viernes, 11 de julio de 2014

LOS ESTUDIANTES DE LA UNIVERSIDAD Beatriz Villegas

Crónica de una revuelta inusual vista por una niña de principios de los años 70: los desórdenes protagonizados por los estudiantes de la Universidad de Medellín, institución privada, que siempre ha sido ajena a este tipo de manifestaciones.

En la tarde cuando llegamos del colegio, al bajarnos del bus en la calle 30 había una zozobra en el ambiente, la empleada del servicio nos acompañó hasta la casa en un acto inusual de protección, estábamos habituados a caminar las cinco cuadras por la acera y aprendimos que no había mayor peligro, pero esa tarde los ojos de Irene  estaban alerta y no escondían un temor por algo que más tarde nos enteraríamos.

Al cabo de media hora de llegar a la casa un sonido de voces uniformes en un canto monótono pero agresivo en su volumen comenzó a llenar  las calles desde las cuadras de arriba, mi mama no nos dejaba asomar por el patio trasero  que bien hubiera sido una atalaya porque dominaba la vista de la calle 30 desde la universidad de Medellín  hasta el cruce con nuestra calle.

El rumor iba y venía los pasos marchantes desde lejos anunciaban una rebelión explicita y sería una aproximación brutal pero inquietante a la violencia.

A la esquina de nuestra cuadra llegaron los carros cargados  de policías armados de  escudos y de cascos con unas moles de bolillos que a nuestros ojos de niños se antojaban enormes, asistimos desde la ventana a la que le quitamos las celosías para poder sacar la cabeza sin que los adultos de casa se enteraran; los agentes  bajaban rápidos, se colocaban atrincherados detrás de los árboles y se ocultaban en los muros de las casas, el jefe gritaba órdenes en tono  excitado, los policías obedecían y asentían callados esperando la turbamulta que bajaba  compacta como una peste de abejas zumbonas.

Habían pasado unas dos horas de gritos desmedidos de los estudiantes y de espera paciente de los policías y  de repente un muchacho peludo tiró una botella con gasolina  hasta el sitio de guardia de los policías, esto los enfureció y comenzaron a perseguir a los estudiantes, desde nuestra trinchera asistimos  a los bolillazos en la espalda,  y las patadas brutales a los que lograban atrapar. Los muchachos arrogantes  en masa empujaban a los policías y lograban cercarlos mientras el jefe los instaba  a permanecer en calma, mientras gritaba como un energúmeno amenazando a los estudiantes con las manos en alto. No logramos adivinar en qué momento se abalanzaron los muchachos contra los policías en una masa  amorfa y enardecida que lanzaba piedras, botellas y gritos dispares y  agresivos, de modo que los policías también una masa verde, empujaba, golpeaba y vociferaba.

En la ventana  desde donde mirábamos apareció un muchacho bajito moreno con los dientes muy grandes y blancos al que habíamos visto golpear a los policías con furia, y lanzar papas explosivas que sacaba de  su mochila como un mago saca  palomas, cada una explotaba más cerca de nuestra ventana y los policías lo iban cercando,  nos rogó con la mirada que abriéramos la puerta para esconderlo, mi hermano y yo abrimos la puerta de la casa y en un segundo la sala estaba llena de  muchachos, sudorosos y   por primera vez supe a que olía el miedo, jadeantes corrieron hasta el jardín trasero y  saltaron la verja  en una exhalación; de modo que  escaparon hacia la calle  de atrás donde no había ningún disturbio. Mi mama y la empleada se quedaron paralizadas al ver ese  espectáculo de locura y frenesí de los muchachos que desaparecieron sin que los policías se enteraran en sus barbas que habían escapado, mis hermanos y yo quedamos fascinados y hablamos del suceso por muchos días y sin saber por qué se peleaban los dos bandos, nos causó honda a admiración que uno pudiera rebelarse contra la policía y  escapar con vida.

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