lunes, 27 de junio de 2011

CRONICAS DE BELEN: WILLIAM ALVAREZ

LA REPETICIÓN ACABA CON LA RESISTENCIA:
Declaración Pública para Construir una Biblioteca.

William Álvarez

“Para conocer el gusto de una pera hay que transformarla comiéndola.”
(Mao Tse – Tung )

Desde las bibliotecas queremos pensar, sentir y percibir las expresiones que significan o simbolizan los escenarios y los sujetos que integran los servicios bibliotecarios. Para nosotros, es importante lo que acontece en medio de los estantes, en el puesto de circulación, entre los libros, en una hora del cuento, en la cartelera; pero también, en la cafetería, en la calle, en la escuela, en el semáforo, en la acción comunal, en la organización juvenil, en el parque, en la ciudad y sus planes de desarrollo. Por eso, la reflexión —dentro y fuera— sobre los servicios, los hechos o las tendencias que se expresan en la biblioteca, nos deja con la alternativa de estructurar y singularizar aún más lo que se realiza a diario.
Imaginamos y concebimos la biblioteca como un gran escenario de humanidad, en el cual los hombres se conocen, comunican, conviven, ritualizan y descubren el resto de la especie, su microcosmos, los fenómenos, lo íntimo o lo público y las visiones del mundo.
La biblioteca, por su parte, se abre entonces a esas dimensiones que permite conocer los modos y experiencias de vida, a su vez las concepciones y tendencias; por ello, es un hábitat, un movimiento, un flujo, una institución que permite construcciones sociales; que posibilita crecer y creer en las relaciones humanas, tejer pensamientos —y por qué no, emociones— hacia el desarrollo favorable de las potencialidades de los seres humanos: En el planteamiento de los discursos y debates, en las tensiones de las ideas, en la búsqueda y encuentros con los fantasmas sociales, entre la incertidumbre que desordena la rutina; en medio de las razones, los sueños, las pasiones, las diásporas, las paradojas y contradicciones; en esa relación cara a cara que nos plantea por momentos que el otro soy yo y que Alfred Schutz lo recuerda en este hermoso pasaje:
“Supongamos que tú y yo estamos mirando un pájaro en vuelo. El pensamiento pájaro en vuelo está en cada una de nuestras mentes y es el medio por el cual uno de nosotros interpreta sus propias observaciones. Ninguno de los dos podría decir si las vivencias en esa ocasión fueron idénticas. (…) Sin embargo, durante el vuelo del pájaro, tú y yo hemos envejecido juntos; nuestras vivencias han sido simultáneas. Quizá mientras yo seguía el vuelo del pájaro noté por el rabillo del ojo que tu cabeza se movía en la misma dirección que la mía. Podría decir entonces que los dos, que nosotros, mirábamos el vuelo del pájaro. Lo que hago en este caso es coordinar temporalmente una serie de mis propias vivencias con una serie de las tuyas. (…) No pretendo poseer ningún conocimiento del contenido de tus vivencias. (…) Me basta saber que tú eres un congénere humano que estaba mirando la misma cosa que yo. Y si tú has coordinado de una manera similar mis experiencias con las tuyas, ambos podremos decir entonces que nosotros hemos visto un pájaro en vuelo”

Creemos que la biblioteca tiene sentido cuando se le mira no de forma textual, sino contextual; entonces, la cultura, la proxemia y la toponimia, la memoria y sus olvidos, los problemáticas sociales, los conflictos de la humanidad, la sociedad de consumo, los deseos colectivos y secretos, las represiones y silencios, los modelos económicos, las representaciones o imaginarios sociales, los medios de comunicación masiva, la casa, la calle, el barrio, la ciudad, aparecen vinculados en las entrañas del cuerpo de la biblioteca —en su piel, huesos, cartílagos, venas, lengua, corazón y cerebro—
Nos queda entonces el reto que Kant nos plantea “No se deben enseñar pensamientos, sino enseñar a pensar”. En esa medida pensar, sentir, soñar y actuar son sólo caminos, caminos de nunca acabar que cada quien emprende —solos, con su par, en tribu—.
Compartimos con ustedes cuatro capacidades o facultades inherentes en el ser humano que debe ser parte de nuestra cotidianidad dentro del trabajo en la biblioteca: Las capacidades de descubrir, de asombrar, de conversar y de comprender.
La biblioteca debe enseñar a descubrir: Que tanto los bibliotecarios como los usuarios emprendan la tarea de explorar infatigablemente; es decir, de encontrar para después empezar a buscar, de buscar aunque necesariamente no lleguemos a encontrar —y darse la oportunidad de volver para no tener la desazón de encontrarnos con la última vez— y ello debe ser permanente, en los estantes, en la calle, en el hogar, en los recuerdos, en lo íntimo, en el paradero del bus, en la estación del Metro, en los programas y servicios que la biblioteca tiene con su comunidad. De esta manera el conocimiento estará en constante tránsito y renovación, y pondrá en permanente cuestión nuestro modo de vida, tanto para solucionar los problemas, como también para problematizar las soluciones. —Claro está que siempre habrá dudas sobre los hallazgos que dentro de la biblioteca se tenga, claro está que siempre llegaremos con temores a las incertidumbres, a las dudas—.
Enseñar el asombro: Esa capacidad de sorpresa y de conmoverse ante la vida y de saltar el muro de la rutina. Esa forma de quitarnos la anestesia; de estar siempre preparados para recibir la visita de lo que no se esperaba. Asombrarnos ante una noticia, por lo que acontece en las calles —ante esa brutalidad de los sucesos— ante la miseria del semáforo, de algo que pasa en el barrio, ante un concepto, un número o una frase, ante una mirada que ensueñe la ausencia; es decir, todo lo que nos falta dentro de la mirada y fuera de ella, y que a veces nos deja con esa irreductible capacidad de cerrar los ojos para poder empezar a ver. Sorprendernos por lo que le pasa al vecino, al congénere. La biblioteca del asombro, que nos cambie el lenguaje prosaico y rayado, y muestre la piel al revés del sentido común, que nos dé sentido de pertenencia y nos ayude a poner la “mirada donde terminan nuestros ojos”, para ver a veces más allá, más lejos; más allá de los anaqueles, y así observar cómo nos acecha la realidad.
Enseñar la capacidad de conversar: Acostumbramos a ir del monólogo al discurso, y desde esos estados imponemos, somos soberanos o súbditos, ponemos barreras, parapetos, desencuentros, exilios —tú eres el alumno, yo soy el maestro; tú eres el hijo, yo el padre; tú eres el empleado, yo soy el jefe; tú eres el usuario, yo el bibliotecario—. En la conversación existe la posibilidad del consenso, del acuerdo, de escuchar al otro, del intercambio, del trueque. Es ver horizontal al otro, su palabra, su concepto, sus ideas, su vida. Que conversen los saberes, las disciplinas con las experiencias de vida, la biblioteca con la calle, el bibliotecario con el usuario, con el líder comunitario, con el desplazado, con el señor de la tienda, con el ciudadano. Octavio Paz decía “conversar es humano”.
La biblioteca debe enseñar a comprender: El saber de los sujetos y de las culturas, los modos y condiciones de vivir. Desde allí, se tiene la posibilidad de discernir, comparar, diferenciar. Las prácticas o usos se manifiestan en relación con los contextos particulares —en la cotidianidad, en la micro historia— y son concomitantes con los contextos universales (culturales, históricos, políticos, económicos, etc.); es decir, que la relación permite la mezcla de las historias singulares —dentro de la biblioteca y fuera de ella— con los acontecimientos universales de las sociedades.
Toda acción es la causa o el resultado de niveles de aprendizajes significativos —pero también insignificantes, invisibles, ineluctables— que se elaboran en los procesos de cognición, en el sentimiento y en las experiencias de vida. Cuando se logra comprender el grado de significación de las vivencias se tiene la posibilidad de ser conscientes, conocedor de los derechos propios y de los derechos de los demás; de ser justo en el gobierno de sí mismo.
Por eso, cuando siempre entramos a la biblioteca, como habitantes o pobladores, para emprender conquistas, descubrimientos o encuentros, dejamos de repetirnos y sentimos que nos inventamos, a veces con el cuerpo de homo sapiens, a veces con el de homo faber o también con el de homo ludens, en medio de esos “días unos tras otros, que son la vida”.

Bibliografía:

Antropología del Territorio. José Luis García. Taller Ediciones. Madrid.
El Aula sin Muros. E. Carpenter y M. McLuhan. Ediciones de Cultura. Barcelona.
La Construcción Significativa del Mundo Social. Alfred Schutz. Paidos. Barcelona.
Una Ciudad Imaginada. Armando Silva Téllez. Universidad Nacional. Bogotá.

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