lunes, 18 de enero de 2021

El Yucal, la historia de una de las últimas tiendas mixtas de Medellín

 

El Yucal, la historia de una de las últimas tiendas mixtas de Medellín


JUAN DIEGO QUICENO MESA | PUBLICADO EL 15 DE ENERO DE 2021

  • El Yucal está ubicado en la cra. 73 #28 77 de Belén Granada. Foto: Julio César Herrera
    El Yucal está ubicado en la cra. 73 #28 77 de Belén Granada. Foto: Julio César Herrera
  • El Yucal, la historia de una de las últimas tiendas mixtas de Medellín
  • El Yucal, la historia de una de las últimas tiendas mixtas de Medellín
  • El Yucal, la historia de una de las últimas tiendas mixtas de Medellín
 
 
JUAN DIEGO QUICENO MESA | PUBLICADO EL 15 DE ENERO DE 2021
 

Hubo un tiempo en el que El Yucal fue solo una tienda. Hubo días en los que don Alfonso Naranjo vendía arroz o huevos o leche. Se ubicaba tras su mostrador color caoba y atendía a amigos y extraños. De aquellos años solo quedan unas estanterías repletas de pasado: botellas, cajetillas, calcomanías de una Medellín que ya casi no existe y que encuentra allí, en esta tienda que cada vez es menos tienda, un hogar para sobrevivir.

Aquí el pasado y el futuro pasean a su antojo. Ochenta años existiendo en esta esquina de Belén Granada hacen de El Yucal una de las tiendas más antiguas de Medellín y un repositorio de sonrisas. Esas que revisten las paredes de la tienda de don Alfonso en decenas de fotografías. Él se desliza entre ellas recitando cumpleaños, ayeres que ya fueron y una que otra anécdota de los que ya solo viven en ellas.

“Hace más de 40 años que estamos acá, pero la tienda tiene por lo menos otros 40 más en manos de otros”, dice, mientras abre una media de aguardiente antioqueño. Viste una camisa azul clara que hace tono con su piel y su pelo, tan blanco como encontrar una nube en día soleado. Habla duro, como tal vez está destinado a hablar uno de los últimos dueños de una tienda mixta en la ciudad y el séptimo de 14 hijos.

“Mi padre era un finquero pobre. Tuvo 14 hijos y todos ellos estudiaron, menos yo”, apunta mientras pide que le traigan el último libro al que está enganchado. “Soñamos que vendrían por el mar’, el relato que hace el escritor Juan Diego Gómez de la juventud de los años 70 en Colombia. “En la mía yo era muy andariego. Yo he visitado 700 municipios, lo que tal vez muchos alcaldes no han viajado”.

Historia de la tienda mixta El Yucal y de su dueño, Alfonso Naranjo

“Cuando me casé, mi mujer me amarró”, reconoce en la mesa en la que se sentaba con ella. “Estuvimos juntos más de 40 años, siendo tan felices como pueden ser dos personas”. Murió hace poco más de un año, dejando vacía la silla en la esquina de El Yucal en la que escuchó los boleros románticos que don Alfonso le predicaba casi todos los días. “Ella cambiaba el ambiente de este lugar”, reconoce el hijo menor del matrimonio, Juan David. A El Yucal llegaron sin muchas pretensiones de durar en el tiempo. Compró la tienda junto a un socio que después le vendió su parte. “Era de esos que solo les gusta ver trabajar”, tira la puya con una mueca mientras se levanta a decir, por cuarta vez, que por esta tarde no hay chorizos.

Un hogar para todo

Nadie sabe cuál es la clave. En una ocasión una mujer llegó airada a gritarle a don Alfonso que sabía dónde comprar los chorizos. “Ah, yo le dije que los comprara. Es que chorizos venden en todos lados, ¿pero le quedan igual de buenos”.

En la esquina de la estantería hay una paila lustrosa en la que ocurre el milagro. Allí, entre semana, al son de un bolero y con el sabor del anís en los labios, don Alfonso va pasando la noche echando y volteando chorizos. La clave, dice, es la paila, que viaja con ellos allá a donde la familia vaya. En esta tienda el tiempo se comprime en cada objeto. Si El Yucal tiene más de 80 años, la paila de los chorizos tiene por lo menos 15.

“Esta cuadra se llena. Vienen personas de todos lados a esperar un chorizo”, se vanagloria de su sazón. “Él dice eso, pero en realidad, más que por el chorizo, vienen por él. Y jóvenes también”, responde Juan David.

Justo al lado de El Yucal se ubica la Casa Cultural Un nuevo error, un centro de reunión de artistas que poco a poco han colonizado la tienda de don Alfonso.

Y así, noche a noche, el piso en mosaico antiguo de la tienda recibe a jubilados que se encuentran a hablar de una vida vivida y a jóvenes que se retiran a una esquina a bailar en el espacio de una o dos baldosas un tango argentino. “Son muchachos que no dicen una sola mala palabra”, habla de sus clientes, personas que elige con cuidado.

“Si a mi no me gusta alguien no lo atiendo y ya. Yo acá no estoy ya por la plata”. Como esa vez en la que un hombre llegó en aires de pelea y le gritó al dueño de la tienda, “¿usted sigue igual?”. “Y le respondí: No, yo me pongo mucho peor con los años”.

Un club con horarios

En El Yucal, se precian sus dueños, no hay peleas ni trifulcas. No las hay sin importar que la conversación llegue a temas como la política. “Acá vienen muchos políticos y personas de todas las vertientes” dice don Alfonso. En el pasado cambiaba cada cierto tiempo las caras y recortes de periódicos que cuelgan de un tablero en su tienda. Día a día aparecían políticos de todos los partidos. “Todos llegaron a ver ahí a su favorito y a su más odiado. Yo estoy seguro de que algún político pensara que yo le di muchos votos”, se ríe, antes de agregar, con tono solemne, que la clave es que nadie sabe ni sabrá a qué Partido le profesa él su confianza.

Historia de la tienda mixta El Yucal y de su dueño, Alfonso Naranjo

“No hay peleas porque esto más que una tienda es un club. Acá vienen los mismos de siempre a hablar de lo de siempre”. Los mismos que saben los horarios en los que El Yucal funciona, que no son más que aquellas horas que don Alfonso le quiera dedicar.

De 8 a 12 a.m. y de 2 a 10 p.m. A las 12 cierra, esté quien esté; y a las 8: 30 p.m. se ha retirado el último semestre a ver Pasión de Gavilanes, la novela que lo engatusó igual que un libro. “No me vuelvo a enganchar con novelas”, dice mientras mira su reloj, pendiente de que no se le pase. Tres vacaciones al año: una entre enero y diciembre; otra en semana santa y una más en septiembre. Viajes ya no solo a municipios colombianos: Argentina, Guatemala o Panamá.

Y Estados Unidos, el país al que no volvió, dejando perder su visa, porque a su esposa no le gustaba, “se aburría mucho allá”. Durante sus vacaciones El Yucal cierra. Poco serviría si abriese, reconoce su hijo, si no es atendida por don Alfonso. La tienda y él van a un mismo ritmo. Él la conoce y se mueve en ella con la confianza que solo da el tiempo. Ella lo ha definido y le ha dado un lugar en Medellín.

En los últimos años los nietos y bisnietos han reñido con esa relación. “Yo soy un hombre muy familiar. Ya no me gusta tanto trabajar, quiero pasar todo el tiempo con ellos”. Hasta hace poco, fotografías de los menores de su familia colgaban también en las paredes junto a los amigos ilustres de la tienda. Un día cualquiera, don Alfonso las quitó y se las llevó a casa. El Yucal fue desde ese día un poco menos de don Alfonso.

“No he tomado una decisión”, dice en un hilo de voz. El tiempo ha tentado, tal vez, el momento del retiro. A sus 78 años, él y el Yucal se han acompañado el uno al otro la mitad de sus respectivas vidas. Se resisten a los cambios y al abandono mutuo.

Hubo un tiempo, uno muy atrás, en que El Yucal fue solo una tienda y don Alfonso solo un tendero. Hoy de eso ya no queda nada. En esa esquina privilegiada del barrio Belén Granada sobrevive una parte del corazón de Medellín: uno que late al ritmo de don Alfonso y sus chorizos.

Historia de la tienda mixta El Yucal y de su dueño, Alfonso Naranjo
Infográfico

CONTEXTO DE LA NOTICIA

Cuenta el mito que se llama así porque en una de sus tantas compras y ventas, uno de sus sueños la adquirió con lo ganado tras la venta de un sembrado de yucas. En algún momento de su historia, antes de que llegara don Alfonso, la tienda se llamó “Consulado de Pácora”.

Juan Diego Quiceno Mesa

Periodista de la Universidad de Antioquia con estudios en escritura de guión de ficción y no ficción.

1 comentario: