miércoles, 19 de diciembre de 2018

El rastro de Nuestra Señora de Belén

El rastro de Nuestra Señora de Belén 
27 de Agosto de 2006 Periódico EL MUNDO

HUGO BUSTILLO NARANJO hachebustillo@hotmail.com
Tomado de: https://www.elmundo.com/portal/pagina.general.impresion.php?idx=29219

El rasgo de lo religioso y lo místico confluyen en este sector de la ciudad 

 El barrio Belén es de los más tradicionales de Medellín, el hilo de su historia nos guía hasta cientos de años atrás, cuando la ciudad era apenas una pequeña provincia.  Desde la provincia española de Burgos, a mediados del siglo XVIII, arriban a Santa Fé de Antioquia, después de una larga travesía por el Mar de los Sargazos, doña Tomasa García de la Sierra y sus familiares. Entre sus pertenencias reportan una, que es milagrosa, única e invaluable. Es un lienzo perteneciente a la Escuela Sevillana del siglo XVI, donde aparece la pintura de la Santísima Virgen María, acompañada del Niño Jesús y San José, en el Portal de Belén.

 En la Ciudad Madre, buscan el permiso eclesiástico, por todos los medios, para construirle una capilla al celestial cuadro llamado en su terruño Retablo de Nuestra Señora de Belén. Después de un largo tiempo y de agotar todos los recursos religiosos existentes, su petición es denegada. Doña Tomasa y su familia, conocen por referencias que algunas familias españolas viven en la parte más occidental del Valle de Aburrá; en el Cantón de Otrabanda. Deciden entonces ubicar su nueva casa habitación en aquel lejano poblado que empezaba a germinar. Su prioridad era localizar el lugar adecuado y seguro donde depositar el sagrado óleo. 

Con el fallecimiento de doña Ana María Toro-Zapata y Ordaz-Figueroa, en noviembre 12 de 1702, a la edad de 90 años, la vida cotidiana en el Sitio de Otrabanda paulatinamente cambió en todos sus aspectos. Sus descendientes impulsaron la llegada de nuevos colonos, vendieron terrenos y compartieron la creación de un nuevo y mejor planeado asentamiento urbano… Los García de la Sierra encuentran a la familia Pérez quienes, de su propio pecunio, habían levantado una segunda capilla, en las márgenes de la quebrada la Picacha, pero ésta en honor a San Juan de Dios. (El templo estaría situado muy cerca donde hoy se encuentra la iglesia del Santo Cura de Ars, en los Alpes). A partir de 1757, y cuando se le nombra como viceparroquia, Nuestra Señora de Belén encuentra su nuevo refugio. Con el fehaciente respaldo de los fieles católicos asentados en el lugar; se le rinde culto entre el fervor de sus nuevos devotos que demandan con ruegos sus divinos favores. 

Cuenta la tradición oral, que la quebrada en una de sus impetuosas crecientes, arrasó con la gran mayoría de enseres, imágenes y objetos religiosos de la visitada capilla y esparció sus restos hasta el mismo punto donde se encuentra la iglesia actual. Del cuadro bendito nada se volvió a saber. Pasado algún tiempo, una humilde señora, a quien conocían como Merceditas y que se dedicaba al lavado de ropa, a orillas de la Picacha, encontró sobre la parte más alta de su enmalezada ribera, enrollado, el sacro lienzo reintegrándolo a la capilla Por este suceso también se le conoció como Nuestra Señora de las Aguas, pero esta advocación nace en el año de 1600 en Sevilla, España y en Colombia con la construcción de la Ermita del mismo nombre a partir de 1657, en Bogotá. A partir de entonces se suscitan las grandes romerías en torno a la imagen milagrosa de la Virgen de Belén. Romero era el nombre que antiguamente se daba a los peregrinos que se dirigían a Roma. 

Flujos humanos 

Desde 1762 el caserío respiraba otra cotidianidad debido a su rápida mutación. Los flujos humanos buscaban modificar sus nuevas formas de sociabilidad. Aparecen con éstos la gran ola migratoria externa al igual que desde los otros costados colindantes del valle. El territorio colonizado requería de una nueva identidad que refrendara su independencia religiosa, económica y jurídica. 

En 1808 cuando ejercía don Miguel Velásquez como alcalde de Otrabanda, se inician los trámites para buscar la erección parroquial. Después de innumerables comunicaciones entre las autoridades civiles y eclesiásticas que involucraron hasta el Obispado de Popayán de donde dependía la Parroquia de la Candelaria, y de ésta, la viceparroquia, el vicario superintendente, Lucio de Villa, en marzo 7 de 1814 erige la nueva parroquia. Erigió provisionalmente la capilla de San Juan de Dios, con la condición que los feligreses edificaran una nueva iglesia “con la decencia y capacidad necesaria” nombrando como Patrona Titular del nuevo curato a Nuestra Señora de Belén. La ratificación eclesiástica la efectúo el Obispo Jiménez de Enciso, en diciembre 22 de 1818, donde en su aparte final anotaba: “damos por elegido el nuevo curato de Otrabanda, desmembrado de la Parroquia de Medellín”. 

Por intercesión del Arzobispo de Medellín, Tulio Botero Salazar, Su Santidad Paulo VI, en documento pontificio fechado el 19 de diciembre de 1963, le otorga los derechos de coronación a Nuestra Señora de Belén. Dicha imagen es coronada, con diadema de oro, el 15 de agosto de 1964 y declarada Patrona de los Arquitectos y las Facultades. Esta fecha se toma como la del cumpleaños de Aburrá de los Yamecíes, otro de los olvidados nombres de Belén, que en su lengua maternal significa “La Casa del Pan”. 

¡Salve Regina! 

Con toda seguridad el tiempo mejor esperado por la feligresía eran las fiestas patronales. 

Cada sector de Belén tenía la responsabilidad y bajo su cargo la novena diaria. El último día el turno le tocaba al barrio Tenche donde quedaba el matadero municipal. Este en unión de la Concordia y el Lucero preparaba la mejor parranda-religiosa, en la historia, de la banda occidental del Valle de Aburrá. Todas las ofrendas, las viandas, el licor y la pólvora, corrían por cuenta de los ganaderos, carniceros, comisionistas, matarifes, transportadores de ganado y de helecho, arrieros y peones. Al principio las fiestas se celebraban en enero.

 Cuando se coronó la imagen pasaron la festividad al mes de agosto, como aún se celebra, empezando el día siete. 
Desde la víspera algunas reses, cerdos y gallinas, habían pasado a mejor vida. Estas viandas se entregaban a las expertas cocineras del sector, que empezaban aliñando las carnes, que pasarían luego a pailas y ollas de gran calibre, para rematar en el esperado convite callejero. Morcillas, chorizos, empanadas, chunchurrías, orejas sudadas, hígados fritos, chicharrones y tamales. Los sancochos, mondogos, consomés con menudencias y los fríjoles eran los invitados de honor. De las patas chamuscadas de las reses salían, como por arte de magia, los manjares convertidos en jalea negra y blanca. 

Por las manos de Amalia Pérez y de las hermanas Angel, Lucila y Josefina, pasaba toda la supervisión culinaria de esta carnestolenda. La última a quien cariñosamente llamaban Cefa, la eligieron por siempre como la más hembra de Tenche. 

Media legua 

Joaquín Villegas, quien era el dueño de las más famosa casita de placer, llamada Media Legua, ubicada pasando el Puente de la Concordia y llamada así porque esa era la distancia exacta que existía de allí al centro de Medellín. En ella daba vía libre a sus patojas, esos dos felices días para ellas. Joaco, cerraba su negocio, encargaba y llevaba flores de todos los colores para adornar el altar y el nicho de su Patrona. 

Sobre las cinco de la tarde salía la procesión, con el Santo Rosario de por medio, por la calle del tranvía, la calle Céspedes, que al paso con la hoy carrera 65, se le unían los devotos de los barrios Fundadores y Antioquia, por el costado izquierdo. Por el derecho el embrión del barrio Nutibara, unido a Manjurio y Quebraditas. (Estos, con la llegada de la Patrona de Portugal, pasarían a llamarse barrio Fátima). De los voladores de luces y tres tacos, se encargaba Nelson Parra, ayudado por sus yernos, que explotaban cuando venía el canto de gloria al Padre… Cuando terminaba el rezo, la banda de música que dirigía Samuelito Perdomo, entonaba los aires musicales del momento. En la plaza, después llamado parque, se encontraban los demás barrios, para recibir unidos en la iglesia las bendiciones que entregaba el Arzobispo en la misa concelebrada y cantada que ofrecía. Sobre las ocho de la noche, cuando terminaba el oficio religioso, una gran mayoría bajaba rauda las doce cuadras que los separaban desde el templo, para compartir el final de su añorada y festiva solemnidad. 

Cuando se traslada el matadero municipal al Coliseo de Ferias, Aurelio Mejía, la Salve de los Matarifes continúa en la memoria del cerro de doña Marcela de la Parra, en el recuerdo cotidiano de Belén, en las fisuras de sus calles y en la cúpula de su templo. Por ello Monseñor Javier Tobón Lopera, párroco de Belén, confirma su obra apostólica, como cabeza visible de su grey, venerando a la Soberana de Belén.

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