miércoles, 26 de noviembre de 2014

Muchachos de Rosales Oscar Domínguez Giraldo

Muchachos de Rosales   Oscar Domínguez Giraldo
Perfil escrito por el destacado periodista, amablemente cedido para el blog:
(Adelante, Emilio. De ese barrio junté dos notas en una. Siguen otras notas sobre esos muchachos.o)

Esos muchachos de Rosales, modelo sesenta, aprendieron a leer y a echarse la bendición en el kínder de la señorita Amelia. Con este bagaje se le enfrentaron después al fútbol, al amor, a  la música, a Dios y a la vida, en ese desorden.

Algunas divas vendían besitos en las ventanas a cinco centavos la unidad. Ellos se iban creyendo en la existencia del amor y de  todos los dioses.

Pa pretendidas, las Londoño. En las vacaciones de julio no daban abasto recibiendo declaraciones de amor. La competencia estaba por el lado de la cocacola Beatriz Díaz, gran bailarina, y de Gloria, Marta Elena y la Negra, anfitriona de todas las rumbas.

Los noviazgos eran tan veniales que no había besitos al saludarse ni al despedirse. Las parejas llegaban intactas al altar. Si a  los novios se les iba la mano en caricias, el padre Valencia los casaba antes de que el amor empezara a notarse en el silencio mudo de la cintura.

Las serenatas se daban con los hermanos Acosta, vecinos del lugar, que se extrovertían ante las ventanas por puro amor al  amor. Cuando las tusas eran muy grandes empeñaban hasta libros para contratar a Los Romanceros que casaron más gente que los monseñores García Benítez y Botero Salazar en sus mejores momentos.

La banda musical de la época la pusieron los Beatles, Leo Dan, Palito Ortega, el “afiebrado” del César Costa, Enrique Guzmán, Oscar Golden.

En las recochas, fiestas de quince o bailes de bachilleres, se escuchaban en las radiolas Teen Agers, Graduados, Clave, Éxitos y Golden Boys. El que no esté endeudado musicalmente con el Loco Gustavo Quintero miente como Telma.

Fútbol y ciclismo iban de la mano. Una ruidosa minoría de estoicos eternos eran hinchas del poderoso DIM que de chiripa la ganaba al Nacional. Entonces hacían fiesta. (Claro que Sigifredo Arenas Jiménez tiene estadísticas distintas: En los años sesenta jugaron 45 clásicos de los cuales el DIM ganó 23 y anotó 76 goles. Nacional ganó 14 y metió 51 goles. El resto, empates).

La muchachada era hincha de Cochise Rodríguez. Por llevar la contraria, otras estaban con el Ñato Suárez, señor de la bicicleta.

Cuando los muchachos iban creciendo los dejaban ir una cuadra más lejos a jugar fútbol. Los jugadores más tesos eran los de la 30 C.

Las mamás les robaban tiempo a sus oficios domésticos para prohibirles a sus vástagos que se juntaran con malas compañías, entre ellos los integrantes de la llamada “Barra de los grandes” que fumaban cigarrillo, se volaban a Tenche a comprar maracachafa, decían la grande, escupían en el suelo y llegaban a la casa a las diez de la noche. Ni un segundo más tarde.

Decir que fulano era marihuanero era peor que rotular de ateo, feo y pobre a cualquiera.

Otros que clasificaban como malandros eran los hermanos Vanegas, Mario Chucha, Calavera y Físico, quien pegaba ensordecedores gritos vagabundos.

La mitad más uno estudiaban en Bolivariana. Para pertenecer a la barra de los grandes había que poner la mano sobre un hormiguero  o arrojarse contra la palma, un arbusto lleno de púas. Así adquirían un tempranero máster en hombría. Esta prueba espartana tiene la paternidad responsable del poeta Edgar Poe. Otra orden del poeta: dañar todos los bailes donde azotaran baldosa los riquitos de Laureles.

Otros de parecida calaña eran Carecrimen, Basura y Kolcana, reencarnación en vivo del crac argentino Orestes Omar Corbata, jugador del poderoso DIM, ideólogo de la zurda.

El rito del fútbol se oficiaba en las canchas de Chéforae, el Maracaná y en el parquecito. Estos lugares eran adicionalmente, ágora y parlamento de la piernipeludocracia.

Esta barra se enfrentaba con la de Los Almendros a la salida de misa de ocho de la mañana los domingos en la capilla de Jesús de la Buena Esperanza. La movida era a puño limpio. De pronto se les iba la mano y sacaban… correa.

La barra de los menores que venía empujando,  merece plato aparte. La integraban Memo Villegas, regañón y goleador,  Hugo, alias Charles Atlas, el Mocho Díaz, Pimienta, el gordo Gonzalo y Pareja el de Belén.

En los bazares que no faltaran las dedicatorias. En los reinados, la familia Gutiérrez imponía candidata disidente, importada del barrio Alameda. Esto ocasionaba peleas tan duras que la gente terminaba “brava para toda la vida”. A los dos días estaban partiendo un confite. Perdonaban y encimaban olvido.

Era pecaíto  ir a la heladería Los Almendros a escondidas de mamá. Una Coca-Cola vestida de ron se encargaba de ratificar hombrías y feminidades prematuras. También se echaba carreta en la tienda La Dulcinea, donde la Costeña o en la casa de las Villegas.

Los de Rosales se creían de mejor familiar que los de Belén aunque no dejaban de frecuentar Los Alcázares y Morival. Los domingos iban al teatro Mariscal a ver sus cintas preferidas.

Desde el púlpito el padre Humberto Bronx lanzaba anatemas contra los dueños del Mariscal por presentar películas prohibidas para todo católico los viernes. El teatro estaba parcelado en palco, luneta y galería, según el poder del bolsillo.

Don Octavio, el administrador de ese cinema paradiso, con mano tendida y linterna firme, tiene estatua propia en el corazón de los rosaleños del antier. Sacaba tallados a quienes lanzaban colillas de cigarrillos contra la nuca de la aristocracia de gallinero.

Los  lunes había doblete de películas mexicanas. Ana Luisa Pelufo y Ana Berta Lepe era las novias imposibles de muchachos como el mencionado Sergio y Lorenzo de la Torre, hermanos de María Cristina, de belleza felina.

Brigitte Bardot y Claudia Cardinale eran la cuota europea en el corazón y en la libido de los jugadores de yo-yo de la época.

En una autobiografía, Libardo Betancur Pérez, alias Kolcana, cuenta que era activista teso en las veladas de lucha libre que se celebraban en el parquecito. Dice que tenía personalidad secreta y en las noches de luna llena se les aparecía enmascarado a las Vélez.

Mención aparte merece la heladería Los Alcázares; por entonces no existía La Alameda. Vicky y Harold y otras figuras del Club del Clan hicieron tiritar de amor a más de una pareja que se daba piquitos en un descuido del candelabro o chaperona que les habían impuesto.

Pagaban escondederos a peso cuando llegaban los chinches del barrio Granada. Le corrían leguas a Goche y a Carriquí.

No se perdían procesiones de Semana Santa ni novenas de navidad. No para rezar, que quede claro: iban a tropezarse con unos ojos repetidos y pispos.

El Rosales de los años sesenta produjo gente como el sacrificado Pablo Peláez, el senador Daniel Villegas Díaz, cronista mayor del barrio y Sergio de la Torre, quien cuando estaba chiquito soñaba con remplazar al camarada Gilberto Vieira en el Partido Comunista.

Un responso apretado por Ana Cecilia Ortiz. Se exige no declararle el olvido a Olguita Vélez, “heroínas apetecidas por los tesos de las barras”, según otro biógrafo de Rosales.

Muchachos y muchachas así no le podían tener bronca a la vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario