viernes, 11 de julio de 2014

EL TEATRO MARISCAL -APORTES VARIOS-

CRÓNICA DEL "MARISCAL", EL TEATRO DEL BARRIO


Emilio Alberto Restrepo Baena

El teatro Mariscal fue toda una institución para los jóvenes de Belén de los años 60 y principios de los 70. Ubicado en toda una esquina del parque, la enorme y antigua construcción llena de un extraño encanto nos vio varias veces por semana como bulliciosos testigos de las funciones de cine continuo que sin ningún pudor mezclaban en severos dobles al "8½" de Fellini, con joyas del western spaguety, como “El Bueno, El Malo y El Feo” o “Los cuatro del Ave María”. Allí desfiló una interminable lista de películas de aventuras, empezando por los pistoleros como Dyango, Sabata, Sartana, Trinity, Ringo; inmortales, imbatibles, fumadores, sucios, con una mirada penetrante llena de desprecio y una barba de 8 días, de certera puntería, que cobraban recompensas, amaban con indiferencia a la reina del cabaret de turno y una madrugada partían por la llanura hasta la película siguiente.

Allí vimos todas las películas de chinos, las buenas, las malas; febriles producciones llenas de puños, gritos y brincos inverosímiles, mortales golpes de héroes que derrotaban sin armas a hordas enteras de enemigos quienes en tropel rodeaban al muchacho, el cual en silencio los batía uno a uno, hasta llegar al enemigo principal, a quien invariablemente derrotaba en el sangriento combate final de la película. Era interesante ver como luego de la función salíamos las docenas de niños del teatro voliando pata a lo Tribilín y chillando como condenados en una extraña posesión que nos duraba varios días. Bruce Lee fue un ícono de nuestra generación y sus afiches empapelaban nuestros cuartos mucho antes de que las imágenes de modelos y actrices en cueros o las grandes estrellas del rock lo destronaran de su pedestal

Nunca pudimos olvidar las películas de cantantes. Era emocionante vivir las simplezas de Rocío Durcal, Marisol, Joselito, Angélica María; la superación de Enrique Guzmán que siempre era el muchacho pobre que con sacrificio enfrentaba al destino, los suplicios de Palito Ortega a quien lleno de ritmo y románticas canciones en todas las películas se le moría la mamá, que casi siempre era Libertad Lamarque. ¡Eran una nota! Sabú, Sandro, Leonardo Fabio, Raphael y hasta Julio Iglesias crearon la ilusión de un mundo lleno de canciones y emociones donde el bueno siempre triunfaba y donde todos los problemas se resolvían con música. También pasaban a los mejicanos cantando sus rancheras a grito herido en unos bodrios insufribles y pésimamente dramatizados, pero pegando con mucha fuerza en el gusto popular.

El humor era vital. Por allí desfilaron Viruta, Capulina, Cantinflas, Borolas, Tin Tan, Abott y Costello, Buster Keaton, Chaplin, Los 3 Chiflados y todos los que con gracia nos arrancaban carcajadas. Mirando hacia atrás, hay muchos que hoy no nos provocarían ni una mueca parecida a una sonrisa, pero que en su momento fueron muy graciosos. En especial, hubo varios que nunca volvimos a oír mencionar, como Pili y Mili, Los 3 Supermen, Los Loquitos, Lando Buzanca, Mauricio Garcés. A estas películas íbamos en gallada, y luego nos sentábamos en la esquina a contarnos una y otra vez los tiros, a imitarlos, a sacarles jugo.

Otro estilo que con el tiempo entró en desuso y cayó en un triste olvido, fue el género de los luchadores. Cuántas horas gastamos haciendo fuerza con las aventuras de Santo "El Enmascarado de Plata", Blue Demon, Milmáscaras y varios macancanes mexicanos que se metían en las historias de acción más endiabladas, en unos cuentos todos retorcidos y peor actuados. Crearon una verdadera devoción entre nosotros, teníamos sus afiches, copiábamos el diseño de sus máscaras, coleccionábamos los álbumes de figuritas. El paso del tiempo acabó con ellos. Hoy sólo son un grato recuerdo. Es mejor tenerlas en la memoria, pues es claro que hoy en día no vale la pena ni siquiera intentar verlas.

Era un teatro sano. Rara vez presentaban películas de pornografía. Recuerdo especialmente una, "Las Masajistas", la primera que vi en la vida, a los 8 años, la cual me proporcionó un complejo de culpa que me costó confesión y amenazas de infierno eterno cuando le conté al ingratamente recordado Padre Villegas de la Parroquia. (En una época en que todavía no se desnudaban los vicios de pedofilia y abuso de los prelados de la santa madre iglesia y hablar mal de los curas era un pecado que condenaba irremediablemente al fuego eterno. Satán lo tenga en sus aposentos)

Cuando crecimos, el vacío de cine rojo lo llenó el teatro el Dorado de Envigado, en donde nos dejaban entrar sin pedirnos documentos y donde desfilaron desnudas todas las actrices y los sueños de entonces.

En el Mariscal o "Metropulgas" de nuestros afectos nunca existió la censura; no había ningún criterio de selección de las películas. Invariablemente en el público predominaban los pelados en manadas. Eran ensordecedores los chillidos y silbidos cuando la película se demoraba para empezar, cuando empezaba, cuando se reventaba el rollo, cuando mochaban una escena, cuando el galán besaba a la muchacha o cuando mostraban senos. Era casi un himno cuando en un coro unánime todos gritábamos "-¡Soltá al pelao!"- cuando por alguna falla técnica se interrumpía la película y el pobre proyeccionista pagaba los platos rotos con insultos que infamaban invariablemente a su madre y cuestionaban su hombría. ( A propósito, nunca he terminado de entender por que todos los encargados de las proyecciones en los teatros de barrio, así como los sacristanes de iglesia tienen irredimiblemente fama de homosexuales vergonzantes y muchacheros, y es en todos los barrios). Cuando la luz se apagaba, nos sofocaba el humo que se levantaba en el "gallinero" o parte baja del teatro, más barata y de más mala fama, pues los gañanes prendían los puchos de marihuana y empezaban a tirar objetos, comida, chitos, pedazos de salchichón etc. Las familias o las parejas de novios, o los pelaos sanos, siempre se sentaban en "Platea" en la parte más alta, o en “Balcón”, donde estaban un poco protegidos de los desmanes de atarvanería de los camajanes del gallinero. Era infaltable e irrepetiblemente gracioso cuando en medio del silencio solemne de un duelo de pistoleros, o de un apasionado beso de la pareja de celuloide, un eructo bárbaro, contundente, atronador, rompía la paz, desencadenaba la carcajada histérica del respetable y el consecuente e imparable desorden. Lo mismo cuando el gracioso de turno tiraba una papeleta explosiva en medio de una escena de suspenso que nos crispaba la tensión y los nervios.

Antes de que lo tumbaran para construir un edificio donde ahora figura una entidad bancaria, vimos por última vez "El Mártir del Calvario" con Enrique Rambal, una lacrimosa versión de la Pasión de Cristo. Recuerdo que era en función continua, la daban una y otra vez. Mientras desocupaban el teatro, nos escondíamos en los baños para volverla a ver, para hacerle nuevamente fuerza a Jesús, conservando la esperanza de que en la siguiente versión prevaleciera el bien sobre el mal, pero no, siempre lo crucificaban. Después de 4 o 5 funciones, llegábamos por la noche a la casa, con los ojos hinchados, no sé si de llorar o de ver tanto cine.

En el Mariscal era fácil colarse, pues tenía un vestíbulo muy amplio, en donde era posible turnarse con los amigos para engañar a los porteros. Era muy barata la entrada, casi a la mitad que en los teatros de La América o del Centro. Casi nunca el teatro estaba vacío; por lo que recuerdo, siempre había filas y se veía lleno de gente.

Al Mariscal lo mató el tiempo. Se lo llevó el progreso pues planeación necesitaba el terreno para un ensanche de la calle. Lo mataron los intereses del gran capital. Todos aún lo extrañamos, como en su momento lo lloramos; cuando empezaron a derrumbarlo nos parecía imposible que nuestra fábrica de sueños fuera demolida. Sentíamos que íbamos a quedar vacíos, impotentes ante la desocupación, el tedio y la falta de oficio. El tiempo ha pasado. Cuando lo perdimos valoramos en su real dimensión la importancia de un teatro de barrio. Aún hablamos de él y lo añoramos con nostalgia y gratitud.



Belén y el Teatro Mariscal


"El órgano con que yo he comprendido es el ojo” Goethe.
José Libardo Betancur Pérez

Belén en los años sesenta era todo un pueblo, rodeado de fincas y mangas con ganado vacuno y caballar pastando indiferentes al progreso que se avecinaba. Veíanse aquellas casas con sus abrevaderos, sus corrales, sus gallineros y su olor a leche recién ordeñada. Esos fragmentos pueblerinos se conservarían algún tiempo hasta la llegada irresponsable de los urbanizadores que pusieron el valor de estas tierras por las nubes, constituyéndose en uno de los negocios más espectaculares de esa década en el sector de la finca raíz.

Casonas solariegas de corredores abiertos a la calle, jardines esplendorosos, tiendas y cafetines de mostradores lustrosos y mesas de hierro forjadas al estilo colonial.
El parque, como siempre, ha sido el principal patrimonio urbanístico junto a la Iglesia de Nuestra señora de Belén, con su estilo románico y sus habituales palomas residentes en sus palomares.
La casona más visible y más antigua era –y es- donde funciona la escuela Rosalía Suarez, donde han estudiado casi todas las generaciones de Belemitas.

Casi en la calle treinta 30A con la setenta y seis 76 funcionó el popular teatro Mariscal. Una obra arquitectónica de estilo francés, con una elegante entrada a Luneta y a Palco (con su silletería acolchonada). En la mitad hacia el fondo estaba ubicada galería o el famoso gallinero, dotado de bancas largas de color café, un intenso olor a desinfectante flotaba en el ambiente que era muy soportable media hora antes de la función, por su extraordinaria música ambiental que luego procederíamos a conseguirla. Música italiana, francesa, rapsodias húngaras, Frank Pourcel, Paul Mauriat. Así mismo La Tijuana Brass, Bert Kaempefert…

Antes de describir algunos hechos anecdóticos vamos a dejar constancia de algo fundamental en nuestra vivencia cinematográfica: ¡No existía censura! Siendo la mayoría de edad los 21 años para las películas de adultos-perdón adultas, nosotros aun imberbes ingresábamos por galería y abra bien la boca y ojos que empieza lo bueno.

A mí no me atraía mamar clase para ir a algún lado o a cine, me sentía muy mal y culpado y no gozaba la plenitud de este rato encantador que lo hacía a uno volar con su imaginación.
También sabíamos que había funciones de lunes a domingo en vespertina, matiné y noche. Los lunes era tradicional el doble de películas mexicanas y los miércoles y viernes exhibían ciclos de películas italianas y francesas- la mayoría para mayores de 21 años- y alguna novedad de otros países. No me he podido explicar cómo llegaba cine tan interesante, que no era exhibido en los teatros tradicionales del centro o pasaban por allí esporádicamente.

Fue una oportunidad única que algunos aprovechábamos al máximo. Así fue como aprendimos a educarnos de manera visual y argumenta, reconociendo el valor de un filme o si éste era una desvergonzada lata.

Con los años en tertulias posteriores, intentamos recopilar información acerca de nuestros impactos cinéfilos y cómo nos marcó tal o cual película, ciertos actores-actrices, directores y sus temas musicales.

Hay algo inexplicable, pero ciertos filmes pasajeros, sin gracia alguna y hasta aburridores nos dejaron su huella imperecedera, como si acaso hoy, después de más de cuarenta años, se estuviera proyectando en el teatro Mariscal en este instante de la narración: (en desorden)
→Rocco y sus hermanos con la espectacular Claudia Cardinale, Dir Visconti-Blanco y Negro.
→La Muchacha de la Valija, Visconti. Claudia Cardinale B y N.
→Veracruz: Gary Cooper.
→El Circo: Tony Curtis / Burt Lancaster.
→El Circo: Charles Chaplin
→Abajo el telón: Cantinflas.
→Zabriskie Point: Antonioni.
→El bebé de Rosmary: Polanski
→El Padrino: Coppola / Nino Rota.
→Lo que el viento se llevó: Clark Gable / Vivien Leigth
→Taras Bulba : Jules Brayner.
• Películas de Jean Gabin – Alain Delon – Charles Bronson.
• El Mundo está Loco-loco-loco.
• Películas de Tintan, Resortes, Pedro Infante y Jorge Negrete.
• La Fiesta Inolvidable – Pantera Rosa: Peter Sellers.
• Carmen de la Ronda: Sarita Montiel
• Películas de Gardel.
• La Dulce Vita: Sofía Loren.
• El Extranjero: Camus – Mastroniani.
• Psicosis / vértigo / la ventana Indiscreta Hitchcock.

Un vistazo memorístico que no cubriría toda la filmografía de tantos años en una muestra desordenada no más para dar a entender de qué manera nos conectamos con el 7° arte.

El sector del teatro llamada galería era en ciertos días, como el lunes y en los estrenos espectaculares, un antro de desorden y abierta vocinglería, en donde se fumaba con tanta intensidad que parecía como si la pantalla flotara en una especie de nube gris y sofocante. Los olores era fétidos y se lanzaban colillas, frutas de mango y mamoncillo a diestra y siniestra sin perdonar pinta.

El perfume penetrante de la marihuana se filtraba por los asientos y transmitía ciertos efectos trastornadores que obnubilaban la mente y sensibilizaban ojos y oídos. Si por si acaso la película era erótica, no faltaba el depravado al acecho junto o detrás de la banca o con los ojos desorbitados en los orinales cerca al telón.

Gritar y gritar duro era una especial cualidad para reclamar ante un tijeretazo a la película, una parada intempestiva del rodaje o una descarada flatulencia en un momento sublime iluminado sobre el telón. Era necesario protestar, no pagábamos pues por eso!

Los De La torre, Lorenzo y Andrés cogieron fama y la sostuvieron con su voz de pecho al estilo de los mejores barítonos y tenores operáticos, Octavio hijueputa soltalo. Refiriéndose al irascible Don Octavio el eternísimo administrador del teatro. ¡Ladrones hijueputas, devolvenos la plata!


Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan solo de noche”

Edgar Allan Poe.

coda:

Los Gladiadores
Primero fue en cine, en el teatro Mariscal, en los dobles mejicanos de los lunes vespertina y noche. Las series estremecedoras de El Santo, el Enmascarado de Plata. Que luchaba dentro y fuera del ring como adalid de la Justicia.
Algunos adversarios en el ring también usaban máscaras totales de cabeza y rostro, de la cual eran despojados cuando eran vencidos, era el caso de El Águila Negra, Frankestein, La Momia, The Blue Demon, La Araña, El Payaso, en fin una hilera de héroes y malvados que hacían estremecer a los espectadores, que como en las corridas de toros, van ocultando su sed de violencia y de sangre.
Luego olfateando la creciente afición por la lucha libre, se montó un campeonato en el Coliseo cubierto y se disparó la moda con máscaras y todo, trayendo como consecuencia el aumento en la demanda de atención ortopédica, oftalmológica, neurológica, odontológica y urológica.
La fiebre alcanzó con mayor efervescencia al Liceo San Rafael que contaba coincidenciamente con gladiadores propios en sexto bachillerato. Gigantones que aprovecharon su dotación física innata para montar sus propios espectáculos, surgiendo imitadores decididos como Carecrimen, Kol-Kana y el Gorila Arango.
De la noche a la mañana el parquecito de los Villegas fue convertido en un coliseo al aire y noche libre, armando verdaderos combates, innovando llaves maestras, golpes bajos, torcidas de cabeza, apretón de testículos a traición, mordeduras salvajes en las nalgas, apagamientos de ojos, sofocos por estrangulamientos, esguinces y patadas de despedida.
Famoso fue en esos improvisados torneos la patada voladora del Gorila Arango, que casi deja trompón a Kol-Kana de por vida, produciéndole un hematoma sanguinolento como el hígado de un marrano con hepatitis.
No recordamos si la moda de los Gladiadores continuó, el caso es que KolKana pasó su incapacidad en Aranjuez. Se dedicaría a otro tipo de lucha, pero con trompadas morales.

Otra Coda: Hablando de los teatros de barrio, casi todos desaparecidos, recomendamos esta crónica:

http://www.periodicoelpulso.com/html/0910oct/cultural/cultural.htm



Teatro Mariscal
JOSÉ LIBARDO PORRAS


En el Mariscal vimos nuestras primeras películas de cine. Íbamos allá los martes, que era el día de los dobletes por $ 1,75. Íbamos para ver luchar a Blue Demond o al Santo, el Enmascarado de Plata, para participar en las guerras de cáscaras y frutas de mango y para chiflar y reírnos del mundo y de nosotros.
Íbamos al teatro Mariscal a hacernos hombres.
También iban algunas muchachas de San Bernardo, lo que a nadie escandalizaba sobre todo porque eran de esas que ya no tenían nada que cuidar o no temían perderlo. Iban a hacerse mujeres.
Guacherna, al fin y al cabo, era la clientela del Mariscal. Por eso ver allí a Nana (quizás su nombre fuera Diana o Adriana), no era motivo de escándalo sino de tristeza.
Nana Restrepo tenía 14 años, dos o tres más que cualquiera de la barra, lo que no impedía que todos anduviéramos enamorados de ella. Usaba bluyines apretados y tenis de lona y al andar parecía una gata en celo. Además su cabello rubio era el primer cabello rubio que veíamos en la realidad y ese hecho le confería un poder que ella parecía reconocer y emplear en su provecho: no miraba a nadie de la cuadra.  Su hermanita Luisa era igualmente rubia, de ojos verdes, pero nosotros estábamos enamorados de Nana.
¾Allí está Nana ¾dijo Hernán avanzada ya la primera película del doblete, en medio de un combate, y me la señaló con los ojos.
Comprendí por qué desde hacía rato él guardaba silencio, por qué no aturdía con su silbido estridente.
La vi dos filas más adelante, al lado de un desconocido cuyo rostro se hacía esquivo con el cambio de luces. Él la tenía abrazada y no dejaba de besarla. Nana se movía como si estuviera incómoda y se le juntaba un poco más cada vez, como agobiada por el frío, como si le urgiera refugiarse dentro de ese tipo. Entonces sentí ganas de lanzarle algo y lastimarla, ganas de gritarles que dejaran ver la película. Sentí que una cosa interior se me rompía y lloré en secreto.

Nunca más volví al teatro Mariscal. Todos los martes, en la tarde, a la hora del doblete, tenía algo que hacer. Pero lo que más recuerdo es que en adelante no podía soportar la presencia de Luisa, su voz chillona, su risa, su respirar ruidoso. Ni siquiera soportaba su pelo dorado y sus ojos verdes. No solo se me rompió el amor. También la amistad se me hizo añicos.

2 comentarios:

  1. Muy interesante revivir esos grandes momentos cuanto me gustaría una foto para recordarlo

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  2. Me gustaría ver fotos del teatro mariscal mi correo es alvarezd1235@gmail.com

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