El historiador Hugo Bustillo Naranjo, actualmente residenciado en Canadá, tiene una miscelánea de anotaciones varias en torno a Belén. Veamos algunas:
BELEN PATUCA
Como
Patuca designaban los indios Yamesíes su lugar de ceremonias, encuentros y
sitio de sus más importantes reuniones tribales. Sólo existe un edificio sobre
la calle Céspedes (30 A) con la carrera 73, que rememora este antiguo y sonoro
nombre del sector principal, conocido ahora como Belén Parque. El perímetro donde
se encontraba enmarcado, figuraba entre las quebradas Altavista y la Picacha en
su canal natural, y desde la carrera 78 o Colón, hasta la carrera 72 o el
Zanjón de los Búcaros. A quienes habitaban entre éstos límites los apodaban
“patucos”. El Instituto del Seguro Social, hasta los años noventas, en las
tarjetas de atención a sus afiliados, reportaba y respetaba el nombre de Patuca
como su sede de Belén.
Juan
María Céspedes, uno de sus párrocos más queridos y admirados, quedó honrado en
la nomenclatura del barrio. Para no ir muy lejos, enfrente del primer inmueble,
arriba mencionado, se ubicaba antiguamente la Fábrica de Cigarrillos de Ricardo
Escobar. Producía los afamados, baratos
y alquitranados; cigarrillos Cruz y Ginebra. También el Cientocho y
Cientocatorce, donde esa era la cantidad
en cada taco o paquete. Igualmente clasificaban los tabacos, con o sin anillo
de papel, pues en éste llevaba registrada la marca. Además elaboraban las baratas y ordinarias
Calillas, que por gruesa salían más económicas. Era la placentera competencia de Coltabaco.
Barro, Cadalso y Plomo
La vida de Patuca era la plaza y su entorno, con casas de estilo
colonial, altos muros de tapia arcillosa, otras de bahareque con caña
entretejida, de techos generosos, amplios porches, zaguanes y corredores, protectores
aleros, puertas y marcos de madera tallada, grandes aldabones, ventanas arrodilladas
y tejas de barro-greda elaboradas en los cercanos tejares de Quebraditas,
Altavista o el Rincón; que entregaban al visitante y a los propios el más
gentil panorama.
En el centro de aquella, la especie nativa Bala de Cañón o Cocuelo, que
aun perdura, del cual sólo existen tres
en Medellín, acompañada de árboles de caucho, guayacanes y palmas; eran
testigos mudos, imponentes e impotentes de las ejecuciones que allí se llevaban
a cabo. Igual destino sucedía dentro del
mismo territorio, en el Puente de la Concordia, tristemente llamado después de
Guayaquil. En 1907 recibe a Fructuoso Pareja, su último condenado y fusilado. Con
su deceso se pone fin oficial a la pena de muerte en el Departamento de
Antioquia
Barajas, Tabaco y Ron
De los Alcaldes que disfrutó Otrabanda en el siglo XIX siempre se
recordará con cariño a Miguel Velásquez. Y, gracias a la terquedad de
Bernardino Pérez, pudieron desmembrar eclesiásticamente este territorio de la
Parroquia de la Candelaria. Con sus gendarmes (que eran los mismos padres
cabezas de familia de Patuca rotados cada semana entre sí) mantenían la severa vigilancia
sobre los pícaros que ya todo el mundo conocía, sobre los tahúres y los vendedores
clandestinos de tabaco, chicha y tapetusa. Con sus rondas de medianoche,
trataban de evitar cualquier obscenidad en las parejas que se perdían entre los
vados, piedras y arenales, de las quebradas y en los matorrales y las mangas,
adyacentes a Patuca.
Marquitos Mesa y Ananías González; oídos sordos le prestaban a cualquier advertencia. Muy orondos esperaban los arrieros de Ebéjico, Sevilla, Armenia y Heliconia, que desfilando, entraban por Aguas Frías, Guanteros y Pantanohondo, para tratar de desplumarlos tirándole sobre sus ruanas, las muelas de Santa Apolonia. Si no, en la tahuriada de tute y fierro, a la luz de su lámpara caperuza, alimentada con petróleo, y acompañados del apetecido guarrús, en las mangas del Llano de los Pérez, hoy barrio Granada. Cuentan que alguna vez esas “alhajitas”, un Jueves Santo, mandaron envuelto en una sábana rota, y sin una marmája para su casa, a Rafaelito Cataño. Su señora, Joaquinita Quiceno, le reclamó airada y le aseguró que eso le había sucedido por jugar en Semana Santa. Rafita, muy resignado, le contestó que dejara de ser boba que los que le ganaron no estaban en la Semana de Pascua.
El Camino de la Chúcura
A propósito de Aguas Frías, la mayoría de las señoras del barrio se
dedicaban al lavado de ropas y a la elaboración de sombreros de caña.
Extendidas, en las márgenes de la Picacha, asemejándose a grandes manchas de
nieve, era muy común ver de lunes a viernes grandes cantidades de sábanas,
fundas y sobrecamas blancas. Las que
contenían algunas manchas las dejaban durante la noche para que el sereno la
despercudiera. La de trabajo y color, a punta
de garrote la organizaban en tandas separadas. Los sábados en la mañana, muy
tempranito, emperifolladas, bajaban las matronas, con sus cargas de ropa almidonada
y planchada (con planchas de carbón) montadas en los carros de bestia de los
hermanos Torres, hasta el parque de Patuca donde las entregaban y recibían su
pago; como también los nuevos atados o bultos para la siguiente semana.
Albergues, Misceláneas y Queso de
Bola
Este marco de la plaza tan lleno de nostalgias y de historias, también
albergó en la calle de la Pola (la 31)
el hotel de Carmelita Escobar donde, tiempo atrás, reposaban maestros,
inspectores, estanqueros, empleados ocasionales, comerciantes y viajeros. Su
esposo Eduardo Maya tenía montada su peluquería, en el primer piso, que era la
más barata de aquellos años. Mientras
que Avelino Gallón Saldarriaga, la competencia, cobraba 0.15 centavos por
motilada, “Mayita” cobraba 0.09 centavos y encimaba un banano.
En esta misma calle estaba la joyería y a la vez prendería de Bertoldo
Pérez. Muchas veces veía con alegría, regresar sus antiguos aderezos, anillos,
cadenas y relojes; ya no en sus cajitas originales de terciopelo, donde los
había empacado para su venta, sino envueltos en pañuelos, para ponerlos a
“cantar” en esa “peña”. Las joyitas se “ahogaban” cuando por descuido, alguno
perdía la boleta o no pagaba a tiempo los subidos intereses.
A sólo unos pasos se encontraba
la sastrería del violinista José Pabón. “Chepe” era sastre por herencia
pero violinista por vocación. En las tardes sus notas dormitaban a Tenchita,
quien vendía, después de la misa de seis de la mañana y hasta las horas de la
tarde, las ricas golosinas a todos los escolares. El puesto de Hortensia Ramírez,
en el atrio parroquial lo heredaría, Teresita Mesa. A ella, los muchachos, por
hacerla rabiar, le gritaban “mamoncillo”. Tere, les contestaba tirándoles las
piedras y palos que encontraba. Cuando a las palomas les faltaba el maíz, de su
bolsillo, les costeaba el alimenticio grano.
La zapatería que más vendía y que no daba abasto, en Patuca, era la de
Miguel Escobar. Jairo, uno de sus hijos estudió música y se consagró como
reconocido tenor. Dos de sus hijas Ángela y Mariela, se unen al recuerdo con
sus hermosas voces y por ser siempre, en su tiempo, invitadas de honor a los
espectáculos presentados en todo Belén.
A pocos metros, los hermanos Cuartas Cadavid, Valentín y Eugenio, con sus
graneros mixtos en los ángulos de la plazoleta, hacían ochas y panochas, con la
venta de cacharros, víveres, materas, picadura y licor. La parva caliente era
punto aparte. La pregonaba una proporcionada morena, que con un cajón, sobre la
cabeza y una canasta en las manos, recorría los vericuetos de Patuca, era
Candelaria Ortiz, o la Cajonera de Tenche.
Fabio Galeano, conocido también como “requesón”, los fines de semana,
venía desde San Pedro de los Milagros, y ocupaba su marcado lugar del costado
derecho. Vendía el queso de banco para
los buñuelos, el queso de ojo, el
quesito de hoja y un quesillo, llamado de bola o de capas, además de la mantequilla,
que era pura crema.
Boticas, Demandas y Camposantos
El médico más caritativo y bondadoso fue el doctor Miguel Velásquez
Escobar. Su farmacia la administraba el honesto marinillo, Samuel Ramírez. Los
pacientes salían aliviados no sólo con la consulta, sino con la rebaja y muchas
veces el regalo que hacía con sus medicinas a los más necesitados. Su hijo,
David Velásquez Cuartas, siguió su ejemplo, practicó la caridad con sus
enfermos y llegó a ocupar la decanatura de la Facultad de Medicina, de nuestra
querida Universidad de Antioquia.
Ejercían el oficio de “abogados” en el altozano de la iglesia, de
Nuestra Señora de Belén, uno a cada costado, el llamado maestro Eudocio Pabón y
Juan de Dios Cuartas a quien, por sus ínfulas de jurista, apodaban “Midiocito”.
Las consultas jurídicas, querellas, reclamos y memoriales; pasaban por las
manos de estos amables leguleyos, quienes daban un visto bueno para los
abogados titulados de la ciudad.
Al lado de la iglesia, en los terrenos donde hoy la tradición educa la
niñez, en la Escuela Rosalía Suárez, se acostaba el segundo cementerio de
Belén, que reemplazó al de San Luis Gonzaga. Con la pérdida de los libros
eclesiásticos de Belén, relativos a los
siglos XVII y XVIII, muchos datos histórico-religiosos en polvo se
convirtieron. El cementerio actual en Miravalle hizo el cambio cuando dejó de
funcionar el del atrio a mediados de 1850. Aunque se le llama de Belén su
nombre real es Cementerio de la Candelaria, pues pertenece a esta corporación
adscrita a la Curia Arquidiocesana de Medellín.
A propósito, el padre Carlos
Cadavid, considerado el mejor orador, en los años sesentas recalcaba, desde el
púlpito, que no entendía porque los fieles de la parroquia se estaban llevando
sus muertos a enterrarlos en otros cementerios, cuando él les podía garantizar
que el de Belén era el de mejor clima y que allí jamás se aburrirían los
fallecidos. Pero en la década siguiente,
el presbítero Ernesto Villegas, se quejaba solicitando ante la feligresía, en
los sermones dominicales, que le ayudaran a descubrir y encarcelar a los
muchachos, que para los 30 y 31 de diciembre de cada año, se robaban los
ataúdes, para celebrar los festejos al muñeco del año viejo, dejando a sus
difuntos a la intemperie.
Con
Tranvía, Sueños y Vinotinto
Recién comenzó la dorada época de tranvía (1919) a la fracción de Belén,
en aquel tiempo corregimiento de Medellín, le adjudicaron los que tenían los
colores amarillo y rojo. Su recorrido empezaba en el Parque de Berrío,
continuaba por la Calle de los Tambores, se descolgaba por la avenida Amador,
besaba la Estación Medellín para internarse por el Camellón de Guayaquil, hasta
el intercambio de rieles, donde estaban los cafés Medellín al Día y el Copa
Roja. El gualda-bermejo continuaba
congraciándose con el Puente de la Concordia, divisando el caserío del mismo
nombre, además de Tenche y el Lucero, rumbo al Paraje de Belén.
Cambiando de rollo, hasta mediados del siglo XX
Belén no veía un teatro. La oposición del párroco y de las Sociedades Pías
dejaba “velados” los sueños de las personas. Contra viento y marea, en el costado
suroriental de la plaza, el teatro Mariscal tomó su palco. La capilla parroquial tuvo que renunciar a
sus representaciones en vivo de vespertina y noche, como a sus “ganchos” (dos
con una boleta) para dar paso a: los pechos presurosos de Jayne Mansfield,
Silvia Pinal, Ava Gardner, Brigitte Bardot y Sophía Loren; a los alaridos
embejucados como tarzanes de Johnny Wesmuller y Lex Barker; a las flechas y
espadas que no daban tregua de Errol Flynn y Alain Delon; a los plomos que sin
rendición repartían Gary Cooper y Burt
Lancaster; a los boleros rancheros de Pedro Infante y Javier Solís, unidos
todos éstos, a las locuras y disparates de Jerry Lewis en compañía de Los Tres Chiflados.
Con el nombre de Ciudadela de Belén como
tratando de protegerla de las influencias que generaban “los vicios y malas
costumbres” que estaban tan arraigados en otros sitios de la ciudad, el locutor
y periodista Carlos Cañola, mejor conocido como Martinete, en La Media Hora del
Pueblo, su programa diario de la emisora Ecos de la Montaña (Cúcuta x Av. de Greiff)
no se cansaba de martillar consignas benévolas a su terruño de residencia; al
que había colocado ese cariñoso apelativo.
En 1937 se pavimentó la nueva carretera a Belén. A este, con los barrios
Fundadores y Antioquia (el último llamado así porque sus calles y carreras
portan los nombres de varios municipios antioqueños) los unía un idílico puentecito
sobre la quebrada Altavista, lugar donde desembocaba la calle Caldas.
En la década de 1950 una nueva parroquia, la de la Santísima Trinidad,
le daría perpetua separación de Belén como había sucedido al principio de la
misma, cuando los vecinos de Guayabal
levantaron su templo al Cristo Rey. Tres lustros antes de ver la luz el
siglo XX, el paraje de la Granja (barrio la América), igual se había escindido,
buscando con su reciente curato la advocación de Nuestra Señora de los Dolores
Claro que no por esto Tartarín Moreira pensó en
jamás volver, ni el célebre Dueto Kalamary se extravió en su cantar, ni el
eminente Francisco de Paula Pérez olvidó de hacer las defensas a personas del
lugar, mucho menos Jorge Franco (Hildebrando) y su primo Luis Tirado dejaron de
recetar, ni Belisario Betancur se negó, en su tertulia, a recitar y mucho menos
María Eugenia Dávila en sus parlamentos escénicos a sus ascendientes recordar…
Este parque de Patuca, que también navegó en
las baladas ilusionadas de la Palmaseca, que se maravilló con los secretos, a
mil voces, de los amantes en el Portal, que acarició sus sueños encantados y
sus corazones partidos, en la Soraya, que trasnochó los besos y se llenó de
lúcidas promesas en la Tía; guarda por siempre en su memoria ancestral, sus
complacientes ritos, sus felices visiones y sus dolorosos silencios; desplegando
por todos los rincones su halo respetable, misterioso y embrujador…
Hugo Bustillo Naranjo.
Montreal, Canadá.
Noviembre 2005.
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17:08 (Hace 20 minutos.)
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Joven médico:
Acabo de leer los interesantes aportes del cronista e historiador Hugo Bustillo Naranjo sobre el sector de Patuca en el barrio de Belén, y me encuentro con un dato sobre el último ajusticiado de Medellín que parece tener una inconsistencia con relación a lo que leí hace poco en el blog Rabo de Ají*(creo que pertenece al escritor Esteban Carlos Mejía). Me refiero al nombre de Fructuoso Pareja. Dice Rabo de Ají que:
Los tres últimos ajusticiados en Medellín fueron:
1. Jesús María Tamayo en 1902, fusilado encima del puente de Guayaquil.
2. José Leonardo Agudelo en 1906, fusilado bajo el puente de Guayaquil.
3. Fructuoso Pareja en 1907, fusilado en la escalinata del Palacio Nacional.
Según esto, Fructuoso Pareja fue el último fusilado en la ciudad; José Leonardo Agudelo el último fusilado bajo el puente de Guayaquil; y Jesús María Tamayo el último fusilado encima del puente.
Un abrazo,
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
* En realidad, Rabodeají es Pascual Gaviria (corrección del administrador del blog)
Que delicia conocer historias y datos de personas y rincones de Belén, donde vivo desde 1971. Recuerdo el teatro Mariscal en el parque de Belén y aunque no entré, si lo hicieron mis hermanos hombres.
ResponderEliminarBuena investigación sobre nuestro querido barrio Belén, señor Hugo Bustillo Naranjo