NOTAS DEL BELÉN ANTIGUO
Don Fernando de
Toro y Zapata, Encomendero y quien ejerció, en la Provincia de Antioquia, como Alcalde
Ordinario, Contador Real, Tesorero de la Real Hacienda, Alguacil Mayor, Teniente
de Gobernador, Capitán de Infantería y Sargento Mayor de la Conquista de
Tarama; se hace cargo de las encomiendas de Alonso de Rodas, cuando este hace
dejación de ellas en manos del gobernador don Manuel Velásquez de Atienza. Los títulos de confirmación sobre las mismas,
le son reconocidos en la Ciudad Madre, en abril 3 de 1636.
Ni Musa sin jarra ni Enamorado sin guitarra
Don Fernando
quien nació en Nuestra Señora de los Remedios en 1595, ocupa entonces la
estancia, su hacienda de campo y ganadería, del Valle de Aburrá, perteneciente
al mencionado legado, sobre la otra banda (occidental) del río de los Aburráes y
que pasaría a llamarse el Sitio del Guayabal (Aburrá de los Yamesíes) por la
cantidad de arbustos que con guayabas de todos los tamaños, colores, olores y
sabores, existían en esta sabana y ancón; de las tribus antes descritas.
De su unión con
la noble dama, descendiente de españoles, doña María García de Ordaz y Figueroa
nace su única y legítima hija, Ana María, que
heredaría no una sino tres encomiendas (además las de Melchor Márquez y
Bartolomé de la Rúa) cuando fallece el ilustre Oficial Toro y Zapata, a
mediados de 1653.
Don Fernando de
Toro también tuvo como hijo natural, y después reconocido, al clérigo don
Jacinto de Toro.
Doña Ana María
Toro-Zapata y Ordaz-Figueroa asume el control de las posesiones de la mano de
su hijo-dalgo esposo, el español natural de Albacete, don Antonio Zapata Gómez
de Múnera. Ellos, en la ciudad de
Antioquia, habían recibido la bendición nupcial en los primeros años de la
década de 1640. Don Antonio, probando
su linaje, nobleza y su carrera militar
en la Armada Española, ocuparía los cargos de Capitán de Infantería, Capitán de
Caballos Corazas, Alcalde Ordinario, Alguacil Mayor, Regidor y Maese de Campo
General de la Gobernación de Antioquia.
El Patrón del Amor
El desarrollo
del sector que se conoció también como Otrabanda (por tratarse del otro territorio
que dividía el río Aburrá) se le adeuda a estos emprendedores esposos. El ibérico, un enamorado de la minería, pues como buen español seguiría a pié
de letra el consejo del Almirante Cristóbal Colón, quien afirmaba que el oro
era un metal tan precioso que “hasta almas
llevaba al cielo”; descubrió en compañía de su suegro, en los valles de San
Nicolás, los Osos, Ovejas y en los distritos de Piedras Blancas, Tierradentro y
Guarne, sendas minas que explotó hasta su muerte y que dejó de herencia a sus
quince descendientes.
En junio 13 de 1647,
en honor a San Antonio de Padua, inauguran la primera capilla del hoy Belén, la
cual es llamada, igual que al territorio de la encomienda, San Antonio de Aburrá.
En este nuevo
templo, a partir del siguiente año, bautizan su numerosa descendencia los
esposos Zapata-Toro, empezando con su primogénita. Su tío-abuelo, el cura
doctrinero y propietario de la iglesia de Ciudad de Antioquia, vicario y juez eclesiástico
y de diezmos, Comisario y Calificador de la Suprema y General Inquisición, doctor
Lorenzo Cortés de Ordaz y Figueroa la nombra como Marina Gertrudis. En sus dos
hijas siguientes, la Matrona, dividiría su nombre y las hace llamar Ana y
María. El décimo integrante de la familia recibe el bautizo como Antonio,
perpetuando el nombre del padre. Otros
(as) fueron llamados como sus abuelos (as) paternos y maternos.
En la misma
iglesia es llorado, rezado y cantado; don Antonio cuando fallece, en noviembre
29 de 1672.
Quien de poder se alimenta hambriento despierta
Doña Ana María,
al empezar su viudez, se transforma en el poder y el terror de aquella enorme extensión.
Nacía en el límite con la quebrada doña María en Itagüi, abrazando todos los
cerros, lomas y montañas, que se vislumbraban hacia el occidente. Rumbo al
norte, hasta los terrenos cuarteados de la quebrada la Madera, besando los matorrales,
terraplenes y helechales de Hatoviejo, para terminar mirando al oriente en la
caricia compartida entre sus dos afluentes, a norte y sur, con el río de los Aburrás.
Su tenebroso
matriarcado lo ejerció a punta de látigo, torturas, sentencias de muerte y
ejecuciones, dando con ellas principio a la pena capital, en su latifundio, que
impartía su esclavo, el mulato Luis Romero, verdugo oficial, en Patuca En 1905, en el antiguo centro de solemnidades
de los Yamesíes, Eleuterio Ospina fue ejecutado en el cadalso. Al final de esta década se pondría fin a la
pena de muerte en Colombia.
Desde mediados
del siglo XVII y hasta el principio del siglo XVIII, doña Ana María fue la
máxima autoridad, dueña, ama y señora; de aquel latifundio en patronazgo al Santo
Milagroso de Padua y cuya influencia se extendía al más alto nivel económico, político,
religioso, educativo y judicial; respaldada por los cargos regentados por sus
hijos, yernos y demás familiares como veremos.
Juan Zapata y
Gómez de Múnera, alcalde, regidor y alguacil mayor del Santo Oficio. Alcalde
Ordinario de la Villa de Medellín varios períodos.
Don Fernando:
Sacerdote jesuita del Colegio Mayor y Seminario de San Bartolomé. Rector en
Cartagena y Procurador. Profeso de
cuarto voto.
Don Antonio:
Fue comisario de la Santa Cruzada en la ciudad de Ibagué, que pertenecía al arzobispado
de Santafé. Comisario del Santo Oficio de la Inquisición en la Villa de
Medellín.
Don Pedro:
Comisario de la Sagrada Cruzada de las villas de Medellín y Marinilla.
Calificador del Santo Oficio de la Inquisición.
Examinador Sinodal del Obispado. Visitador
Eclesiástico de las ciudades de Arma, Anserma, Antioquia y sus provincias. Cura
Interior de los Osos.
Doña Gregoria:
religiosa adscrita al Convento de las Carmelitas en Cartagena de Indias.
Pedro de la
Serna Palacio, yerno: Capitán, egresado del Colegio Mayor y del Seminario de
San Bartolomé, casado con doña Marina Gertrudis. Encomendero de los indios de
Sopetrán.
Juan de Londoño
y Trasmiera, yerno: Teniente de Gobernador, después General, español nacido en
la villa de Requena, casado con doña Bárbara. Fue el padre de doña Javiera Londoño y Zapata,
ilustre dama precursora de la abolición de la esclavitud en Colombia.
Antonio de
Atehortúa y Ossa, yerno: Alcalde Ordinario, Contador de la Real Hacienda,
vascongado de noble estirpe, a él se le debe este apellido en la provincia de
Antioquia.
Doña Ana María
llegó a poseer la más grande cantidad de esclavos, indígenas, mulatos, mestizos
y hasta blancos empobrecidos, bajo sus dominios, en virtud de su encomienda la
más vasta y poderosa en la historia del Valle de Aburrá. Esta unida a las dos anteriores, tenía a su
cargo los indios llamados Peques, Béjicos, Guaracúes, Aburrás o Aburráes, Yamesíes,
Nutabaes o Nutabes, Ciritabaes, Omagaes, Niquíes, Brutos de la Loma de la Fragua
y agregados al pueblo de San Antonio de Buriticá y los de la Sabanalarga.
Amarrados de la Libertad
Los negros
bozales, o sea los nacidos y capturados en África, (Sudán, Congo y Angola) eran
sus más preciados trofeos traídos desde Cartagena de Indias. Se consideraban
piezas exclusivas de minería llevadas de un lado para otro según las necesidades.
Ana María, era la principal abanderada en ese proceso de transculturación,
donde se les obligaba a aprender la lengua castellana, a perder la maternal y a
adoptar el cristianismo. Por esto
también sintió en carne propia las revueltas y fugas cimarronas que darían
origen a sus palenques, o fortalezas militares, en el Valle de Aburrá.
El primero o
primera de esas fortificaciones se levantó en el inmemorial bosque y humedal del
Ñeque, en la colina que cobija al Rincón de Belén o Belén Rincón (hoy, sobre su
antiguo lomo, es una travesía que conduce al Cerro de Las Tres Cruces) donde fieramente opusieron
resistencia a la aniquilación física y social los ex-esclavizados, además de
retomar sus elementos culturales. Homólogo se localizó en la Floresta en la
altura del sector del Coco. En Robledo despuntó alguno equivalente. Todavía los
buses de este barrio exhiben el distintivo de Palenque-Robledal, ojalá, en su recuerdo.
Cerca de la quebrada Santa Helena, en la vereda Media Luna, florecería otro
semejante…
Endemia y
epidemias
Debido a las enfermedades
que siempre rondaron entre sus subordinados, como la fiebre tifoidea, la
disentería, la enteritis, la diarrea, el beriberi, el tétanos infantil o
varillas, el paludismo y la incurable viruela (para esa época), doña Ana María sintió
la obligación de hacer construir un panteón especial para enterrar a sus
oprimidos, menguados por estas, y contrarrestar en parte las epidemias;
sepultándolos en un sitio totalmente apartado de su capilla principal.
En el tiempo de
la Colonia, los muertos eran enterrados en las iglesias o en recintos contiguos
a ellas. Era una costumbre tomada del cristianismo medieval, donde se creía que
la proximidad al sitio sagrado, garantizaba
al difunto la salvación de su alma. Las familias más adineradas pagaban
a perpetuidad su cercanía al altar, donde tendrían el derecho de asiento,
sepultura y rezos; y con toda seguridad su camino al cielo.
Sólo a finales
del siglo XVIII, las reformas borbónicas trajeron al Nuevo Reino de Granada
nuevas ideas que propugnaban por la salud pública. En los templos, la
proximidad entre los vivos y los muertos era contagiosa y contaminante. Los
olores fétidos que exhalaban los cadáveres a causa de su inhumación, eran
fuente de numerosas enfermedades. El rey Carlos IV, en la Cédula Real de 1804,
insistió en la erección de camposantos fuera de los poblados y adjuntó los
planos para sus construcciones.
Ana María Toro
y Zapata-Ordaz y Figueroa, se adelantó al futuro (gracias a sus cautivos) y
levantó sobre el costado derecho, en el rectángulo que hoy forman la quebrada
Altavista con la carrera Bolívar o 76, hasta la calle 26 y por ésta hasta la
carrera 77 hasta empalmar nuevamente con el riachuelo, el cementerio que
después se le conocería como de San Luis Gonzaga. Hablamos del primer camposanto
que tiene vida propia y separada de los comunes en las iglesias, en el Valle de
Aburrá. Este tiene duración hasta el final del siglo XVIII.
La Patrona
fallece en su hacienda (Belén la Palma) el 12 de noviembre de 1702. Pasado algún tiempo sus descendientes
emprenden las reformas que cambiarían la vida cotidiana que se respiraba en San
Antonio de Aburrá…
Hugo Bustillo
Naranjo.
Montreal,
Canadá.
Marzo de 2005.
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