jueves, 9 de abril de 2015

BELEN EN TRES CRONICAS BREVES

BELÉN EN TRES CRÓNICAS BREVES 
(Tomadas en préstamo del periódico El Taller)

Página: http://www.periodicoeltaller.com/


La Laguna del Cafetero


Cierto día de 1966 aparecieron, en una manga que había detrás de las últimas casas del sector de sauces, hacia la calle 66 B, unas retroexcavadoras e iniciaron una excavación, bastante profunda a nuestro modo de ver. Empezaron las especulaciones, que un edificio, que Bolivariana construiría una sucursal, en fin todo lo imaginable iba a quedar allí. De pronto la verdad la Cooperativa Cafetera Central construiría un supermercado. Cual sería la felicidad de los habitantes del barrio que ya no tendríamos que ir al pedrero a hacer nuestro mercado, no tendríamos que salir del barrio para comprar nuestras viandas.
Cierto día vimos con extrañeza como se abandonaban los trabajos, dejando eso sí un enorme agujero que en pocos días se llenó de agua. Muchos curiosos que pasaban por allí o que exclusivamente íbamos a ver la enorme laguna que se estaba formando nos deteníamos por unos momentos a observar y a preguntarnos por qué se habían ido los constructores. Los adolescentes de aquella época que habitábamos la calle 32 D , que era la más cercana a la laguna, empezamos a ver en ella una gran oportunidad para jugar y divertirnos y entonces comenzamos no sólo a ir allí con frecuencia sino a fabricar barquitos de papel e incluso a hacer competencia de permanencia, carreras. O empujábamos los barcos y cuando ya estaban a cierta distancia cada uno empezaba a arrojarles piedras a los barcos de los compañeros, ganado el que quedara flotando.

Nuestro ejemplo fue seguido por muchachos de otras barras y de otras cuadras del barrio. Algunos fueron más osados que nosotros y no sólo fueron a llevar allí sus botes de papel, sino que se desvestían y se lanzaban a practicar el deporte de la natación en sus formas más rudimentarias. La noticia se regó por los barrios vecinos y venían tantos muchachos allí a nadar, que la laguna del Cafetero poco tenía que envidiarle a los famosos charcos de Barbosa en sus mejores tiempos. La única diferencia era que los charcos de Barbosa eran de agua cristalina y corriente mientras la laguna era de agua estancada y prácticamente un barrizal. Después de un clavado en la parte menos honda, la persona que lo ejecutaba salía con tierra en la cabeza y hasta en las orejas y chorreando por su espalda un agua café clara que parecía, momentáneamente, el arroyo que sale de una de mina de oro después de lavar la tierra.

Parece que la laguna tomó tales proporciones que tuvo la nota triste pues una persona se ahogó allí, y aunque no era del barrio, lleno de tristeza a todos los habitantes por lo trágico del suceso, esto hizo que se cerrara la laguna. Sin embargo muy rápido se reiniciaron los trabajos dando paso a la primera etapa del Mercado Cafetero que años después se convirtió en el ley de la 33 y posteriormente en el Éxito y otros negocios como Bodie Teck, Marión y Coomeva.


¿Incendiarios?


Por Gabriel Escobar Gaviria
Donde hoy hay un parque infantil con variados juegos fue por mucho tiempo un lote al que no se le hacía ninguna mejora. Fue allí donde comenzaron los encuentros futbolísticos Fátima - Nutibara. Los menores sospechábamos, por conversaciones escuchadas a los adultos, que ese lote no le pertenecía a la parroquia; razón por la cual ni el creativo padre Córdoba, ni el recursivo padre Lalinde habían podido adelantar labor alguna para el aprovechamiento comunitario del mismo.
Un día se confirmaron tales sospechas. Recuerdo: Llegué de la universidad y mis hermanos me contaron que en toda la mitad del lote, al frente de la casa de Belisario -¡qué cremas las que allí vendían !- hoy la tienda de Nico, habían levantado una caseta de construcción y habían echado cepas como para una casa, -¿y el padre qué dijo?, -no pues nada, como ese lote no es de la parroquia. Y el padre no dijo nada porque se trataba del bondadoso padre Álvarez, todo dulzura y mansedumbre ; pero ¡ay, si hubiera sido en tiempos del padre Lalinde ! todavía estarían buscando los bultos de cemento en los profundos infiernos.
Incrédulo me dirigí al sitio acompañado de mi hermano Jota. Y sí, allí estaban esas cepas desafiantes para iniciar la construcción de unos muros y de una casa que por donde se la mirara heriría la hermosura de la iglesia. Algún día podríamos elegir entre atender la misa o enterarnos de la vida familiar de aquella vivienda. La torre nos proporcionaría varios palcos para seguir de cerca, cual telenovela en vivo, el drama familiar de sus ocupantes.
Absorto me encontraba en esos pensamientos cuando escuche a mi lado una voz que hoy no está con nosotros y que me preguntaba mi parecer con tono de que el suyo no era nada agradable. Era mi amigo Antonio Roldán Betancur. En aquellos días andábamos por los 22 años y lejos estabamos de adivinar la exitosa y corta carrera que el destino le depararía. Él y yo éramos los amos del micrófono en la parroquia pues desde hacía cuatro años nos turnábamos para leer la epístola y no había bazar que no animáramos desde las famosas casetas de las dedicatorias. La idea nos vino a ambos al mismo tiempo, nos miramos y nos comprendimos : Teníamos que reunir a la gente y para ello usaríamos el micrófono de la iglesia. No, no le pediríamos permiso al padre Álvarez, pues no nos lo daría.
Iban a ser las ocho de la noche y don José Betancur, el sacristán, no había terminado de cerrar la iglesia por cuanto faltaba el toque de Ánimas que se hacía a dicha hora. El destino nos hizo subir por la rampa y allí encontramos a Fabio Zapata, el hijo de don Rafael, que esperaba a que fueran las ocho para hacer el llamado a la plegaria por las animas, como acostumbraba reemplazar en esa labor a don José - Fabio, le dijimos, arranque a repicar en estos diez minutos que faltan para las ocho, dé el toque de animas y después repique cinco minutos más.
Fabio no nos preguntó por qué le pedíamos eso. Inteligentemente comprendió que ante tan inusitado toque la gente saldría a ver de que se trataba. Y así fue.
Llegamos hasta la sacristía y mientras yo le explicaba a don José que nosotros cerraríamos el templo, Antonio prendió el amplificador y comenzó con las arengas. Nuestras consignas fueron inofensivas pedíamos a nuestros cohabitantes que reflexionaran y se opusieran a esa construcción porque ese espacio lo necesitábamos para un parque infantil en el jugarían nuestros hijos (todavía no los teníamos). Cómo se apropiaría la parroquia de ese terreno no era nuestro problema, ésa era cuestión de adultos y nosotros apenas estabamos aprendiendo a serlo, para eso estaba don Enrique Toro, mayordomo parroquial. Desde la sacristía no veíamos lo que en la calle sucedía; pero por lo que pasó después nos enteramos de que tanto las campanas, como nuestras voces lograron el objetivo: la gente se reunió, deliberó y obró.
Seguíamos con nuestras consignas cuando entró el padre Álvarez por la nave central de la iglesia entre trotando y corriendo hasta llegar a la sacristía. Escobarito - me dijo - no sigan con eso que afuera está la Policía preguntando quienes son los que hablan por micrófono, no demoran en subir. Váyanse por la puerta de abajo de la sacristía, esta es la llave. Antonio y yo no comprendimos al principio por qué la Policía se habría de disgustar porque nosotros llamáramos a la feligresía para que opinara sobre una construcción. Lo que no sabíamos era que la feligresía ya había opinado y en ¡qué forma!
Obedecimos y salimos por la puerta de abajo, la que da frente al negocio que era de Juan de Dios y nos dirigimos a donde estaba la gente. Quedamos asombrados al ver desde antes de llegar a la casa de los Culembias un resplandor de una llamarada inmensa : La caseta estaba en llamas ; el cemento fue esparcido para que las bolsas ardieran, al celador le permitieron sacar la herramientas y sus pertenencias; Antonio y yo nos confundimos con la gente que miraba el espectáculo, mientras nos reprochábamos esa acción que estaba muy lejos de nuestra inofensiva intención.
Una cosa aprendimos aquella noche: la masa es un animal irracional.
Lo que siguió después fue cosa de adultos: el padre y don Enrique arreglaron con la propietaria del lote en términos no desventajosos para nadie. Hoy hay un parque infantil en el que jugaron mis hijos mientras fueron niños.

El Cerro Nutibara tiene su finca

Por Jorge Mario Escobar Gaviria
Los que llegamos a Fátima muy niños y crecimos acá, recordamos en el cerro Nutibara la "cueva del indio", que quedaba unos 120 metros a la izquierda del camino que salía de la INA y que llegaba donde hoy queda el parqueadero y donde antiguamente había un parque infantil, en la cima del cerro Nutibara, más exactamente donde están las banderas.
Abajo de esa cueva, prácticamente en la sima del cerro veíamos una casita campesina muy organizada por cierto. Hoy en día, quienes vamos al cerro a trotar vemos desde lo alto aquella casa rodeada de árboles, una finca tal y como los antioqueños entendemos que es una finca. Si por casualidad nos acercamos, los perros salen a proteger la propiedad.

En abril de 1950 llegaron a vivir en esa casa don Manuel Ángel Galeano y doña Carmelina Atehortua esperando su primer hijo.
-"Aquí vivía un señor que le decían "Costales" que era muy amigo de mi esposo y que le dijo que se viniera a vivir a esta finquita, que el estaba muy aburrido. Como nosotros pagábamos una pieza en Aranjuez preferimos venirnos a vivir acá que no teníamos que pagar arriendo."- Nos cuenta doña Carmelina.

La finquita tenía sus linderos muy bien definidos con las otras fincas, linderos que son los mismos que tiene ahora pues la familia Galeano no se ha apropiado de nada, no han tomado lo que no le pertenece. Y es que "Costales" les entregó la casa y nunca más se volvió a saber de él. "En esa época era la palabra lo que valía no se necesitaban firmas."- Dice doña Carmelina.

"Cuando llegamos - Continúa diciendo doña Carmelina - por aquí no habían vecinos, no había sino rastrojo". La primera calle que se encontraba era San Juan, entonces hubo que hacer trocha para llegar allí. Don Manuel trabajaba en el Pedrero y algunas veces también mercaban allí, entonces salían hasta San Juan y cogían bus de la América.

Para aprovisionarse de agua tenían que ir hasta la quebrada. Para ir a misa iban inicialmente a la capilla de la manga de las hermanas misioneras, al Perpetuo Socorro o cuando iban a mercar aprovechaba para ir a misa al Sagrado Corazón de Jesús. -"Luego a Fátima, a mi marido le toco lo de la primera piedra de la iglesia". Dice doña Carmelina

Muy cerca de la finca, donde hoy quedan esos edificios bonitos en conquistadores cerca al río, don Rosendo Londoño tenía una lechería donde trabajaba doña Carmnelina ordeñando las vacas.

Por el Frente del rancho pasaba los arrieros con el ganado para el Matadero Municipal que quedaba en Tenche. Les toco ver hacer la 33 y la 65 e incluso el barrio Fátima, Nutibara si existía cuando ellos llegaron en 1950.

Una de las cosas que más recuerda doña Carmelina es lo que llamamos la "cueva del indio", "era un hueco de unos diez metros de hondo. Servía de entretenimiento de todos los muchachos, era como el parque infantil, venían a jugar y a coger las pomas, pero todo era tan sano".

Siempre tuvieron muy buenos amigos entre los vecinos del barrio pero dejemos que sea doña Carmelina quien nos lo cuente "Todos los vecinos eran muy queridos en especial recuerdo a don Humberto Ochoa y a doña Miriam que venían aquí con sus hijos que eran muy amigos de los de aquí. También recuerdo a los Zuluaga a Iván, a Victoria, a Álvaro a todos, que venían a jugar con mis hijos. Recuerdo también a los de la bomba Texaco, especialmente a don Pacho que les dio trabajo a los muchachos. En esa bomba se ganaron los primeros pesos."

Y es que los muchachos Galeano, Maximiliano, Jairo, Aníbal, Javier y Juan se criaron en el mismo barrio y estudiaron en la Pedro Olarte y son amigos de los de Fátima.

Doña Isabel Madrid es la esposa de José Aníbal y hace 18 años que vive en una casa en seguida de sus suegros. Dice que ella vive feliz en esa finca y es que es una finca, con palos de mango, aguacate, naranja, pomas y guayabas.

"Aquí es muy bueno. - Dice doña Isabel - Todos los vecinos son muy importantes porque nos apoyan, nos dan ánimos y nos orientan."

"Uno de los momentos más alegres fue el día que nos pusieron los servicios hace como quince años. Eso fue mucha felicidad ya teníamos luz agua y teléfono."

"El momento más triste fue ver como lo que se construyó con tanto esfuerzo amor, trabajo y sacrificio durante 42 años se iba al suelo por una decisión arbitraria del gobierno de turno. Lo más hermoso es que seguimos acá en el lugar que amamos y que cuidamos con tanto cariño"

Don Manuel y doña Carmelina tienen además 6 nietos y cinco bisnietos. La bisnieta mayorcita tiene 7 años y con la vitalidad que tienen los viejos seguramente conocerán sus tataranietos y por qué no, los choznos.

Esa vitalidad de los viejos se la atribuyen a vivir en lo que han amado siempre, respirando aire puro, cultivando lo que se van a comer, criando sus gallinas y viendo todos los días los caballos de Berta que aparecen a pastar por allí. Todo este paraíso en medio de la selva de cemento.

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