lunes, 27 de junio de 2011

CRONICAS DE BELEN: PATRICIA LOPEZ RESTREPO

RECUERDOS DEL SAN JUAN BOSCO, DEL YUCAL Y DE LA PRIMERA VEZ
Patricia López Restrepo

Ese 28 de septiembre tenía ya motivos suficientes para ser recordado por la inundación. La quebrada se desbordó y anegó el barrio. El colegio San Juan Bosco también sufrió severos problemas y un ejército femenino ayudaba en labores de limpieza. Apenas eran las dos y cuarto de la tarde, cuando después del fuerte aguacero y un arco iris que más parecía una advertencia que una amenaza conciliada, llegó el profesor de química, inusualmente una hora antes de empezar la clase. El salón, situado en el segundo piso, tenía una ventana con una magnífica divisa al barrio pudiendo apreciar diversos aspectos de ese Belén-Granada, —un pedazo tranquilo y amable de la ciudad—, como si fuera una isla en ese Medellín, que soportaba en ese año —mediados de los años 80— un alto grado de violencia causada por las bandas armadas del narcotráfico, de las fuerzas del gobierno y de la guerrilla.
Bueno, en ese año terminaba mi bachillerato. Vivía en El Nogal - Laureles en la carrera 76A con la calle 32 y rutinariamente caminaba unas buenas cuadras, pues el colegio estaba en la carrera 73 con la calle 28. El ejercicio entonces era obligado y esa tarde especialmente, estaba cansada. El profesor de química me solicitó que le ayudara con la preparación del experimento que más tarde realizaríamos en clase, ya que esa semana ejercía la monitoría; sentí su aliento tan cerca de mí, que casi se me caen los tubos de ensayo. Notó de inmediato mi ansiedad y mi susto y se me acercó más, hasta rozar mi mano. (Todavía recuerdo su perfume, aunque han pasado más de 23 años).
Su olor era una mezcla de sudor, perfume, dentífrico, chicle, fruta madura exótica y madera resinosa. Por lo primero me atraía, por lo otro me embriagaba, por otro me daba confianza y por los otros me enamoraba y me apegaba.
Cuando se acercó más me miró a los ojos y me di cuenta, que aunque era doce años mayor, tenía más miedo que yo con diecisiete.
Su abrazo me dejó sin defensas, pues los tubos que me había encomendado lo impedían. Lo que siguió fue ese fuego en nuestras bocas y su urgencia para voltearme y para levantar mi faldita. Sentí un gigante en mi cuerpo que me dejó paralizada y su voz nerviosa que me decía: “Mira allí, nenita, ese cielo tan lindo, míralo allá en la ventana, mira allá esa nube, allá está esa tienda, se llama El Yucal y allí te llevaré a oír un bello bolero, allá está ese otro pedazo de cielo; mira nenita —y sus manotas en mis pechos— mira nenita ¡Qué perfume más maravilloso tienes!” Y así me iba mostrando pedacitos de cielo, mi cielito, decía con voz entrecortada, la respiración agitada. “Mira allí en El Yucal se cocinan éstas y otras historias y allí está la peluquería de Alba y allí la fábrica de buñuelos. Mira nenita: ¿Ves el aeropuerto? En ese avión gigantesco nos iremos al mar, y por allí, por aquella calle vamos a tu casa nenita, por allí se va, subimos por la 28 hasta la 76, en el parque de Belén nos comemos un helado que por muy rico que sea no será tan rico como tú” —y me daba otro beso— y me apretaba más. “Seguiremos por la escuela Rosalía Suárez que es una casa vieja que se derrumba, ¡Ay que miedo! ¡Amenaza ruina! ¡Vamos, vamos pronto!” —y me daba otro beso— y yo a todas éstas con los ojos cerrados oyéndole ese tour, imaginando esa caminada y mientras tanto sentía cómo ese primer hombre me llevaba cadenciosa y ardientemente a esa dicha incomparable. Me seguía contando la caminada por Miravalle, y yo seguía con los ojos cerrados —y me apretaba más fuertemente— hasta que ¡Ay mi cielo! Ese estallido de mil estrellas, ese volcán en erupción, ese séptimo cielo que se ilumina, ese bing bang, ese momento inicial, ese origen del universo... —y me seguía susurrando—: “cierto que ese helado no es tan rico como tú?”
Mis rodillas temblaban, las fuerzas me abandonaban...
Cuando abrí los ojos no sabía dónde estaba, pero lo primero que vi, allá abajo, fue el granero El Yucal y recordé de nuevo el tour que mi hombre había iniciado allí, donde me compraba las cajitas de chicle.
Entonces, ya mi vida cambiaría, otros colores luminosos se añadían a la paleta.
— ¿La primera vez?— Me preguntó. —Si, ¡Qué maravilla que fue contigo!—, le dije lentamente en el oído, dándole un beso. Todavía me abrazaba cuando sonó la campana. Eran las tres menos cinco de esa incomparable tarde y pronto empezaría la clase de química...

Mes y medio después me graduaba y la hermana rectora Paula Elena Q. me daba el diploma, la hermana Marta Elena M., coordinadora académica, me felicitaba, Melania O., los profesores Sofía Celina T., Óscar B., Mario E., y Raúl A. me miraban y Luz Adriana F. daba gracias a Dios porque ya no volvería el próximo año, pues también estaba enamorada de mi profe. En esta foto que ahora veo quedó congelada su mueca de envidia y rabia.

Terminaba así esa tercera y casi definitiva etapa de mi vida y ahora me esperaba Medicina en la Universidad de Antioquia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario