Si yo tuviera dinero, si el Señor me socorriera con algún dinero, ¿sabe qué me gustaría hacer? Me gustaría construirle dos o tres pisos encima del primero. Pero respetando su construcción, con techo y todo. ¿Cómo le explicara? Le montaría como una urna, dejando adentro la primera casa de recuerdo. Lo mismo que hicieron en Bello con la choza en donde nació el Presidente Marco Fidel Suárez. O que hacen con el primer telar o la primera máquina de un ferrocarril: conservarlos como piezas de museo.
- Es una idea muy particular, pero da la imagen de lo mucho que aprecia usted esa construcción, tal como está. Pero aún no entiendo sus porqués.
- Cuando mi padre nos trajo a vivir en ella, yo era un niño. Pero a poco de llegar, mi madre enfermó. Tuvo que llamar a mi tía Lola para que se encargara de la casa, porque mi padre trabajaba lejos y necesitaba de alguien que cuidara de mamá y de nosotros. Mamá era una mujer alegre, que amaba la vida. Le gustaba que sus vecinas, que eran unas niñas de la misma edad que teníamos nosotros, vinieran a hacerle “veladas”. A presentarle bailes y espectáculos, que ella contemplaba alborozada desde su cama de enferma. La que es su esposa era una de ellas y puede confirmarlo. Papá tuvo la desgracia de ser aficionado al licor. Dicen que más que una desgracia eso es una enfermedad que se lleva en la sangre. Y él la lleva. Entonces le preguntaban a él por qué bebía. Es que me duele mucho ver la cama ocupada por mi mujer, tan enferma y no soy capaz de soportarlo en sano juicio. Pero también él era enamorado. ¿A usted le gustan las mujeres?
- A mí sí, ¡claro! ¿Y a usted?
- A mí también. Si yo les gustara a ellas la mitad de lo que ellas me gustan a mí, tal vez tendría un harén.
- No lo culpo. Así nos enseñaron en esta cultura machista de los paisas. Eso también lo llevamos en la sangre.
- Mi padre cerraba un ojo para llorar por mi madre, y abría el otro para ver qué chica bonita había en los alrededores. No es que no la quisiera, es que no era capaz de controlarse. Nosotros quedamos al cuidado de mi tía, pues mi padre llegaba siempre con tragos. Habiendo muerto mi madre, él decía que no era capaz de llegar sobrio a contemplar la cama vacía de mamá. Al morir ella, mi padre se fue a vivir lejos.
- En el caso de tu padre, “palo porque bogas, palo porque no bogas”. Pero no es el primero que se aleja de los hijos cuando fallece la esposa. Los hogares tienen más permanencia cuando la que sobrevive es la madre y no el padre. Nuestra cultura es muy machista pero, paradójicamente, es matriarcal. La madre es el centro del hogar.
- Para la historia que escribe le interesará saber que a mi tía se le inflamó una muela y sentía un dolor insoportable. Un vecino le sugirió que fuera a urgencias para ser tratada. ¿Y con qué dinero voy a ir? –Contestó ella. O no sé si decir más bien que preguntó– Entonces el vecino fue por un alicate que guardaba en su caja de herramientas de carpintería y se la extrajo.
- Hombre, yo no sabía esa historia. No pensé que tuviéramos de vecino a un sacamuelas.
- Esa historia no es muy conocida, pero se la cuento. Como le cuento esta otra: El primer muerto que hubo en el barrio fue una señora. Una señora que vivía por los lados de la Gilco.
- Bueno, eso no me parece que tenga tanto valor anecdótico.
- Sí lo tiene, puesto que en ese día no se escucharon radios prendidos, ni música. Todo el barrio calló en señal de respeto por el duelo. Si así fuera siempre, no sería gracia, pero hoy en día no es difícil que en una casa estén velando a un muerto y en otra casa vecina estén de baile. Un baile programado que no van a querer cancelar.
- Eso es cierto. Vista así, la anécdota es curiosa.
- Yo me hacía motilar en donde Oscar, que fue uno de los primeros peluqueros del barrio y cobraba muy barato. Don Alfonso, el papá, era muy aficionado a la música y tenía una radiola que fue la primera que se conoció en el barrio. O por lo menos la más famosa. La más grande. Forrada en concha nácar. No la tocaba sino él y eso con manos de seda. Nadie más podía acercarse.
- Hombre, es que él fue muy aficionado al tango y a la música y fue un excelente bailarín.
- Un día me estaba haciendo motilar y él me invitó a que escuchara algunos discos. Entonces me vinieron a avisar que mi amigo más cercano, mi mejor amigo del barrio, había muerto. Llevaba desaparecido cinco días y lo encontraron en el anfiteatro. Lo reclamó su familia y lo trajeron a la casa. Cuando su madre vio el cadáver dijo: Ése no es mi hijo. Causó mucho desconcierto, pues tuvieron que regresarlo para la morgue. Mas, allá no lo querían recibir, porque ya se habían hecho documentos de entrega y firmado libros. Entonces apareció el supuesto muerto y tuvo que ir hasta allá para demostrar con documentos que aún estaba vivo.
- Ese caso me parece muy simpático.
- Pero hay más. Yo no sabía que mi amigo había aparecido y estaba vivo. Había pasado todo el día bebiendo. Ya en la noche, y sin un peso, venía dando tumbos por la recta de Vicuña. Había pasado el descampado y llegado casi hasta la escuela, cuando sentí la voz de mi amigo que me llamaba. Alcé los ojos y ¡Lo vi! Vi al que creía difunto. Casi me muero del susto. Corrí hasta Vicuña sin pensar en que me estaba alejando más de casa. Pero me parecía que el espanto ya me iba a dar alcance, puesto que lo vi correr detrás de mí, lanzando voces. Todavía me acuerdo de ese susto y se me atraganta en el pecho.
- Rara tu historia. Como para contar por emisora.
- Este barrio la tuvo. Su emisora. Algunos muchachos la montaron improvisada y transmitían desde la casa de los García, con antena repetidora en casa de los Londoño, para darle cubrimiento. Hasta formaron una Asociación de Locutores de Altavista. Y también hubo un periódico o boletín impreso en mimeógrafo. Por esos días fue el desbordamiento de la quebrada que arrastró muebles y hasta una nevera aguas abajo.
- Eso recuerdo. Cuando la quebrada se salió de cauce en el año de 1965.
- Pues algunos de los muebles eran de la casa. Pero la nevera y otros eran de una pareja, ya madura, que había tomado la decisión de casarse y estaba acumulando muebles para el matrimonio. En esa casa se los guardaban. En la que sufrió con la avalancha. Parecería que no les convenía el matrimonio, pero les convino, porque siempre resultaron casados y lograron reponer sus mobiliario. Esa avalancha también arrastró con un puente rudimentario que se había instalado y con una niña que lo cruzaba. Fue rescatada por un profesor que se lanzó, aún con riesgo de la propia vida. Nos salvó y se salvó él de una tragedia.
- Ah, caramba. Muchas cosas te sabes que yo ignoraba.
- No he sabido de alguien del barrio que se haya ahogado en la quebrada, pero sí de muchos borrachitos que cayeron a sus aguas, y de uno que estuvo a punto de ahogarse.
- ¿Y ese quién fue?
- En un día de amor y de amistad, Humberto el electricista, estuvo celebrando con sus compañeros del bachillerato nocturno y de regreso al barrio intentaron atracarlo. Para evitarlo, se lanzó a la quebrada. Como había llovido toda la tarde, estaba crecida y se iba ahogando. Niño, tu hermano, y Fabio, tu vecino, dieron voces y corrieron tras él consiguiendo que muchas personas se acercaran. Solamente al llegar la quebrada a la carrera 76, en donde forma una bahía, la fuerza de las aguas lo lanzó a la orilla y alcanzó a ser rescatado. Debió ser el peor susto de su vida. Hasta chistes y apuntes jocosos han salido de este barrio. Usted conoce a mi vecino del frente, el que gaguea.
- Lo conozco, claro, ¿Qué hay con él?
- Las señoras que le colaboran al padre con las empanadas resolvieron hacer un sancocho para vender almuerzos y recolectar fondos para un bazar. Entonces armaron fogata en la calle al borde de la acera, no sin dificultad porque la leña estaba húmeda y no quería prender. Cuando por fin pudieron montar la olla, se dedicaron a vigilar el fuego para que no se apagara y a atizarlo con la tapa de la olla. De arriba de la iglesia contrataron al vecino para que lavara un automóvil y él empezó a enjabonar el carro y a lanzarle chorros de agua con la manguera. Pero el agua corrió por la orilla y llegó hasta el fogón, apagándolo. Vea, Aldemar, ¡cómo es de descarado! ¿No ve que nos apagó el fogón? –Le dijeron– y él respondió, con su tartamudeo: Yo... yo... yo... nnnooo lo apagueeé. Ussstedes fueron las que lo pusssieron en baajo.
- ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!. Esa historia sí me parece muy graciosa.
- ¿Ve esta niña que me acompaña? Es mi nieta. Por ella es que me preocupa que las historias queden bien escritas y bien contadas.
- Una lección me das, y unas anécdotas muy ricas y divertidas.
- Oscar Uribe. Alfonso Uribe. Hernán Echavarría. Adolfo Diosa. Lola Baena. Alcides Uribe. Rodrigo Villa, locutor. Humberto Gutiérrez, locutor. Eduardo Lopera, locutor. Humberto García, electricista y locutor. Sigifredo Echavarría. Mercedes de Echavarría. Aldemar Restrepo. Fernando Ramírez, niño. Fabio Upegui Ramírez, vecino. Hernán Pérez. Profesor Gustavo Peláez.
HASTA ALTAVISTA LLEGABA MEDELLÍN
(AÑO 2003)
Se habla de los últimos
como de los años del “cansancio de la vida”. ¿Es que la vida
cansa? Más bien diría que los viejos se aferran a la suya,
tenazmente. Lo que los distingue es su apego y sus pocos deseos de
que termine, porque quieren seguir al lado de los suyos y disfrutando
de su compañía. Porque han descubierto el inefable placer de
abrazar a sus nietos y hablar con ellos y sienten que ya han superado
los momentos más difíciles de su camino. Hay excepciones, claro.
Tiene que haberlas para que se confirme la regla. Pero ha sido una
constante en las personas que me rodean.
- Es que tú eres un hombre de vida sana y estás rodeado de personas como tú. Y así la vida es una dicha. No todos pueden contar tu misma historia.
- Es posible. Razón de más para que yo sienta que tengo motivos de gratitud con mis padres y con lo que ellos nos han proporcionado a mí y a mis hermanos. Mi padre me ha puesto una tarea que, tratando de cumplirla, ha resultado ser del interés de muchos.
El abuelo Delio, rodeado
de sus nietos, en el balcón de su casa. Acaban de dar paseo en
Metro, por los lados del Río Medellín, para ver los alumbrados
navideños.
- Abuelito, ¿Cuando usted se casó, había Metro?
- No. Vivíamos en el Barrio de Buenos Aires que queda en el extremo oriental de la ciudad, y nos movilizábamos en tranvía. Buenos Aires era, en esa época, el barrio más lejano por esos lados. Ahora hay muchos barrios pegados a las montañas, que llegan hasta el cerro de Pan de Azúcar. Después pusieron las líneas de buses. Cuando nos pasamos a vivir a este barrio, había unos buses ñatos de color gris, propiedad del Municipio, que venían desde el barrio de Enciso, en el oriente, hasta Altavista, que era el último barrio por esta parte de occidente.
- Ya no hay buses municipales.
- Ni tranvía. Ahora hay buses circulares y de otros. Y hay Metro de Bello a Itagüí. Y hay la avenida Oriental, que no existía. Medellín ya no se acaba en Altavista. Más al sur están La Nubia, Aliadas, Buenavista, La Loma de los Bernal. La iglesia que siempre estuvo abandonada en media manga, ahora es la del Colegio del Padre Manyanet, en la Parroquia de Jesús, María y José. La terminal de buses la han trasladado a Buenavista. La civilización avanza y los campos se acaban. Todo se transforma. Cuando era niño vivía en La Ceja. Recuerdo que llegó el periódico “El Colombiano” con la noticia de que había muerto el cantante argentino Carlos Gardel en el aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín. Y Medellín, por esos lados, se acababa al terminar la pista. En donde ahora está el cementerio de los Campos de Paz. No habían hecho la avenida ochenta. Porque eran sólo mangas. No teníamos radio ni habían inventado la televisión. El periódico mostraba la foto del choque de los aviones y los escombros humeantes.
- ¿Cómo que aviones chocados, abuelito?
- Porque él iba en un avión para Cali, pero no había despegado y apenas carreteaba. Chocó con otro avión que estaba parqueado en otro lugar de la pista y se incendiaron. Todos murieron achicharrados. Eso fue en 1935.
- ¿Y usted era muy niño?
- Tenía doce años porque nací en 1923. Poco después me vine a vivir a Medellín y fui testigo de otro accidente. Un choque de trenes.
- Pero, si en esa época no había Metro, ¿Cómo pudieron chocar dos trenes?
- No lo había. El tren que venía de Puerto Berrío, en el que también llegué a montar, bordeaba el Río Medellín e iba por Caldas hacia Bolombolo, llevando pasajeros y carga.
- ¿Y cómo fue lo del accidente?
- Tendría unos trece años y estaba sentado con Ernesto, mi hermano, en el corredor de la casa. En la loma de Los González del Poblado. La pusieron así porque era la finca del bisabuelo de Fanny González, la esposa de Ernesto, y allí construyó casa su descendencia. Todo eran mangas hasta el río que bordeaba la carrilera del tren, de norte a sur. El invierno había derribado un eucalipto que bloqueó la carrilera y el tren que venía de Caldas tuvo que detenerse mientras despejaban el camino. Veíamos a la gente mirar y a unos hombres trabajar, en la distancia. En esas sonó el pito de otro tren que apareció en sentido contrario y lo vimos aparecer sin disminuir velocidad. “¡Van a chocar!”, gritamos al unísono. Chocaron. Hubo muchos muertos. No bajé a curiosear porque mi hermano no me dejó ir. Dijo que tenía que cuidar la casa mientras él iba a la visita de su novia. ¡Mentira!, era para él poder ir a curiosear. Muchas cosas han pasado desde que vivo en Medellín y muchas he visto. Hablan de hacer una vía desde San Antonio de Prado hasta Belén, por donde era el camino de herradura. De ésa han hablado mucho.
- Y esa vía, ¿sí la harán?
- Cosas he visto, que en su momento parecían irrealizables. Es posible que lleguemos a verla. Muchos buses veía subir los martes hacia Buenavista, sin saber adonde iban. Luego he averiguado que eran peregrinaciones que iban a un punto que se llama Buga, por los lados de El Barcino, a rezarle a la Virgen de la casa que está construida sobre una piedra. Una Virgen milagrosa. No he vuelto a ver los buses y no sé si todavía tengan allá a la “Virgen de la Piedra”.
- Deben de tenerla. No iban a dejarla ir para otro lado.
- A la Virgen no. Pero los peregrinos tienden a ser pasajeros. Ahora visitan otra virgen que hay por esos lados de Belén Rincón.
- ¿Es cierto, abuelo, que todo tiempo pasado fue mejor?
- Eso se ha dicho, porque al hombre siempre le ha gustado vivir con sus recuerdos. Y la memoria siempre ha sido selectiva, recordando lo bueno y olvidando lo malo. Pero no, yo no cambio este tiempo por las épocas de dificultades que pasé. Ahora tengo mi jubilación asegurada. Mi casa libre. Mi mujer al lado, con más de cincuenta años de matrimonio. Mis hijos estudiaron y están organizados. Tengo a mis nietos para disfrutarlos. Empiezo a conocer a mis bisnietos. Dios puede llamarme en cualquier momento a su presencia, y tengo la satisfacción del deber cumplido. No me cambio por nadie. Y éste es el tiempo que me gusta vivir.
Gildardo:
Los buses grises municipales, ñatos, que llegaban hasta nuestra
terminal y hacían su recorrido desde Enciso en el oriente, fueron
administrados por las Empresas Varias, hasta que los acabaron. Al
barrio llegaron a vivir dos de sus conductores: Raúl Hincapié, el
de Marina. Si decimos Marina, la de Raúl, ¿Por qué no decir Raúl,
el de Marina? Y también Roberto Quintero, el de Teresa González.
Orlando: ¿Teresa
González?
Gildardo:
“Teresa Contenta” se le ha dicho siempre. Una de sus hijas fue
reina del barrio.
Orlando: Ese
reinado no lo recuerdo. Seguro fue después de los primeros reinados
en los que ayudamos. Ése es otro de los casos en que las personas
se conocen más por el sobrenombre que por el apellido. “Las
Zarcas”, de doña Margarita. Las hijas de “Manuel Hambre”, que
se conocen más bien como “Magolas”, por el nombre de su madre.
- Delio Ramírez Toro. Raúl Hincapié. Marina de Hincapié. Manuel Ramírez. Magola de Ramírez. Roberto Quintero. Teresa González de Quintero. Margarita Grisales de Londoño.
TÚ ERES MI DESTINO
(AÑO 2003)
Elena, la madre de
Orlando, en la sala, hablaba con su hija Marta. Marta era casi la
menor y le correspondió nacer en el barrio y crecer en él. Casarse
con Richard, uno de sus vecinos, tener sus hijos. En el balcón, el
hijito de Marta hablaba con el abuelo.
- Abuelito, ¿Si mi papá no se hubiera casado con mi mamá, yo existiría?
- No sé. Tal vez tú no te parecerías a tus otros abuelos, sino que llevarías la sangre de otro padre, junto con la de nosotros. O tu padre, habiéndose casado con distinta mujer, te tendría con otras raíces y tú no te parecerías a nosotros. Tal vez pensarías distinto, o serías diferente. Esas son suposiciones. Pero lo real es que tú estás aquí conmigo y eres hijo de tu padre y de tu madre. Haces parte de un destino que nos cobija a todos y del que no nos podemos escapar.
Las preguntas de los
niños, que ponen a sus abuelos a trastrabillar respuestas
filosóficas.
Días después, en
un día cualquiera de semana, llegó Orlando a casa de sus padres.
De visita. Estaba sola. Una casa que en alguna vez estuvo llena con
la presencia de catorce hijos, los dos padres, la abuela y una prima.
Que después se vio llena con los hijos, sus cónyuges, los nietos,
los abuelos. Estaba sola. No había nadie. Silencio absoluto.
Prendió la radio y estaba sonando una canción de serenata en ritmo
de bolero: “...Bendito
destino. Y si me ofrecieran riquezas y glorias renunciando a ti, sin
vacilaciones yo respondería, prefiero la muerte a la gloria inútil
de vivir sin ti.”
Se sentó en el balcón a acompañar su soledad, añorando, con
aires de nostalgia. Rebullendo el baúl de sus recuerdos. A sacar
retazos de otros tiempos. Esos días en que cayó en la cuenta de
que había estado mirando, sin ver, a la hermana de su amigo, que era
una niña cuando llegaron a vivir a este barrio. Después creció y
se convirtió en una mujer de quince años que caminaba, agraciada,
en compañía de su amiga Chava. Orlando comentó con Gildardo, que
lo acompañaba:
- ¡Cómo está de bonita la hermana de Johel!
Luego tuvo su accidente
de motocicleta y la necesidad imperiosa de buscar a la que llegaría
a ser su suegra, para que lo inyectara. Llegó con su hija. En
medio de fiebres de cuarenta grados y de pinchazos, se encendió la
chispa de su amistad.
Vinieron las caminadas
hasta la heladería, en muletas, que se le hacían eternas. Esperar,
asomándose furtivo a la ventana, hasta ver en la acera de su casa a
la hermana de su amigo. Entonces emprender el recorrido y hacer un
alto para descansar y conversar con ella.
- ¿Cómo va lo de su recuperación?
- Avanzando. Lenta, pero avanzando. Gracias. ¿Y usted cómo va con su noviazgo?
- Vamos bien. Él es muy detallista. ¿Y su novia?
- Sostenida. Es una niña buena.
- Me alegra que se entiendan.
- Siento que la estimo, la tengo en gran aprecio. Pero no estoy seguro de querer avanzar al matrimonio. Y no deseo hacerle perder su tiempo a una persona que es buena. Lo que no sé es cómo resolver este conflicto y darle vuelco con el menor traumatismo.
- Tendrá que ser muy delicado, porque ella no se merece sino un trato considerado de su parte.
En medio de una noche,
se escucharon rasgueos de guitarra. La llamó al otro día.
- Escuché que le trajeron serenata. Muy bellas las canciones. Buenos los músicos. La felicito. Lo felicito a él.
- ¿A él, por qué?
- Por tenerla a usted. Eso es más de lo que cualquier hombre puede desear.
- ¿Incluyéndolo a usted?
- Incluyéndome.
En otra noche, volvieron
a oírse voces y a sonar cuerdas.
- Han vuelto a traerle serenata.
- Así es.
- Las canciones eran tristes.
- Lo eran.
- No la veo muy alegre, de recibirla.
- Es que estoy más de despedida que de reconciliación. Por lo tanto prefiero hablar de usted. ¿Cómo va con su noviazgo?
- Creo que se me puede aplicar la misma frase. O tal vez podríamos cambiarle las palabras. Estoy más de salida que de llegada.
- ¿Entonces qué piensa hacer?
- Pienso que la pareja ideal somos nosotros. Demos unos días de plazo para cortar los otros lazos y convengamos en iniciar nuestro noviazgo. En quince días espero tenerlo definido, y quiero lo mismo de usted.
Pasaron dos semanas.
- Quince días hace que convinimos nuestro noviazgo. Y usted no ha dado remate al suyo de antes. Las vecinas estarán creyendo que usted juega conmigo y con el otro. Recibiéndonos en el mismo día.
- Es que se dificulta por estar enfermo de gravedad, mi padre. Tendrá que tenerme paciencia. Por las vecinas no se preocupe, que lo que me importa es lo que usted piense, y no lo que piensen los demás.
La tuvo. Después del
sepelio, oficializaron la relación y dieron por terminados sus otros
compromisos. Se casaron en la Parroquia de La Gloria y bautizaron
allí a sus hijos. Veintiseis años llevan de casados. No se han
arrepentido.
Saliendo de sus
pensamientos, Orlando vio venir a su padre, que camina con andar
cansado. Muy desgastada su memoria, después de que le operaron la
cabeza. Esa cabeza dura, como jaula con barrotes, en la que cuidara
de sus sueños para no admitir depredaciones.
Pudo ser agricultor, al lado de sus padres, y no fue. Fue obrero
textil, ayudado por sus hermanos. Pero lo que hubiera querido ser,
se le ha notado en los últimos años, es curandero de tribu o médico
homeópata. Dos cosas hubiera querido que el destino pusiera a su
alcance: la fracción gananciosa de una lotería, para sustraerse de
angustias económicas. Y el secreto de alguna droga milagrosa para
poder curar, sin costo, a los necesitados. Encontró sustitutos en
la pomada Vacuum, de
uso veterinario, que ha empleado en aplicaciones humanas para todo lo
habido y por haber. En el analgésico Anacin
(“Que ya no se consigue, y yo lo tengo”) con poder curativo para
la artritis. Y en la fórmula magistral de la Sal
de Vichy, “con la que el doctor de la Calle
curó a mi señora de los cálculos al hígado, y murió sin
revelarla, pero yo he tenido la curiosidad de conservar y ha servido
para curar a mucha gente, sin cobrar”. Secretos que ha difundido
en voz baja, a todo el mundo.
- Por ahí volvieron con el embeleco de la venta de la casa, papá. Yo les dije que dejaran de darle más vueltas al asunto. Que usted no quería desprenderse de ella –Dijo Orlando–
- Yo no es que sea apegado a las cosas, como dice su mamá, es que es muy difícil para uno renunciar a sus recuerdos. Agradezco que me haya entendido y que me ayude a guardar entre estas cuatro paredes mis apegos, que no son los ladrillos sino la vida de los hijos que aquí fue respirada. Tres de ustedes encontraron sus parejas en el barrio.
- Sí papá. Uno no puede renunciar a la vida que Dios le tiene destinada.
- Lo que sí debería hacer usted, ya que le gusta, es escribir la historia de este barrio.
- Bueno, papá, no es fácil. Me falta mucha información. Y en cuarenta años ha vivido mucha gente y han pasado muchas cosas. De las 308 viviendas iniciales con 1600 habitantes, hemos pasado a 850 viviendas y el triple de habitantes, por los segundos y terceros pisos. Lo que sí puedo intentar es escribir una crónica urbana de cosas que recuerdo y de mis percepciones. En la seguridad de que se quedarán muchos temas por fuera y de que dejaré de mencionar a gente que merecería estar allí. Tal vez hasta pueda escribir un cuento con el mismo tema. A propósito, ese Mercedes Benz que sube, es el conducido por don Luis. Tiene casi la misma edad que usted. Pero no cambia. Ni de aspecto, ni de carro. Son los mismos de cuando los conocí, hace cuarenta años. No les entran los años.
- Caras se ven, pero corazones no... A lo mejor al carro ya le rumba su motor. Y al hombre los médicos le han hecho retoques en el suyo. Como los han hecho en mi cabeza. Hasta es posible que su carro tenga menos reparaciones que nosotros, viéndolo bien.
Orlando tomó el teléfono.
- Don Luis, llamo a saludar. Acabo de verlo pasar frente a la casa de mis padres. Su carro sigue siendo el mismo. Y usted, ya veo que no cambia.
- Cambiar sí, hombre Orlando, la memoria me falla y los achaques molestan. Pero sigo en pie y buurbrbuuuurbrbr...gando con la vida.
- ¿¡Cóoomo, don Luiiis!? No oí lo último que dijo.
- ¡Qué va a oír! Si los buses ahora pasan de seguido y sus motores se me han instalado adentro de la casa. Me tienen sordo, y ya no oigo. No se puede conversar. También me dan mareos. Los hijos me han pedido que venda el carro. ¿Cómo puedo prescindir de un vehículo que tengo en mi poder por casi medio siglo?
Orlando colgó el teléfono y retomó
el hilo con su padre.
- Los hijos de don Luis le han propuesto que venda el carro, pero él se niega.
- Es que los viejos somos cabeciduros. Dice usted que le falta información para contar la historia de lo vivido. No importa, m´hijo, algo es algo. Entréguese, pues, a la tarea de escribir la historia de su Altavista, que con seguridad contendrá muchas cosas sobre el mío.
- Elvira Gallego de Gallego. Consuelo y Johel Gallego. Marta Chavarriaga. Elena Casas de Ramírez. Marta Ramírez de Ramírez. Richard Ramírez. Delio Ramírez Toro. Luis González.
EPÍLOGO
(AÑO 2003)
De visita nuevamente, en la sobriedad
del despacho parroquial, Orlando esperaba a ser atendido por el padre
Carlos Mario. En esta vez fue recibido directamente por el
sacerdote.
- Me espera unos minutos, Orlando, acabo de atender unos asuntos para que podamos conversar a gusto.
- Gracias, padre, ¿Me permite que curiosee un poco los libros de su biblioteca?
- Naturalmente, Orlando. No es gran cosa lo que tengo, pero está a tu disposición.
Conforme a lo previsto, muchos libros
eclesiásticos. Un diccionario, una enciclopedia, misales, ordos,
breviarios, historias de santos, encíclicas y otros documentos.
- ¿Encontraste algo que te llamara la atención?
- Este libro que leí hace poco: Al este del edén, o del paraíso, de John Steinbeck. Me lo recomendó Mario Escobar en los talleres de Escritura literaria del Politécnico Jaime Isaza Cadavid, y aún conservo en mi agenda unas anotaciones. Es una novela muy interesante sobre el bien y el mal y déjeme leerle algunas frases: “Podemos jactarnos de lo que sea, si no tenemos otra cosa” – “Quizá cuando menos se tiene, más se siente uno inclinado a la jactancia” – “En años de sequía las gentes se olvidan de la abundancia, y en años de abundancia las gentes se olvidan de la sequía. Siempre ha sido así” – “Como es natural, lo único que interesa a los hombres son ellos mismos. Si una historia no se refiere al que escucha, éste no atenderá. Y de ello saco una regla: una historia grande y duradera tiene que poder aplicarse a todos o, de lo contrario, no durará” – “Lo extraño y exótico no es interesante... sólo lo profundamente humano y familiar”.
Alguien
dijo referido a un pintor, que podría ser Pablo Picasso: “le
interesa muy poco la realidad. Por eso es un artista”
- ¿Y cómo va lo de su crónica del barrio?
- Bien, padre. Tratando de recoger una cantidad de datos que me suministran, a veces contradictorios. De conciliar intereses, de presentar las cosas en forma un poco novelada. Siento que no está lista y que podría “nacer sietemesina”
- No la deje abortar. Más vale que nazca sietemesina, y que a base de cuidados logre criarse, que dejarla abortar por estar buscando la perfección. Vendrán otras oportunidades de contar las muchas cosas que seguramente se le quedarán entre el tintero.
Gildardo:
Hombre Orlando, me encontré con Rubén Darío Alzate, el fotógrafo.
Me dijo que había estado leyendo el borrador de tu libro, pero que
no le había gustado.
Orlando: ¿Y
eso por qué?
Gildardo:
En primer lugar, porque ya está llegando al último capítulo y a
él ni siquiera lo mencionas. Y en segundo lugar porque algo que
dices acerca de la casa vecina es molesto y considera que no lo debes
contar porque son intimidades.
Orlando: Tiene
razón. Él es un amigo con el cual he compartido buenos momentos.
Fíjate que hace muchos años estuvo tratando de enseñarme el arte
de la fotografía. Yo compré una cámara y me fui con él al Jardín
Botánico a buscar paisajes y buenos fondos. Todavía tengo
fotografías en un álbum, tomadas por nosotros en ese lugar. Me
explicó de granulometrías, resoluciones, intensidades,
luminosidades, encuadres, enfoques, distancias,
fotosensibilizaciones, emulsiones y otras cosas que no entendí. Me
quedé sin aprender porque no tenía vocación de fotógrafo. Pero
además me explicó que su trabajo como fotógrafo casa por casa en
los barrios humildes de las comunas le reportaba beneficios y tenía
algunas satisfacciones como la de ver a las madres correr apuradas a
lavarle la cara a sus chiquillos para hacerles una foto. Pero luego
se disgustaban porque en la foto aparecían dos manos: una
sosteniendo al niño para que no se fuera a ir de espaldas. Y la
otra sosteniendo un cigarrillo que echaba una fumarola que parecía
salir de la cabeza del niño. No les gustaba que se viera la colcha
de retazos colgada en el tendedero, detrás del niño. No les
gustaba que se vieran las paredes desconchadas y los ladrillos
partidos y querían que les recortara esas partes. A sus ojos de
fotógrafo empezó a parecerle que en esos fondos había una belleza
inefable que pintaba el entorno en el que vivían esos niños y que
esas fotografías eran las más propias para mandar a los concursos
de fotografía. Pero como su negocio dependía de que las madres
sacaran el dinero de la alcancía para dárselo a él, tuvo que
empezar a cargar con un trapo azul para ponerlo detrás y que en la
foto no aparecieran sino el niño y el trapo y así todos contentos.
Pero al marcharse, ahí quedaban las paredes con su desconchado, las
colchas de retazos y el cigarrillo colgando de la boca de la madre y
descargando ceniza sobre la cabeza del niño, realidades por fuera de
la fotografía.
- Rubén Darío Alzate. Padre Carlos Mario Hincapié. Profesor Mario Escobar Velásquez.
ÍNDICE
– DEDICATORIA
– PRÓLOGO
– ALTAVISTA
DE MIS RECUERDOS 2003
– CROQUIS
– NOMENCLATURA
LOCAL
- CASAS VIEJAS 2000
- AL CAER DE LA TARDE 2003
- “EL CAMINO DE LA VIDA”,
ENTRE
LA BRUMA 2003
- DESTINO, LA CIUDAD 1936
- “Y EMPIEZA EL CORAZÓN, MUY PRONTO,
A
CULTIVAR UN SUEÑO” 1933
- POR LO QUE SE VE, DESCABEZADO 1945
- CON LA CRUZ A CUESTAS 1953
- LA OPORTUNIDAD DE DAR EL PASO 1962
- ADIOS A LAS RATAS 1956
- TODO ERA GRIS, EN LOS COMIENZOS 1962
- LA IDEA CUAJA 1963
- TRASLADO AL PARAÍSO 1963
- PROCEDENCIA. NO IMPORTA DE DONDE
SE
PARTE, SINO ADONDE SE LLEGA 1963
- APARECEN LAS PRIMERAS TIENDAS 1963
- EN EL JUEGO DE LA VIDA 1963
- HAY QUE CUIDAR DEL NOMBRE 1964
- LA ANTIGUA IGLESIA 1965
- NO SE PUEDE TORCER AL DESTINO 1966
- GESTO AMISTOSO 1980
- PORTE DE REINA 1968
- SACANDO LA CARA POR EL EQUIPO 1968
- EN EL PRINCIPIO ERA EL HOMBRE 1973
- LÍDER EN LAS SOMBRAS 1963
- LÍDER EN EL OLVIDO 1985
- LA PROPIA IGLESIA 1993
- AL RITMO DE LA MÚSICA 1998
- EL COCTEL DE LOS MILAGROS 1968
- COSAS DEL DESTINO 1997
- MUCHOS CREEN SÓLO EN LO QUE VEN 2003
- EL TIEMPO NO PERDONA 1997
- ES QUE LA VIDA ES UN CUENTO 2003
- HASTA ALTAVISTA LLEGABA MEDELLÍN 2003
- TÚ ERES MI DESTINO 2003
- EPÍLOGO 2003
– ÍNDICE
DE CAPÍTULOS
ORLANDO
RAMÍREZ CASAS
Medellín,
diciembre 8 de 2003
1Claudia
Arias Villegas, comentario sobre La loca de la casa de la
española Rosa Montero. Pag. 16 del suplemento literario Generación,
el periódico El Colombiano, enero 30 de 2005.
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